HITOS DE SANTA FE LA VIEJA
Ricardo Kaufmann (20)

Es un gusto y un honor estar con ustedes, y compartir con los organizadores estas Segundas Jornadas del Litoral, impulsadas por las instituciones de apoyo a las ruinas de Santa Fe la Vieja que ideara Zapata Gollan.

Medio siglo es un abrir y cerrar de ojos en la historia de los pueblos, pero es mucho tiempo para la vida de un individuo, y está bien que se haya decidido que los que peinamos canas, vengamos a volcar nuestros recuerdos sobre el comienzo de las excavaciones, cada cual desde el ángulo en que las vio suceder.

Cayastá era un pueblo como tantos otros de la costa, durmiendo la siesta junto al mismo río, cuatro calles que lo cortaban partiendo desde la plaza, y más allá, empezaba el campo y las tierras de sembradío. El predio que ocultaba las ruinas era un prado de suaves colinas, atravesado por la huella de arena que bajaba hacia la costa, rodeada de ceibos y aromos en flor, de algarrobos y timboses, bosque natural al que de niños hacíamos nuestras escapadas de la siesta, y escuchábamos los relatos de aparecidos y tesoros enterrados que repetían los mismos chicos y que nos impulsaban a volver al pueblo antes que cayera la tarde.

El hombre se cruzó por primera vez ante nuestra visual de los seis años, mientras jugábamos frente a la plaza en aquellas vacaciones de julio de l949. Lo encontramos tan gracioso que no podíamos aguantar la risa. Ni su aspecto, ni su indumentaria coincidían con los oficios que conocíamos. De botas y bombachas, campera de cuero, con un gorro pasamontañas que lo protegía del frío, decidimos que era un piloto y que en alguna parte había dejado su avión. Dos hombres que respondían a sus órdenes cavaban con palas. Comprendí años después lo que había de gracioso en aquel rostro. Estaba iluminado por el entusiasmo y la resolución.

La barrita lo seguía por las calles, ese juego de cavar en la tierra coincidía con nuestras aficiones infantiles, y queríamos ver que buscaba, y que encontraba. Pero las ruinas no se ocultaban en el pueblo, sino dos kilómetros más al Sur, en el lugar de El Monolito, como se lo llamaba.

Allí dieron su fruto las excavaciones, y tras cada loma, fueron apareciendo los muros de las primeras iglesias y solares. El hombre se instaló en el pueblito, en una casilla de madera que había servido de resguardo de Aduanas, enfrente de mi casa, que le abrió de par en par las puertas. Literalmente, porque eran las grandes puertas de dos hojas de una vieja casona que miraba al río. Venía invitado con frecuencia a comer, a tomar mate, o a pedir "un vaso de agua por el amor de Dios", como le gustaba repetir a voces, desde la puerta.

En la anterior jornada Jorge Reynoso Aldao nos ilustró en una exposición excelente acerca de los matices políticos de la polémica sobre las ruinas, y de la resistencia inicial de los pobladores a las excavaciones, y advirtió antes que tal vez a algunos no les gustaría lo que iba a decir. Por si soy uno de los que le cabe el sayo, declaro que no me disgusta, al contrario, me gusta que la verdad sea dicha, para enseñanza de las cosas que no deben hacerse en política. Desde el ángulo del pueblo en el que me tocó vivir aquellos acontecimientos, deseo agregar que a raíz de la expropiación de los terrenos afectados, muchas familias tuvieron que abandonar sus viviendas sobre el río, y propietarios de campo quedaron sin su capital de labranza y pastoreo, por lo que esa resistencia era en ellos humanamente comprensible.

Paralelamente otros vecinos del pueblo se alinearon junto al hombre y su obra, le brindaron hospitalidad y apoyo. Algunos eran dirigentes locales del partido gobernante, y sin hacer caso a las sugestiones que podían venir de Santa Fe o Buenos Aires, tomaron parte por el descubrimiento y fueron multiplicadores de opinión ante la población, hasta que esta llegó en su mayoría a aceptarlo con orgullo, como es hasta hoy..

Zapata Gollan ya estaba instalado en el predio, viviendo en una de las casas expropiadas, en la que desarrollaba su fecunda labor, y solía venir por las tardes al pueblo a reunirse con estos vecinos para conversar y jugar a los naipes en el Café de la plaza. El era un hombre espontáneo, de los que despiertan profundas simpatías o antipatías. Recuerdo que a su alrededor se juntaban, infaltables, mi padre y don Arturo Cantero, ex - Jefe de policía. Alternativamente eran de la partida el juez y el comisario, Elías y Roberto Gaspoz, Luis Vuizot, Juan Derrier, Pedro Bournissent, el sastre Bendoraitis, que era lituano, y el tendero árabe, don Abraham Sara. Eran partidos risueños, porque el tendero y el sastre con sus dificultades idiomáticas solo sabían usar el tuteo para dirigirse a Zapata Gollan. A veces este le gritaba: "Turco!" a Sara, en vez de "truco", para hacerlo enojar. El pobre don Abraham había sido prisionero de los turcos en Siria, y era lo peor que le podían decir.

Otras tardes solía descansar de su labor en la casa de campo haciendo caminatas hasta la orilla del río, para contemplar la vista desde la barranca, y aprovechaba mi visita para hacer "una clase peripatética", como la llamaba, al estilo de los maestros griegos, es decir, hablando mientras se caminaba por el perímetro, alrededor. Estaba haciendo el secundario en Santa Fe y él interrogaba sobre las lecciones de historia, enseñando a usar la nemotecnia. "Quienes fueron los emperadores de Roma? . Calígula: Cali-gula, de comer. Nerón, el de la lira. Marco Aurelio, un marco áureo, de oro; Vespasiano, ves pasar a un paisano. Quienes fueron los enciclopedistas franceses? Diderot, (hacía girar los dedos), Voltaire, (daba una vuelta con la mano) y D´Alambert, (señalaba un alambre)". Me recomendaba hablar con los viejos vecinos, tomar apuntes, averiguar el origen de las primeras familias del pueblo.

Así, estimulado por su entusiasmo y el ámbito que recorríamos, nació en mí una temprana vocación por la historia. Puede decirse que fui su discípulo, en el aula sin puertas ni ventanas del campo de las ruinas de la Vieja Santa Fe, o en los viajes de regreso a la capital los domingos por la tarde, cuando con su chofer me buscaba para regresar al colegio, en el camión militar canadiense, pertrecho de la segunda guerra mundial, que le había asignado el gobierno, para llevar a Santa Fe las piezas arqueológicas que se iban encontrando.

