EL LITORAL. Santa Fe, agosto de 1977
III

Los primeros argentinos

Fueron los inmensos ríos del nuevo mundo uno de los principales motivos de asombro y desconcierto de los primeros exploradores.

¿De dónde venía semejante caudal de agua? ¿Dónde y cómo tenían su origen esos descomunales ríos, jamás visto iguales en otras latitudes?

Según las "etimologías" que escribiera San Isidoro de Sevilla en la Edad Media, y que fueron algo así como nuestra "Enciclopedia", todos los ffos del mundo se originaban en los cuatro famosos y caudalosos ríos que limitaban y rodeaban el Paraíso Terrenal.

El agua que forma los ríos y arroyos, según los geógrafos medievales, ali-mentada por estos famosísimos ríos del Eden, pasaba y circulaba por ciertos canales subterráneos que, a la manera de las arterias que canalizan la sangre por el cuerpo humano, llevan el agua que surgía y aparecía luego en distintos lugares para formar los ríos y los lagos. Pero estos descomunales y nunca vistos del Nuevo Mundo, ¿podían tener el mismo origen?

Algunos de aquellos marinos habían visto en España que ciertos arroyos se originaban en oquelades y entrañas de las rocas, donde el agua caía gota a gota desde el techo de la caverna, hasta formar un cauce que serpenteaba por las laderas de las serranías y se escurría entre las peñas, hasta bañar las tierras de sembradura.

Por unos sobrevivientes de la expedición de Solís, Pedro Mártir de Anglería se había enterado de la existencia de ese río que llamaban de la Plata. Luego fueron los hombres que circundaron el globo terrestre por primera vez, con Sebastián el Cano, quienes confirmaron esas informaciones sobre la inmensidad del famoso Río de la Plata, que con Magallanes navegaron hasta veinte leguas de arribada, y vieron luego su caudal, de tal magnitud que por él se bebía agua dulce por largo trecho mar adentro.

El Capitán Gonzalo Fernández de Oviedo y Valdés, primer cronista de In-dias, que como él dice, tuvo trato y conversación con "gente fidedigna", en su "General y Natural Historia de las Indias, Islas y Tierra Firme del Mar Océano" llama "poderoso río" al Paraná y agrega que "es cosa grande y muy notable" y que "su pintura y asiento es una de las más notables del universo", y tanto, que no atinaba a explicarse cómo el enorme caudal del agua que vierten en el mar los ríos del Nuevo Mundo no desborden el océano y aniegan e inundan toda la tierra. "Yo estoy muchas veces, dice, maravillado de esto" y muy especialmente, son sus palabras, "considerando este río famoso de la Plata".

Luego del desventurado Solís, lo había remontado hasta el Alto Paraná y el Paraguay, Sebastián Caboto. Pero Lope de Souza, el portugués, había navegado hasta las inmediaciones del Arroyo del Medio o de la desembocadura del Carcarañá y en su libro de navegación, afirma que los tripulantes de la expedición, muchos de los cuales habían estado, dice, en los lugares más hermosos del mundo, como ciertas regiones del Oriente, no querían abandonar estos lugares bañados por el Río de la Plata.

Ya venía de antes la afición de los protugueses por esta tierra; de ahí que España no tardara más en enviar a don Pedro de Mendoza para asegurar su dominio amenazado siempre por el lusitano; pero fue Juan de Garay, quien con un puñado de muchachos del Paraguay, los famosos "mancebos de la tierra" quien aseguró para España la posesión de estas feracísima y extensa región geopolítica de nuestro litoral, fundando primero Santa Fe y luego Buenos Aires. Fue en los tiempos en que Juan de Garay fundaba nuestra ciudad, dándole por jurisdicción cincuenta leguas a cada lado del Paraná y hasta lo que es ahora San Nicolás de los Arroyos, por el Sur, cuando llega la expedición del Adelantado Ortiz de Zárate, viene con él toda suerte de gente: damas de delgadas manos marfilinas como las princesas que pintó Pantoja de la Cruz; hidalgos que pasaban la vida, "un día de vos y otro de vuesa merced", según los altibajos de su fortuna; eclesiásticos sin congrua ni estipendios; licenciados atiborrados de latines y silogismos; estudiantes revoltosos y matones, desgarrados del estudio áspero y desabrido de las escuelas; campesinos cazurros de cejas hirsutas y bravías, con la pelambre sudorosa pegoteada en las sienes y en la frente estrecha; pícaros del hampa, doctorados en los monipodios en todas las artes de la truhanería: y también gente brava y dura; soldados viejos, camanduleros, curtidos de cicatrices e intemperies, el cuero atezado, y de miserias y sinsabores el alma, valentones y dicharacheros, entre mozos bisoños en el arte de la guerra, pero de genio adelantado y revoltoso, el entrecejo fruncido, la barba en punta, el bigote agresivo y enhiesto, el torso acorazado, tocados por el acerado morrión, con la mano enclavijada en el puño de la tizona o en los gavilanes de la espada; y con ellos el capellán de la expedición: Martín del Barco Centenera.

