CINCO SIGLOS DE CULTURA HISPANOAMERICANA
José Luis Víttori (*)

Para referirme a "El legado de España a la literatura rioplatense", motivo de mi disertación, necesito ubicarlo a grandes rasgos en el mareo de los "Cinco siglos de cultura hispanoamericana", tema central del curso que hoy se inicia.

Todo empieza para nosotros, iberoamericanos, con la gesta del Descubrimiento de la "tena incógnita", de la India Extra Gangem, del "Mondo Novo", del Continente perdido o desmemorizado, o del hallazgo todavía sin nombre de oscuros navegantes antiguos o medievales...Vaya uno a saberlo.

Para las Indias Occidentales de remotas cartografías planetarias y cartas de navegación, la Historia empieza en 1492, cuando el Gran Almirante pone su pie en las islas del Caribe y toma posesión de la tierra en nombre de los Reyes Católicos. ¿Cómo se posesiona Colón de las tierras nuevas? Nombrándolas. Bautizándolas. Y las nombra en el estilo español del siglo XV: a la isla aborigen de Guanahaní la llamó "San Salvador", a otra le puso "La Española"; al primer fuerte que hizo armar con los despojos de la "Santa María" naufragada en los arrecifes de un golfo, le dijo "Navidad". Ya la primera ciudad que fundó en América: "Isabela", en homenaje a la reina. Así, el continente virgen, poblado de tan lejos como Europa por el hombre del Paleolítico, pero desconocido (o poco menos) por la Europa civilizada, renacentista y expansiva del siglo XV, se hizo realidad en el idioma de España.

1492. Algunos autores de la época le llaman "el año glorioso'. No es para menos. En ese tiempo, Isabel y Femando toman Granada a Boabdil el Moro, dando término a ocho siglos de guerra por la reconquista y la unificación de España. Ligada a ese acontecimiento, está la fundación de una ciudad que resultará homónima y homóloga de la nuestra: Santa Fe de Granada, campamento militar desde el cual se ordenó el sitio de la capital del reino moro. El mismo año, Elio Antonio de Nebrija presenta a la reina Isabel su manuscrito del "Arte de la lengua castellana, primera gramática de cualquier lengua romance, principio de los estudios filológicos en España y fuente de la unificación del español como idioma nacional, "ofreciéndoselo a los Reyes Católicos para que sirviera de norma imperial y unificadora de todos los pueblos y gentes aunados por Castilla (Cf. Ernesto Giménez Caballero: "Lengua y literatura de la hispanidad", 83).

Es fama que Isabel dijo ese 14 de agosto al arrogante Nebrija en la audiencia: "esto está muy bien, hombre, pero ¿cuál es la utilidad de la obra?". Acompañaba a Nebrija Fray Hernando de Talavera, obispo de Avila, quien respondió por él: " ... que después que Vuestra Alteza metiese debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinas lenguas e con el vencimiento aquellos temían necessidad de recibir las leyes quel vencedor pone al vencido e con ellas nuestra lengua, entonces, por este mi arte, podrían venir en el conocimiento della, como agora nosotros deprendemos el Arte de la Gramática Latina por deprender el Latín' (Cf. Juan Luis Aiborg: "Historia de la literatura española". Gredos 1969, I / 520).

Palabras adelantadas en semanas al Descubrimiento y en años a la conquista y colonización de América, que en parte sería obra de las armas, en parte de la fe, en parte del idioma, en parte de la Gramática y en parte de la imprenta.

En 1474, al iniciarse el reinado de Isabel y Femando, se introdujo la imprenta en España, y desde entonces la "máquina civilizadora" se difundió con rapidez por las principales ciudades de los reinos de Castilla. Aragón y Navarra. De allí la propagación de impresos que ilustran los finales del siglo XV, como el "Vocabulario en latín y en romance" del humanista Alonso de Palencia y las traducciones de Aristóteles por Juan de Vergara, publicadas en 1490. Por ese tiempo aparecen también las églogas de Juan de la Encina y proliferan los romances líricos y las páginas de historia cuyos cronistas serán los modelos de quienes narrarán la gesta americana (Cf. Julio Torri: "La literatura española". Brev. FCE 1952).

La gloria de la España católica finisecular, atrae asimismo a humanistas italianos que sumarán su voz a la benemérita de Juan Luis Vives; por ejemplo, a Pedro Mártir de Anglería, autor de sus famosas "Décades de Orbe Novo que inician la documentación de las exploraciones según el testimonio de los mismos navegantes; o Lucio Marineo Sículo, redactor de la enciclopedia histórico-geográfica "De rebus Hispania memorabilibus".

Data de 1499 la edición príncipe de una "obra capital del siglo XV y una de las más sobresalientes" dc toda la literatura española, la "Comedia de Calisto y Melibea", concebida por el Bachiller Fernando de Rojas, más conocida por "La Celestina', de la cual Menéndez y Pelayo afirmará que, "de no existir el Quijote (...) ocuparía el primer lugar entre los libros de imaginación compuestos en España". (Cfr. JLA: O. Cit, 534). Por lo tanto, ilustre antecesora del llamado "Siglo de Oro".

También durante el reinado de los Reyes Católicos, las universidades españolas se renuevan y crecen al impulso renacentista. Hernán Cortés, futuro conquistador de México, y Martín del Barco Centenera, se licencian en Salamanca, donde enseñan Pascual Aranda, Pedro de Osma, Apolonio y el mismo Nebrija. Esta Universidad alcanzará su mayor esplendor en el siglo XVI con cuatro Colegio Mayores y seis mil estudiantes matriculados (Gran Enciclopedia del Mundo. DURVAN Ed. (Bilbao) 1963, T. XVI-895- Izqu.).

Asi fue como, después del 12 de Octubre de 1492, la España cohesionada por la fe y las armas y los soberanos de la Reconquista, y ni bien clarificada la continentalidad del Descubrimiento, se lanzó en pos de las Indias. Lo hizo con sus barcos y sus armas, con soldados instruidos desde la infancia en la atmósfera de la guerra santa, hombres de fe y de pecado, intrépidos, fanáticos y belicosos; con capellanes dispuestos a ofrendar su vida en la catequesis de las naciones paganas; con una cultura acrisolada en los fuegos de ocho siglos de guerra contra infieles; con un idioma popularmente adoptado a la sombra del latín, pero literariamente formado desde los tiempos del poema del Cid y gramaticalmente cohesionado por Nebrija; con la imprenta, con sus libros, su literatura, sus cronistas, poetas, "escribanos', doctores y licenciados; con no pocos hombres santos e ilustres en el clero regular y con sus universidades. En este punto, la "leyenda negra" de una España atrasada e ignorante, es inadmisible.


En síntesis

El tema de mi disertación, como lo dije al comienzo, está circunscrito a "El legado de España a la literatura rioplatense". En el intento de incluirlo en el ámbito mayor de la cultura, no puedo extenderme a otros aspectos políticos, sociales, religiosos o militares de la Conquista y la Colonización de iberoamérica, más polémicos tal vez en el gran tema del 5to. Centenario del Descubrimiento.

Sé que en el enfoque integral de la nueva historiografía todos esos tópicos están ligados a la resultante de una época o de una hazaña, pero no nos da el tiempo para un esbozo de semejante magnitud.

Dentro de esta limitación, creo importante resumir los aportes y valores trasplantados por los españoles a la América indígena, desde California hasta el sur de la ciudad de Buenos Aires:

01. El poder único y absoluto de la Corona en la cima de un Estado cuya autoridad y organización se impuso por delegación en las instituciones iberoamericanas, con base jurídica en las Leyes de Indias, en reemplazo de los diversos órdenes indígenas que iban desde el centralismo de los mexicanos y los peruanos, hasta formas tribales primitivas. preagrícolas, dispersas en las vastas llanuras de América.

02. La prédica difundida de la fe católica, que suplantaba el politeísmo y la idolatría del sobrecargado y sanguinario panteón pagano, por un monoteísmo humanizado y sublimado en la divinidad de Jesús Cristo; baste pensar que a los crueles y múltiples sacrificios humanos entre los aztecas (seguidos estos por actos de canibalismo ritual), los toltecas, los mayas y los incas -entre otros pueblos nativos-, los sacerdotes opusieron la imagen de un Redentor y el sacrificio sublime de la Eucaristía, enseñanza ésta sustentada por vidas misioneras y heroicas que no pocas veces alcanzaron el martirio y la santidad.

