LA CAPITAL. Rosario, noviembre de 1977
Leyendas medievales del Río de la Plata.

Los hombres con patas de avestruz.

Griegos y romanos, habían poblado de maravillas el mundo, con sirenas en los mares y gigantes en los montes; y los mercaderes y misioneros que viajaban hacia el Oriente, en la Edad Media, no sólo confirmaron la existenciade tales maravillas en las apartadas regiones que recorrían, sino que descubrieron otros mayores prodigios; hombres sin cabeza o con cabeza de perro que ladraban en vez de hablar, con un solo ojo en la frente, como el gigante Polifemo, o con un solo ojo en el vientre: y aún hombres marinos que, como las sirenas, vivían en las misteriosas profundidades del mar. Según esos relatos, había regiones donde algunas aves, como las hojas, nacían de ciertos árboles o donde las yeguas, se fecundaban con el viento.

Todo este desconcertante mundo poblado de maravillas, se conservó luego, en el texto de los relatos impresos por las primeras imprentas europeas.

En la Biblioteca Nacional de Madrid, se conservan el "Libro de las maravillas del mundo", de Juan Mandeville, cuya tapa, ilustrada por cuatro viñetas, representa respectivamente, un hombre con una sola pierna y un pie descomunal, otro con cabeza de perro, otro sin cabeza y la cara en el pecho y, el último, con orejas tan desmesuradas que, como dice un texto antiguo, "parecen mangas de tabardo con las cuales se cubre todo el cuerpo y tiene la boca redonda como una escudilla". Este ejemplar, perteneció al ilustre y erudito don Pascual de Gayangos, quien anota y firma la siguiente advertencia bibliográfica: "Hay otra edición anterior de Jorge Castilla, de 1521 a folio y otra, agrega, de Juan navarro de 1510. La mencionada por Barcia, como del año 1515, también de Valencia, ni he llegado a ver. Esta edición se hizo en 1524, el 13 de octubre".

En 1573, se editó en Sevilla, por el impresor Alonso Escribano, con taller en la famosa calle de la Sierpe, otro libro titulado: "De las cosas maravillosas del mundo", traducido por Christóbal de las Casas. Este libro, editado con privilegio y licencia de su majestad, y a costa de Andrea Posmi, fue escrito por Casio lulius Solino, quien afirma que existen en ciertas apartadas regiones del mundo, hombres "que tienen las plantas de los pies, vueltas al contrario".

Estas descripciones y estos libros que dan fe, por la letra impresa, de su verdad, circulaban pues en España en la época del descubrimiento y población del Río de la Plata y aún, pocos años antes, el mismo Colón afirmaba haber visto sirenas en el mar, aunque una de las mayores sorpresas que tuvieron sus tripulantes, al pisar estas Indias de Occidente, fue el no encontrar hombres monstruosos. El mismo lo dice en una de sus cartas:

"En estas islas hasta aquí, no he hallado hombres monstruosos como muchos pensaban; mas antes es toda gente de muy lindo acatamiento. Así que monstruos no he hallado".

Sin embargo, los tripulantes que llegaron con Sebastián Gaboto, a la desembocadura del Carcarañá, creyeron encontrarse en la tierra donde, según los antiguos relatos, existían hombres con las piernas al revés, con las rodillas hacia atrás, como los avestruces, que les permitían correr con tal velocidad, que alcanzaban en su carrera a los venados.

En los relatos de Solino, editado en España, en la época de la fundación de Sancti Spíritu por Gaboto, se afirmaba que en las ardientes regiones de Etiopía, habitaban los trigloditas y los ictiófagos y que los trigloditas eran tan ligeros en su carrera, que perseguían a pie, la caza de los animales más veloces. "Los trigloditas, dice, son de tan grande ligereza, que algunos corriendo, alcanzan a pie las fieras que persiguen: y en el monte llamado Nilo, agrega el mismo relato de Solino, habitan otros hombres que tienen las plantas de los pies, vueltas al contrario.