Andaba cerca de los cuarenta años, cuando movido por su genio andariego, se embarcó con rumbo al Río de la Plata.

Aunque era hombre de clara inteligencia, parece que más que el sosegado trato de las musas, prefería el discreto galanteo de las mozas y el espiritoso regalo del buen vino; pero como en sus trajines por el Río de la Plata, Paraguay, Tucumán y el Perú, terciara en disputas y rencillas entre civiles y aun entre eclesiásticos, se vio enredado en no sé qué proceso de la Inquisición de Lima, que puso fin a sus correrías por tierras de América y le llevaron a refugiarse en Portugal, donde entró al servicio de don Cristóbal de Mora, Marqués de Castel Rodrigo, a quien dedicó su "Argentina", publicada en Lisboa en 1602, cuando el Arcediano se aproximaba a los setenta años.

En versos pesados y pedestres hace la crónica de la expedición de Ortiz de Zárate; de la vida de Santa Fe en los primeros años de su fundación; de las andanzas de Diego de Mendieta y su prisión por los santafesinos; de la segunda fundación de Buenos Aires; de la llamada Revolución de los Siete Jefes y de la muerte de Garay.

Con los sobrevivientes de la descalabrada expedición del Adelantado Ortizde Zárate, ese hombre esquivo, reservado y tieso, de mirada encapotada y dura ante la visión de su malhadado destino, llega, aguas arriba por el Paraná, hasta Santa Fe, que Garay acaba de fundar, entre el griterío y alharaca de los indios, que siguen el barco con sus piraguas de timbó o que se asoman al borde de la barranca, entre la arboleda de las islas.

Allí está la ciudad, al filo de la barranca, es el primer caserío, levantado en el apremio de hacer un reparo contra la intemperie, y defendido, más que por las tapias "no muy altas" que rodean el fuerte, por el coraje de los "mancebos de la tierra" que acompañan al fundador en su empresa, dice Centenera.

Pero el arcediano no sólo describe nuestro paisaje fluvial, con sus islas arboladas con quebrados gorjeos de pájaros y las barrancas de tierra firme pordonde ve cruzar "los mancebos de la tierra", al galope de suscaballos como los centauros de un friso griego.

El Río de la Plata, los había recibido con la dureza y crueldad con que solía, como recibió a Solís, a Caboto y a don Pedro de Mendoza. Desembarcados en tierras uruguayas estaban ya a punto de morir, unos de hambre, a manos de los indios, otros; cuando a su reclamo, llegó el providencial auxilio de Garay al frente de un puñado de muchachos, casi todos nacidos en la tierra que pelearon denodadamente desde el lomo de sus caballos y a punta de lanza y a filo de espada, lograron sacar del temible aprieto en que se encontraba el nuevo Adelantado y al resto que le quedaba de su expedición.

Barco Centenera convivió con esa gente brava y dura, con esos soldados viejos que refunfuñaban por tanto descalabro con que tan despiadadamente les deparaba esta tierra, mal llamada de la plata, y sin embargo no encontraban el momento de abandonarla; aunque miraban con recelo a tanta gente moza nacida ya en este suelo, esos llamados mancebos de la tierra que el Arcediano Barco de Centenera llamara los mozos argentinos, que ayudaban a Garay a levantar una ciudad a la margen derecha del Paraná. Un pueblo, un caserío en medio de tribus ensoberbecidas y enconadas, en la mayor soledad y desamparo del campo, tan salvajes como las tribus que los habitaban.