03. La fecunda, abundante y muy liberal mezcla de sangres de los conquistadores varones con la mujer indígena, debido al hecho notorio de que la conquista y la inmediata colonización española de América, se hizo con una inmensa mayoría de hombres y, de suyo, escasas mujeres (apenas el 10% de la inmigración peninsular durante el primer siglo); mestizaje poligámico y tolerado en todas las instancias, al punto de que las leyes y las costumbres consideraron que el hijo mestizo de español e india, era español.

04 La implantación de un idioma continental, el español, formado en una larga tradición literaria escrita y regulado desde el siglo XV por una gramática; inteligible y vigente desde Méjico hasta Santiago y Buenos Aires como lengua oficial del Reino -naturalizada como "español americano" desde el S. XVII- por sobre el mosaico inextricable de las lenguas indígenas no escritas. Corolario de esto, fue la invención de las escrituras alfabéticas de diversas lenguas nativas, como el nahuatl, el quiché, el quechua o el guaraní por los misioneros católicos en Mesoamérica, Perú y Paraguay. Gramáticas que hicieron posible la preservación del patrimonio cultural indígena, como por ejemplo el Popol-Vuh -libro sagrado de los quichés-, los Libros de Chilan-Balam o los Males de los Cacchikeles.

05. La fundación de ciudades no sólo en las costas -como los puertos/ factorías de las colonizaciones inglesa, francesa y portuguesa, sino en el interior del Continente- P. Ej. México, Antigua Guatemala, Cuzco hispánico, Asunción del Paraguay, Córdoba del Tucumán, Corrientes . . .-; vale decir, la institución urbana como centro de cultura y actividad social, económica, político-administrativa y religiosa, en el sentido de modernidad, de núcleo irradiante, aún a pesar de la modestia o pobreza de algunas, como Santa Fe o Buenos Aires.

06. La difusión del libro, la imprenta y los estudios, desde el nivel primario a la Universidad, esto es, de los medios de alfabetización y conocimiento. Durante los siglos XVI y XVII, a medida en que la vida civil se estabilizó y se adapté a las condiciones ambientales de América, se importaron miles de libros y se formaron en todas las ciudades bibliotecas nutridas (Cf. G. Furlong, O. Cit.). En cuanto a la imprenta, México la tuvo en 1535 -la primera en América-, Guatemala en 1560, Lima en 1584 y Córdoba en 1613, entre otras. Treinta y tres universidades y diecisiete Colegios Máximos se fundaron entre 1538 y 1824, cantidad notable en proporción al número de habitantes, según el padre Furlong Santo Domingo tuvo el primer claustro en 1538; México la Universidad de San Pablo en 1551; Lima, la de San Marcos en 1553; Bogotá en 1580, Quito en 1588; Córdoba del Tucumán, la de San Ignacio en 1622; Charcas, la de S. Francisco Javier en 1624, y así siguiendo. En su conjunto, este sistema educativo dio, por la lectura y las aulas, personalidades, autores y obras de consideración, desde Garcilaso de la Vega, el Inca, a Manuel Canelas, Femando de Torreblanca, Eugenio López, Juan José Barón del Pozo, Jaime Razquin, Diego Pacheco, Juan Gabriel Lezcano, Fray Baltazar Maciel, Luis de Tejeda, José María Paramas, Manuel de Labardén y muchos otros (Cf. 6. Furlong, O. Cit., 111-110, 123, 124 135).

07. También trajeron la rueda, los caballos, las vacas, las ovejas, las aves de corral, la metalurgia del hierro y el acero, las modernas técnicas para la construcción de edificios, barcos y carromatos, o para la fabricación de herramientas e instrumentos musicales; la moneda acuñada, todas las ciencias del renacimiento, cereales como el trigo cuya primera siembra en el Plata se hizo en el fuerte de Sancti Spíritus, en tiempos de Gaboto; y mucho más.

El legado de España a la literatura rioplatense

En su caprichosa y por momentos obsesiva actitud antihispánica, Juan Maria Gutiérrez llega a sostener que los americanos debían borrar todos los vestigios de la tradición española, "hasta el mismo idioma", pues "cree que la influencia de España es funesta para la obra de un escritor americano"(*) Y no se borró en el lenguaje del pueblo ni en la escritura de los letrados, porque el español fue y es consustancial a nuestra idiosincrasia desde los orígenes, es decir, desde el descubrimiento del Río de la Plata por Juan Diaz de Solís y las fundaciones iniciales por Sebastián Gaboto y Pedro de Mendoza, Con ellos, las primeras voces de ultramar que resonaron en el ámbito rioplatense, voces del Renacimiento Europeo, fueron españolas. También se debieron a España las primeras manifestaciones en verso y en prosa de la literatura rioplatense y el trasplante de toda una cultura a \os desiertos nativos de nuestra América, el casi despoblado y salvaje territorio del Plata.

Otras veces he dicho y escrito con no disimulada admiración, que en la Argentina contemporánea fue Dn. Ricardo Rojas el fundador de los estudios sistemáticos de la literatura nacional al crearse, en 1912, la primera cátedra universitaria de una materia todavía inexistente, en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, Inspirador de la iniciativa, se le confió impartir la enseñanza como "conferenciante de literatura argentina". "Era sin duda anomalía sorprendente, que nuestras aulas de estudios superiores no enseñaran la evolución de nuestras fuerzas espirituales y de las formas literarias que las habían fijado -escribe Rojas-. Estudiar esos documentos, en confrontación con el medio donde aparecieron y con el ideal estético o moral que buscaron, tal es la obra importante que (. . .) me propuse iniciar en 1912. Antes de aquella fecha no habíamos incorporado esta materia a los estudios del país, ni habíamos organizado su bibliografía, ni creado un sistema teórico que permitiera organizarla (. . .) El maestro que la inauguró debió no sólo dictar sus lecciones, sino crear esta nueva asignatura. Yo tomé una cátedra sin tradición y una asignatura sin bibliografía" (introducción a "Los gauchescos", en "Historia de la literatura argentina", 1948 Losada, Buenos Aires).

Se puede disentir con el "sistema teórico" creado por Ricardo Rojas para organizar su disciplina o depurar aquí y allá algunas afirmaciones, de exhumarse documentos no hallados por él en los archivos. Se puede pensar la historia de nuestra literatura a partir de supuestos diferentes, pero no se debe ignorar la magnitud del esfuerzo de investigación que realizó ni los resultados del desvelo o, mejor, del sueño prócer que nos dio la primera historia sistemática y exhaustiva de la literatura argentina, cuyos ocho volúmenes han sido frecuentados, extensamente citados -a veces sin indicación de la fuente- y a veces usurpados, por varias generaciones de estudiantes y estudiosos desde la edición príncipe por Coni entre 1917 y 1922.

Preciso advertir que, compartiendo el enfoque del estudio y el sentido del discurso de Ricardo Rojas en la obra citada, mi exposición considera sus datos e incluye como fuente el texto de "Los coloniales", adicionándoles algunos comentarios o deducciones propias de un escritor que aborda el mismo tema desde el marco de referencia de este fin de siglo, cuando él los trató en el comienzo, con la diferencia de espíritu, más que de criterio, influida por las incertidumbres de la posmodernidad, en el tiempo de los "Media", de la "Aldea Global", de la "Tercera ola" y e1 "fin de las ideologías" que, si no invalidan el tiempo de las nacionalidades y de las literaturas nacionales, pueden inducir una renovada y ahora sí verdadera "cosmovisión" relativista. Con dudas y aún con cierto escepticismo sobre la suplantación de la pertenencia nacional por la declamada "ciudadanía del mundo".

La investigación original de Ricardo Rojas en las fuentes, me ha eximido de repetir su esfuerzo, cosa que por otra parte no se justificaba en una simple monografía con aire de ensayo, pero que, en la obligada consulta de diversos expositores del tema, me hizo ver la cómoda reiteración de estos sobre el modelo inicial -el de Rojas- o sobre uno anterior, la indagación critica de la literatura rioplatense por Félix de Azara en su "Descripción e historia del Paraguay y el Río de la Plata" (1943, Ed. Bajel, Buenos Aires).

Sostiene Rojas en la Advertencia del primer volumen de "Los coloniales", que la historia de una literatura no puede explicarse por los mismos métodos que la historia de una sociedad. "Cuando se estudia la formación de una cultura -escribe-, el tema se hace más propicio a la "descripción" que a la "narración". El documento escrito, que para el autor de historia política es una prueba del suceso real, (Subrayado mío) constituye para el autor de historia literaria todo el suceso, el hecho en sí, espejo de las ideas, pasiones y emociones que agitaron el alma de sus propios autores y el alma de la sociedad donde vivieron. Por eso el estudio de una literatura nacional, se halla más cerca de la estética que de la historia" (O. Cit., Págs. 9/10).