En esas travesías fatigosas con el camión dando saltos por el entonces camino de tierra, tuve muchas oportunidades de oírle repetir los hitos del camino: La Casa del Conde, Las Cuatro Bocas, La Vuelta del Dorado, Los Cerrillos, Los Olivos, Santa Rosa de Calchines, los Dos Ombués, la Vuelta del Pirata, La Casa de los Cuervos, el Arroyo de Leyes, el Rincón de Antón Martín...

Es muy grato volverlos a mencionar en su recuerdo, enriquecidos, si posible fuera, por el interés posterior que ellos despertaron en mí.


El Arroyo de Leyes

Pero ahora empezaremos al revés, de Sur a Norte, ese recorrido imaginario, como si fuésemos desde aquí hacia las ruinas. Pasaremos Rincón, cuya historia ya es más conocida, y nos detendremos en el arroyo Leyes, el del puente de la polémica que llegó hasta el gobierno y el Banco Mundial, lo que estaba lejos de suponer don Jerónimo Leyes, quien era en el siglo XVIII propietario y morador del campo que dio nombre a este arroyo.

Menos pudo imaginar aquel estanciero criollo, ex-sargento mayor del ejército, que su nombre y su carácter iba a quedar en el recuerdo por la pluma de un hombre que ya anciano, escribía sus memorias desde un lugar de Austria de fines del siglo XVIII, contemplando a través del vitral de las ventanas ojivales del Monasterio de los monjes cistercienses de Zwetl, el paisaje de la campiña de Bohemia bordeada por el río que fluía cantarín desde el Danubio, a unas veinte leguas de la Viena imperial.

A pedido de la congregación monacal que lo cobijaba, Florián Paucke, miembro de la entonces disuelta compañía de Jesús, resumía en más de mil pliegos manuscritos y 105 dibujos y acuarelas primorosamente coloreadas, el recuerdo más preciado de su vida: los años de su misión para predicar el Evangelio entre los indios de América, en la costa santafesina: "Hacia allá y para acá", título que no quiere decir nada, si no traducimos el sentido completo de sus frases: "Hacia allá fui con gozo y alegría. He regresado hacia acá con tristeza y amargura"..... Y decía más adelante: "Por esto y a causa de tantas cosas que tengo en la cabeza, estoy a veces tan distraído que me falta la memoria. Nadie extrañe que yo esté tan menguado de ella, a los 59 años, después de haber padecido tanto calor del sol, las fatigas de muchos viajes, y de 21 años de trabajos en aquel país, sin haber llevado mientras permanecí en él ni un papel, ni siquiera una breve anotación. Más bien me admiro aún de haber guardado tantas cosas que escribo, todavía patentes en mi memoria. Si hubiese abrigado la esperanza de regresar un día a Europa, no hubiese dejado descuidadamente secar mi pluma, pero entonces mi propósito era permanecer para siempre con mis indios. Nosotros, los jesuitas, en especial los nativos de países alemanes, sabemos cuan empeñosamente solicitamos a nuestros superiores poder partir hacia aquellas regiones paganas, y quedar así voluntariamente muertos por completo para nuestra patria". (21)

El padre Paucke menciona a Jerónimo Leyes como uno de sus primeros amigos criollos en la costa, quien lo acompañó en la fundación de San Pedro, y ante cuya casa no podía pasar cuando iba a Santa Fe con sus indios sin tener que bajarse a comer y conversar. Ante la orden del Rey de expulsión de los jesuitas, Paucke relata así el triste episodio de su partida desde San Javier, junto a los misioneros de San Pedro, escoltados por los Comisionados del Rey y sus soldados, además de los indios encabezados por el cacique Nevedañac, que habían insistido en acompañarlo en el viaje, con la esperanza de obtener de las autoridades su retorno: "Cuando nuestras carretas comenzaron a partir de nuestro pueblo, comenzó en la aldea el llanto, y tanto, que también a los diputados les corrieron las lágrimas desde los ojos. Todos cabalgábamos a caballo, desde todos lados los indios gritaban a los misioneros: "Andad y viajad padres, pero volved pronto". El pueblo entero estuvo parado en la plaza, chicos y grandes en la mayor pesadumbre. Aletín, que en lugar de Domingo (Nevedañac), se había hecho cargo del cuidado del nuevo sacerdote, quiso acompañarme también , pero tras largo ruego retornó; sus últimas palabras fueron: "Yo agradezco Padre la compasión y misericordia que tú me has demostrado y he de recordarla hasta que llegue mi muerte. Anda, pero en poco tiempo vuelve".

Llegamos al contorno de la ciudad de Santa Fe con nuestros carros que llevaban nuestros baúles y camas. Cuando llegamos a la estancia del señor Sargento Mayor don Hieronymo Leys (de quién como buen amigo mío yo he escrito en la construcción de la reducción de San Pedro), estaba sentada ahí delante de la puerta de la casa toda su familia en completo llanto y lamento; ellos golpearon las manos por sobre las cabezas; era doloroso contemplarlo; querían que nos detuviéramos ahí por un rato pero nosotros no tuvimos permiso de hablar ninguna palabra y pasamos por delante de ellos. El señor don Hieronymo corrió a caballo tras nosotros y rogó a los diputados que dieren permiso para que él pudiera decirme siquiera una palabra pero no obtuvo permiso pues ellos alegaron no poder dar ninguno, lo que sería contra la orden del rey. Tal mentira era en realidad bien española, y así apareció española a cada uno, por lo tanto debimos mirarnos el uno al otro y con lágrimas deplorar nuestra aflicción."

Parece un valor entendido entre ellos que el español mentía muy seriamente. "Al rato llegó tras nosotros un enviado por la mujer del señor Hieronymo con una medida hecha de cuero que fácilmente podía contener dos celemines de trigo; en esta medida ella mandaba para todos nosotros diez y ocho chorizos largos secados al aire y aún otros gruesos cuartos de cerdo, no secados a manera de jamones en la chimenea sino al aire. Obtuvimos sin embargo el permiso de aceptar todo esto aunque el comandante había amenazado que quien hablara con nosotros o nos alcanzara algo sería detenido en seguida como preso y enviado para la ciudad a la cárcel. Oh, cuan estólidamente entendió la autoridad paracuaria el mandamiento del rey!"

