AMÉRICA COMO EUTOPÍA
El Humanismo italiano en la preparació científica, filosófica y religiosa del descubrimiento de América
Graciela Maturo

1. Introdución

El eminente historiador Ferdinand Braudel enseñó a los estudiosos de la cultura a reconocer la persistencia de procesos de larga duración que inciden en la formación de períodos de duración media y preparan el desencadenamiento de los aconteceres importantes. Reflexionar sobre el "Descubrimiento de América" -expresión en sí misma convencional y discutible, no obstante válida para designar un hecho conmocionante de la historia- nos lleva a constar la existencia de uno de esos grandes ciclos históricos, recorrido axialmente por el humanismo, el cual precede, enmarca y acompaña el fenómeno americano haciendo explicable su significación.

Nutrido en viejos legados, renovado por el Evangelio, el humanismo vertebra la evolución cultural de los pueblos mediterráneos de Europa y el mundo. Sin él es imposible pensar esa tierra nuva que el conquistador descubrió para la total humanidad, y que lleva el nombre del humanista florentino Américo Vespucio. Los múltiples signos que hacen evidente la lógica histórica de expansión transoceánica, justifican que se haya hablado de la "invención de América"(4).

Es sugestivo asimismo el hecho de que el humanismo, transmitido a las nuvas tierras en el fin del siglo XV, haya sido desde entonces progresivamente exiliado de Europa por el avance de una nueva mentalidad. En función de esta idea, el poeta español Juan Larrea atribuyó a España la misión de haber obrado una auténtica "rendición de espíritu"(5).

Antiguo y muy compejo es el origen del humanismo resultante de sucesivas síntesis culturales. Parece innegable, sin embargo, que esa nueva manera de mirar el mundo, y de mirarse el hombre a sí mismo, surgió en la Grecia clásica, en el momento en que sus ritos y tradiciones convergen con el nacimineto del espíritu crítico y la estimación del hacer humano. Nacía una nueva mentalidad cultural, que fue la base de la humanitas latina y el suelo natural en qué se sembró el mensaje evangélico. Una figura divino-humana vino a ser centro y símbolo del humanismo que amalgamó la filosofía griega, la voluntad latina de hacer, la ética religiosa mosaica y mística árabe, creando un eje amalgamante y unitivo hacia la cultura de otros pueblos. Ese significativo proceso debía continuarse en américa, icorporando nuevos elementos en la incesante creación de una cultura realmente humana para el mundo.

Intentaremos una breve reflexión sobre la gestación del Descubrimiento en la atmósfera humanista del Quattrocento italiano, rastreando su continuidad en España y América.

2. Las islas felices y el milenarismo cristiano

Debemos tener presente, ante todo, la convergencia de mitos, pusiones simbólicas, hallazgos científicos, intereses económicos y proyectos políticos que preparan el advenimiento de la aventura expansiva transoceánica.

La historia de los pueblos mediterráneos es una historia de navegantes. Griegos, fenicios, catalanes, portugueses y castellanos. Todos ellos movilizados por concretas ambiciones de comercio e intercambio con otros pueblos, llevaban la marca de un fuerte impulso hacia más allá de sus propias fronteras. "Más allá" del que los romanos llamaron mare nostrum; más allá de las columnas de Hércules estaba el mar atractivo y fatídico a cuyo término podían hallarse las islas felices, las tierras del reposo y la felicidad. Resabios del paraíso, presencia arquetípica del Edén, señuelos de auténtica realización histórica, todo se confunde en la imantación del mar oceáno a ser trasvasado.

Homero había recogido en la Odisea la historia del país de los feacios, hombres probos y felices que desconocían la sal. Platón mencionó la fabulosa Atlántida, y formuló asimismo la imagen de una sociedad perfecta que, desde las páginas del diálogo República, iluminó siglos enteros como consideratum político. Por su parte tuvieron vigencia las profecías de Amós, Oseas e Isaías, grabadas en las mentes de judíos y cristianos, y apuntado a tiempos y realizaciones futuras. Durante los siglos medievales se difundieron un sinnúmero de leyendas tendientes a dinamizar la imaginación errante, así como el conocimiento de tierras ignotas. La figura paradisíaca, el "locus amoenus", cumple en la historia de la cultura el múltiple rol de imagen mística, modelo social y tierra a ser colonizada.

La mente popular medieval, alejándose de la idea agustiniana del Reino de Dios como presente de la Iglesia, proyectó a las tierras de jauja o de Cucaña la realización de una vida felíz; la historia debía moverse hacia lugares legendarios del Preste Juan, o hacia las islas posteriores a Tulé.