Sin ajustarse a la veracidad histórica declarada o pretendida por los 'escribanos' o 'memorialistas que acompañaron las distintas expediciones españolas a estas tierras, y también por los actores o testigos directos de los sucesos transmitidos en sus cartas a los reyes de España -piezas de conmovedora veracidad que claman justicia o reparaciones, inaugurando la correspondencia epistolar de América-, se va formando desde los tiempos de Solís y Gaboto un corpus literario rioplatense en el cual se entremezclan la realidad fenoménica y la ficción, las historias inventadas por la fantasía o deformadas por las pasiones en la vastedad, la soledad, el silencio y el peligro por momentos aterradores del ámbito en las empresas de explorarlo, conquistarlo o colonizarlo; y también los sueños que la distancia, la nostalgia o la vanagloria inspiran, alentando las desproporciones de las paradojas o el absurdo de las muchas muertes y los muchos sacrificios que Costó la colonización del Plata, un reino desprovisto de los codiciados metales preciosos, y por lo tanto 'para nada en las manos vacías de la ambición.

Ricardo Rojas (y la tradición que de él parte) atribuye al clérigo español Luis de Miranda, una breve composición en verso que, sostiene, inicia la documentación literaria del Río de la Plata. Atribución curiosa pues, según parece, nadie recordaba en su tiempo a Miranda como poeta, sino como soldado de Carlos V en la guerra de Italia hacia 1527 y, luego de sus estudios eclesiásticos y de sus votos sacerdotales, como clérigo sumado ala expedición de Pedro de Mendoza al Río de la Plata en 1535. "Ningún documento de la época lo recuerda como poeta (...) todos recuerdan a Miranda, pero como clérigo' (Cf. Bernardo Canal Feijóo). Aparte dicha curiosidad, sobre la que volveré al referirme a del Barco Centenera, el mismo Ricardo Rojas, que no la menciona o la ignora, titula 'Romance elegiaco" a la composición de Miranda:

Anño de mill y qui's
que de ueinte se dezia,
quando fue la gran porfia
en Castilla.
sin quedar ciudad ni uilla
q a todas Inficiono
Por los malos digo yo
comuneros
q a los buenos caballeros
quedaron tan señalados
afinados y acendrados
como el oro.
Semejante al mal q'lloro
qual fue la comunidad
-Tuvimos otra en verdad
subsecuente
en Las Partes del poniente
en el Rio de la Plata
conquista la más ingrata
a su señor
desleal y sin temor (texto paleográfico)

Poema reminiscente y conmovido por las hambrunas de la primera Buenos Aires, concebido con ánimo alegórico en la aldea sitiada e incendiada por los indios, escrito hacia 1540 en Asunción del Paraguay, donde Miranda se encontraba después de despoblada aquella, "conmovido por el recuerdo de su propio martirio y de aquel cuadro de horror". Sólo 150 versos escritos en un "metro popular por tradición y esencia prosódica" -octosílabos de pie quebrado-, componen esta "simple crónica versificada" que, en humilde contraste con las pompas del Siglo de Oro es, además de la primera obra poética escrita en el Río de la Plata, como ya se ha dicho, obra de carácter testimonial.

Trabajos, hambres y afanes
Nunca nos faltó en la tierra,
Y así nos hizo la guerra
La cruel.
Frontera de San Gabriel
A do se fizo el asiento;
Allí fué el enterramiento
Del armada.
Jamás fué cosa pensada
Y cuando no nos catamos
De dos mil, aún no quedamos
En doscientos.
Por los malos tratamientos
Muchos buenos acabaron
Y otros los indios mataron
En un punto.
Lo que más que aquesto junto
Nos causó ruina tamaña

Fué la hambre más extraña
Que se vió. (Ibídem)

Poema de soledad y desamparo, elegía desconsolada, simboliza en los orígenes el estado de ánimo que dominaría la lírica de nuestro país -la del campo y la de la ciudad-, anticipando ciertos motivos insistentes en el modo de sentir argentino: la adversidad, la congoja, el desamparo del hombre en la llanura bárbara y colmada de asechanzas en las trampas de la naturaleza olas inquinas de los congéneres. Así, la fatalidad (y el fatalismo), el desdén hacia la mujer:

Desleal y sin temor
Enemiga de marido
Que manceba siempre ha sido
Que no alabo.
Cual los principios el cabo,
Aquesto ha tenido cierto,
Que seis maridos ha muerto
La Señora. (Ibídem)

Ingrata la Conquista, traidora y cruel la tierra en el desabrimiento de los conquistadores (Cf. Rojas, O. Cit., Pág. 93, llamadas 2 y 4), siniestra "La Señora" (la muerte)...Conquista, tierra y muerte, principios femeninos en la devastación de la Armada de Pedro de Mendoza. El signo deseado y a la vez temido o desdeñado, pesará en el ánimo del colonizador cuando, solo en su alma, escaso de mujeres españolas, acepte cruzarse en placer y "en pecado" con las mujeres guaraníes en el "Paraíso de Mahoma" de la Asunción. Y el sentimiento contradictorio del varón, cruzará los tiempos hasta la mitología rioplatense de la milonga y el tango suburbanos, como a su vez el octosílabo del romance, anidará siglos más adelante en las manifestaciones de la poesía rural, desde los versos de Baltazar Maciel y de Bartolomé Hidalgo hasta el Martín Fierro de Hernández.

Observaba Lugones en El Payador, que la índole rítmica del castellano "es de tal modo octosílaba, que casi todos los refranes forman un par octosílabo. Las mismas frases sentenciosas tienden a tomar esa medida; y así, nuestro contemporáneo José Sixto Alvarez, que no era poeta, escribió en octosílabos involuntarios casi todos aquellos pintorescos Cuentos de Fray Mocho donde dialogan, haciendo filosofía popular, los tipos del bajo pueblo", afirmando por último: "Por esto, Hernández escribió en octosílabos su Martín Fierro, que así hubo de incorporarse naturalmente a la memoria popular" (O. cit., Buenos Aires, Ed. Centurión 1961, Pág. 126).

No en vano Federico C. Sainz de Robles define el romance como "la combinación métrica singular de un género poético español" cuyos versos cuentan ocho sílabas, la mitad de las que caracterizaban la medida de las canciones de gesta, llamadas 'romance viejo" (F.C.S.dR., "Diccionario de la literatura", Madrid Fil. Aguilar 1949, Vol. 1, P-ag. 1115). Mi, al "romance nuevo", con la esencia prosódica del octosílabo, lo trasplantó España en el Plata con los versos fundadores de Luis de Miranda, que toman esa medida del habla popular, del refranero y de las letras de ciertas canciones propias de la tradición española, de donde pasará al cantar poético de nuestra tierra.


Pero Hernández y Ulrico Schmidel

Cuando el Segundo Adelantado del Río de la Plata. Alvar Núñez Cabeza de Vaca, llega a la Asunción en 1542, cruzando a pie la selva brasileña desde la costa atlántica, trae por secretario a un escribiente andaluz llamado Pero (Pedro) Hernández, hombre de "buena pluma" y, ya en Asunción, designa capellán a Luis de Miranda.

Tres años permanece Alvar Núñez en el Paraguay, acosado por intrigas políticas que en 1545 lo despojan del mando y lo reducen a prisión, Los graves cargos levantados en su contra determinan que se lo embarque a España para ser juzgado, junto con su escribiente. Hombre de carácter altanero y de menguadas condiciones de mando, según lo describen sus adversarios, se hace impopular entre los vecinos y la tropa lo resiste, al punto de justificar su destitución por el conquistador Domingo Martínez de Irala y sus adictos. Pero Hernández hace su defensa ante el rey, escribiendo una relación de los sucesos y una vindicación de la persona y gobierno del Adelantado: Comentarios de Alvar Núñez Cabeza de Vaca.

