LUNA AMERICANA
César Actis I. Brú

Amo estas comarcas feraces donde las aguas y la tierra no tienen límite, salvo el de la mano del Señor que las arroja y las extiende preñadas de toda criatura y de toda hierba que se levantan y retozan incluso por los aires saludables que las animan. Ellas llegan, las tierras y las aguas, hasta donde llega mi vista y hasta donde mis pies y las patas de mis caballos y mis bergantines, y mis balsas hechas con canoas hendidas permiten que yo llegue.

Conozco estas tierras a las que he llegado traído de la mano de un pariente de mi madre, la cual - rehecho su honor y revalido su derecho - me destinó, yo no quiero creerlo, a su olvido. He llegado a esta tierra extensa como el orbe mismo llevando un apellido que no es el de mi padre sino el de un arrojado capitán de su mesnada. Uso en cambio su escudo en legítimo derecho mirando la celada hacia el lado siniestro para mostrar que soy bastardo.

Conozco con detalle el calendario que los chibchas han llamado "Chocán" del cual tuve noticias en primera por una mestiza del Perú la que también me enseñó el verdadero calendario en el cual me despliego y he vivido: el de "Vira-cucha" que elaboró Pachacútec sobre los movimientos de la luna visitando las casas de la "rueda de la vida" y que recuerdan a mi fe, la Madre del Señor dando a luz en cada gruta del espacio para que el Verbo se haga hombre. Sin embargo pongo en actas, contabilizo algunos plazos y firmo "fecha en..." según el calendario que hicieron los hijos de la Loba.

Por ello sé que este año del Señor de mil quinientos ochenta y dos, tendrá diez días menos, dispuesto por Gregorio XIII para arreglar el curso de los hechos de los hombres con el curso de los astros en el universo infinito que es movido por la mano de Dios Nuestro Señor quien sea por siempre bendito y alabado.

Al no ser muy letrado no comprendo el arreglo; ¿acaso la historia no ha nacido de nuevo en la carne del hombre visitada por la divinidad en la persona de su Hijo y es ahora la humanidad medida de las cosas?

¿Para qué acomodar el tiempo de la sangre al tiempo del sonido del rodar de los cuerpos celestes como quiere Copérnico?

Dirán también que he sido analfabeto casi, pero esos embustes fueron tramados por Cabrera y Abreu, los mismos que alentaron (cada uno a su modo) a algunos mancebos de la tierra para que alzaran su mano contra el Rey, su Majestad y su soberana autoridad en mí, Teniente de Gobernador.

Son parte de esos mocetones que traje de Asunción, hijos de los nobles venidos a menos con Pedro de Mendoza con las dulces mujeres de la tierra de las hospitalarias márgenes de las aguas gigantes.

Esos, que traje conmigo y que bajaron a fundar Santa Fe e integraron su Cabildo. Algunos, también me acompañaron a fundar Buenos Aires, esa ciudad que ahora se aleja, lentamente.

Pero bien sé yo leer y (no tan bien) escribir con el cálamo o la pluma de ganso mojados en "atramentum" que se fabrica en la Península con el zumo del "ligustrum lucidum" que llevaron de Siena y que vale para teñir las barbas de los ancianos presuntuosos.

Siempre llevo conmigo un devocionario que me ha dado mi madre y que fue compuesto - según mi tío Pedro Zárate - por santo monje benedictino que pasó por las anchuras y honduras de Villalba de Llosa donde dicen nací.

Manejo con destreza el astrolabio que construyó el antiguo piloto de Pedro de Mendoza con maderas fragantes de los árboles entre los cuales se levanta el caserío de Asunción.

Nombro una por una las constelaciones, no sólo con sus nombres provenientes de la Hélade, sino con los bellísimos apodos que tienen desde aquí y que son, como me han dicho, los nombres verdaderos, que han subsistido por tradición durante milenios.

Soy algo más que cincuentón y estoy fastidiado hasta el hartazgo de la mendacidad y del afán de lucro de los cuales se salvan algún fraile y algún artesano; no solamente los peninsulares que tenemos algún derecho sino también los criollos y los mancebos aman el poder, el lujo y la altiva manera de mirar con ojos engreídos, pretenden siervos y mancebas y holgar largamente buscando pleitos.

Entre mis pecados -de los cuales me arrepiento - y defectos no se hallan la codicia ni el afán de poder ya que he pretendido servir al Señor y a mi Rey.

A costas mías emprendí fundaciones y por merced de Nuestra Señora y del factor Dorantes mis deudas serán pagadas puntualmente aunque demoren tres lustros.

Además, ya estoy cansado del sudor, los chapuzones, las altas luces del sol, los aguaceros, las leguas montadas, caminadas, navegadas, el mal dormir, el peor comer y el casi ni vestir.

Una camacha (recuerdo) en Asunción me ha dicho que moriré en estas tierras dilatadas como el mismo universo donde las horas se cuentan por las leguas andadas y por hombres caídos.

Esa anciana me enseñó el verdadero calendario de las lunas cuando vino con nosotros a Santa Cruz de la Sierra, cuando ayudamos a don Nuflo de Chávez y luego acompañó la caravana cuando escoltamos a Cáceres al caserío ("de moros!") de Asunción.

Ella, pues, me ha vaticinado que dejaré mis huesos en estas comarcas y que seré disuelto por alimañas, las aves carroñeras y las aguas de arriba y las de abajo. ¡Las de abajo! las de ese río que desciende y se ensancha y se desborda y le quita pedazos de barranca al mundo de calchines y mocoretás donde he fundado "mi ciudad" de la cual me despido a la distancia, unas cien leguas aguas abajo.

Por una vez, no acepto mi destino.

He tramado un camino diferente. No me agrada morir donde he fundado Santa Fe, aquella que arrebaté a Cabrera con un ardid y con firmeza, y sé que Dios Nuestro Señor me dará su merced porque nunca abandona a sus fieles ni los deja librados a sus solas fuerzas.

Aquí, no moriré emboscado por los indios.

Será un embeleco que todos beberán.

A ninguno le ocurrirá pensar que manejo la espada tan bien como a mis hombres, que conozco estas tierras, y sus gentes de quienes aprendí las artes del dardo entre las aguas y la piedra pulida por los aires, que son súbditos del Rey, hijos de Dios, a quienes he dado en prenda de amistad mi coraza y mi yelmo similar al que utilizan los tercios vascos.

En mayo del año venidero dirán que me emboscaron en la noche y me dieron de muerte en la mitad del sueño en ese territorio de la "frontera de los cueros sucios" como llaman los incas al río que tomará por nombre "car-car-añac".

No moriré emboscado por los indios, por eso no hallarán mi cuerpo ni la espada que conservo conmigo.

El aire en suave brisa llena las velas y crujen las maderas del navío que entre las aguas suavemente se queja.

El estuario del Plata, el mar dulce del poco afortunado Juan Díaz de Solís rehila en su espejo ondulante la luz -ahora tibia- de la luna.

Desde la orilla occidental, la ciudad fundada bajo la advocación de un francés, soldado y santo, me despide.

Y algunos conjurados conmigo en el secreto me saludan.

¿Habrán saludado así a Pedro de Mendoza - el del Ave María en su heráldica - cuando volvía a la península (o lo intentaba al menos como yo) para besar las canas de su madre?.

A Luis María Calvo.





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