Los sabios reunidos en la corte del rey Alfonso el Sabio tradujeron la obra de Claudio Ptolomeo (90-168 a.C.) dando a conocer al mismo tiempo otras obras geográficas y cosmográficas como el Libro de la Octava Esfera, los del Astrolabio Redondo y el Astrolabio Llano, el Tratado de la Lámina Universal. La ciencia avanzó enormemente partir del redescubrimiento de textos clásicos griegos y latinos que estimularon, en los siglos XIII y XIV, nuevos viajes, más audaces navegaciones.

El veneciano Marco Polo viajó al Lejano Oriente a fines del Siglo XIII trayendo relatos que encendieron la imaginación de sus conciudadanos, y que dos siglos más tarde siguieron ejerciendo su fascinación sobre el oscuro navegante genovés que poseyó y anotó un ejemplar de la edición de 1485 del Libro de las Maravillas del Mundo, llamado el "Millón".

Tenemos en cuenta, igualmente, la impregnación milenarista que proviene de nuevas lecturas del Apocalípsis, y de profetas heterodoxos como el monje calabrés Joaquín de Fiore (1135 - 1202) cuyo Evangelio Eterno anunciaba la inminencia de un Tercer Reino o Reino del Espíritu. Franciscanos y Domínicos participaron de esta atmósfera visionaria que entremezcla el incipiente interés por la ciencia empírica, la certeza de una presencia divina en la historia y el atisbo del cumplimiento de las profesías en una hora no lejana.

3. El Concilio de Florencia

El siglo XV se presenta en Italia como un particular punto de inflexión del humanismo cristiano en la generación de su proyecto expansivo transoceánico. Burkhardt acuñó en el siglo pasado su célebre concepto de Renacimiento para ser aplicado a una etapa de la cultura occidental que tuvo su centro en Italia y habría consistido básicamente en una recreación plástica del mundo griego(6). El concepto de Renacimineto ligado al modelo del arte, la lengua y la filosofía helénicas, el gran desarrollo de las bibliotecas y el nacimiento de la filosofía resulta, sin embargo, insuficiente para abarcar el proyecto humanista en toda su significación. Es necesario devolver al humanismo italiano su plena inserción en el cristianismo, su vocación mundana y transmundana, y su capacidad de movilizar factores de toda índole en torno de objetivos humanos que reconocen su raíz religiosa, científica y filosófica sin perder de vista la realización de fines económicos y políticos.

Algunos estudiosos han redescubierto la importancia del concilio reunido en Florencia en 1439, y su elación con los viajes del Descubrimiento(7). Tal Concilio, al que podría llamarse Concilio de Humanismo, tenía un objetivo fundamental: reunificar a las Iglesias cristianas, separadas desde el siglo XI por la cuestión teológica del "Filioque", tesis principal del humanismo cristiano. La ivinidad de la segunda persona y por ende la naturaleza divina del hombre, es el principio que legitima sus invenciones y sus obras.

Convocantes del concilio fueron personalidades tan importantes como el cardenal Nicolás de Cusa, Eneas Silvio Piccolomini luego coronado Papa como Pío II, y Paolo del Pozzo Toscanelli, la más brillante personalidad científica de su tiempo. Se trataba de elaborar una estrategia defensiva y expansiva del cristianismo frente al avance de las huestes turco-otomanas en el Oeste, y al mismo tiempo intentar la adhesión de otros pueblos al proyecto de la Cristiandad. No es ésta una inferencia gratuita; emerge del examen de las obras pertenencientes a Nicolás de Cusa, como a las de otros humanistas que lo continuaron.

De origen germano, aunque formado en los claustros de Padua, Nicolás de Cusa es considerado la última gran figura del movimiento de los Hermanos de la Vida Común, fundada en Flandes por Gerardo Groot en continuidad con los Amigos de Dios de Alemania(8). Su tratado teológico De Docta ignorantia(1440) sigue la vía del Aeopagita, mostrando los límites de las razón para trscender las oposiciones. El Cusano ha dejado asentado el carácter simbólico del conocimiento religioso, legitimando la contemplación como escala más alta del conocimiento. Autor de diálogos -en la mejor tradición socrática y platónica, que fue característica del humanismo- dio a tres de ellos el nombre genérico de Idiota, pues colocaba al laico, al indocto y al ignorante como maestros del orador y el filósofo. Todos estos rasgos de legitimación de la lengua vulgar, conjunción de la fe y la razón, protagonismo de los pobres, señalan la continuidad del humanismo cultivado por Nicolás de Cusa con el español y el iberoamericano.

