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LA CAPITAL. Rosario, 19 defebrern de 1978
El astrolabio y otras cosas del cielo y de la tierra. Entre aquel abigarrado gentío que acompañó a Sebastián Gaboto en la descomunal y descalabrada aventura de hallar el camino de la plata, del que tanto le habían hablado los ladinos trujimanes de las factorías del Brasil, fue, sin duda, Alonso de Santa Cruz el personaje de más relevante actuación, con el andar de los años, de tanto mirar las estrellas y sacar sus cálculos y seguir el vuelo fugaz de las "estrellas cadentes" y trazar con el auxilio del astrolabio las rutas en el campo siempre inquieto y misterioso de los mares poblados de tritones y sirenas. Unos siglos antes, a Alfonso X el sabio, que a la muerte de su padre, Fernando II el Santo, en 1252, reinó hasta 1284, su creencia en la influencia de los astros sobre la vida del hombre, le llevó a hacer traducir cierto libro arábigo: "El libro de las cruces", que escribiera un árabe muy docto en la ciencia del cielo, Manuel Ubaidallah. El singular nombre de este libro, le vino por representar el zodiaco, no en forma circular dividida en doce sectores como ahora se le representa, ni en un cuadrado dividido en dos triángulos como se le figuraba en la Edad Media, sino en un cfrculo cruzado por tres diámetros que formaban tres puntas y tres ángulos, correspondientes en los que se ubicaban los doce signos zodiacales. Por aquellos años, unos doctos judíos expertos en la lengua arábiga, Jehudá de Mossé y Johan Daspa, astrónomos los dos, colaboraron en la redacción del "Libro del saber de astronomía" y en las famosas "Tablas Alfonsinas", que el mismo Alfonso X hizo trasladar del caldeo y el arábigo al corriente lenguaje castellano y el "Libro de las estrellas fijas que están en el octavo cielo". Es en este libro donde se describe el astrolabio que en su primitiva forma, fue algo así como una planta y que el rey sabio, la transformó "en figura redonda a manera de torta", al que llamaron: "astrolabio", que es palabra griega que quiere decir tanto como "estrumento cierto e bueno para catar las estrellas", y que usaron, agrega el libro mencionado, no sólo los árabes, sino también, "aquellos que trabaxaron destos saberes que ya diximos e por aquesto sacaron otros estrumentos de muchas maneras, los unos para saber los lugares de las estrellas en sus longueras e en sus ladezas, los otros para saber los eclipses e la altura del sol, e de las estrellas, e las conjunciones, e las oposiciones dellas, e todas las otras cosas que son menester para este arte y también para entender ciertamente como obrar por ellas". Pero esto de ajustar los actos del hombre a su constelación, fue tarea que poco a poco fue distinguiéndose como función propia de "estrelleros", que no en balde Juan Ruiz, el Arcipestre de Hita, afirmara en la primera mitad del siglo IV, que: "Los antiguos astrólogos dicen es la ciencia. Felipe III, como Alfonso X, reunía en la corte, matemáticos, astrónomos y pilotos para dialogar sobre la posición y la declinación de las estrellas y sobre las causas que originan los inquietantes eclipses del Sol y de la Luna, como cuandoles convocara en 1577 y reuniera en Toledo y en Madrid, a fin de acordar el mejor método que permitiera observar el próximo eclipse de Luna. Esas reuniones eran presididas por Juan López de Velasco, cosmógrafo real y cronista mayor, y a ellas, asistían astrónomos y matemáticos como Andrés de Alcántara o Alcantarilla, Pedro de Esquivel y Diego de Guevara López de Velasco, había nacido en Soria y estudiado en la Universidad de Alcalá de Henares, y por sus viajes y su conocimiento del Nuevo Mundo, fue designado cosmógrafo mayor y encargado de reunir los documentos relacionados con la navegación a las Indias. Entre estos hombres, andaba Alonso de Santa Cruz, que recordaría en sus charlas su permanencia en la desembocadura del Carcarañá, donde oyó decir que por esas ignotas tierras del famoso Río de la Plata, había ciertos hombres-avestruces, con las rodillas hacia atrás, que les permitía correr con tal velocidad, que alcanzaban ala carrera a los animales más veloces. A él le encomendaba Felipe II, tareas que sólo podían confiarse a un experto cosmógrafo. Cuando el emperador Carlos V había marchado a Francia y a Alemania, Alonso de Santa Cruz fabricó a pura industria suya, dos instrumentos para fijar la longitud y, además, había trazado a pedido de la Junta de Pilotos, una carta de marear; y cuando Felipe II formó una Junta de Cosmógrafos "y otras personas doctas", presidida por el marqués de Mondejar, éste le encomendó que le hiciera llegar por escrito su dictamen sobre ciertos instrumentos de metal y un libro del que era autor el alemán Pedro Apiano, con lo cual se decía que se determinaban las latitudes. Santa Cruz, cumplió la misión encomendada y escribió el "Libro de las Iongitudes y manera que hasta ahora se ha tenido en el arte de navegar, con sus demostraciones y ejemplos dirigido al Muy Alto y Muy Poderoso Señor Don Phelipe Segundo des te nombre, Rey de Espafla, por Alonso de Santa Cruz, su cosmógrafo Mayor". En esta época en que la preocupación por las matemáticas y la geografía, llevabá a los expertos en el manejo de la tijera y el dedal a aplicarlas en el corte de la indumentaria que, abandonando el aspecto talar de siglos antenriores, trataba de ajustar al cuerpo modernos jubones y gregúescos, se publicó un "Libro de sastrería y traza", en cuya tapa, aparecía el retrato del autor "trazando una prenda", sobre su