LA CAPITAL. Rosario, enero de 1981

La pobreza en Santa Fe la Vieja

La pobreza de los vecinos se reflejaba, desde luego, en la pobreza de la ciudad.

Las actas del Cabildo con frecuencia nos dicen de las apreturas de los cabildantes cada vez que se veían movidos a afrontar la realización de una obra comunal, como la construcción de las casas capitulares, el arreglo y seguridad de la cárcel pública, la construcción de la Iglesia Matriz o el traslado de la ciudad.

El primero en mostrar su pobreza como argumento principal de un pedido de mercedes, fue el mismo fundador:

"Para que V.A. me haga merced de alguna cosa en la Caxa Real de V.A. de potosí, por que yo e servido en los Reynos del perú y en esta fierra de V.A. sin ningún aprovechamiento ni salario como en otras partes tienen los capitales y gobernadores. Para que yo con más lustre pueda servir a V.A. y así mesmo se me haga merced para ayuda de casar tres hijas que tengo que a la persona o personas comenderas que con ellas se casasen se les alarguen por V.A., una vida más allá de la que VA. les tiene señaladas en su encomienda que yo no tengo que les poder dar si no es el premio de los servicios que e hecho a V.A.". Un año después, su yerno, Hernandarias de Saavedra, representado por el doctor Salcedo en otro memorial, al enumerar los servicios prestados a su costa y sin ninguna retribución, dice que ha quedado "en tanta necesidad que aunque tiene hijos y hijas en edad para tomar estado no se lo puede dar por no tener con que".

Esta circunstancia le lleva a pedir "que le haga merced de seis mil pesos ensayados de renta en yndios vacos o que vacaren".

Esto de proclamar la propia pobreza como argumento para pedir mercedes está dentro de las normas corrientes en esa época.

Sin embargo, a pesar de las suertes de estancia - campos abiertos, incultos -y de las acciones de ganado - ganado cimarrón - y de las encomiendas - vecinos fundatarios con indios casi siempre alzados en su mayoría - carecía la gente principal de este lado de América, de toda esa riqueza agresiva y deslumbrante de los hombres del Perú.


Las actas del Cabildo nos ofrecen tres ejemplos muy elocuentes de la pobreza en que se debatía la ciudad, pues reflejaban la escacez de recursos que le impedían realizar obras de interés comunal y, además, nos ponen de manifiesto la poca o ninguna disposición de los vecinos para acudir con su contribución a las "derramas" dispuestas por el cabildo.

Esos tres ejemplos son, la construcción de la casa capitular y de la cárcel pública: la construcción de la Iglesia Matriz y la tras muta o traslado de la ciudad.

La primera casa capitular y la primera cárcel, una al lado de la otra, eran, sin duda, ranchos de paja, que luego vendrían las tapias y el techo de teja para la casa del Cabildo y un nuevo rancho de paja para la cárcel, donde los presos quedaban sujetos por la barra de grillos que les trababa los pies.

El primero de enero de 1617 el Cabildo ordena la reparación de su casa, que en esa época era sin duda un rancho de paja, y encomienda al regidor Francisco Cuellar de Porras, el corte de la madera, y a este propósito le destinan doce indios y los cabildantes se comprometen a proveerle todas las herramientas que fueren necesarias.


La construcción de la Iglesia Matriz no dio menos trabajo.

En 1615 el Cabildo resuelve continuarla ya que estaba sin terminar desde la fundación de la ciudad. Ya en ese acto solemne, Garay le había señalado el lugar donde debía edificarse, al norte de la plaza de armas: y antes de cumplirse una década de la resolución del Cabildo por la cual se mandaba en 1615 continuar las obras, interrumpidas, sin duda, por falta de recursos, el cabildo ordena que se reedifique.

El 24 de octubre de 1617

, antes de terminar la obra, se lleva definitivamente a la Iglesia la imagen de San Jerónimo, patrono de la ciudad.