Uno de los compañeros de Gaboto, Luis Ramírez, desde San Salvador, el puerto ubicado en la actual República Oriental del Uruguay, en el año 1521, escribe una carta a sus parientes de España y, en ellas, les cuenta que mientras trajinaba en la desembocadura del Carcarañá, en la fundación del fuerte Sancti Spírirtu, llegó, dice, una gente de campo que dicen querandíes, gente tan ligera -agrega- que alcanzan un venado a la carrera y que al informarles de las características de la tierra y de la gente que la poblaba, hablaban de una generación que de la rodilla para abajo, tenían patas de avestruz, completamente extrañas a nuestra natura, aclara.

Los indios que informaban a los tripulantes de la expedición de Gaboto, se referían a ciertas "generaciones" que flamaban los avestruces, precisamente, por su velocidad en la carrera, y los españoles tomaron ese apodo en el estricto sentido del nombre, como hombres con las rodillas al revés, como los avestruces.

Los matacos, llamaban a los tobas "huanjloi", es decir, avestruces y los mataguayos, les llamaban "gualang", derivado de "huanjloi". De ahí fue que Lafone Quevedo en su "Discurso preliminar" al "Arte de la lengua toba", de Alonso de Barzana, relaciona estos indios con los "juries o suries", que en lengua quechua tienen el mismo significado: avestruces.

Ruiz Díaz de Guzmán, que escribió la primera historia del Río de la Plata, en el Siglo XVII, da el nombre de "gualachos" a las tribus que se encuentran en el actual territorio de Santa Fe, nombre evidentemente derivado de "gualang", avestruz o avestruces, según los matacos; y otro autor, monseñor Pablo Cabrera, dice que este apodo se aplicaba colectivamente a varias "naciones" de indios muy veloces con la carrera, entre lo que se encuentran los "juries o suries", cuyo nombre tiene igual significado.

Los descendientes de indios mocobí, ya muy mestizados, desde luego, que viven en la zona de Cayastá, donde se han exhumado las ruinas de Santa Fe la Vieja, aún hablan de los indios con las rodillas al revés, o con patas de avestruz, al referirse a su condición de indios corredores.

De ahí, que los hombres que vinieron al Río de la Plata en las primeras exploraciones, creyeron que en estas tierras apartadas e ignotas, se repetían las mismas maravillas que se mencionaban en la antigüedad, conservadas a través de los relatos verbales y aún en los libros impresos, como lo creyó Luis Ramírez, el compañero de Gaboto, al oír a orillas del Carcarañá, que por allí andaban algunos hombres con patas de avestruz que confirmaban la existencia de las maravillas del mundo que decía Solino.



El negro del agua

Podríamos decir, que una versión masculina de sirenas y nereidas, es el hombre marino al que se refieren varios autores de la antigüedad y que el padre Feyjoo, recoge en su "Teatro crítico universal", aunque los considera casos de licantropía.

Plinio, según el padre Feyjoo, afirma que un caballero romano de Cádiz, le aseguró que había visto en el mar... un hombre con cuerpo de pescado, según lo confirmaban otros testigos oculares. Una historia de Inglaterra, afirmaba que en 1187, se llevó el gobernador de Oxford, uno de estos extraños seres marinos, que retuvo en su casa durante varios meses, hasta que hallada una ocasión propicia, huyó y desapareció para siempre.

En un antiguo Diccionario universal, citado por Feyjoo, se refiere el caso de una "mujer marina", que al bajar la marea, se halló en la playa después de una gran tempestad, en el año 1430. Unas mujeres del pueblo, la llevaron consigo, le enseñaron a hilar, y en Harlen, vivió durante varios años "usando de nuestros elementos, pero nunca perdió -agrega- la inclinación a habitar en el agua".

Según el mismo diccionario, en 1560, en la costa occidental de Zeilan, unos pescadores en una sola redada, recogieron siete hombre y nueve mujeres marinos. De este prodigio, fueron testigos no solo algunos pobladores del lugar, sino también, un tal Bosque de Valencia, médico del virrey de Goa quien, según el texto citado, hizo un minucioso examen anatómico. Otro caso semejante, se produjo, de acuerdo al diccionario citado, en el Epiro, pero ese hombre marino dicen que se escondía en una cueva próxima al mar, desde donde acechaba y atacaba a las mujeres que por allí merodeaban y, agrega, "lascivamente las oprimía".