Así, por las memorias de Paucke escritas desde Austria en el ocaso de su vida, nos enteramos quien fue aquel señor criollo que dio su nombre al arroyo Leyes.


"La casa de los cuervos"

Apenas transponemos el Arroyo hacia el Norte, desde sus mismas estribaciones y hacia el lado del río, adonde el Colastiné forma un recodo, se divisa lo que queda de la llamada "Casa de los Cuervos", que quedó inmortalizada en el título de una novela de Hugo Wast (Gustavo Martínez Zuviría), la que se basa en hechos reales, ocurridos en Santa Fe, durante los años l877 y l878, de revoluciones contra el gobierno autonomista.

En la casa habían criado una pareja de cuervos, que dormían entre los arboles del parque que rodeaba la misma, y solían acompañar al capataz cuando se repuntaban las ovejas, ayudando a arriarlas a picotazos. Cuando dejaban escuchar cada tanto sus graznidos, se decía que anunciaban una desgracia. "Cría cuervos, y te sacarán los ojos". Han escuchado ese viejo refrán? Si se las cría de pichones, alimentándolas de la mano, estas aves de hacen mansas, y siguen en vuelo a sus amos cuando salen a caballo hacia el campo. Pero si el dueño llegara a tener algún accidente, a rodar con el caballo y quedar herido o desmayado por tierra, a esos animalitos les surge el instinto y caen sobre él como lo hacen con cualquier otra presa moribunda, picándole en primer lugar los ojos, que le arrancan, para proseguir después con el resto del cuerpo. A veces se hacen favores, se ayuda, se da sustento a gente, que después nos paga ingratamente, traicionándonos, hablando mal de nosotros, atacándonos desde el lugar que menos lo esperábamos. No hay que sorprenderse de esto. Es natural, el favor crea una atadura para el que lo recibe, y puede ser que tarde o temprano, aún inconscientemente, esté dispuesto a volverse contra quien lo favoreció. Tal vez no hemos tenido en cuenta el consejo de la poesía española: "Si das, da solo por darlo / que no es don, el que es intento/ y no temas que haya ingratos/ que es parte de merecerlos". Por lo tanto, si damos ayuda, convenzamos al otro que no nos debe nada, y que vaya tranquilo. La gente odia que le recuerden favores y por eso es tan común la ingratitud. No hay que enojarse por ella, sino repetir el refrán: "Cría cuervos, y te sacaran los ojos."

Bueno, la novela de Hugo Wast, que fue llevada al cine, personifica en el capitán Insúa a un personaje real, Francisco Iturraspe, que derrotado en una revolución en la batalla de Los Cachos, fue recogido herido por el Leyes en una canoa en que paseaba la hija del señor de la Casa de los Cuervos, en donde fue curado y allí nació un romance con aquella, para luego organizar una nueva revuelta al año siguiente, l878, desapareciendo realmente en la acción, sin que se encontraran nunca más sus rastros.

Pero esto nos lleva a la historia de otro hito en el camino de la costa.; la casa de Iturraspe y el combate de Los Cachos, a los que nos referiremos más adelante en nuestro itinerario.


"La Vuelta del Pirata"

A escasa distancia de la Casa de los Cuervos, un poco río abajo, está "La Vuelta del Pirata", sobre un recodo que traza el río, se ha formado una nutrida población de casas de fin de semana. Debemos confesar que no hemos conseguido averiguar el origen de esta designación, que viene sin duda de la época colonial, o de la independencia. Por esas aguas, según los tiempos, pirata era el portugués, pudo ser francés o inglés en la etapa de la Confederación, y pudo ser español, cuando la escuadra real depredaba las costas santafesinas hasta que la derrotó San Martín en San Lorenzo.


Los dos ombúes

Luego vienen Los Dos Ombués, lugar de un antiguo asentamiento de indios, y cuyas copas se tocaban formando un verdadero arco de entrada a la costa, que alguna vez hubo que defender de ser arrancados ante el trazado de la ruta pavimentada, pero que hoy casi ya no existen, y un solo retoño queda de ellos. Sería justo plantar otros nuevos, ya que Los dos ombúes, que fue también posta de carretas, siguen dando nombre al Paraje.


Santa Rosa de Calchines

Y llegamos a Santa Rosa de Calchines. Cuando Juan de Garay funda la ciudad en Provincia de Calchines y Mocoretaes, los primeros se encontraban al Sur de la primitiva ciudad, su hábitat iba hasta El Leyes, y del San Javier hasta Los Saladillos, agrupados sobre las grandes lomas del pueblo actual y de Los Cerrillos a los Periquillos, donde asoman los restos de su alfarería.

Luego de la expulsión de los jesuitas, las guerras de la independencia primero, y las guerras civiles después, habían desguarnecido de tropas los fortines y los indios bravíos empujaron la frontera por la costa hasta llevarla a las puertas de la misma Santa Fe. Los Calchines, ubicados en un punto estratégico para la penetración de las invasiones, serían trasladados por el gobierno a los suburbios de la ciudad de Santa Fe. (22)

El pacto Federal del 4 de Enero de l83l, la captura del General Paz en l832, y la derrota posterior del General Lamadrid, aseguraron un interregno de paz que permitió a las provincias confederadas enfrentar en común los malones indígenas.

En cumplimiento de un plan confederado, el general Rosas hizo la campaña desde Buenos Aires hacia el sur, y en un movimiento de pinzas combinado con tropas de Córdoba y Cuyo, logró adelantar la frontera hasta los ríos Negro y Colorado y la Isla Choel - Choel. Simultáneamente el General López se movía con tropas hacia el Norte, enfrentando las tribus hostiles en varios combates que tuvieron por escenario el albardón costero, y los cautivos y sus familias quedaron bajo el cuidado de franciscanos y la custodia de un cantón militar, sobre el Calchines, como se llama al Arroyo que riega el lugar, al poniente del río San Javier.

Una tribu completa que acampaba en Los Algarrobos fue sorprendida y se rindió a los soldados del Brigadier, reduciéndose también a poblar en el Calchines. Otra tribu, de los antiguos mocovíes reducidos en San Javier, que había vuelto a alzarse contra los santafesinos, convino las paces con el gobernador, y vino también a este nuevo pueblo, donde el gobernador López les proporcionó chacras y provisiones para que pudieran sustentarse. Así es que a la obra del Brigadier se debe la fundación del pueblo de Calchines, ocurrida entre los años l832 al 34, incorporando estos indios al servicio del fortín. El general López falleció en l838 afectado en los pulmones por una mojadura que soportó durante esas campañas.

