|
LA CAPITAL. Rosario, marzo de 1980
Los árboles en la vida de Santa Fe la Vieja En los documentos de Santa Fe la Vieja, el nombre de los árboles aparece como punto de referencia en los caminos o para establecer el limite o la ubicación de una propiedad, o convertirlo en madera, en un elemento de la construcción de la vivienda o de un mueble. Como punto de referencia, se nombran el sauce, el ombú, el algarrobo, el espinillo o el algarrobillo. Estos, desde luego, entre los árboles autóctonos, pues también se señala el naranjo entre los árboles importados por la conquista. Hubo un sauce famoso, y tanto, que quedó como un topónimo que hasta ahora se conserva: Sauce Viejo, a veinte kilómetros de la capital de la provincia donde existe un aeroparque que mantiene un considerable tráfico de aviones. En le época de la trasmuta las tierras de Mateo Núñez de Añasco se ubican camino de Buenos Aires en los Timbúes entre las tierras del Sauce de Coronda. El ombú dentro de la planta urbana señaló la ubicación del solar que vende Andrés Velázquez Torrejón a Francisco de Lermo Polanco. A fin de señalar su ubicación dentro de la planta urbana la escritura de venta dice, que dentro del cae un árbol que llaman Umbú. En otras escrituras aparece el ombú una vez a la orilla del bañado; y entre los bienes que deja a su muerte el Alférez Real Francisco Moreyra Calderón, se declara una estancia en el pago del Umbú de los Calchines. El camino que actualmente lleva desde Santa Fe a las ruinas de Santa Fe la Vieja en Cayastá, cruza por ese "pago del Umbú de los Calchines" o "sitio que llaman los Umbues". Del ombusal que dio nombre a ese "pago sólo forman una especie de "arco de triunfo", debajo de cuyo follaje atraviesa la ruta provincial Nº 1, o sea la ruta que sigue el rumbo del antiguo "camino de la costa". Al algarrobo lo cita Garay al mencionar un lugar donde había un algarrobo solo al sur donde de Santa Fe la Vieja, en el camino que une actualmente las ruinas de la ciudad fundada por Garay con Santa Rosa de Calchines; y en una escritura de venta de tierras del Capitán Juan de Espinosa en favor de la Compañía de Jesús, se ubica e un lugar donde había un algarrobo tuerto. La abundancia de algarrobos, dio el nombre a el algarrobal, que se cita en algunos documentos, a un sitio ubicado hacia el oeste de la ciudad vieja, pues en una venta se le ubica en el camino que iba desde el río hasta el algarrobal. El espinillo, asimismo, abundaba en esa zona, tanto que da nombre a otro lugar: los espinillos, que era donde tenía su estancia Feliciano Rodríguez. La madera de algarrobo y de espinillo se empleaba especialmente en la construcción de la vivienda, según consta en contratos celebrados entre algún vecino y quien se obligaba a construirla. Había camas construidas con madera de quebracho blanco: una cuja de quebracho blanco labrada de azuela, como la de Juan Salguero. El techo de la iglesia de San Francisco se construyó con palmas que Hernandarias de Saavedra trajo de más allá de Cululú, como se establece en una escritura de venta de una legua del Capitán Alonso Fernández Montiel. Feliciano Rodríguez manda de limosna al convento de Santo Domingo, en su testamento de 1606, dos postes de algarrobo con otras maderas y vigas. En la construcción de una vivienda se empleaba madera de algarrobo para las cumbreras y costaneras del techo, lo mismo que las soleras y canes, encañonadas con caña de Castilla y se cubría con tejas de buena calidad. Juan Pinto Barreto vende a Gonzalo Leyton seis horcones y postes de algarrobo, labrados. Maria Gallarda tiene un mortero de algarrobo, según el inventario de sus bienes; y de espinillos se hacían los mojones en el deslinde de las suertes de tierra, que también se acostumbraba hacerlos de algarrobo. Pero en los documentos de la época de Santa Fe la Vieja, no sólo se encuentra el nombre de los árboles indígenas, sino también los de los que trajeron los vecinos desde España: naranjos, higueras, duraznos y manzanos, de los cuales fueron, sin duda, los naranjos los que más abundaron. Lucía de Lencinas, dentro de la planta urbana y al sur de San Francisco tenía un naranjal llamado el naranjal de Santa Lucía. Feliciano Rodríguez en su testamento de 1606 declara que tenía media cuadra despoblada -el documento dice "disierta"- arbolada de naranjos y otros árboles; lo mismo que Sebastiana de Ojeda. en 1644, manifiesta que posee un solar con los árboles de naranjo que tiene. El escribano Juan de Cifuentes tenía entre otros bienes, un solar plantado de naranjos, duraznos y manzanos. Hernando Arias Montiel, vendió una casa en cuyo solar había algunos árboles frutales y Juana de Solís, hija legítima del Capitán Juan de Espinosa y Mariana de Solís, declara en su testamento que tiene media cuadra que fue la viña donde están unas ygueras. Los árboles indígenas como el algarrobo o el espinillo proporcionaban excelente madera a los vecinos para levantar su vivienda o construir la cuna del hijo ya nacido en ¡atierra; o el mango de la herramienta, o el mojón de las chacras, o el mortero donde se majaba el charque o se "pisaba" el maíz, aunque sólo dieran una escasísima y tamizada sombra amenguada por los rayos del sol que atravesaba el cedazo de sus hojas; pero antes de que llegaran los bíblicos renuevos de olivo, se efectuó la introducción de los frondosos naranjos traídos de las ubérrimas tierras andaluzas, como las manzanas de los pomares vascos, las higueras de la entrañable Galicia y las primeras cepas de los viñedos riojanos que habían colmado aquel buen vaso de bon vino" de Gonzalo de Berceo ala puerta del monasterio de Silos. Fue aquel un auténtico y trascendental acontecimiento que marcó la voluntad de los que vinieron a estas lejanías, de afianzarse en el desolado Río de la Plata; en un simbólico traslado de sus lares, con la nostalgia de las tierras que abandonaban y la esperanza puesta en la nueva patria que venían a fundar. |