LA CAPITAL. Rosario, octubre de 1978

Una excursión fúnebre por el folklore.

Un alemán Jerónimo Münzer, que por los años de 1494 y 1495 recorrió las tierras de Portugal y España, después de haber realizado estudios de medicina en la Universidad de Pavía, y ejercido el arte de curar en Núremberg, escribió un interesantísimo libro con las observaciones y memorias de su viaje a través de la península. A usanza de la época, además de médico era geógrafo y astrónomo, y por estas especialidades científicas, intervino en la construcción del famoso globo terráqueo en Behaim.

Pfandl fue quien descubrió y divulgó el manuscrito de esas memorias del viaje a España y Portugal.

Münzer tuvo ocasión de asistir en Granada a un entierro de moros.

El sacerdote mahometano, un alfaquí, vuelto al oriente, cantaba a grandes voces, o más bien, dice, emitía un incesante clamor, mientras las mujeres moras, arrojaban en la tumba olorosos ramos de mirto.

La costumbre que entre nosotros se conserva de que los que asisten a un entierro, si se hace directamente en el suelo, arrojen flores a la sepultura mientras la van cubriendo con tierra, es sin duda una usanza morisca que nos ha dejado nuestro período hispánico.

Pero Múnzer asiste también a un entierro cristiano y, en esa ocasión, dice que vio cómo delante del féretro llevaban un pellejo de vino, dos sacos llenos de pan, dos cuartos delanteros de buey y dos carneros que son, dice, "los derechos parroquiales".

A fines del siglo pasado se publicó en Barcelona un libro titulado "Orígenes Históricos de Cataluña" por José Balari y Jovany, donde se refiere al "dinar de morts", o sea, a la comida o banquete de los muertos.

La antigúedad del "convivium", llamado comunmente "dinar de morts" o convite que tiene lugar después de enterrado el cadáver de una persona acomodada, dice el autor citado, se halla comprobada por algunos testamentos del siglo XII, cuyos otorgantes disponían de bienes destinándolos en especial para dicho convite. A este propósito, cita el de una mujer muerta en el año 1146, que dispuso "por su alma, de la tercera parte del pan, vino y came, de todos sus vestidos y de un buey" para celebrar su "convite".

Luego, el autor agrega: "Los dinars de morts y honras grasas", subsisten todavía en el Alt Ampurdá y en las masías del Vallés de la Plana de Vich y del Penadés. De esto habla circunstanciadamente D. Celso Gomis en el libro titulado "Miscelánea folklórica".

Ese cortejo fúnebre que describe Múnzer, camino al cementerio, que conduce entre los dolientes llorosos e inconsolables por la muerte de un allegado familiar, unos odres de vino, unos sacos de pan recién horneados de la atahona, dos cuartos delanteros desollados y sangrantes de un buey y dos carneros, lleva el pago de los derechos parroquiales por la sepultura y demuestra que en todo tiempo se observó aquello que decía el clásico sepulturero español:

"Yo mis derechos percibo,
porque no hay rey ni hay alcance,
que me haga enterrar de balde,
pues que de los muertos vivos".

Pero el autor catalán que hemos citado se refiere, como él mismo lo dice, al "dinar de morts" u "honras grasas", de los catalanes que, como "el pago en especies" por los derechos de sepultura, también se usó sobre todo durante el período hispánico, y que, según la literatura notarial de aquella época, se conocía como el acto de "honrar la sepultura".

La falta de dinero efectivo hizo que, en los primeros tiempos, el Cabildo Santafesino estableciera lo que se dio en llamar "la moneda de lienzo"; pero como el lienzo también escaseaba, se siguió pagando "en especies". Así en Santa Fe la Vieja, uno de sus vecinos, Feliciano Rodríguez, el 17 de abril de 1606, dictó su testamento en una de cuyas cláusulas mandaba que se pagara el estipendio de unas misas con un garañón, es decir, con un burro yeguero.