Casi veinte años mas tarde, corriendo el año l857, existían según el informe del misionero a cargo de esta población, unas tres mil almas en el lugar, número de importancia si se tiene en cuenta que para esa época, la población de Santa Fe capital era de siete mil habitantes (según censo de l850).

Un nuevo poblamiento con nueva traza y reparto de solares se realizó en 1860, engrosada la población con familias criollas por proyecto del Gobernador Rosendo Fragua y efectividad durante el gobierno de Pascual Rosas. Entonces se dio al pueblo el nombre de Santa Rosa. (23) No nos cabe duda que como afirma Lassaga recogiendo la tradición de esta ciudad, con la imposición de este nombre se haya querido honrar a la dama santafesina Rosa Echagüe de Funes. Pero este habrá sido un motivo más bien secundario y el principal debe buscarse para no repetir sin procesar los datos históricos, en la intención que tuvo el primer misionero de ese pueblo, de poner a sus pobladores bajo la advocación de la Santa Patrona de América, protectora de criollos e indígenas.

Ese sacerdote fue Fray Antonio Rossi, constructor del templo que se ve desde la ruta, frente a la plaza del pueblo, quien estaba espiritualmente ligado a la devoción de la Santa americana. Nacido en la península itálica y formado en la orden franciscana, fue enviado muy joven en misión religiosa al Perú, internándose a predicar el Evangelio entre los pueblos indígenas del Ucayali, río tributario del Amazonas. La conseja popular de ese país repetía los hechos de la vida de la hermosa limeña que fue Isabel Flores de Oliva, nacida en 1586 en la ciudad de los Reyes y milagrosa desde la cuna. Sus cabellos irradiaban una claridad visible por las noches. Sus manos hacían asombrosos bordados y sabían cultivar rosas y flores, pero sobre todo, iban en amparo de los indios y cholos oprimidos de su tierra, buscando techo a huérfanos y ancianos, y cuidando los postrados por males incurables, que sentían que emanaba de su ser una fragancia capaz de apaciguar el alma y sanar el cuerpo de los enfermos.

Sin saberlo su aristocrática familia, tomó secretamente el hábito de dominica, con el nombre de Rosa, y después de su muerte, acaecida en 1617, habían llovido pétalos de rosa sobre el obispo español que dudaba de su don de santidad.

Tres siglos más tarde, Lima era liberada del yugo español por el ejército aliado argentino-chileno y San Martín, como jefe del gobierno revolucionario, proclamó la independencia del Perú y designó a la Santa como tutela de la Orden del Sol, institución por él creada en memoria de los Incas para estímulo de los civiles y militares destacados en servicios a la causa de la Independencia, y la recomienda al Congreso Constituyente como Patrona de la Libertad de América, el que la declara tal.

Aún perduraban los ecos de la formidable lid por los valles y cumbres peruanas, cuando el joven Antonio Rossi fue a predicar la palabra de Cristo entre los indios del Ucayali bajo la advocación de la Santa, durante los 18 años que duró su misión.

Después la orden dispuso su traslado al convento de San Carlos en San Lorenzo, y entre aquellos muros, que encerraban los ecos del primer combate de San Martín y sus soldados por la libertad del continente, pasó el monje 15 años de su vida en oración y recogimiento.

Hasta que en 1860 fue designado Prefecto de Misiones del Norte, haciéndose cargo de la reducción en el Calchines. Quién más indicado que ese fraile, impregnado de la tradición guerrera y religiosa de América, para traer a los indios y criollos de la costa santafesina, la devoción de la santa nativa que dio nombre al pueblo...

Fray Antonio puso los cimientos y fue el arquitecto del templo y aulas para la enseñanza que a partir de ese momento empezó a construir con la ayuda de los pobladores nativos, indios y criollos, recibiendo como donativos la imagen de Santa Rosa y al altar mayor, que tiene grabado el sol incaico, y que según la tradición llegó desde el Perú hasta el puerto.

Más tarde fray Antonio fue trasladado hacia el Norte, a la reducción de San Javier, y desde allí siguió atendiendo Santa Rosa. Sobre la base del mismo proyecto de construcción levantó el templo de San Javier, quedándole una de las torres sin terminar. Son construcciones gemelas y de las más antiguas que quedan en pie sobre la región. El fraile recorría a caballo la distancia de muchas leguas que mediaba entre ambas reducciones. (24)

Los indios que alzaron las paredes del templo y habitaron el pueblo de la Santa Rosa, fueron más tarde perdiendo las chacras y posesiones aledañas en favor de los compradores de tierras, entregándolas por deudas a los comerciantes, o vendiéndolas más tarde a los agricultores extranjeros que vinieron inicialmente como arrendatarios de las estancias. Así el sitio fue perdiendo para los descendientes de los habitantes primitivos, la originalidad del destino civilizador que en su principio habían querido darle sacerdotes y gobernantes.

El espíritu nativo vibra aún al caer la tarde en las calles del pueblo que por vez primera fundara el Brigadier, y en las tapias conventuales que asentaron los indios y los criollos para albergar la imagen de la santa limeña, en ese templo que alguna vez fue sueño en el candor de un misionero, y hoy levanta entre el rumor de las quintas y el silencio de las islas sus encalados campanarios, irradiando en las noches claridades, que se extienden por los campos como lluvia de rosas cuando soplan las brisas del amanecer.


La estancia de "Los olivos"

Cinco kilómetros más al Norte, siguiendo por la ruta, hacia el Oeste, está la estancia que fuera de Iturraspe y que hoy se llama "Los Olivos", reformada ya la casa primitiva.

El dueño José Bernardo Iturraspe no participaba de las revoluciones, pero los encargados tenían orden de proporcionar a los hermanos lugar para guardar las armas y carnearle reses para las tropas, que en ese punto se concentraban para marchar sobre Santa Fe, a tomar la casa de gobierno (el cabildo para ser más preciso).