Sin embargo, la construcción del templo continúa inconclusa, desde que el año siguiente, en 1618, el Cabildo reunido en casa de Hernandarias de Saavedra, pues la casa capitular tampoco se había terminado, con motivo del viaje que haría a Buenos Aires Hernandarias, se le dan instrucciones para que consulte con el Obispo del Río de la Plata el problema, que parece irresoluble, de la construcción de la Iglesia Matriz. Pero la solución que halló el Obispo fue objetada por el Cabildo el 20 de agosto del mismo año, pues, según la autoridad eclesiástica había que crear nuevos diezmos, que el vecindario no estaba en condiciones de soportar.

La situación fue empeorándose, según se deduce del acta capitular del 19 de abril de 1621, en el cual se deja constancia de que la Matriz está en ruinas, por lo cual se encomienda al regidor Bautista de la Vega que trate este problema definitivamente el vicario eclesiástico.

Entre tanto, con el fin de librar al vecindario de una nueva "derrama"o de una "donación obligatoria" , echó mano de las vacas cimarronas y propuso al gobernador y al obispo hacer una vaquería que podría encomendarse a un baqueano del Valle de Calchaquí, a quien se le permitía llevar veintidós para hacer la "recogida".

El gobernador prestó su conformidad en 1623, pero al año siguiente el procurador de la ciudad, Diego Ramírez, pide al Cabildo autorización para vaquear con el fin de contribuir a la tan demorada "construcción de la Iglesia Mayor" , sin que esto impida hacer, a la vez, una "derrama" en el vecindario. El Cabildo autoriza la propuesta del procurador de la ciudad y encarga al Teniente de Gobernador a recoger la limosna del vecindario.

En 1657, otro recurso destinado a la Iglesia Mayor fue comunicado al Cabildo con la presentación del Licenciado Francisco de Luján y Rojas, quien exhibe un auto del obispo Mancha y Velasco, por el cual ordena al capitán Juan Cuello Magris que, como albacea de Francisco Jorge, entregue trescientos pesos con destino al altar mayor de la Matriz y de los ornamentos de San Jerónimo.

Posteriormente, al considerarse en el Cabildo del 8 de noviembre de 1661, la autorización del obispo para levantar la nueva Matriz en la ciudad trasladada, el alcande Bernabé Arias Montiel propone que la nueva obra no se haga a costa de los vecinos "por que no están alojados del todo en esta nueva ciudad".

Fue sin duda un buen pretexto pero, en realidad, por muchos años siguió la ciudad llevando estoicamente su digna pobreza.

La trasmuta o traslado de la ciudad reclamaba un gasto considerable que ni el Cabildo ni el vecindario estaban en condiciones de afrontar.

En 1655, ya, ya resuelta la trasmuta, a fin de arbitrar los medios necesarios para llevarla a cabo, resolvió tomar a su cargo la venta de vino, y así lo comunicó a los vecinos por medio de un bando.

Al año siguiente, el procurador de la ciudad, Mateo de Lencinas, pide al Cabildo que para ese mismo fin de arbitrar mayores recursos se apliquen impuestos al vino, al ganado cimarrón y "demás cosas que se trajinan", dice, y el Cabildo, después de escucharle atentamente, encomienda al Teniente de Gobernador la presentación de un informe sobre privilegio acordado al paraguay, y se manda al ayudante Roque de Mendieta y Zárate que exhiba "la memoria y cuenta" de la derrama proyectada para reunir y considerar todos los elementos de juicio y proveer lo que corresponda.

Cuatro días después de tomada esta resolución vuelven a reunirse los capitulares y oyen el informe del procurador de la ciudad. Mateo de Lencinas, quien solicita que "por la gravedad de la materia" requiere el tratamiento en un "Cabildo pleno" que no pudo realizarse porque no habían asumido sus cargos un alcalde y un regidor. Esta circunstancia hizo que se suspendiera el estudio del problema hasta "el día de Ceniza", mientras el procurador reuniera mayores antecedentes.

La pobreza de los vecinos que los hacía remisos en contribuir a la "derrama" , la motivó una recorrida por los pagos del Salado en busca de la contribución de los estancieros que vivían en esa zona, también poco dispuestos a colaborar con sus bienes o con sus personas a la solución de los problemas que angustian a la ciudad; sin embargo, se encomendó esta misión al regidor Luis Montero.

