LA MÁSCARA EN AMÉRICA
El complejo chiriguano-chané
Hipólito Guillermo Bolcatto

Agradezco a las autoridades y miembros del Centro la generosidad que han tenido al designarme como miembro de número del mismo y espero ser merecedor de tal honor y distinción.

Estoy emocionado y contento de volver a esta casa, de la que nunca me fui del todo por cierto. Aquí pasé largas horas clasificando y restaurando mucho material. Y precisamente un día, trabajando con esta máscara (haciendo referencia a una máscara chané) tuve la idea y el interés de comenzar un estudio sobre el particular. Inicié una investigación, viajé mucho y tengo al presente cientos de máscaras estudiadas y clasificadas, trabajo que, en algún momento, espero poder dar a conocer.

La máscara es un doble del hombre. Disimula una identidad y constituye otra. Congela algo esencial a la vez que origina una nueva vida. Y a partir de ese momento, ambas identidades conviven en un mismo tiempo ceremonial.

La más conmovedora riqueza estética se nos presenta cuando nos disponemos, con espíritu abierto, a gozar de realizaciones cautivantes como son las máscaras que, en nuestra América, tuvieron un desarrollo tan extenso, variado y profundo.

Belleza formal, equilibrio de líneas, manifestaciones dramáticas, expresividad volcada en un hacer pleno de creatividad y sustancialidad significativa.

Pero no podríamos abordar este tema desde un punto de vista único, considerando de manera exclusiva el aspecto de lo que representa la máscara desde su continente plástico-visual, sino que, además, no cabría escindirlo de su contenido étnico-socio-costumbrista.

Debemos tomar en cuenta también el revés expresivo de la máscara como ritual, concatenada con sus vínculos simbólicos. Es entonces que, considerado así este asunto, toma una dimensión única, irrepetible, en su valor plástico alegórico, cobrando estatura considerable sus componentes estéticos y étnicos.

La máscara artísticamente elaborada siempre tiene como uno de sus objetivos esconder la personalidad. Los rituales de ceremonia y la liturgia servían para mantener el orden del mundo y asegurar su pervivencia. El adorno siempre ha sido muy significativo. Con él no se buscaba acentuar la individualidad sino, al contrario, disolver la personalidad. Además, en casos, se pretende aparecer como un ser sobrenatural.

Máscaras decoradas con adornos, tocados de plumas, amuletos colgando, magníficas pinturas en el rostro, brazaletes y adornos en los pies, todo servía para encarnar a seres superiores y se buscaba entrar en contacto con lo divino.

Se puede hablar, como ya se ha hecho, de una verdadera ubicuidad de la máscara en América. A este respecto es bastante significativo el hecho de que este elemento esté notablemente representado en todo el continente americano.

En efecto, desde los esquimales en las cercanías del Polo Norte, que emplean la máscara en varias oportunidades y ceremonias, hasta los onas y yámanas, en el más remoto confín austral, en Tierra del Fuego, también la usaban en celebraciones solemnes de iniciación de varones.

Entre estos puntos extremos, en todo el entramado territorial de vastos espacios continentales, interiores y costeros ha habido pueblos entre los que, en cualquier forma, la máscara es o fue conocida y representada.


El encubrimiento del ser y la máscara en nuestro país.

Las poblaciones aborígenes extintas o vivientes que el territorio argentino comprende fueron poseedoras de modos de vivir que corresponden a los tres grandes grupos culturales sudamericano: el andino, el amazónico y el de los pueblos de recolectores y cazadores primitivos.

Los tres sectores tuvieron o tienen máscaras, pero el más notable, fuera de toda duda, es el grupo chané, de filiación amazónica.

Los indios chané que viven en el Chaco salteño, en las márgenes del río Itiyuro, sobre la frontera con Bolivia, son creadores de originales máscaras que usan en la fiesta anual de la cosecha del maíz, cuya fecha coincide parcialmente con nuestro carnaval, pues tiene comienzo dos semanas antes y termina dos o tres semanas después.

Los rasgos más salientes de ese carnaval consisten, no sólo en el simple uso de la máscara, sino también en el sentido mágico-religioso que éste tiene.

Los chiriguanos adoptaron, por la influencia de sus vasallos chané-arawak, el uso de la confección de las máscaras "añavusú", hechas de madera blanda "toroboki", de tallado fácil, imitando la cara humana en su faceta ceremonial. Antiguamente, tales máscaras correlacionábanse con el rito de la primicia del maíz, asegurando la protección de las ánimas de los muertos; con la aculturación, tales máscaras pasaron a ser "objetos del carnaval".