"Item, dice el testamento, tengo de dar el garañón por mi intención, cien misas, las cuales ha de decir el padre Don Rodrigo; presbftero; y esta cantidad de misas se ha de decir, entrando doce de ellas que el dicho padre me quedó de decir por haber nacido en mi dehesa una muía de una yegua suya donde yo tenía garañón".

Por otro item del mismo testamento manda que se pague el estipendio de otras misas que se dirían en Santo Domingo, con unas vigas, una canoa vieja y dos postes de algarrobo, y agrega: "y además todo lo que se hallare por ahí que no sirva". Y esto será en remuneración, dice, de algunas misas que se dijeron en ese convento a pedido suyo.

Unos anos después, ya trasladada la ciudad al sitio actual, un fraile dominico recibe, también por misas, media fanega de harina y media de sal.

Por 105 gastos de un entierro y el estipendio de las misas que en esa ocasión se dijeron, se entregaron dos arrobas de vino, una yunta de bueyes y dos carneros. Otras veces el estipendio se abona con una azada usada y un carnero.

En dichos testarnentos disponen los testadores que se hagan honras a sus sepulturas.

La hija de Juan de Garay, doña Jerónima de Contreras, que casó con Hernandarias de Saavedra, dispone en el item cuatro de su testamento que se honre su sepultura. Un antiguo vecino de Santa Fe la Vieja, el citado Feliciano Rodríguez, manda también que se hagan "las ofrendas de su sepultura como es costumbre en estas tierras", dice, tanto en el día de su entierro como en el día que se diga la última misa de un novenario que manda decir por su alma. A la muerte de un vecino, Gonzalo Barbosa, se gastaron en sus "honras", seis reales de vino, seis reales de pan, y cuatro pesos en una fanega de harina.

Pero estas "honras de la sepultura" u "honras fúnebres", tenían un carácter distinto de las "honras grasas" de que habla el autor catalán ya citado, o los banquetes fúnebres, que aún se acostumbran después de los entierros, en algunos pueblos de Europa.

Hasta hace relativamente poco tiempo, frente al Pére Lachisse, el famoso cementerio de París, había un restaurante o bodegón, donde se reunían algunos acompañantes de los cortejos fúnebres, que ostentaba sobre su puerta este letrero: "Aquí se está mejor que enfrente".

Pero las honras fúnebres de Santa Fe la Vieja, no tenían ese aspecto puramente gastronómico, como si se quisiera poner en práctica aquel viejo refrán que diceque "los duelos con pan son menos".

Las honras en Santa Fe la Vieja, eran "obras de caridad". En el día destinado a esas honras se practicaban aquellas obras de misericordia de dar de comer al hambriento y vestir al desnudo, dando alimento a los pobres y repartiendo entre gente menesterosa los vestidos usados por el muerto. Se distribuían también alguna herramienta vieja, o se hacía donación de un novillo o un carnero y aun se repartía vino que, en aquellos tiempos, además de su uso abusivo, en algunos casos, se suministrabaja como remedio, para fortalecer los enfermos o levantar el espíritu abatido de los viejos.

En algunas rendiciones de cuentas de los albaceas encargados de cumplir las disposiciones testamentarias de los testadores, se encuentran constancias de quienes recibieron algunos de esos beneficios, como se puede ver en las actuaciones del juicio sucesorio de Alonso de San Miguel, uno de los vecinos importantes de Santa Fe, tanto que sus hijas, que después murieron en la más desolada pobreza, eran llevadas a misa en sillas de mano por los esclavos.

En esas actuaciones testamentarias se encuentra el recibo de una mujer, en el cual ésta deja constancia de haber recibido un novillo, de limosna, porque el difunto, dice el mismo documento, mandó que se diese a algunos pobres, y a ella, agrega, 'como a tal le dieron".

Posiblemente ese desfile fúnebre que describe el alemán Mu nzer, en un entierro cristiano realizado en Granada a fines del siglo XV, más propio de un mercado que de un cementerio, no fuera tanto destinado al pago, como él dice, de los derechos parroquiales, sino que debió estar destinado a "honrar la sepultura" entre los pobres, como se hacía en Santa Fe la Vieja en el siglo XVII.




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