Hay noticias de otro diálogo, titulado Tetralogus de Non Alliud, donde aparecen cuatro interlocutores: el propio Nicolás, dos locutores llamados Petrus Albus y Juan Andrea -que no introduce en el espinoso tema de las relaciones entre los apóstoles Pedro Juan, en vasta tradición- y un personaje que siempre ha sido discutido por los estudiosos del Descubrimiento: el canónigo Ferdinando Martín Portugaliensis Natione, cuyo nombre completo es Fernando Martínes de Roritz, pariente y consejero de Alfonso V de Portugal. En otro de los diálogos aparece Paolo del Pozzo, amigo y condiscípulo de Cusa. Cita el Cardenal el Timeo, en su traducción latina, haciendo lugar a la antigua mención de tierras allende el oceáno.

Fue en la Basílica de Santa María del Fiore, cuya cúpula construyó un discípulo de Toscanelli, el célebre Filippo Bruneleschi, donde se celebraron las reuniones del concilio unificador, que si no triunfa formalmente pone en marcha al menos acciones concretas y proyectos teóricos que más tarde darían su fruto. Paolo del Pozzo, muerto en 1482, no alcanzó a verlo, pero le cupo la gloria de anticipar y promover el viaje de Cristóbal Colón a partir de la carta de navegación enviada primero al canónigo Martínez, y luego al propio navegante. La correspondencia de Toscanelli, considerada apócrifa o dudosa por Harrise, Kretschmer y Vignaud, ha sido defendida por el estudioso Enrique de Gandía(9) y otros autores. Según Gandía, Toscanelli sostuvo una versión más o menos conocida por los geógrafos de su tiempo: que no era difícil atravesar el océano y llegar a las Indias por el Oeste. Se trataba de la "cuarta India", la tierra colocada frente a las costas de Europa y África.

La carta de navegación de Paolo del Pozzo fue copiada por Colón en los márgenes de la Historia Rerum Ubique Gestarum, de Eneas Silvio Piccolomini, uno de sus libros de cabecera, publicado en Venecia en 1447. De 1488 es el Tractatus de Imago Mundi, impreso en Lovaina, cuya autoría es de otro hombre de la Iglesia, el crdenal Pedro Aliaco, más conocido como Pierre d'Ailly. Nada extraño sería que Colón, lector de estas obras, hubiera conocido también las del cardenal Nicolás de Cusa. Ailly recogía la idea difundida en su tiempo por el franciscano Roger Baco, de que la distancia oceánica era corta y podía ser recorrida en pocos días.

A partir de 1478 se conoció nuevamente el mapa de Ptolomeo, que reproducía con variantes un mapa del siglo I atribuido al geógrafo fenicio Marino de Tiro. Tanto Marino como Ptolomeo creián a la tierra de dimensiones menores a las reales, pero el primero según Ibarra Grasso(10) la consideró enteramente habitable. En el mapa ptolomeico, dice el autor mencionado, Toscanelli descubrió una extraña tierra que prolonga la china hacia el Sur, separada de la India por el mar llamado Sinus Magnus. Colón, en su creencia de haber llegado a las Indias, pudo haber intuido el arribo a esa tierra legendaria que llegó a ser un dato misterioso para geógrafos y navegantes(11).

Lo que nos interesa destacar ahora es la conexión inesperada que se produce en el ambiente renovado de la Italia del Quattrocento entre el proyecto humanista de la Iglesia y el redescubrimiento de la ciencia antigua, alentado por la navegación. Al avance de la cartografía y la cosmografía lo acompañan invenciones técnicas que harían posible el viaje de ultramar: la brújula, el compás, el astrolabio; la nave liviana, designada con el portuguesismo caravella, que viene a reemplazar a los pesados barcos de dos y tres puentes; las armas de fuego instaladas en el costado de la nave, como defensa. El sentido final de la aventura no sería comprensible, sin embargo, sin el proyecto que le sirvió de base: la Construcción de la Christiana República.


4. El Nuevo Mundo y el ideario de la Cristiandad

El conocimiento de la historia, cultura, expresión artística y definición filosófica de los pueblos latinoamericanos es clave para introducirnos en la relación de la Cristiandad europea del siglo XV con la construcción del Nuevo Mundo. En efecto, no son ajenas al humanismo americano, antes bien lo sustentan, las ideas de Nicolás de Cusa, Pico della Mirándola, Marsilio Ficino, León Hebreo, Baltasar Castiglione y Erasmo.