Cuando en el monte florece el taperigua (Cassia carnavalis), los chiriguano- chané inician la celebración del areté (la verdadera fiesta o "el verdadero tiempo"), que proseguirá hasta que sus flores comiencen a marchitarse.

Pese a las importantes y constantes pérdidas y modificaciones, el areté sigue conservando en nuestros días claros elementos de su esencia como antiguo ritual agrario y cazador.

Una de las características más visibles y sobresalientes del areté es el uso de máscaras rituales, las llamadas aña-aña por parte de sus participantes varones. Los chané son quienes más han mantenido, hasta el presente, las tradiciones de fabricación y empleo de tales máscaras.

Ello se debe, seguramente, a su origen arawak y al hecho que las máscaras deben haber sido parte de su aporte original a la configuración del actual "complejo cultural" de los chiriguano-chané.

En los años 70 Newbery y Roca realizaron importantes investigaciones sobre todo esto complementando anteriores trabajos efectuados por Nordenskiöld y Palavecino entre otros. Seguiremos entonces con todo respeto y minuciosidad estos aportes.

El uso de las máscaras por parte de los varones durante las fiestas es una de las características más sobresalientes de este tiempo.

Los chané, para confeccionarlas, utilizan la madera del yuchán o palo borracho, al que denominan samóu.

La máscara chané lleva el nombre genérico de aña-aña (aña: "espíritu", "muerto", "demonio").

Para construir su máscara, el joven chané debe internarse en el monte solo, provisto de un hacha, de un machete y un cuchillo, en busca de un samóu. A veces debe recorrer varios kilómetros hasta encontrarlo. Una vez cortado el árbol, con su tronco confecciona varias máscaras, valiéndose del machete y el cuchillo. La madera del samóu recién cortado es blanda y muy fácil de tallar. Este trabajo debe realizarse en la soledad, secretamente, para que llegado el momento de usar las máscaras nadie pueda reconocer a su portador.

La madera del samóu es muy húmeda, pesada y fácil de ser trabajada mientras se encuentre verde o recién cortada, pero se vuelve liviana, frágil o quebradiza y de difícil empleo cuando ya está seca.

Una vez obtenido un trozo adecuado de madera, se determina la forma original de la máscara señalando sus grandes planos, dependiendo ello de que la misma se componga solamente de cabeza o rostro o que disponga, además, de frentera conforme los dos grandes tipos generales de máscaras tradicionales como veremos enseguida.

El trabajo posterior se efectúa solamente por medio de un cuchillo, comenzándose por excavar el hueco que será luego la porción en que se introduzca (sólo en parte) la cara de quien la use. Un tipo de máscaras se configura como una cabeza de animal o de rostro humano; otras se componen de dos cuerpos o porciones diferenciadas aunque talladas en el mismo y único bloque de madera. Las hay de formas diversas. Las máscaras de madera presentan dos tipos divergentes en concepción artística que los indios distinguen con el nombre de "hanti aña" y "aña-ndechi". Las primeras presentan una cara fuertemente estilizada con pocas variaciones de forma, y generalmente tienen sobre la frente un plano rectangular o trapezoidal que ofrece campo para las composiciones decorativas más diversas.

Las que se utilizan durante todo el tiempo del carnaval representan a jóvenes y se denominan aña tairusu (joven). Se caracterizan por tener una prolongación en forma de pantalla por encima de la cara, llamada hanti (hanti: "cuerno", "asta"), por lo que a estas máscaras se las conoce también con el nombre de aña hanti. Esta especie de pantalla es de forma rectangular, de tamaño variable. Su superficie está calada o dibujada con distintos motivos decorativos. La cara es redonda y plana, destacándose únicamente la nariz, de rasgos rectos, con forma a veces de pirámide truncada. Los ojos son dos finas ranuras horizontales para permitir la visión, y las cejas y la boca son dibujadas. Algunas máscaras presentan otros detalles pintados, como bigotes o dos puntos circulares a la altura de las mejillas. El contorno de la cara lleva a veces un adorno hecho con plumas que se sacan del pecho de las gallinas, vacu o pava del monte o uru, buitre o cuervo y que se introducen en perforaciones hechas a tal fin. A estas máscaras con plumas se las denomina aña uru rave(uru: "gallina", "pollo"; rave, ragüe: "pluma").

Cada individuo construye tres de estas máscaras, con distintos dibujos en el hanti, para usar a lo largo del día. La máscara que se usa por la mañana lleva dibujado o calado un sol. Al mediodía se usa otro modelo, que suele llevar una pequeña visera tallada en la misma madera, para resguardar la vista. Los motivos decorativos del hanti de estas máscaras son muy variados y consisten en flores, animales, figuras humanas o simples dibujos geométricos, calados o pintados. A estas máscaras con viseras aña ingora (gora en esp. gorra) o aña sïndaro.

