LA CAPITAL, Rosario, abril de 1977

América y los pájaros - Del ruiseñor, del tero, del chajá

Los pájaros anunciaron a Colón, la proximidad de las nuevas tierras de América. En los días de calma mientras los tripulantes adormilados en el bochorno del trópico buscaban reparo del sol a la sombra de los trapos tendidos en las jarcias, el almirante con los brazos cruzados sobre el pecho, contemplaba desde el castillo de proa las aguas del mar tranquilas y serenas.

Tenía el gesto sombrío, la cara afilada y larga, el color rojizo, los pelos crecidos y blancos, la ceja derecha levantada en arco, los ojos azules y acerados, la nariz aguileña, los pómulos marcados y salientes, las mejillas enjutas y escurridas hacia el mentón en punta. Venía con el humor agrio y desabrido por los desvelos y las revueltas y las asperezas de a bordo y por las incertidumbres y angustias de la ruta que iba trazando a tientas.

Pero aquel espectáculo del mar en calma, de las aguas amansadas y dormidas del trópico, le serenaba también el espíritu y pensaba en el río tranquilo de Sevilla; y en las mañanas sosegadas y claras, después de nublados y lloviznas, cuando recordaba con saudades el canto de los pájaros: "Era placer, escribe a los reyes el gusto de las mañanas que no faltaba si no oir ruiseñores".

Pero un día los pájaros aparecieron en verdad. Primero fue uno "que no suele dormir en la mar", escribe el mismo Colón, y luego, cuando ya el aire mañanero trae el vaho perfumado de la tierra virgen y de los bosques bravíos; -"que es placer estar en ellos, tan olorosos son", dice el almirante- con esos vientos de la costa con los que llegan "muchos pajaritos del campo". Era el simbólico mensaje alado de las tierras abiertas, ocultas todavía detrás del horizonte, azulado y brumoso, que escudriñaban anhelantes los ojos en delirio del que había salido en busca del Catay y de Cipango.

Y cuando los hombres de las carabelas descienden a tierra y recorren las islas bajo el cielo azul y transparente, en la fronda de los árboles, de esos árboles de los que escribe Colón que "todos huelen que es maravilla"; y entre las hiervas y maciegas del campo, escuchan extasiados el canto de los pájaros: "El cantar de los pajaritos que parece que nunca el hombre querría partir de aquí", dice el almirante en sus epístolas. Por eso, cuando emprende el regreso y desfila por fin en Barcelona, en un "triunfo romano", con sus indios pintados y emplumados y adornados de pendientes y collares, coronas y brazaletes del oro y plata de las indias; entre los pajes que exhiben las muestras de las plantas a las que se atribuían misteriosas virtudes, las frutas deliciosas de la tierra, y las especies más raras de la fauna, atraen las miradas del pueblo aglomerado en las plazas y en las calles, de los señores y de las damas asomadas a los balcones, y de la servidumbre y gente moza apeñuscada en los techos de las casas y en las torres de las iglesias los loros y papagayos y los pájaros de plumaje pintados y brillantes como no se había visto nunca.

Frente a aquel espectáculo magnífico la imaginación de los hombres revivía los "relatos" con que los antiguos viajeros del Oriente deslumbraron la Edad Media y aún los graves tratados de los doctos y las "topografías" medievales que recogieron las más peregrinas teorías sobre el origen de la fauna y la flora y los habitantes de las regiones más apartadas del orbe.

San Isidoro de Sevilla, que hablaba en sus "Etimologías" de las remotas ínsulas perdidas en mares helados- "está la mar cuaxada toda", dice- y de países donde moraban ciertas mujeres cuyos cabellos antes rubios y hermosos se habían trocado en espantables culebras; Guillermo de Mandeville, Marco Polo, Fray Juan de Hayton, Oderico de Pordenone, Fray Bieul, en el "Libro de las maravillas del mundo", y Guillermo de Robrouck, Cosmas Indiocopleutes, y Juan de Plan de Carpin, en sus "relatos", habían recogido las más pintorescas y alucinantes descripciones de animales y plantas que corrían en aquellos siglos que caen más allá del Renacimiento.

Hablaban de yeguas "que se casan con el espíritu del aire"; de peces domesticados que llegan a la orilla del mar al reclamo de sus dueños que les montan y cabalgan sobre las olas; de praderas donde los árboles y los pastos son de oro y de pájaros de un origen y condiciones tan maravillosos como el Ave Féxnix, grande como un águila, con un penacho de plumas enhiestas, una gola resplandeciente como el oro, y el plumaje de su cuerpo y de la cola, pintado con los más vivos colores, desde el rojo encendido hasta el azul, que vivía quinientos cuarenta años y que al sentirse morir, ella misma aparejaba con leña de cinamomo, la hoguera en que se quemaba para renacer, en el ara de los altares de la ciudad del Sol en las legendarias tierras de Arabia.

Los hombres, como los niños, vivían aún en un mundo de maravillas. En el aislamiento y desamparo de los pueblos y caseríos, solo oían de tarde en tarde la versión trastrocada a través de quién sabe cuántas lenguas, del relato de algún aventurero que osaba desafiar los peligros de las andanzas por tierras apartadas. Y todo aquello que existía más allá del campanario de la aldea y de los alcores y de las dehezas vecinas; todos aquellos hombres y aquellos animales y aquellas plantas que no se habían encontrado en el trajinar diario y de los que llegaban tan extraordinarias noticias, se ponderaban y encarecían en sus virtudes y se les atribuía orígenes maravillosos.

Los hombres que van recorriendo las dilatadas regiones del nuevo mundo, descubren y miran la naturaleza que les rodea con la ingenua exaltación de los niños.

"Hermosa cosa es el mundo, la más excelente pintura que se pueda ver ni arbitrar ni pensar", exclama Oviedo, el primer cronista de Indias, que con más de 70 años, entre guerras, hambrunas y naufragios, no se cansa de admirar y ponderar las cosas de América.

En una de sus cartas decía Colón que oyendo el canto y gorjeo de los pájaros del Nuevo Mundo, y contemplando la brillantez y hermosura de su plumaje, se sentían deseos de quedarse en estas tierras para siempre.

Un día, el primer cronista de Indias, que ordenaba en su casa de la isla de Santo Domingo, el mamotreto de su Historia, recibió la visita de don Pedro de Alvarado, Adelantado de Guatemala, que llegaba en compañía de algunos capitanes suyos.

El señor Adelantado era hombre entendido en el arte de la mar y docto en la ciencia de tomar las alturas por el declinar del sol y de las estrellas; y era también, por añadidura, de reposada y sesuda conversación "hablaba bien, dice Oviedo, como hombre sabio".

Alvarado, puso ante los ojos de Oviedo, un pájaro extraño que había traído desde sus lejanos dominios guatemaltecos. No conocía su nombre, y aunque estaba muerto y disecado a usanza de los indios, era tal la extremada hermosura y lindeza de aquella pintada plumería que, dice elcronista, de todo lo que habíavisto en sus andanzas, era lo que más sin esperanzas le había dejado de saberla dar a entender con sus palabras.




Domicilio: 25 de Mayo 1470 - Santa Fe de la Vera Cruz - La Capital - Santa Fe - República Argentina - Código postal: 3000
Teléfono: (54) 0342 4573550 - Correo electrónico: etnosfe@ceride.gov.ar
Página web: http://www.cehsf.ceride.gov.ar/