Nicolás de Cusa sostuvo que el verdadero impulso religioso proviene de lo íntimo del alma, De visione Dei afirmó la importancia de la facultad del movimiento y autodeterminación, pues si el hombre no se posee a sí mismo tampoco puede ser poseído por Dios(12). Ficino -perteneciente a un círculo posterior, y más ligado a la filosofía clásica- es fiel a esa misma concepción en su libro De Christiana Religione, donde muestra que la redención no es sólo el descubrimiento de un nuevo ser sino asimismo el descubrimiento del mundo. Al convertirse en hombre-Dios, el hombre descubre que nada es despresiable o informe; al afirmarse a sí mismo como microcosmos descubre un sentido nuevo(13). Esa semejanza del hombre con Dios, por otra parte, no se da en el ser ni simplemente en las obras, sino en el acto, en la operación de crear. El hombre para el humanismo, es hombre poiético. Otros aspectos del humanismo igualmente memorables abren las puertas a la comprensión de otros pueblos, de otras culturas. Postulaban para los cristianos una actitud de predicación y tolerancia. Cusa sostuvo que al adversario turco se lo debía convertir a la fe católica. Igual postura triunfó moralmente en América, sobre la destrucción cultural y física, sobre la parcial sumisión y explotación.

Sabemos hoy que a la acción militar de España se le sobrepuso la acción evangelizadora de los humanistas. Conocemos su obra grandiosa en lo educativo, social, jurídico, político. Sabemos que la conjunción de cristianos viejos y nuevos, tanto españoles como portugueses y en menor medida italianos, ligados por una actitud humanista, funda realmente la cultura iberoamericana, hace posible la mestización, abre líneas que prolongan y enriquecen el humanismo europeo(14).

El humanismo que había asentado y acrisolado la mezcla de las culturas griega, árabe y judía, dbía abrirse a la progresiva incorporación de las culturas indígenas, africana, asiática.


5. América, "eutopía"

Más que una utopía, américa se convirtió en "eutopía": el buen lugar, el lugar de la posibilidad, el advenimiento, el fruto.

Fray Francisco de la Cruz en 1524 soñó trasladar a América la iglesia destruida en España por el avance musulmán; pensaba también el fraile que los pueblos de América podrían ser descendientes de Israel, destinados a desarrollar una Cristiandad nueva. Otros recordaban las leyendas del profeta Esdras y las diez tribus de Israel desperdigadas por el Oriente. No faltó la teoría, recogida por el arcediano Centenera en su poema La Argentina, de que los indígenas descendían de Tubal, hermano de Noé. La relación del Nuevo Mundo con el Antiguo era remitida vagamente a otros personajes: Ophir, Heber, Jectán. Se sostuvo también por mucho tiempo que Santo Tomás había predicado el Evangelio en las Indias. El Padre Nóbrega, en 1540, recogió la leyenda de Pai Tomé o Zumé.

Las impresiones consignadas en las escrituras de las tierras descubiertas -que nacieron también a la escritura- se relaciona íntimamente con el profetismo judío, las leyendas grecolatinas y el Evangelio. Si éste vino a ser la confirmación histórica de las Escrituras, América a su turno venía a imponerse a la conciencia del cristianismo como el ámbito de realización de la Palabra Nueva. Unía a su atracción mítico legendaria la virtualidad de un espacio dispuesto a la realización.

El Inca Garcilaso, de sangre mestiza, fue traductor de León Hebreo, detalle nada despresiable si se tiene en cuenta que esa formación en la filosofía del amor había de servirle de base para su velado enjuiciamiento de los aspectos bárbaros de la conquista, y su recuperación de la cultura materna. Igualmente son hijos del humanismo Luis de Tejeda, Vasco de Quiroga -el creador de los "pueblos nuevos" en México- Bernardo de Balbuena, Sigüenza y Góngora, Sor Juana Inés de la Cruz, el Lunarejo. Antonio de León Pinelo, hijo del judío portugués Diego López de León y hermano de Diego de León, es considerado el padre de la bibliografía americana por su Epítome o resumen bibliotecológico comentado; fue asimismo autor de una curiosa obra, El paraíso en el Nuevo Mundo, publicada en 1656. Es esta una imagen predilecta del humanismo, y encierra la conciencia generalizada en el siglo XVII acerca de la "novedad" del mundo americano, tanto por su impregnación simbólica y religiosa cuanto por su apertura a la realización de una sociedad más justa(15).