Cuando comienza a caer el sol, el joven chané usa otra máscara, ya sin visera y cuyo hanti lleva dibujadas o caladas figuras asociadas con la noche, tales como murciélagos, estrellas, etc.

Las "aña ndechi" significan espíritu de viejo, su talla es grotesca o simplemente monstruosa. Es en esta clase de máscaras donde mejor se revela la imaginación de los indios chané y su capacidad de vigorosos tallistas.

Representan rasgos más realistas o marcados, con ojos salientes o saltones por encima de las ranuras practicadas para mirar y agregados de barba o de bigote confeccionados con algodón de "palo borracho", lana de oveja o preferentemente "barbas de choclo" o maíz. Algunas máscaras con sólo rostro humano, no muy comunes representan a un hombre o a una mujer, alguna de ellas llevan una pequeña corona y entonces se denominan de Rey y Reina. Alguna otra se ha visto portando a guisa de corona una estilización que parece representar una o más plumas o quizás chalas de maíz. Salvo la máscara de ndechi, las demás aña-aña como rostro humano presentan la misma conformación básica de cara plana en la que se distingue solamente un suave plano mayor para la frente y la emergente nariz. Redonda u oval, la fría expresión de la faz se encuentra resaltada por su color siempre blanco y su peculiar planimetría (superficie plana) con excepción de la prominente nariz.

Las máscaras de animales suelen ser muy realistas demostrando el realizador su sagaz observación de las características propias de la cabeza del animal a ser representado. Una vez practicado el hueco, el hábil manejo del cuchillo irá conformando la figuración en sus mínimos o más destacados detalles. Las representaciones más comunes o tradicionales suelen ser de loro y a veces tucán, perro, venado, chancho de monte, jaguar, puma, mono y más modernamente también toro, caballo, chivo, etc.

Los colores que se utilizan en la decoración son los siguientes: blanco, para pintar la cara; se obtiene de un caracol (iatïta) que se quema, se muele y se mezcla con agua. En su reemplazo se suele usar cal. Para pintar de negro se utiliza carbón vegetal molido y mezclado con agua; este color se usa para dibujar cejas, boca, bigote y algunos detalles del hanti. El blanco y el negro se aplican con un pincel de pelo de chancho del monte, o con una pluma de gallina. El color verde se logra frotando hojas de ají contra la madera que se quiere teñir. El amarillo, el rojo, el anaranjado y el rosa se obtienen del mboi uruçú (mboi: "víbora"), planta que da un fruto pequeño, redondo, que al ser reventado contra la zona que se desea teñir suelta un jugo que puede ser cualquiera de los cuatro colores. El chané con toda habilidad sabe seleccionar estos frutos según el color que desprenden pues exteriormente la apariencia es casi la misma. En ocasiones se enmarca en negro el óvalo de la cara- en probable reemplazo de las plumas- y muchas veces se practican algunos puntos en la porción correspondiente a las mejillas (lo cual podría ser recuerdo de antiguos tatuajes o pintura facial de los guerreros), en color negro o azul; comúnmente uno más grande central rodeado de otros puntos muy pequeños, o cruces de "Malta". Alguna máscara de mujer o de Reina lleva sólo un par de puntos grandes en color rojo, en la zona que correspondería a los pómulos y alguna máscara de hombre lleva pintada en negro una delgada línea en arco hacia abajo encima del dibujo de la boca como simulando un escaso y fino bigote. Para pintar el hanti y las máscaras de animales se emplean además las mismas sustancias colorantes que las mujeres chané usan para decorar sus delicadas piezas cerámicas u otras tinturas y anilinas vegetales.

Al carnaval hay que "sacarlo". El sonido de una corneta llamada waca ranti (waca esp. vaca; ranti: "cuerno") tocada por el jefe del carnaval indica que ha llegado el momento de iniciar la fiesta. Los jóvenes se disfrazan y van a reunirse al monte en un sitio convenido de antemano, junto con los hombres y mujeres sin máscara; llevan chicha y se quedan haciendo música y bebiendo desde la mañana hasta el mediodía.

Llevan un largo y pesado poncho de lana que, a pesar del intenso calor, no se sacan en ningún momento. Los chiriguanos se ponen como máscara una especie de capucha de tela o cuero. Casi todos, disfrazados o no, varones y mujeres llevan algún adorno hecho con la flor del carnaval, en el pelo detrás de la oreja, colgando de la cintura, etc.