Esta obra, 'fragmentaria" y "autobiográfica" (Cf. B. Canal Feijóo), publicada en Valladolid (1555) en edición conjunta con Los naufragios, del propio Alvar Núñez, logra "una auténtica descripción de los azares de una expedición y un gobierno en tierra americana; no desdeña relatar circunstancias y anécdotas llenas de color y veracidad" que "nos muestran a un autor dueño del idioma y capaz de transmitir al lector estampas e imágenes llenas de color y movimiento" (Cf. Alberto M. Salas (3). Escrita sobre la base de anotaciones suministradas por Alvar Núñez, pero también de lo visto y vivido por él, "es tal vez lo primero que salió en España sobre las cosas de América", en el sentir de Rojas.

"Dende a quinze dias que ouo llegado el gouernador a la ciudad de Asunción, como los oficiales de Su Magestad le tenian odio por las causas que son dichas, que no consintia, por ser, como eran, contra el servicio de Dios y de Su Magestad, assi en auer despoblado el mejor y mas principal puerto de la orouincia con pretención de se alear con la tierra (como al presente lo estan). Y viendo venir al gouernador tan a la muerte y a todos los christianos que con el traya, dia de Sant Marcos se juntaron y confederaron con otros amigos suyos y conciertan de aquella noche prender al gouemador…"(texto paleográfico) (4)

Las pasiones de la época parecen revivir con mayor crudeza en la ortografía antigua, y hablan por ellas el ánimo faccioso de la gente de Alvar Núñez y de Domingo Martinez de Irala, el español ungido por la Corona y el español adoptivo de América, con ambiciones de poder y representatividad popular, en un antagonismo que, desde entonces, se manifestará a lo largo de tres siglos, hasta la confrontación final en las luchas de la Independencia.

Pero Hernández, escritor-viajero en la aventura americana de su jefe, inicia una literatura en tránsito circular -que parte de España y vuelve a la patria-, odisea en pos de un mundo nuevo y desconocido en el cual el asombro y el coraje comparten la aventura de armas y letras, en tanto Martínez de Irala -escribano y secretario él mismo en la expedición de Mendoza- traduce en hechos su decidido arraigo al suelo rioplatense y calla el resto, su tal vez melancólica adaptación americana, sustrayéndolo al testimonio de la palabra escrita, Como en la música, también los silencios tendrán su elocuencia en el tumulto de esta historia, resonando a veces con tanta o más fuerza que las palabras mismas, allí donde profundizan un misterio o callan una respuesta, abriéndolos a todas las conjeturas de la posteridad.



ULRICH SCHMIDEL Y EL VIAJE AL RÍO DE LA PLATA

"Gran necesidad e inaudita miseria"

"Poetas-aventureros y soldados-escritores" -decía Ricardo Rojas. Algunos de los conquistadores del Río de la Plata dividieron sus oficios y tiempos en diferentes servicios -que todos eran en el fondo "servicios al rey" -al esgrimir palabras, armas, o herramientas, según la necesidad. Ya se ha dicho que el primer oficio de Miranda fue el de las armas. No dudó en tomarlas el escribiente Pero Hernández en defensa de su Adelantado y luego las palabras asumieron en su alegato el filo de armas simbólicas. Como se verá enseguida, Martín del Barco Centenera no dudó en evangelizar a los indios con la persuasión de las palabras o con la fuerza de las armas, y Ruy Díaz de Guzmán -autor de la "Argentina manuscrita"- fue militar de grado y en campaña.

Todos ellos eran españoles de origen o hijos de españoles nacidos en América. Como tales, compartían la fe y la aventura de la conquista y la colonización rioplatense lideradas por sus reyes y por su patria. Entre una mayoría de españoles lanzados a ultramar, hubo extranjeros: franceses, flamencos, holandeses, griegos y alemanes. De estos últimos, nadie ejemplifica con mayor elocuencia que Ulrich Schmidel, la condición de soldado, aventurero y cronista, pero sobre todo el cumplimiento mítico del "viaje" iniciático, del "peregrinaje circular" y del cambio de identidad por obra de su travesía. Ricardo Rojas delinea bien este aspecto de la experiencia del héroe indiano: "Dijérase que el destino de los conquistadores era lucir en Indias y oscurecerse en Europa. Sus nombres se hacen visibles al entrar en el día de gloria de nuestro hemisferio, pero saliendo de una vida oscura que torna otra vez a envolverlos cual una noche cuando vuelven al viejo mundo, como astros en rotación que llegan a su ocaso" (O. Cit., I, 116/17).

Nacido en la ciudad bávara de Straubinga, hacia 1510, Ulrich fue hijo de Wolfgang Schmidel, burgomaestre -es decir, intendente-y procurador de Augsburgo, diputado en 1506 a la convención de los Estados germánicos.

Vástago de buena familia, aunque no primogénito, debió recibir alguna educación que le permitiera desempeñarse en un empleo de comercio en Amberes, de acuerdo con la tradición burguesa que destinaba los hijos varones al clero, a las armas o a la actividad mercantil. No conforme con ésta y con la vida sedentaria, codicioso de aventuras, al enterarse del bando que pregonaba la expedición de D. Pedro de Mendoza al Río de la Plata, decide enrolarse para probar suerte. Se traslada a Cádiz, tal vez recomendado a dos comerciantes de Nüremberg: Sebastián Neithardt y Jacobo Welser, que fletaban una urca para agregarla a la armada, y el 1 de septiembre de 1534, a los 25 años, engancha como arcabucero de la expedición "más lúcida" que partió de España a la conquista de América.

En 1535 fue testigo de la primera fundación de Buenos Aires. Poblador de la aldea fortificada, participó en su defensa contra los indios, padeciendo también las hambrunas, hasta que Domingo Martínez de Irala mandó despoblarla. Radicado en la Asunción, sargento a las órdenes de Irala y siempre leal a éste, participa en las luchas facciosas que epilogan en la destitución del Segundo Adelantado, Alvar Núñez; también en los combates contra los indios alzados yen las expediciones que se internan en el continente buscando el Reino de las Amazonas o las riquezas del Perú. Reinos de fábula y riquezas en metales rondaban la fantasía de los conquistadores, desoyendo el "testimonio de aquella ilusión y este desencanto" legado a su posteridad americana por el capitán Nuflio de Chávez, cuando escribió en descarnado mensaje al Emperador: "aunque no se siguiese otro interés que el de desencantar la tierra"(Subr. del autor).

En 1554, veinte años después de haber partido, a instancias de su hermano Tomás, quien enfermo de muerte, lo designa su heredero y lo convoca de vuelta a la patria, Ulrich Schmidel regresa a Straubinga, cumpliendo así otra de esas odiseas que colman de experiencias una autobiografía, obrando una verdadera metamorfosis en el vástago de buena familia, en el empleado de comercio de Amberes, en el heredero de una fortuna, transformándolo en el "hombre ingenuo", en el "rudo soldadote" "aficionado alas fiestas y a las mujeres, aunque fueran indias", "carente de la imaginación necesaria para inventar", autor de una "primitiva narración" cuyo lenguaje "a veces tórnase afligente" en su prosodia bárbara' (Cf. R. Rojas, O. Cit.) Sorprende el contraste entre la identidad joven y la adulta de nuestro personaje, y se presta a dudas razonables o a conjeturas aventuradas.

Lo cierto es que el sargento de Indias, una vez en posesión de la herencia que, por vía familiar, compensa las privaciones y los sufrimientos de su campaña, escribe (¿o dicta?) al fluir de sus recuerdos, una obra en prosa cuyo título resume el derrotero de su viaje por la historia: "Verídica descripción de varias navegaciones, como también de muchas partes desconocidas, islas, reinos y ciudades -también de muchos peligros, peleas y escaramuzas entre ellos y, los nuestros, tanto por tierra como por mar, ocurridos de una manera extraordinaria, así como de la naturaleza y costumbres horriblemente singulares de los antropófagos, que nunca han sido descriptas en otras historias o crónicas, bien registradas y anotadas para utilidad pública, por Ulrich Schmidel de Straubin". El título del primer borrador en alemán, fechado en 1554, fue simplificado por Edmundo Wernicke cuando lo tradujo al español: Derrotero y viaje a España y al Río de la Plata", Santa Fe. l93 (Cf. J. Caillet Bois, O. Cit. I, 22, pie de Pág. A. M. Salas, O. Cit., Cf. II-1696, pie de Pág.), o bien como "Viaje al Río de la Plata" en reediciones.