Hacia el fondo del campo, por el poniente, tuvo lugar la batalla de los Cachos, que era el paso que daba el Saladillo para llegar por otro lado a Santa Fe. Corría el año 1877, en la costa se habían fundado nuevas poblaciones y colonias que se extendían hacia el Norte, con inmigrantes extranjeros: Cayastá, con suizo franceses, Helvecia, con suizo alemanes, Colonia Francesa, con franceses, Colonia California, al norte de San Javier, con norteamericanos, Colonia Galense, con colonos del país de Gales, Colonia Alejandra, con ingleses y valdenses de origen protestante, y Romang, también con suizo alemanes. (25)

En la política santafesina se enfrentaban la fracción autonomista o iriondista, por ser el Dr. Simón de Iriondo su caudillo, y la fracción liberal, llamada oroñista o cullista, por ser Nicasio Oroño al Sur y Patricio Cullen al Norte sus orientadores, respondiendo a su vez cada una a líneas que oscilaban y se entremezclaban a veces en el plano nacional. (26)

El autonomismo detentaba el poder desde que derribara del gobierno a don Nicasio Oroño mediante una revolución en 1867, y este a su vez siendo senador nacional, no dejaba de conspirar contra los posteriores gobiernos autonomistas, con el propósito de recuperar la hegemonía.

Los proyectos de colonización oficial que promovieran Cullen y Oroño desde el gobierno, habían resultado benéficos para los inmigrantes de la costa, y esto les seguía valiendo su apoyo. Además el ex -gobernador era su amigo, que solía llevar los hijos de los colonos suizos a pasear en su estancia de San Patricio, o Estancia Grande.

Durante el último año del gobierno autonomista de Servando Bayo, se preparaba el traspaso del poder a Iriondo otra vez. Las colonias padecían una crisis económica que se vio agravada por nuevas exigencias fiscales. Las contribuciones impositivas eran mal soportadas por los colonos, que las veían casi como signo de vasallaje y de despojo de la propiedad que con tanto esfuerzo lograban adquirir y conservar.

La disconformidad no alcanzaba a encauzarse por medio del sufragio, pues el sistema electoral estaba montado sobre la base del fraude y la intimidación, práctica corriente entonces en las provincias argentinas. Así la oposición, impedida de acceder al poder por las urnas, capitalizaba el sentimiento de rebeldía de los extranjeros, y apelaba una vez más al recurso de las armas. (27)

Oroño se había asegurado en Buenos Aires el apoyo del Ministro Alsina para el caso de triunfar la sublevación, que tenía sus conexiones en el resto de la provincia, pero que finalmente solo estallaría en el Norte. En marzo de l877, Cullen partía de la Estancia Grande sublevando la campaña junto a sus peones armados, y confluía hacia el pueblo de San Javier, junto con Gaspar Kaufmann que encabezaba los suizos de Romang, y Thomas Moore, que conducía los colonos de Alejandra, Galense y California. Tomaron el pueblo apresando al Juez de Paz, dominando la policía y apoderándose del armamento. La caballería se formó con criollos e indios de San Javier, al mando de quien se proclamó su comandante, Ramón García. Siguieron luego a Helvecia, donde se les unieron suizos - alemanes que ya estaban convenidos con Kaufmann, y criollos que respondían a Francisco Iturraspe - personaje central en la novela "La Casa de los Cuervos"- quien era el segundo de Cullen en la rebelión. (28)

Iturraspe decidió adelantarse con una columna de caballería y algunos infantes extranjeros abandonando el camino real antes de llegar a Santa Rosa, partiendo hacia el poniente desde la casa de su familia en el campo, a fin de engañar a las tropas del gobierno que habían salido a su encuentro. Esta parte de los rebeldes, entre los que avanzaban Moore, Kaufmann y sus compatriotas, se encolumnó en dirección al Saladillo, para cruzar en canoas por el paso llamado de Los Cachos. Es hasta hoy el único lugar adonde hay arena en el lecho para poder cruzar. Hacía los costados, los caballos se empantanan en el barro. El propósito era llegar por ese lado a Santa Fe, donde el grueso de las tropas podrían tomar el cabildo, sede del gobierno.

Pero éste tuvo noticias de la rebelión y sus desplazamientos, y destacó la vanguardia de un batallón, de modo que al llegar al vado las tropas de Iturraspe y los inmigrantes fueron recibidas por una descarga cerrada de artillería ligera y de los Remington de la caballería de línea, que se había parapetado en la orilla opuesta tras unas pilas de leña.

No se arredraron los revolucionarios y rodilla en tierra respondieron al fuego con sus Remington y Vetterlys, y comenzaron a forzar el paso en canoas con el apoyo del fuego de los fusileros al mando de Kaufmann y Moore. (29)

Hubo bajas de los dos lados en esa batalla que se prolongó varias horas de orilla a orilla, hasta que cayó la noche y se acallaron los disparos, pues se habían terminado las balas en ambos bandos. ¿Qué pasaba en cada banda del arroyo? . Si bien las tropas del gobierno habían llevado la peor parte en el tiroteo, habían logrado evitar el cruce del Saladillo, y diezmadas, decidieron abandonar silenciosamente el paso aprovechando la oscuridad. Del lado rebelde, Iturraspe quedaba gravemente herido como consecuencia de la refriega, y desanimados los paisanos que lo acompañaban, se negaron a pasar adelante sin su jefe, cuando era ese el momento propicio para seguir el avance.

Al no contar con el apoyo de la caballería criolla, los colonos no tuvieron más alternativa que intentar la retirada hacia sus poblaciones, dividiéndose en patrullas que marcharon protegiéndose por entre los montes.

Cullen, por su parte, que avanzaba por el camino real con el grueso de las tropas, llegaba a la madrugada siguiente a las casas del campo de Iturraspe en el Calchines, y al anoticiarse de la conversión de su marcha, se encaminó también hacia Los Cachos. Pero al aclarar el día no se encontró como esperaba con los compañeros, sino frente al coronel gubernista Francisco Romero y Esquivel, que advertido por los dispersos de la noche anterior, lo esperaba para atacarlo al este del Saladillo, desplegando en orden de combate quinientos hombres de la caballería de línea, entre ellos, algunos criollos e indios baqueanos de Santa Rosa.

Aunque Cullen tenía solo unos doscientos jinetes bisoños, más unos cien infantes extranjeros, sus tropas acometieron con furia a las del gobierno, pero pronto la lucha se inclinó a favor de estas, y los rebeldes fueron arrollados y perseguidos. (30)

Un grupo de soldados se desprendió en persecución de don Patricio, que huía hacia el Norte escoltado por su ayudante. Cuenta la tradición del lugar que aquél preguntó quienes eran sus perseguidores, y éste se los nombró, siendo jóvenes criollos de Santa Rosa, y a la vez lo instó a castigar su caballo, que comenzaba a cansarse. "Pero no, qué me van a hacer - habría contestado - si esos muchachos se han criado conmigo!. Apurate vos, vos tenés que salvarte." .Más al Norte su caballo se pasmó, al llegar al monte cerrado de una isleta denominada Las Estacas, y alcanzado el jinete por sus perseguidores, fue lanceado y degollado. (31) (Ven, otra vez el refrán: "Cría cuervos...)

