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CONCLUSIÓN
César I. Actis Brú
Finalmente, quiero afirmar que en monseñor Zazpe encontré un genuino profeta cristiano para nuestros tiempos, un santificador sin acepción de personas y un conductor honesto de sus hermanos en el bautismo. Pero fue sin duda su "profaw" -profao, "me adelanto a hablar"- lo que mantiene viva su presencia en la estimativa popular, eclesial y no eclesial. Prolongando genuinamente las enseñanzas, propuestas, sugerencia y opciones de las II y III Conferencias Generales del Episcopado Latinoamericano en Medellín y en Puebla de los Ángeles -a las cuales contribuyó con su lúcido aporte- el magisterio profético de monseñor Vicente Faustino Zazpe Zarategui fue interpelador de conciencias, intérprete de los acontecimientos cotidianos a la esplendoroso luz del Evangelio, privilegiando las opciones por los pobres y los jóvenes, ampliándolas al Matrimonio y Familia y Vocaciones como prolongaciones inevitables de la pobreza y de la juventud. Verdadero padre de los pobres, se puso de su lado sin demagogia alguna, optó por los pobres como Iglesia y los pobres, como Iglesia optaron por él. Así se dio de lleno a las que luego quedarían fijadas como prioridades pastorales para toda Latinoamérica. Descubrió y defendió popularmente los valores naturales y los lazos sagrados de la familia, promoviendo todos los esfuerzos encaminados a hacerla vivir gozosamente en la fe y fortalecería moralmente en las responsabilidades del amor. Pero, tal vez, su preocupación dominante fue la juventud. Por ella oró, enseñó, trabajó incansablemente. Y ante la realidad dolorosa de un Seminario que vio desaparecer y una ausencia de vocaciones jóvenes para la vida sacerdotal, se lanzó al llamado vocacional -permítaseme la redundancia- promoviendo las iniciativas que surgían hasta llegar a ver con gozo la reapertura del Seminario Metropolitano y un florecer de ingresos con finalidad sacerdotal. En esta línea pastoral trató con afecto y cariñosamente a los sacerdotes y a los religiosos como padre y hermano. Les dedicó a ellos buena parte de su tiempo, visitando sus parroquias donde confesaba y celebraba las misas y animaba sus reuniones; les predicó retiros y ejercicios espirituales y los tenía permanentemente en el centro de su caridad y de su interés arquidiocesano. "Los amo" llegó a decir, conmovido, en la homilía de una Misa celebrada en 1978 con motivo del día del arzobispo cuyo tema era "el amor como clave de la relación de obispo con su presbiterio". |