Tratándose de una traducción, no puede hacerse exégesis en punto al lenguaje. El aporte de la obra a la literatura rioplatense no se encuentra en la prosa vacilante, desaliñada y coloquial de un autor que, al cabo de diecisiete años en el Plata, "ha perdido su idioma natal" -el alemán- (A. M. Salas) y no adoptó el español, sino en la presentación de personajes y sucesos vistos y vividos por un hombres de tropa que cuenta descarnadamente historias ciertas e imaginarias, mezclando sus datos con ánimo novelesco y entonación popular. Tomo del Viaje al Río de la Plata (Cf.) el mismo fragmento elegido por Ricardo Rojas, coincidente con la situación que presenta Luis de Miranda en su elegía:

"… El muro de la ciudad (de Buenos Aires) tenía de ancho 3 pies; mas lo que un día se levantaba, se nos venía abajo el otro; a esto, la gente no tenía qué comer, se moría de hambre y la miseria era grande; por fin, llegó a tal grado, que ya ni los caballos servían, ni alcanzaban a prestar servicio alguno. Allí aconteció que llegaron a tal punto la necesidad y la miseria, que por razón de la hambruna ya no quedaban ni ratas, ni ratones, ni culebras, ni sabandija alguna que nos remediase nuestra gran necesidad e inaudita miseria; llegamos hasta a comemos los zapatos y cueros todos. Y aconteció que tres españoles se robaron un rocín y se lo comieron sin ser sentidos, más que cuando se llegó a saber, los mandaron prender e hicieron declarar con tormentos, y luego que confesaron el delito, los condenaron a muerte en la horca y los ajusticiaron a los tres Esa misma noche, otros españoles se arrimaron a los tres españoles colgados en la horca y les cortaron los muslos y otros pedazos de carne, y cargaron con ellos a su casa para satisfacer su hambre". (5).

La posteridad lo ha juzgado en forma diversa y contradictoria. Personaje tosco, inculto, creyente, buen soldado, bebedor y mujeriego, pudo pecar de sensual en su relato biográfico, pero no de fantasioso" -dice Rojas-"A pesar de sus errores externos, nadie negará su constante verdad de fondo, la que le viene de la realidad misma… Se ve que yerra, pero que no miente nunca' (6).

Félix de Azara, Lafone Quevedo y Paul Groussac -en cambio-, acusan los numerosos errores toponímicos y confusiones históricas en que incurre el autor, sin pensar quizás que Schmidel, al escribir las memorias de su aventura rioplatense, más que describir una realidad dada, la recrea o inventa "con el color de su tiempo", de acuerdo con los asombros que le depara su original aventura por estas tierras de fábula.

Ante la experiencia de participar en la conquista de un mundo extraño, salvaje y desmesurado, la verdad y la mentira no pueden entenderse como valores normales -pensamos-. Verdad y mentira se entrecruzan en las crónicas de los primeros tiempos; verdades relativas y mentiras no intencionales, sobre todo en la mente y el discurso de un sujeto "de pocas luces", plantado en la frontera entre Medioevo y Renacimiento, donde lo imaginario y lo racional se entrecruzaban en la mentalidad popular y aún en la de teólogos y cientistas.

Los autores de los siglos XVI y XVII rioplatense perciben al Mundo Nuevo en "estado de inocencia" -de incertidumbre- , como una realidad mágica (porque es así, o por desconocida, inexplicable, monstruosa en su inmensidad) y en sus escritos también "hacen magia" de lo real, como los ilusionistas, para asombrar a los otros y sacar algún provecho de una hazaña amplificada hasta el delirio. De dónde, se impone una lectura polisémica y un desciframiento hermenéutico de esos textos, según la finalidad de la aproximación. Esta forma de entender realidad, vida y naturaleza, azarosa y desprolija en ellos, deviene un caso de estilo en los narradores y poetas que, a partir de Neruda en el Canto General o de Juan Rulfo en Pedro Páramo, la adecuan a los cánones intelectuales y sutiles del "realismo mágico".

DEL EPISTOLARIO RIOPLATENSE

La soledad de la pampa, el silencio rayado de pájaros, los sobresaltos de la navegación fluvial, la hostilidad de las riberas aborígenes, los horizontes dilatados hasta la curvatura de la tierra, las penurias físicas y espirituales de la conquista, incitaron a escribir. El papel y los utensillos de los escribientes no abundaban, pero aún así los héroes animosos y letrados escribieron cartas a sus parientes o a los reyes, para contarles de su vida, luchas, fatigas y privaciones, víctimas involuntarias de incumplidas promesas de oro, plata, perlas y otras riquezas de la fantasía, como el "agua de juvencia".

Francisco Villalta, Pero Hernández, Ruiz Galán, el clérigo Martin Gonzalez, Domingo Martínez de Irala, Luis Ramírez, Isabel de Guevara son algunos de los nombres ligados al epistolario rioplatense. "La epístola es, acaso, el único género literario que podía prosperar en los primeros momentos de la colonización" -piensa Ricardo Rojas. Es buen signo para una literatura contar con un epistolario en sus remotos orígenes, por el carácter espontáneo y confidencial de la escritura que la correspondencia supone. Y de buen signo es también que se hayan conservado en los archivos durante siglos, a salvo de la polilla y del tiempo que deslíe las memorias vivas pero no escritas.

¿Cuándo llegarían esas cartas a destino, si llegaban, en las alforjas de los marinos u oficiales que regresaban a España, y desde los puertos a las ciudades natales en manos de comedidos? Sin embargo, en los siglos del tiempo lento, eran portadoras de noticias "frescas" cuarenta o noventa días después, frescas de escritura también en lo más íntimo de las revelaciones, entre sueños de fortuna y pesadillas de miseria.

De esas cartas escritas en los tiempos iniciales de la conquista del Plata, las más expresivas fueron escritas por Luis de Ramírez e Isabel de Guevara.

"Pasaron las naos muchos peligros…"

Luis de Ramírez vino al Plata con Gaboto y escribió a su padre el 10 de julio de 1528 desde el puerto de San Salvador, donde se habian refugiado los expedicionarios después de haber incendiado los indios el fuerte de Sancti Spíritus. En las once mil palabras de su extensa misiva, cuenta Ramírez al correr de la pluma y con naturales tropiezos (… "no mire vuesa merced a la mala orden de escribir, que como ha tanto que no lo hago estando en esta tierra he perdido el estilo" -se disculpa), los asombros y peripecias de su navegación por el Río de la Plata y el Paraná, describiendo las tempestades y las calmas, los peces, las islas, la pureza del agua: "de muy buen agua, dulze, la mejor y más sana que se puede pensar" -dice al respecto, o bien:- "El pescado desta tierra es mucho y muy bueno, es tal y tan sano cual nunca los ombres bieron". Sobre el río escribe: "un río que llaman paraná el cual es muy cabdalosísimo (. . .) el cual tiene de anchura doce leguas e catorce e por lo más angosto cinco leguas" (12, 402).

Y dice de las islas: "Este Rio aze en medio, muchas yslas, tantas que no se pueden contar (. . .) hibamos de ysla en ysla pasando mucho trabajo, buscando yerbas y esta de todo jénero. que no mirabamos. Si eran buenas o malas". También se refiere a las "calmas", es decir, a los días sin viento, fatales para la navegación a vela: "Con esta fiera pasión estubimos parados. algunos dias sin yr adelante por no ayer tiempo por que no andabamos sino vna legua. o media legua cada dia a toas. con mucho trabaxo" (12, 403), Interesa esta última situación, porque las calmas del Paraná, lo mismo que las sudestadas en el Río de la Plata, fueron temidas durante siglos por los navegantes, quienes se quejaron de ellas en sus cartas y memorias hasta el tiempo de los barcos a motor, fines del siglo XIX en estos lugares.

Al referirse a esta carta, Agustín Zapata Gollan destaca que en ella constan las primeras observaciones sobre el Río de la Plata, e ilustra su acerto transcribiendo el párrafo siguiente:

"este rio es muy cabdaloso, tiene de boca XXV leguas largas, en este rio pasamos muchos trabajos y peligros, ansí por no saver la canal, como ayer muchos bajos en el y andar muy alterado con poco biento quanto mas que se lebantan en las grandes tormentas y tiene muy poco abrigo, digo, de verdad a vra. que en todo el biaje no pasamos trabajos ni peligros como en cincuenta leguas que subimos por el, hasta llegar a un puerto de tierra firme que se puso nombre San Lázaro" (8).

Por lo minucioso del relato, plenamente informativo, la carta de Luis Ramírez es una breve crónica, dice Salas acentuando su aspecto historiográfico, sin desconocerle valores literarios: "en el relato que hace de sus andanzas y aventuras, siguiendo en él una simple e impecable línea de desarrollo" (...) escribe "directamente y con claridad" y, "aunque a veces se le enrevesa la prosa, su relato tiene unidad y sentido coherente, de lo que deducimos que algún oficio de escribano debió tener" (A. M. Salas, O. Cit., 1692).