El cuerpo del caudillo, que había quedado desamparado en el campo, fue conducido más tarde en carro hasta el San Javier, frente a Santa rosa, y de allí en canoa, cubierto por camalotes, hasta Santa Fe, donde el gobierno deploró oficialmente la ejecución y le decretó las honras fúnebres correspondientes al rango de gobernador. La batalla dejaba como saldo diez colonos muertos y muchos heridos de gravedad y prisioneros.

Visto a la distancia, este movimiento puede considerarse precursor en Santa Fe, de un largo proceso revolucionario en que criollos y extranjeros intervendrán juntos en demanda de participación política y libertad, hasta obtener el gobierno años después, con el partido que nació como "Unión Cívica". (32)


"Los Cerrillos"

Siguiendo nuestro itinerario hacia el Norte, encontramos cerca del camino La estancia de Los Cerrillos. Sobre el río, dos pequeños cerros ya erosionados que estuvieron rodeados de antiguos olivares, son los que dan el nombre al paraje. Sobre una península que parece meterse en las islas, el lugar debe haber llamado la atención a don Juan de Garay, quién al otorgar los títulos de tierra, toma, entre otros lugares, éste que dice: "Tomo y señalo para mí y para mis herederos una cuadra desde una vega de un anegadizo que hace por el bajo de esta dicha ciudad, la cual dicha cuadra ha de estar y ser sobre un alto cerro, el más alto que hay camino desta dicha ciudad que está en el camino de los Calchines". Se trata sin duda del más alto de los cerrillos. No hay otra elevación a la que pueda llamarse tal en el camino de los Calchines a Santa Fe la Vieja. ¿Habrá pensado el fundador construirse un solar en ese lugar, rodeado de olivos, naranjos y viñedos que cuidarían sus indios encomendados? (33)


La vuelta del dorado

En nuestra marcha por la ruta llegamos a la Vuelta del Dorado, otro meandro del río, donde existiera un fortín custodiado por soldados pues ese camino era el corredor por donde solían penetrar los malones hacia Santa Fe, y allí comienza también el campo que fuera de los Condes de Testares -Boisbertrand, fundadores del pueblo y la Colonia de Cayastá.


Las cuatro bocas

Pasamos por el Paraje de la Cuatro Bocas, allí donde se cortan en cruz dos caminos reales y donde tuvo lugar El Combate de Cayastá, en el que murió otro gobernador de Santa Fe, Mariano Vera, y el último de los hermanos Reynafé, gobernador de Córdoba.

Corría el año 1840. Lavalle iniciaba desde Corrientes su marcha contra Rosas. Mariano Vera se desprendía con una columna desde Corrientes para sublevar el litoral, acompañado por Francisco Reynafé y el respaldo del gobernador Ferré y del General Lavalle. Estos contaban a su vez, con el apoyo de la escuadra francesa surta en Montevideo, que desde 1838 bloqueaba el río de la Plata, y en esos momentos invadía el Paraná, en liso atropello a la soberanía.

Seguía la disputa de federales y unitarios en una larga guerra civil. Algunos partidarios de la última fracción, que conspiraban exiliados desde el Uruguay, habían conseguido la protección gala, y alentaban a hombres de armas para que se levantasen contra Rosas, quién resistía el bloqueo representando a la confederación Argentina. Tales sugestiones habrán decidido a Vera, ex gobernador de Santa Fe y sostenedor del federalismo, a moverse desde su retiro porteño con hombres de la divisa opuesta, llevando quizás otros motivos, como u altivez frente a la influencia absorbente del Restaurador, y la oportunidad que tenía de recuperar el poder que, más de 20 años atrás, Estanislao López le arrebatara en Santa Fe. El cordobés Reynafé intentaría lo mismo en su provincia, esperando también revertir la sentencia de muerte que pesaba sobre él por el asesinato de Facundo Quiroga.

Desde Europa, ante el cuadro de la invasión foránea y la discordia de los emigrados del país, un guerrero conmovido en sus fibras ofrecía el sable al servicio de la Confederación. Conociendo las miras de la potencia imperial, y viendo amenazada la emancipación de América, José de San Martín, que empeñara su vida en la Independencia, cerraba el ofrecimiento expresando: "La conducta (de Francia) puede atribuirse a un orgullo nacional cuando puede ejercerse contra un Estado débil..... pero lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido, se unan al extranjero para humillar a su Patria, y reducirla a una condición peor, que la que sufríamos en tiempos de la dominación europea. Una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer desaparecer". (Carta dirigida a Rosas, fechada el 10 de julio de 1839).

Como al impulso enérgico de esas palabras, el 26 de marzo de 1840, la tierra solitaria y adormecida en Cayastá, despertó de la siesta temblando bajo los cascos de corceles y sintiendo al río repetir sones de alaridos y clarines.

Escoltados por barcos franceses que se avistaban en los arroyos profundos, los soldados unitarios habían llegado hasta el lugar, comandados por Vera, y acampaban aguardando la adhesión de los calchines, tribu asentada más al sur, cuyos indios de lanza solían engrosar los ejércitos del General López, y entonces reforzaban la guardia apostada en el fortín de la Vuelta del Dorado. Con el fin de conseguir a estos aborígenes, los invasores traían al jefe de sus parientes mocovíes del San Javier, cacique Navitaquín. Pero cuando fue librado a su albedrío, el cacique siguió de largo para alertar al gobernador Juan Pablo López, quién poniéndose en marcha con su escolta buscó a los rinconeros, incorporó a los calchines de su lado, y cargó de improviso sobre los unitarios, sorprendiéndolos completamente. Estos se retiraron en desorden. Mas el jefe, arraigado en su estirpe, no pudo retroceder. Vera quedó peleando solo, hasta que lo exterminaron a lanzazos, dejando desamparados sus despojos. Mientras, Reynafé buscaba la muerte antes que se la diera el enemigo, ahogado al desbarrancarse a caballo bajo las aguas del Quiloazas.