Y en aquellos primeros tiempos de Santa Fe la Vieja, en las madrugadas invernales embozadas en la niebla; o en los radiantes amaneceres de estío, todo trémulos de arrullos de palomas de monte, anunciadoras del intenso calor del mediodía, desde el pértigo de las carretas, que abren los caminos con sus pesadas y crujientes ruedas de algarrobo o el sudoroso lomo de sus caballos en el arreo de la hacienda que marcha hacia el Alto Perú, aquellos mancebos de la tierra, sin saberlo llevaban el nombre de argentinos que les impusiera el Arcediano desde que llamó a estas regiones Argentina, con el nombre que tituló luego su famoso poema, en el que pondera y exalta el valor de estos "mozos argentinos", que un día a puro coraje, libraran la expedición de Ortíz de Zárate, en la tierra de charrúas, de la saña del indio.

Centenera dice en el canto primero que escribe su poema:

"Por descubrir al ser tan olvidado
Del Argentino Reyno"

Así agrega luego, en el mismo canto, que narra las aventuras, guerras y prodigios ocurridos en esta tierra:

"Del Argentino Reyno recontando
Diversas aventuras y extrañezas
Prodigios, hambres, guerras y proezas...

Al Río de la Plata le llama Río Argentino:

"De nuestro río Argentino y su grandeza
tratar quisiera en canto venidero"

Y en ese canto segundo dice:

"El río que llamamos Argentino
Del indio Paraná o mas llamado"

En el canto tercero, describe el hambre que pasaron los hombres de don Pedro de Mendoza:

"...en buenos ayres,
y como se pobló al Argentino"

Al referirse en el canto séptimo a la fundación de Santa Fe, dice:

"Garay el río arriba se ha tomado
y puebla Santa Fe, ciudad famosa
La gente que está entorno ha conquistado
Que es de ánimo costante y belicosa
Los argentinos mozos han probado
Allí su fuerza brava y rigurosa
Poblando con soberbia y fuerte mano
La propia tierra y sitio del pagano"

En su poema, en distintos cantos, llama Argentino al río: Argentina a la tierra y argentinos a los famosos "mancebos de la tierra"como llamaban a los criollos en el Paraguay. Y ya en su vejez, cuando pone punto final a su "Argentina", nos dice que se apronta a seguir describiendo las hazañas y las descomunales y nunca vistas empresas de la Conquista.

"Que estoy en mi vejez ya componiendo
Del Argentino reyno hazañosas
Batallas, que el Dios Marte va tejiendo
Conquistas y noticias espantosas"

Y en esas batallas, que dice tuvo ocasión de presenciar los alardes de coraje de aquellos "argentinos mozos" fundadores de Santa Fe, como cuando les libraron de morir a manos de los charrúas:

"Que son diestros y bravos en la guerra,
los mancebos nacidos en la tierra".

En el ocaso de su vida, el arcediano, este trashumante clérigo andariego, se echaba a caminar por las riveras del Tajo, en Portugal; dejaba Lisboa a sus espaldas con su abigarrado caserío en las florecidas laderas de la sierra; divagaba en el puerto entre marineros pringosos de brea y pescadores con un fuerte hedor a mariscos; y mientras las flotas que zarpaban hacia la India por el rumbo que trazara Vasco Da Gama, lucían las jarcias empavesadas de grímpulas y flámulas, ensimismado frente al mar, recordaría aquellos versos de Camoens que hablan de las tormentas y desventuras, y el riesgo inminente de la muerte de los esforzados marinos que se echaban a las peligrosas aguas del océano.

"No más tanta tormenta e tanto dano
Tantas veces a morte apercibida
Na terra tanta guerra, tanto engano"

Pero su imaginación vuelve a esta tierra, que el llamó Argentina; y en los últimos años de su vida termina su famoso poema y empieza a ordenar sus recuerdos para pedir inspiración a sus pedestres musas y empezar otro poema sobre las hazañas con que van jalonando su paso por estas tierras, que él llamara Argentina, los hombres de las primeras expediciones del descubrimiento y población del río Argentino.

En conmemoración de este hecho trascendental en nuestra historia, la Academia Nacional de Letras, ha implantado en las ruinas de Santa Fe la Vieja, solar de los primeros argentinos, un hermoso azulejo ideado por Manuel Mujica Lainez, rindiendo homenaje al Arcediano Martín del Barco Centenera.




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