Quizás lo tuviese, pero Luis Ramírez no era marino, así que su singladura a bordo de la nave capitana de Gaboto, fue un "viaje de bautismo" a un mundo nuevo, desconocido, pleno de sorpresas y motivo de duras experiencias para el aprendizaje de un hombre joven, buen observador, dotado en letras y por lo tanto capaz de escribir sus primicias sobre la navegación inicial del Plata y el Paraná, la fundación de casas fuertes - Sancti Spiritus- o la primera siembra de trigo.

"la ronda de los fuefos…"

Coinciden quienes han estudiado el tema, en destacar la importancia de la carta de Isabel de Guevara en el epistolario argentino. Ella fue una de las pocas mujeres arribadas al Plata en 1536 con la expedición de Pedro de Mendoza. "A esta Provincia del Río de la Plata, con el Primer Adelantado della, don Pedro de Mendoza, avemos venido ciertas mujeres, entre las cuales ha querido mi ventura que fuese yo la una". Como tal, asistió a la fundación de Buenos Aires, fue parte activa en la defensa del fuerte cuando los ataques del indio, padeció con los Otros pobladores las hambrunas, y fue testigo del incendio de la aldea, su despoblamiento y el traslado de los pocos sobrevivientes a la Asunción en 1541. Es probable que en esta ciudad se casara con el conquistador Pedro d'Esquivel -caballero sevillano y "compañero de infortunios"-. Desde allí escribió a la princesa D. Juana, hija de Carlos V, en 1556, 'pidiéndole para si un repartimiento perpetuo y para su marido un cargo acomodado 'a la calidad de su persona' (Rojas, ibídem, 128).

"Vinieron los hombres en tanta flaqueza, que todos los trabajos cargaban las pobres mujeres: ansí en lavarles las ropas, como en curarles, hacerles de comer lo poco que tenían, alimpiarlos. hacer sentinela, rondar los fuefos, armar las vallestas quando algunas veces los yndios les venian a dar guerra". (8)

No sabemos si obtuvo del Rey, por mediación de su hija, los favores que solicitó, pero del Barco Centenera da noticias, en "La Argentina", de la triste muerte del caballero d'Esquivel, víctima de la lucha entre fray Pedro de la Torre, Obispo de Asunción -de quien es partidario- y el Gobernador Felipe Cáceres. Este lo manda prender y lo condena a muerte. "A Pedro de Esquivel, un caballero / de bella compostura y bella traza, / (. . .) En su prisión afirma, y en la plaza / Le corta la cabeza, y en picota / La fija, de traidor le reta y nota" (VII-2l5-Der.-la.).

Al margen del trágico desenlace que epiloga en los hechos la carta de doña Isabel de Guevara, la misma "nos muestra un pedazo palpitante de la conquista", escribió Agustín Zapata Gollan en Las puertas de la tierra. "Qué visión tendríamos ahora de los conquistadores, si en vez del alemán Schmidel, nos hubiera dejado sus memorias alguna de estas mujeres que vinieron, como las mujeres del Cid, para ver 'por los ojos cómo se gana el pan', y que al mismo tiempo que aderezaban la cena sabían manejar las armas y alentar a los soldados y disimular luego la torpeza de los mismos hombres que les negaban el alimento si no les servían! . . . (O. Cit., 44 y Ss.).

"Todos los servicios del navío los tomaban ellas tan a pechos, que se tenía por afrentada la que menos hacía. Y mareaban las velas, gobernaban el navío, tiraban la sonda y hasta tomaban el remo a los que desfallecían".

La necesidad de escribir cartas, obra tal vez del ámbito desolado, la escasa vida social en la pobreza de las ciudades o los fuertes lazos afectivos en la vida familiar, se manifiesta durante toda la colonia, y, con justicia no satisfecha todavía al reclamo de Ricardo Rojas de reunir en un volumen lo principal del epistolario secular, se han exhumado con posterioridad algunas piezas ejemplares como las cartas de Dna. Beatriz de Vera en el 1600: "Hermano mío de mi alma: la vuestra recibí el Sábado Santo, y con ella, mucho contento en saber tenías salud, la cual acreciente Dios Nuestro Señor. . ." (G. Furlong, O. Cit., II, 120).

UN POEMA DA NOMBRE AL PAIS: "LA ARGENTINA"
DE MARTIN DEL BARCO CENTENERA

"…del Argentino Reino recontando..."

Concluidos sus estudios teológicos en la Universidad de Salamanca, el clérigo Martín del Barco Centenera se alista a los veintiocho años como capellán del tercer Adelantado del Río de la Plata, Juan Ortíz de Zárate, cuando éste parte hacia el Nuevo Mundo en 1572. En 1575, luego de llegar el Adelantado a la Asunción con los restos maltrechos de su flota y su gente, ejerce allí su ministerio, aprende el guaraní para predicar el Evangelio a los indios y recibe la dignidad religiosa de Arcediano, por la cual la posteridad le nombra y conoce. Permanece en Sudamérica hasta 1594 y en esos veintidós años es testigo y protagonista de la obra colonizadora y evangelizadora de España en esta parte del mundo.

En 1576 asiste a Ortiz de Zárate en su muerte e interviene en las intrigas por la sucesión del Adelantado. Respalda el nombramiento de Juan de Garay como su albacea y, en 1578, como Teniente de gobernador. En 1579 lo acompaña al Alto Paraguay, en una entrada contra los guaraníes que el legendario cacique Oberá ha sublevado. En 1580 parte con él hacia el sur y asiste a la segunda fundación de buenos Aires. Un alio más tarde viaja al Perú, donde lo nombran capellán de la Audiencia de Chuquisaca. Vicario de Porco en el 82, se desempeña en el 83 como secretario del III Concilio Americano convocado en Lima para reformar las costumbres En 1585 asciende a Comisario del Santo Oficio en Cochabamba. Un lustro después el mismo tribunal lo enjuicia y sentencia por embriaguez, aventuras amorosas, "público mercader" y "convivencia con mujer casada. Obispo de Asunción en 1591, regresa a España para siempre en 1594. El derrotero circular en ambicioso y aventurado peregrinaje en pos de "honor y honra mundana" (que después maldecirá) y de riquezas, culmina en un fracaso, pero epiloga en la redacción de la obra que lo inmortaliza: Argentina y conquista del Río de la Plata, escrita -se supone- entre 1595 y 1601, publicada un año después en Lisboa.

Ensayo de una épica de la conquista del Río de la Plata por España, epopeya regional influida por La Araucana de Ercilla y por Os Lusíadas de Camoens, autobiografía nostálgica y altanera, su autor, personaje singular en el que se entremezclan los mitos del Medioevo y las utopías del Renacimiento, no es según la crítica de distintas épocas ni buen poeta ni cronista fiable; sin embargo, La Argentina permanece como una fuente renovada de interpretaciones simbólicas, de noticias "frescas", de observaciones irónicas y autoirónicas; expresión de la picaresca española trasladada al Plata, demorado transporte de la novela de caballería al ámbito legendario de estas tierras, lejano y fecundo antecedente del realismo mágico hispanoamericano, en copiosas lecturas de latitud polisémica.

Con el Romance (1545) de Luis de Miranda, los Comentarios (1555) de Pero Hernández, la Verídica descripción de varias navegaciones (1567) de Ulrich Schmidel y La Argentina Manuscrita (1612) de Ruy Diaz de Guzmán, La Argentina de Martín del Barco Centenera constituye el horizonte más remoto de la literatura rioplatense. En sus veintiocho cantos y sus once mil versos endecasílabos, el autor canta (y cuenta) venturas y desventuras de la conquista rioplatense, asombrándose de la tierra y, podría decirse, asombrándola con sus imaginaciones. Si la realidad misma es mágica, como la sienten los místicos y los poetas en sus intuiciones -quiero decir: misteriosa, imprevisible, de "doble fondo" como las cajas chinas, sorprendente, por momentos inasible y siempre cambiante- tanto más lo era o parecía serlo en el siglo XVI esta América enclavada en el hemisferio sur, donde desde el cielo a los ríos, las distancias, las proporciones (o desproporciones) no habían sido nunca vistas, ni pensadas, ni medidas. Sobre los enigmas y las maravillas de este mundo salvaje, feraz y hostil, bien podía el poeta aventurar el ilusionismo de sus palabras, haciendo magia de la realidad, es decir, hechizándola para conjurar sus tenores ante la inmensidad que se le ofrecía con ánimo tan variable, sobre todo a él, al intruso de Salamanca, instruído en humanidades, lector de los clásicos, animado en lo íntimo por una fe inquebrantable, pero tentado a la vez por los goces sensuales, las intrigas domésticas de la Historia, los mitos de Homero y de Platón, la lira de Virgilio, en el encuentro de dos edades, la ascética medieval y el epicureísmo renacentista.