La escuadrilla de los buques extraños, después de recoger algunos soldados de la tropa desbandada, se alejaría de aquellas barrancas, empujada por la corriente. (34)

Se remitió a las demás provincias el parte de la victoria. El gobernador de Santa Fe fue condecorado por el de Buenos Aires. Estableciendo en sus considerandos que el combate era un triunfo de las armas confederadas sobre la intervención extranjera, dictó el General Rosas un decreto que ordenaba grabar medallas con inscripciones patrióticas, y las mandó para que las llevasen en sus pechos los vencedores de Cayastá.

Los fragores de esa guerra se habían apagado ya por el campo de la lid, cuando veintisiete años más tarde - ignorando sin duda el episodio - recibían su posesión los de Tessières-Boisbertrand, para hacerlo servir al trabajo en paz de la agricultura, y al tranquilo pacer de los ganados.


La casa del conde

Y así llegamos por último a la casa del Conde, apenas a dos kilómetros de las ruinas. De sencillo tipo colonial, con techo de teja francesa, se enclava casi sobre la barranca, separada apenas por el viejo y rumoroso Quiloazas del tapiz fresco de las islas cercanas.

Zapata Gollan me había aconsejado ahondar en la tradición popular sobre la fundación de Cayastá, recabar los objetos y recuerdos de los descendientes de las primeras familias de la colonia, y aunque durante los estudios universitarios me había apartado del influjo de su fuerte personalidad, que no se avenía con el afán de independencia de una juventud que a todo se atreve y ensaya desligarse de toda tutela, sin embargo a la distancia seguía su consejo, hablando con los antiguos pobladores, y buscando en el Archivo de los Tribunales, en el Archivo Histórico y en las Actas parroquiales, todo lo conducente para fundamentar un bosquejo de la historia del pueblo fundado por los Condes. En ese entonces recibí el apoyo de dos personas: Catalina Pistone, que dirigía el Archivo Histórico, y Jorge Reynoso Aldao, que me estimuló a publicar el resultado de las primeras investigaciones. En l967, al cumplirse los cien años de la fundación del pueblo, la Universidad Nacional del Litoral editó el trabajo que se tituló "La muerte del Conde", que es como designaba la tradición popular al hecho trágico del asesinato de Edmundo, único descendiente del fundador, el Conde Juan Bautista León de Tessières-Boisbertrand. El primer ejemplar con una dedicatoria, se lo envié a Zapata Gollan, que se encontraba en España desde hacía casi un año realizando investigaciones en los Archivos de Indias. Muy pronto recibí su respuesta, la que conservo y nunca di a conocer por considerarla algo personal, pero siendo esta charla destinada a destacar su memoria, parcialmente la voy a leer, pues demuestra hasta que punto le gustaba poner el acento del espíritu en el amor al terruño. Dice así:

"Querido Ricardo: Al volver a Madrid desde Simancas y otras ciudades de Castilla la Vieja, me encuentro con la agradable sorpresa de tu interesante, bien escrito y bien documentado trabajo sobre La Muerte del Conde, que además está muy bien impreso, como siempre lo hace la imprenta de la Universidad. Te felicito y me alegro de que inicies tus actividades dentro de la historia, dedicando tu atención y tu cariño al pueblo donde naciste.

"Dentro de unos días volveré a Cayastá, que recuerdo siempre, adonde espero trabajar con el material reunido durante un año en archivos y bibliotecas de España. Desde lo alto de El Escorial contemplaba por la tarde y con cierta melancolía, un paisaje que me recordaba al que contemplaba desde la margen del Quiloazas cuando el sol del poniente iluminaba la costa entrerriana. He recordado a Cayastá y a todos sus vecinos muchísimo más de lo que ustedes puedan imaginar". Los párrafos que siguen no tienen relevancia para el caso, nombra a cada uno de los miembros de mi familia deslizando alguna broma de las que tenía costumbre, y termina con una despedida muy afectuosa.

Ya Jorge Reynoso ha efectuado un anticipo sobre estos Condes franceses que fundaron Cayastá, con colonos suizo - franceses El padre León, exiliado político a raíz de las persecuciones desatadas en Francia durante el reinado de Napoleón III, era a su vez hijo de Esteban de Tessières, Comendador de la Orden de San Mauricio y San Lázaro de Cerdeña, Consejero de Estado y Oficial de la Legión de Honor. Había estudiado letra, leyes y teología en Avignón, medicina y anatomía en Montpellier, y servido al ejército francés en combates contra Austria y Prusia. Por las posiciones que había ocupado en Francia, León tenía el porte firme de un militar de alto rango, el don de gentes propio de su formación aristocrática, y el carácter de hombre acostumbrado al ejercicio del poder. Pero a esas cualidades sumaba otras que no es frecuente ver unidas a las primeras. Estaba dotado de paciencia y piedad, que lo impulsaban a la ayuda de sus semejantes. Su escudo de armas lo obligaba a defender a desposeídos y perseguidos, y las ordenes medievales a que pertenecía, a dar hospitalidad y curar a los enfermos. Para esto preparaba él mismo recetas homeopáticas y debía llevar una vida monástica, con ayunos y oraciones, que le permitían sanar ciertos casos mediante la imposición de manos, siguiendo remotas tradiciones cristianas. San Mauricio era también un caballero sanador. León, cuyo sepulcro se venera en el monasterio que lleva su nombre en Suiza, murió en su estancia de Cayastá añorando volver a su patria y al esplendor de la monarquía borbónica, con la que tenía vínculos de sangre. Su hijo Edmundo prosiguió con sus hábitos y deberes cristianos. Además de practicar las artes marciales, era excelente tirador y maestro de esgrima. A los ocho años, en su palacio del Condado de Boisbertrand, había comenzado a aprender esgrima con el maestro Antoin de Perigueaux, famoso espadachín de Francia, y siendo Edmundo aspirante a oficial del ejército , asombró a sus superiores por su destreza y técnica fuera de lo ortodoxo en el manejo de la espada, superando en encuentros de práctica a los maestros del ejército, cuando contaba con sólo dieciséis años. Un monje mendicante que fue acogido en el palacio dejó escritas para la familia varias predicciones, entre ellas, que Edmundo sería muerto en su casa por su propia espada. Esta profecía se cumplió en Cayastá, al asesinarlo unos compradores de hacienda de Santa Rosa, a quienes había dado albergue en una noche de tormenta. Nunca apareció el tesoro que habían ido a robar los asaltantes, y que según la tradición de la familia, provenía de la venta de grandes extensiones de tierra realizada por los nobles antes de exiliarse.

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Y aquí terminan los hitos del camino a Santa Fe la Vieja que solía mencionar Zapata Gollan, y ya no os entretengo más.