Cuando se inicia el baile en ronda, los enmascarados se alejan al monte desde donde regresan en fila, tomados de la mano, a la ronda a la que tratan de romper para finalmente incorporarse a la misma. Otros enmascarados de a dos o tres bailan por fuera de ésta, con el brazo pasado sobre el hombro de su compañero, formando una rueda.

Cuando termina un baile, los participantes del mismo se sientan en círculo junto con la concurrencia, y aprovechan para beber y descansar. Los enmascarados llenan de chicha un jarrito que llevan siempre consigo, y se retiran a un lugar apartado. Esto lo hacen para no ser identificados, pues para poder beber, necesitan levantar en parte la máscara. Entre los chiriguanos se ha observado que hacen en sus máscaras de telas una perforación a la altura de la boca, y sobre ésta, colocan un barbijo que levantan para poder beber.

Durante la fiesta, los enmascarados distorsionan su voz, con el fin de no ser reconocidos. Los jóvenes se entretienen cortejando a las niñas y haciendo bromas. Ellos arrojan pinturas o harina a las mujeres, y reciben igual respuestas de ellas. Toda la concurrencia salvo los ancianos y personas de respeto, recibe su buena dosis de pintura.

Aproximadamente tres semanas después del carnaval grande se realiza el carnaval chico, que dura tres días. Ya las flores del árbol del carnaval están marchitas, y es la señal para dar finalizada la fiesta.

Para estos últimos días se observan nuevas máscaras llevadas por otros disfrazados, denominadas aña ndechi y que, como su nombre lo indica representan al aña envejecido. No se encuentra respuesta al significado de esta personificación pero quizá pueda estar indicando el próximo fin de la fiesta.

Se realiza así la botada o botadura del carnaval. Los bailes y las libaciones continúan de la misma forma, de casa en casa, según el orden prefijado por el jefe del carnaval. Aparecen nuevos personajes disfrazados con máscaras que representan animales. La concurrencia en este día es muy grande y los juegos con pinturas se tornan más audaces.

Cuando la fiesta finaliza los disfrazados se quitan las máscaras, las rompen y las tiran al río o al monte junto con la cruz del carnaval y las flores amarillas ya marchitas. Todos los participantes tratan de llevar algún manojo de estas flores para arrojar al agua. Si no hay río cerca, esta botada se hace en algún sitio de monte.

Después de romper las máscaras, los disfrazados se quitan sus ropas y se bañan en el río. Esta práctica del baño es muy importante y que en ausencia del río se realiza en la casa, y es muy importante, pues de no hacerlo se puede contraer alguna enfermedad, como sarna, piojos o peste.

Este baño tiene una función aparentemente "purificadora" que se puede vincular asimismo con el baño ritual de los parientes de un muerto luego de su entierro(mezclada en este caso el agua del primer baño con la tierra del lugar de enterramiento). Esta vinculación, como la anterior interpretación siempre riesgosa, no resulta sin embargo demasiado aventurada si toma en cuenta que la palabra aña, que designa genéricamente a las máscaras, es la voz que se emplea también para referirse a las personas muertas o su espíritu, de donde aña - aña podría estar significando máscara o representación de un muerto, de los muertos, la muerte o lo muerto. Por otra parte, Aña o Añay era la deidad o padre de los enemigos de la tribu para los antiguos guaraníes.

Todos los pueblos creen en una creación del mundo por fuerzas extraterrenas, preternaturales, divinas, omnipotentes. El origen, su origen, su principio se encuentra inmerso en lo sagrado. Todos los objetos y los personajes de esta era inicial, tienen una comunicación con Dios, o con los dioses o con poderes preternaturales. Los personajes pueden ser: un dios o varios dioses; puede ser el hijo de Dios hecho hombre o dioses animales o también hombres y animales con poderes sobrenaturales. Por ello, el principio de algo o de alguien, la aparición entre los hombres de algún objeto, animal, planta o persona, tiene un sello divino. De ahí el surgimiento de los mitos ya que, según Cassirer, el lenguaje no podría en estos casos reproducir fielmente la realidad concebida por la mente.

Y una reflexión final.

Hice de mí lo que no supe
y lo que podía hacer de mí no lo hice.
Vestí un disfraz equivocado.
Me conocieron enseguida como quien no era
y no lo desmentí, y me perdí.
Cuando quise quitarme la máscara
la tenía pegada a la cara.

El nombre, siempre huidizo a la acción
destructora del Tiempo. El nombre, que
permanece, ajeno a las caretas que los años
plasman sobre el rostro . Acaso sólo el nombre
satisfaga nuestras ansias de fijeza y sea capaz
de hacernos sospechar la eternidad.

Desgraciados los que sientan coincidir su yo
con la máscara que llevan.


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