El Descubrimiento fue, según Salvador de Madariaga, una inversión copernicana. A pesar de que por varios siglos más Europa ha seguido siendo el centro de la historia, los hombres de pensamiento, educadores, creadores, artistas, han mirado hacia América o desde América. El Nuevo Mundo inició el espíritu barroco, extraeuropeo, utópico, no-cartesiano, maravilloso-real, poético, "romántico". Detrás de Rousseau, Saint Pierre y Lamartine se hallan Colón, Vespucio, Las Casas, Benal Díaz, Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Esto no es una mera inferencia tejida en abstracciones, sino una realidad comprobable para quién quiera asomarse sin prejuicios a la cultura de América Latina, a su rica y variada expresión, a su tejido simbólico y sus elucubraciones filosóficas.

Los estudiosos actuales de la historia de América, de su cultura, letras, expresiones artísticas y filosofía original, no ven ya solamente el innegable legado europeo que fructifica en el Nuevo Mundo; justiprecian también cuánto de nuevo se abre camino en américa, y se revierte hacia Europa. La irrupción americana en la historia moderna trastorna la conciencia europea generando una parcial revisión de su mundo. Desde América irrumpe una nueva concepción del derecho, una jurisprudencia distinta, una nueva consideración de la mujer, del niño, del indígena, del pobre. El derecho fundado por Montesinos, Las Casas y Victoria, combate el pragmatismo de Maquiavelo y más tarde de Hobbes. La "docta ignorantia", los vuelos místicos, el realismo mágico americano, desafían el rumbo, positivista y logicista de la cultura europea.

Todavía hoy, en medio de graves problemas, subsiste en los americanos una dolorosa esperanza, la convicción implícita de ser una reserva espiritual para tiempos de destrucción y olvido. Aquella promesa de que habló el poeta Leopoldo Lugones cuando dijo:

Dios ha dicho palabras a la hoja de hierba.
Pueblo del Nuevo Mundo, tú eres la gran reserva del porvenir.



Notas:

(4) Véase Edmundo O'Gorman: La invención de América. FCE, México, 1958.

(5) Juan Larrea: Rendición de espíritu. Cuadernos Americanos, México, 1942.

(6) cfr. Jacob Burkhardt, La cultura del Renacimiento en Italia. Trad. Esp. Losada, Buenos Aires, 1942. (Ed. orig. 1860).

(7) Veáse Ricardo Olivera: "El Descubrimiento de América: el gran proyecto científico del Renacimiento" en revista Benengeli, vol. 2-Nº1, México, 1987 y María Cristina Fiocchi: "El Concilio de Florencia, triunfo del Renacimiento". Almanaque Republicano de Solidaridad Iberoamericana, vol.III Nº26.

(8) Sobre Nicolás de Cusa véase Ernst Cassirer: Individuo y cosmos en la Filosofía del Renacimiento. Emecé, Buenos Aires, 1951 (Edic. Origi. 1927).

(9) Véase en una larga serie de trabajos del autor: "Las cartas de Toscanelli". La Antilla, la India uy Cipango, en revista Universidad, 12. Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, Argentina, 142; y su reciente trabajo: Nueva historia del Descubrimiento de América Universidad del Museo Social Argentino. Buenos Aires, 1989.

(10) Dick Edgar Ibarra Grasso: La representación de América en mapas romanos de tiempos de Cristo. Buenos Aires.

(11) Ibídem.

(12) Nicolás de Cusa: De Dios escondido. De la búsqueda de Dios. Trad., prólogo y notas de Francisco de P. Samaranch. De. Aguilar, Buenos Aires, 1965.

(13) Véase E. Cassirer. op. cit.

(14) Sobre los cristianos nuevos en América véase José Monin: Los judíos en la América española. Buenos Aires, 1939 y Pablo Link: El aporte judío al Descubrimiento de América. C. J. L., Buenos Aires, 1974.

(15) Juan Larrea estudió esta obra en su trabajo "El paraíso en el Nuevo Mundo de Antonio León Pinelo". En España Peregrina, México, vol I, Nº8-9. Oct. 1940. pp 74-94.




Domicilio: 25 de Mayo 1470 - Santa Fe de la Vera Cruz - La Capital - Santa Fe - República Argentina - Código postal: 3000
Teléfono: (54) 0342 4573550 - Correo electrónico: etnosfe@ceride.gov.ar
Página web: http://www.cehsf.ceride.gov.ar/