Quizás encontréis muy apretada esta síntesis de afanes y desdichas que han quedado a la vera del camino. Pero la historia es lo que queda de la vida, y tal como en ella, se ve que los hombres nunca están donde quieren estar.

El hidalgo Juan de Garay quería estar en Buenos Aires para dar una nueva puerta a esta tierra, sin saber que estaba fundando la capital de la República, pero quería volver a su hogar de Santa Fe, mientras planeaba una expedición a la ciudad de los Césares, y quizás soñaba con descansar de sus fatigas de caballero andante, con un solar y un huerto junto al río en lo más alto de Los Cerrillos. Pero se lo impidieron la traición y la muerte.

Los nobles de Tessières Boisbertrand añoraban retornar a Francia y al lejano esplendor de la monarquía legítima, pero la muerte y la traición los sepultaron para siempre en el cementerio de Cayastá, donde descansan sus restos venerables.

Mariano Vera y Francisco Reynafé marchaban a recuperar el poder en sus provincias, pero quedaron por el camino de la costa en el combate de Cayastá.

Patricio Cullen quería tomar el gobierno de Santa Fe, pero la suerte le atajó el paso en la batalla de Los Cachos.

Hoy el camino es ya la ruta del Mercosur, donde autos veloces y camiones de gran porte ruedan continuamente sobre el pavimento. Pero es bueno que hayamos detenido esa prisa de devorar kilómetros para rememorar las ricas páginas de nuestra historia que nos señalan estos hitos, que nos hablan de personajes que no vivieron para las tonterías tras las que suelen andar los hombres.

Entrecierro los ojos y veo aquel franciscano Fray Antonio Rossi entronizando en la costa la patrona de América para indios y criollos, y levantando aulas y campanarios al cielo.

Me surge, al trasponer el arroyo en una punta del camino, la visión de aquel otro misionero jesuita que vino a hacer de la costa su patria y a vivir para siempre entre los indios, y que expulsado del Río de la Plata, escribía sus memorias, frente al paisaje de Bohemia, muy cerca de la Viena de los emperadores, mientras evocaba su partida por el camino de la costa acompañado por sus fieles mocovíes y escoltado por los soldados del rey, y recordaba a su amigo Leyes, rogando a los guardianes que detuvieran el paso de los exiliados entre el llanto de su familia, cabalgando tras ellos para intentar dirigirle unas palabras, no pudiendo brindarse ambos, más despedida que el mudo lenguaje de sus lágrimas. Y persiguiéndolo después el enviado de la señora de Leyes, en desafío a la autoridad real, para entregarle su maleta de chorizos y jamones para el viaje , ultimo obsequio de la criolla hospitalidad santafesina.

Y por la otra punta de este camino de nostalgias que hemos recorrido, me quedo con la imagen de aquel otro hombre solitario que una tarde desde lo alto de El Escorial, ante la misma escena que contemplaran los grandes de España, recordaba con afecto a los vecinos de Cayastá, y evocaba melancólico el paisaje de las barrancas entrerrianas iluminadas por un sol del atardecer, frente a los muros donde naciera la Provincia, que el había sacado a la luz, para lección y orgullo de los santafesinos.



Notas:

(20) Ricardo Adolfo Kaufmann Abogado, catedrático y escritor argentino nacido en Cayastá. Reside actualmente en Santa Rosa de Calchines. Miembro de la Junta Provincial de Estudios Históricos, de la Sociedad Argentina de Historiadores, del Centro de Investigaciones Genealógicas y Sociales de Santa Fe y de la Asociación Santafesina de Escritores, actual Presidente de la Asociación Conmemorativa de la Primera Yerra. y de la Fiesta Provincial de la Doma. Ex Camarista y Senador Provincial.

(21) PAUCKE, Florián, "Hacia allá y para acá" T. III; pág. 163; T. III, 2° parte, pág. 242. Publicación de la Universidad Nacional de Tucumán

(22) ALEMÁN, Bernardo, "Estanislao López y la guerra con los indios de la frontera sur.(Publicación de la Junta Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, 1986)

(23) HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES DE LA PROVINCIA DE SANTA FE. T IV. Documentos correspondientes al T.I. (Mensaje del Poder Ejecutivo - Primera Parte). Comisión Redactora de la Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe; Mensaje del Gobernador Rosendo Fraga, pag. 102: Mensaje del Gobernador Pascual Rosas, pág. 125, Mayo de 1861.

(24) ITURRALDE, Pedro, "El Padre Fray Hermete Constanzi. Misionero franciscano" Buenos Aires, 1936...

(25) KAUFMANN, Ricardo, "El cautivo de los indios - Vida de un suizo colonizador de Esperanza, Helvecia, Romang, Florencia y Las Toscas" Junta Provincial de Estudios Históricos, Santa Fe, 1997, págs. 71/72.

(26) DE MARCO, Miguel Ángel, "La revolución santafesina del 17 de Marzo de 1877. "IIIer. Congreso de Historia Argentina y Regional (Celebrado en Santa Fe y Paraná del 10 al 12 de Julio de 1977) T.I. B.A.1977

(27) KAUFMANN, Ricardo, "El cautivo de los indios" op.cit. pág.86

(28) DE MARCO, Miguel A. op. cit.

(29) Ibídem

(30) LÓPEZ ROSAS, J. Rafael, "El combate de los Cachos", Artículo publicado en "El Litoral" de Santa Fe, 7 de febrero de 1987.

(31) KAUFMANN, Ricardo, op. cit. pág. 89.

(32) GALLO, Ezequiel y WILDE, María Josefa, "Un ciclo revolucionario en Santa Fe, 1876-1878", Revista Histórica, 7 Bs. As. 1980.

(33) ACTA DEL CABILDO del 21 de mayo de 1576. Testimonio del escribiente García Torrejón, fechado en Santa Fe, 24 de mayo de 1627, en el pleito seguido por el capitán Juan de Osuna sobre tierras y vacas en la otra banda del Paraná contra Hernandarias en 1627. Tomo 52, Exptes. Civiles, transcripto por Manuel Cervera en "Historia de la Ciudad y Provincia de Santa Fe, T. III, 2° Ed., pág. 268.

(34) KAUFMANN, Ricardo, "La muerte del conde - Historia de los condes de Tessiéres-Bois Bertrand - Fundadores de Cayastá - Santa Fe, Argentina. Imprenta de la Universidad Nacional del Litoral, 1982.


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