En ese juego de lo real dado y lo virtual imaginado, recuerda las penurias de a bordo en la sacrificada travesía del océano por unos míticos pobladores de América, los tupís: "Y sin aguja al viento velas dieron. / A las furiosas aguas se entregaron" y, a la vez, los legendarios avistamientos de las ruinas de la Atlántida bajo el mar: "y así a muchos pilotos yo he oído / que navegando han visto las señales/y muestras de edificios que han habido" (I-185-Izqu.). Con la misma naturalidad con que enseña las rivalidades de los caudillos y bandos opuestos a lo largo de un siglo, atestigua cosas fantásticas de la tierra, el aire y las aguas: "De las cosas que he visto embelezada / me queda la memoria, y mi rudeza / en éstasis se pone enajenada" (II-193-Der- 5a.). Porque no sólo "ha visto", sino también tocado "peces semejantes mucho al hombre" (II-190-Der). Y también "la flor de la granada o granadilla / de Indias y misterios encerrados -dice- / ¿A quién no causará gran maravilla? / Figúranse los Doce Consagrados, (Los doce Apóstoles) / De una color verde y amarilla (...) Tan natural estan, y casi al vivo/ que yo me admiro ahora que lo escribo" (II-194-Izqu-2a.). Así con el "micurén", el "eyra", la sirena, el cerro donde el diablo canta (Añapureytá), la leyenda de Payzumé o Santo Tomé, el "peje palometa", las culebras que desafían al hombre, el carbunclo, la mariposa que se transforma en ratón, la vesecha en la peña viva de Itapuá, la boca del infierno en las aguas del Acái, el mono predicador...

A todo esto, del Barco Centenera afirma a quien lea sus versos: "Escribo la verdad de lo que he oído, / y visto por mis ojos y servido" (XXV316-Izqu.-4ta). El ha tocado (¿en imagen?), él ha visto (¿en sueños?); él testifica en su laborioso cantar americano maravillas sin cuento, y no por embuste, sino a su vez maravillado -decíamos (*) como invitándonos una vez más a la pregunta: ¿Realidad mágica o magia de la realidad?.

Puede no haber logrado del Barco Centenera en su Argentina los mejores versos. Puede haberse abandonado a la pasión de sus juicios, restando veracidad de crónica a los sucesos narrados. Pero los XX VIII cantos del poema son fluente inagotable de maravillas y de noticias autobiográficas, incitación a identificamos con la mentalidad del español del siglo XVI y con el ambiente de la conquista rioplatense.

"¿Qué diremos de aquel gran marinero/ Carreño, que en tres días vino a España (**)/ De las Indias, trayendo mal tempero/ Huracanes, tormenta muy extraña?/ Ni gente de la mar, ni pasagero/ En pié estaba, y andaba gran compaña / De diablos, que las velas marinaban / Y la nave con fuerza se llevaban.

"Larga escota, el piloto les decia, / Y cavan el trinquete y la mesana; / Y si les dice, 'aiza', con porfia/ Amainan los traidores con gran gana. / Y viendo qua al contrario se hacia, / Al contrario mandó: y asi fué sana / Su nave por los diablos marinada:/ ¡Y quien duda que fué de Dios guardada!" (X-231 -Izqu.)

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(*) "Del Barco Centenera y 'La Argentina', pág. 62 y Ss.
(**) Lo normal era que "Desde Castilla al Río de la Plata, Cuarenta días solo se gastaban" (Del Barco, O. Cit. VI-211-Der. 2a.)
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Cabe mencionar aquí la posible existencia de otra obra poética que, concebida en "metro mayor" sobre la historia del Río de la Plata y el Perú, se debería según sus propios anuncios al padre Martín González. De hallarse la misma, se confirmaría la existencia en aquellos tiempos de "un tercer poeta" (Miranda, del Barco y González) descubierto este último en sus investigaciones por el historiador Dn. Enrique de Gandía, quien deja sentada una sospecha: ¿será casual que del Barco y González nos refieran en verso la historia de estas regiones? "Muerto González -no sabemos cuándo- ¿no habrá Centenera, publicado con su nombre, el poema de Martín González?" (Cf. El clérigo conquistador Martín González, 1986, Pág. 78).

Ambos se conocieron en plena evangelización, pero del Barco Centenera despreciaba a González por el desacierto de su prédica a los indios: "Martín González, clérigo idiota, / Que a musa solamente no sabia" -dice, atribuyéndole por sus errores los delirios de Oberá, que llegó a decirse "hijo de Dios ("Su hijo dice ser, y concebido / De Virgen, y que Virgen lo ha parido") y que "Atrajo mucha gente así de guerra, / Con que daños hacia por la tierra" (MdBC: O. Cit., XX-285).

Ruy Diaz de Guzmán y
"La Argentina Manuscrita"

"Por aquella obligación que cada uno
debe a su misma patria."

La biografía de Ruiz Diaz de Guzmán puede condensarse en pocas líneas: hijo del conquistador Alonso Riquelme de Guzmán y de la paraguaya Ursula de Irala, noble mestiza hija del conquistador Domingo Martínez de Irala y de la india Leonor, nacido tal vez en la Asunción hacia 1560 (Cf. Fermín Chávez, "500 años de la lengua en tierra argentina", 37). Se inició a los dieciséis años en la actividad militar, Subordinado de Irala y leal a Juan de Garay, en 1580 acude a sofocar el motín de los jefes criollos de Santa Fc. Pasa en 1582 a Tucumán y se encuentra entre los fundadores de Salta. Vuelto a la Asunción en 1584, es lugarteniente del cuarto Adelantado, Juan Torres de Vera y Aragón. Designado capitán general de la provincia de los Nuaras y ya en posesión de esas tierras, fundó en 1593 la ciudad de Santiago de Xeréz. Residió un tiempo en Santa Fe y Buenos Aires, donde estuvo hasta 1603. El fracaso, sombra repetida en sus intentos de fortuna y un obligado retiro con sabor de injusticia, le donó todo su tiempo, alentándole a escribir una crónica del Río de la Plata, a semejanza de la obra de del Barco Centenera o de la que presuntamente escribió hacia la misma época el padre Martín González, aunque Rui Díaz lo hizo sin duda en prosa. En 1612, dedica a Alonso Pérez de Guzmán, Duque de Medina Sidonia, un compendio histórico: "Anales del descubrimiento, población y conquista del Río de la Plata', conocido por La Argentina Manuscrita para diferenciarla de la ya editada Argentina de Martín del Barco Centenera.

Escrita en un español cuidadoso, Ruiz Díaz incorpora palabras y leísmos criollos que confieren a su prosa un marcado sabor vernáculo y le han valido el título de "primer historiador de la Argentina nacido en el Plata"(R. Rojas). Dividido en cuatro partes, el compendio abarca desde el descubrimiento del Río de la Plata hasta la fundación de Santa Fe (1515- 1573). Falta en sus varios códices la cuarta parte de la obra, sea porque se perdió o porque no llegó a escribirla.

"No sin falta de consideración, discreto lector, me moví a un intento tan ajeno a mi profesión, que es militar, tomando la pluma para escribir estos anales del descubrimiento, población y conquista de las provincias del Río de la Plata, donde en diversas armadas pasaron más de cuarenta mil españoles, entre ellos muchos nobles y personas de calidad, todos los cuales acabaron sus vidas en aquella tierra, con las mayores miserias, hambres y guerras, de cuantas se han padecido en Indias…"

Estamos en presencia de un verdadero escritor "argentino" por su raza, su cuna, su lengua, su asunto, su género y su ideal literario -se entusiasma al decir Ricardo Rojas, fundándose en la prosapia de Ruy Diaz, en su elogio del mestizaje y la cultura criolla, en su amor a la tierra americana y en su expresión de sentimiento nativo: fue el primero en contar la historia de la Maldonada y la leyenda de Lucía Miranda, por ejemplo, además de realizar "el primer trabajo de crónica retrospectiva en el Plata, (dando) expresión verbal y duradera a lo que antes no existía como conciencia colectiva" (R. Rojas, O. Cit. 1, 239).