mesa de alfayate. Un boticario sevillano, Felipe Guillen, que además se jactaba de ser "cortador de tijera" y buen jugador de ajedrez, inventó un instrumento para apreciar las diferencias en el nordestear y norduestear de la aguja, mientras Alonso de Santa Cruz, había ideado otro semejante que pensaba probarlo en una expedición que zarparía con rumbo a Magallanes al mando del obispo de Plasencia, como capitán general. Pero fue su congoja extrema, al comprobar que la "ballestilla" de su invención, había sido fabricada antes por el alemán Andrés Apiano. "Dios sabe lo que me pesó, dice Alonso de Santa Cruz, por parecer-me que me había quitado la gloria de haber sido el primero que había puesto en práctica el dicho instrumento o "ballestilla" y uso della". Y luego, se consuela: "Aunque por otra me plugo assi, por ver que mi ingenio se había encontrado con el de un tan excelente hombre como Apiano, como por pensar que pues él lo había escrito, debía de ser muy verdadero y así dexé de publicar mi navegación". Había escrito un libro de astrología que mantuvo en borrador, y quizás es el mismo al que anteriormente nos hemos referido, "con sus ruedas y demostraciones", dice el mismo en una petición que eleva al rey, en 1551, que se conserva en la Real Academia de la Historia de Madrid. En la época en que eleva esta petición, siente quebrantada su salud y sufre las consecuencias de su escasez de recurso, que esto suele suceder con harta frecuencia a los que ponen sus pensamientos y sus afanes en cuestiones un tanto alejadas de las inquietudes del mundo: "habrá un ano, le dice apesadumbrado a su majestad, que todo se me ha ido en dolencias y en melancolías e otros trabajos que Dios me ha querido dar y estoy al presente mejor aunque muy flaco en el cuerpo y congoja y sin riqueza". Y es, sobre todo, esta inopia la que le mueve a elevar su petición, rogando al rey, para poder "continuar sus estudios", que le haga merced "del oficio de obrero de los alcáceres" de Sevilla, que es desde donde eleva su petición. No sólo se ha preocupado por las cosas del cielo y del arte de marear, pues, entre otras actividades, como cronista, continuó la "Historia de los Reyes Católicos", que Hernando del Pulgar había dejado en el año 1490, en que murió Fernando el Católico, y que siguió hasta terminarla, dice: "lo mejor que pude", "año por año", además de escribir la crónica de lo ocurrido desde 1500, "agregando, dice lo que aconteció en todas las partes del mundo e indias orientales e occidentales Y por añadidura, traducir la "Etica"de Aristóteles. Luego enumera algunos de sus trabajos "de cosas de geografía", entre los que cita un mapa de España con sus ciudades, villas y lugares y monasterios y divisiones de las regiones "y otras muchas particularidades". Esa afición, como él decía; por la Ciencia de la Cosmografía que le había llevado a peregrinar y navegar por muchas partes del mundo" quedó documentada en una gran variedad de mapas y descripciones de viajés, registrados en el inventario de sus bienes levantado a su muerte. "Tenía en su poder, dice el inventario, ciertos libros pergaminos de cosas de Cosmografía y descripciones de yslas y tierra firme" y entre esos libros y papeles se encontró un pergamino con la descripción de sus andanzas por Francia, la isla de Cuba, Italia, con Cerdeña y Sicilia; Grecia, que llama la Morea con el nombre que se le daba en la Edad Media y más concretamente al Peloponeso, representada "en figura de concha". Además, Inglaterra con las cosas de Flandes; Suecia "y las partes septentrionales", además de una descripción de todo el orbe con las armas reales, todo cubierto por un tafetán anaranjado; la descripción de Europa y una parte de Asia y cubierta por un tafetán tornasol anaranjado y el escudo real; una descripción del orbe en pergamino y otra descripción más del orbe en "dos globos", y "Dos Emispherios en figura de corazones" con las correspondientes armas reales cubiertas por un tafetán amarillo. Pasó varios años de su vida en Portugal, en Lisboa, sobre todo, donde se informó de las cosas de Africa "de muchas personas que habían peregrinado por las partes della por mandado del Rey de Portugal llevando mensajes a grandes señores para saber las maneras de la contratación que los unos tenían con los otros"; y así fue, como por este camino, tuvo noticias de Fez y Marruecos y Mozatnbique y Mandinga, y aún de regiones del Asia y de las tres Arabias, de la India y Persia, Bengala, China y Cochinchina. Y de todas estas regiones, dice en un documento publicado en 1909 en la "Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos" de España por don A(ntonio) P(az) y M (ella), pensaba describirías y luego agrega: "lo mismo haré de las Indias Occidentales, en mayor parte de las cuales yo he estado". Alonso de Santa Cruz murió en Madrid, donde se levantó el inventario de sus bienes, que hemos mencionado y por el cual podemos fijar la fecha de su muerte, firmado el 12 de octubre de 1572, día en que inventariaron sus bienes, trámite que en aquellos tiempos se cumplían sin demora. Así, su muerte ocurrió un año antes de que Juan de Garay fundara Santa Fe a orillas del río de los Quiloazas, aunque, su propósito, malogrado por el encuentro con el fundador de Córdoba, era sin duda, el levantarla a orillas del Caracarañá, donde Alonso de Santa Cruz en la época de Sancti Spíritu, oyó hablar a los indios de las regiones que por estas latitudes había hombres con patas de avestruz, como los relatos medioevales decían de otras regiones del mundo. |