El 12 de abril de 1652 el Cabildo ordena la publicación de un bando por el cual se comunica al vecindario que para contribuir a los gastos de la mudanza, tomará a su cargo, como estaba resuelto, la venta del vino.

Desde luego, esta medida repercutió sensiblemente en los pulperos, pues era la venta de vino, precisamente, uno de los renglones fuertes del comercio. Así fue como el 15 de setiembre de 1653, Juan Pinto Barreto, dueño de una de las pulperías, ofreció al Cabildo para cubrir los gastos del traslado, la cuarta parte de sus ganancias en la venta de vino, mas veinticinco pesos anuales, si se le concedía el monopolio de ese ramo durante cuatro años.

Pero como eran, sin duda, las famosas vaquerías la mayor fuente de recursos, el Cabildo dispuso que viajara Alonso Fernández Montiel a Buenos Aires, a exponer ante el gobernador y el obispo, la angustiosa situación económica en que se encontraba la ciudad en procura de una autorización para vaquear.

El informe sobre esta gestión se consideró luego por el Cabildo, que según sus cálculos con el producto de esa recogida de ganado cimarrón se pagaría el trabajo de ciento cincuenta indios; sin embargo, el 24 de diciembre de 1653, el Capitán Luis de Cabrera, vecino de Córdoba, como heredero de doña Jerónima de Contreras, hija de Garay y viuda de Hernandarias, sale al cruce como heredero con otros coherederos, de esa hacienda cimarrona "de la obra banda" que se pensaba recoger de acuerdo a la autorización concedida por el Oidor y Visitador General D. Andrés Garavito de León que se encontraba, precisamente, en la ciudad.

Aunque con el producto de esta vaquería se pagaría el trabajo de ciento cincuenta indios, Cabrera, se opuso, en su carácter de coheredero de esa hacienda por no habérsele pedido previamente su autorización.

Mientras tanto, el Cabildo se disponía a levantar una lista de los vecinos que ayudarían con su trabajo al traslado de la ciudad y ordenaba a los labradores a preparar la tierra para la siembra en la nueva población: resolvía comprar caballos en Buenos Aires con la multa aplicada al Gobernador Lariz y reunirlos en el Rincón de Antón Martín, atento, dice: "es el más seguro y más importante"y se encomienda al regidor propietario Jerónimo de Rivarola la marcación de los animales con el hierro dibujado al margen del acta y la custodia a Antonio de Castro y a Melchor Martínez.

Como los correntinos bajaban en una vaquería al actual territorio de Entre Ríos, donde estaba esa hacienda cuya propiedad hacía valer un heredero directo de Hernandarias, el Cabildo de Santa Fe resolvió reclamar ante el Cabildo de Corrientes, apoyando su reclamo en la documentación que acompañaba, a la vez que invitaba al heredero de Hernandarias y de Garay, a asistir a una sesión del Cabildo para tratar este problema. Cabrera asistió a esa reunión y en ella donó de la parte que pudiera corresponderle como heredero del ganado cimarrón "de la otra banda" , veinte mil cabezas, prometiendo, además, ayudar a Santa Fe no sólo i con sus bienes propios sino también con su persona.

Por estos años llega el Obispo del Tucumán, don Francisco de Borja que para ocupar su sede, mientras hace su viaje, observa las características del medio social y económico de estas lejanías que trasmite luego en una carta a un canónigo de Toledo:

"Pero no hai aquí, le dice, tanto dinero como allá se piensa. Artos Pobres nos están gastando el oído. Y aunque las ganancias son muchas cuestan mucho trabajo. Y es cosa rara que todo esté poblado de Montañeses, Viscaínos, y Gallegos, que haviendo venido sin bragas, gastan Peluca. Y luego, agrega: "Los yndios que devían ser los más bien puestos de estas Provincias como Señores que fueron de ellas son los hombres mas miserables del Mundo".




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