El mismo Feyjoo, dice que leyó en un libro titulado: "Caprichos de la imaginación" o "Cartas sobre diferentes asuntos de historia, moral, crítica, historia natural, etc.", en donde en una de esas cartas se trata de sirenas, tritones y nereidas y en ella, se refiere el caso ocurrido "en los extremos del imperio ruso", donde se comprobó la existencia de hombres marinos "de uno y otro sexo". Dice la carta que, aunque pertenezca, sin duda, a la especie humana, "carecían, dice, de discurso y locución". Y un antiguo autor de una historia de Moscovia, afirma, además, "que la carne de estos animales, era sumamente suave al gusto".

En 1619, se cita el caso del encuentro de un "hombre marino", primo de los consejeros del rey de Dinamarca, mientras viajaba en alta mar de Noruega a Copenhague.

Según, el padre Feyjoo, que reune minuciosamente estas citas sobre la creencia en pleno Siglo XVIII, que él, desde luego, no comparte sobre la existencia del "hombre marino", dice que son simplemente casos de licantropia, "que consiste, dice Feijoo, en una especial lesión a la imaginativa, por la cual, los que la padecen, se juzgan convertidos en alguna especie de brutos".

Gerónimo Huerta, que fue médico en la época de Felipe IV, en la primera mitad del Siglo XVII, en uno de los escolios a su traducción de la obra de Plinio, publicada en Madrid, en 1624, expresa, refiriéndose al "hombre marino", que aunque es verdad que existen nereidas y tritones y otros monstruos marinos, "no tienen, dice, perfecta semejanza de hombres, ni merecen que se les de este nombre".

Pero, aunque Feyjoo y algún otro autor, como Huerta, el médico de Felipe IV, no admitan, el primero, la existencia de tales monstruos y, el segundo, que aunque existan, no podían considerárseles como seres humanos, es evidente que en el Siglo XVI, era creencia general en la existencia del hombre marino. Así, el primer cronista de Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, recoge en su interesantísima obra sobre lo que llamó "Historia general y natural de las Indias, islas y tierra firme del mar Océano", la versión de unos miembros de la expedición de don Pedro de Mendoza, sobre la existencia de un hombre que vivía en el fondo del Río de la Plata y que llevado a España, vivió un tiempo en casa de un canónigo, de la Catedral de Toledo.

Este pudo ser el origen de la leyenda que hasta ahora, se conserva a lo largo de nuestro litoral fluvial, sobre el negro o el negrito del agua.

El negrito del agua,es una especie de enano o pigmeo de color moreno, que vive en el fondo del Paraná, de sus afluentes o aún, de las lagunas de la región, que sale a jugar a tierra o en los bancos de arena y que, rápidamente, se zambulle y desaparece en el agua, apenas advierte que puede ser sorprendido por alguien.

En la zona de islas del norte de la provincia, recogí la siguiente versión sobre la existencia, en el Paraná, de este legendario personaje cuyo origen en el Río de la Plata, puede ser aquel hombre marino que vieron los integrantes de la expedición, de don Pedro de Mendoza.

Dos criollos iban a caballo en horas de siesta, que son las horas preferidas para salir del río a jugar a la playa, cuando sorprendieron a un par de negritos del agua, tan empeñados en sus juegos que no advirtieron la presencia de los jinetes. Esta circunstancia, permitió a uno de ellos, enlazar uno de los negritos, con lo cual, echó su caballo al galope, seguido por su compañero y llevando a la rastra, al cautivo hasta que uno de los jinetes volvió la vista hacia atrás, y pudo ver con horror, como el Paraná desbordaba, seguía en su carrera al caballo que arrastraba al negrito.

Fue entonces, cuando con un golpe de cuchillo, cortó el lazo, con lo cual, el legendario personaje, junto con las aguas del Paraná, volvió a refugiarse en las profundidades de su cauce.

Posiblemente, la presencia del lobo marino en el Río de la Plata, y del lobo de río en el Paraná, por ciertas características morfológicas, dieron lugar a la creencia de que en estas latitudes, vivía como en otras regiones, el hombre marino de las leyendas medievales.




Domicilio: 25 de Mayo 1470 - Santa Fe de la Vera Cruz - La Capital - Santa Fe - República Argentina - Código postal: 3000
Teléfono: (54) 0342 4573550 - Correo electrónico: etnosfe@ceride.gov.ar
Página web: http://www.cehsf.ceride.gov.ar/