Ruy Diaz de Guzmán murió en la Asunción en 1629, mientras se desempeñaba como alcalde ordinario de primer voto. Es contemporáneo de otros destacados criollos como Hernando Arias de Saavedra en Santa Fe, Hernando de Torreblanca o Manuel Canelas en Córdoba, Bernardo Castro o Joaquín Caamaño en La Rioja (10), "primogénitos americanos" con quienes se naturaliza la colonización europea, asumiendo voz y motivos locales.

La condición historiográfica de La Argentina Manuscrita fue desestimada por la posteridad. (Juan Ma. Gutiérrez, Azara, Groussac), pero a cambio se ha llegado a considerar su interés en cuanto narración libre de sucesos históricos matizados de incidentes sobrenaturales y legendarios. Los anales pueden leerse como una relación novelesca en la cual el autor se permite "alterar las fechas cuando lo necesita (su asunto) para intercalar expediciones fingidas, forjar grandes batallas, ejércitos numerosos, fortalezas, flechas envenenadas y otras cosas que inventa para honrar a su padre, abuelo y tío" -rezonga Azara en desmedro del historiador-, juicio crítico que bien vale a la "imago mundi" propia del primer escritor mestizo del Río de la Plata.

En este sentido, Julio Caillet-Bois nota que Ruiz Diaz "pertenece a la primera generación de escritores nacidos en América, que dio un poeta estimable, el criollo mejicano Francisco de Terrazas, y muchos historiadores, entre los cuales descuella el inca Garcilaso de la Vega (1539-16 16), cuya prosa es de las mejores de su tiempo" (11).

Ricardo Rojas siente por Rui Diaz inocultable aprecio -en el mismo grado con que desestima a del Barco Centenera-, y sentencia: "la voz de la sangre indígena asoma en el prólogo al "benigno lector", cuando le dice que escribió esta historia por celo de natural amor (. . .) y que recibió tan afectuoso sentimiento por aquella obligación que cada uno debe a su misma patria. Puede decirse -agrega- que con tales palabras, asoma por primera vez en el Río de la Plata la expresión del sentimiento nacional, concebido como diferencia entre el "criollo" y su progenitor europeo, y como amor a la tierra de Indias" (12).

"… los españoles tuvieron en las indias muchos hijos e hijas, que criaron en buena doctrina y educación, tanto que Su Majestad ha sido servido honrarlos con oficios y cargos y aún con encomiendas de aquella provincia (…)

(Estos mestizos) son comúnmente buenos soldados y de gran valor y ánimo, inclinados a la guerra, diestros en el manejo de toda especie de armas, y con especialidad en la escopeta, tanto que cuando salen a sus jornadas se mantienen con la caza que hacen con ella (. . son comúnmente buenos jinetes de a caballo de ambas sillas, de modo que no hay quien no sepa domar un potro, adiestrarle con curiosidad en lo necesario para la jineta y la brida; y sobre todo, son muy obedientes y leales servidores de su Majestad'. (13)

UNA LITERATURA DE VIAJEROS

Andariegos, en realidad, han sido la mayoría de nuestros autores al igual que los hombres de la conquista. Grandes caminantes, recorrieron muchas veces a pie largas distancias por caminos inciertos o, navegantes del mar, afrontaron arriesgadas travesías desde los puertos del sur de España al Plata y de allí aguas arriba por el Paraná y el Paraguay; también fueron gente de a caballo -cuando los hubo a disposición de los jinetes-, o viajeros a lomo de mula por las pedregosas sendas de la montaña. En cualquier caso, las enormes distancias y las asechanzas de la tierra no los detuvieron ni los atemorizaron en el cumplimiento de su misión a la ventura de los imprevistos.

Luis de Miranda de Villafaña -Fermín Chávez da el nombre completo- protagonizó su viaje desde Plasencia (Extremadura) al Plata y desde la primera Buenos Aires hasta la Asunción, donde, partidario de Alvar Núñez, debió afrontar como su señor la prueba del juicio y la cárcel, salvándose del destierro por una liberalidad del gobernador Martínez de Irala, todo ello antes de encontrar el sosiego necesario y, en la paz, la nostalgia de la aldea abandonada que lo movió a escribir el Romance con el cual perpetuaría su nombre y su rol de primer poeta del Rio de la Plata. . Alvar o Alvear Núñez Cabeza de Vaca era ya un incansable andariego antes de su adelantazgo y resolvió cruzar la selva desde la costa atlántica del Brasil hasta la Asunción, abriendo picada. Ya en destino, es poco lo que se detuvo en la Asunción. Acompañándolo, su escribiente Pero Hernández fué leal compañero de todas las andanzas, caminante él mismo hasta el involuntario retorno a España. Ulrich Schmidel, entre la ida y la vuelta de su largo viaje desde Baviera al Paraguay, anduvo de un lado al otro acompañando a su jefe Martínez de Irala en las entradas" al indio y a sus enemigos políticos. Ya se ha esbozado la historia rioplatense del Arcediano Martín del Barco Centenera, clérigo movedizo a la aventura de su apostolado, desde Buenos Aires a Lima, pasando por la Asunción, en un incansable y vario andar de su circulo viajero que parte y, veintidós años después, vuelve a Logrosán, el pueblo de su nacimiento. En cuanto a Ruy Díaz de Guzmán lo sabemos también en viaje circular desde la Asunción al Guayrá o a Chuquisaca - donde escribió su Argentina- hasta que regresó a morir al punto de partida. También el jesuita Pedro Lozano -de quien hablaremos después-, alimentó de viajes y de peregrinajes en el siglo XVIII la sustancia viva de sus múltiples escritos. Según este andar de autores trashumantes, embarcados en curiosos destinos de inclemencias y dolores que epilogan en la redacción deobras memorables, el Río de la Plata es en origen el país de una literatura peregrina que fluye, como sus ríos, hacia la literatura ecuestre de la pampa en el siglo XIX.

Viajeros hubo en el país desde el siglo XVI al XIX, si entendemos por tales a los europeos que, con fines exploratorios, comerciales o científicos, no se acobardaron por la inmensidad de las distancias, los pésimos caminos de huella, los transportes incómodos y la amenaza latente de indios y bandidos. Alemanes, franceses o ingleses de diversas profesiones y por distintos motivos, anduvieron estas tierras para escribir al fin de sus travesías páginas amenas, henchidas de observaciones y descripciones que testimonian sus asombros, trabajos y padecimientos en el medio inhóspito. Sus cartas, informes, diarios de viaje y relatos, logran páginas agudas, vivaces, coloridas, por momentos de gran fuerza comunicativa que, si bien engrosan la herencia cultural de nuestro país, por ser éste el sujeto de sus miradas y reflexiones, apenas pueden juzgarse en términos de escritura, pues los conocemos en un español de traducción como ya se ha dicho sobre la crónica de Schmidel y puede también decirse de la obra del padre Paucke o los escritos de Francis Bond Head, los hermanos Robertson, Aimée Bonpland, Alexander Caldleuh, Charles Darwin, Alcides d'Orbigny, William McCann, Robert B. Cunninghame Graham o Alfredo Ebelot.

Importa de manera más directa la Descripción … de fray Reginaldo de Lizárraga, no sólo por haber sido escrita en español, sino porque su prosa es sensible a la entonación, el ritmo y la sintaxis del habla popular e intuitivamente incorpora voces y expresiones criollas del extenso territorio que recorrió en su vocación de caminante.

Fray Reginaldo de Lizárraga

"Con sus alforjas y su bastón de caminante
por precario avío..."

Nacido en Medellín -Extremadura- el año 1545, fue ordenado sacerdote dominico en Lima (1560) y designado provincial de la Orden en 1586, a poco de crearse la provincia de San Lorenzo Mártir, todo un país en verdad, extenso desde Buenos Aires a La Asunción y desde el río Paraná al Océano Pacifico. Celoso de sus responsabilidades eclesiales y movido por un afán de aventuras, provisto sólo de sus alforjas y de su bastón de caminante, fray Reginaldo visitó a pie toda la provincia dominica. Ya en la edad del reposo, entre 1591 y 1603 escribió, parte en el Perú y parte en Chile, su Descripción breve de toda la tierra de) Perú, Tucumán, Río de la Plata y Chile. Para Ricardo Rojas, este es el "primer libro donde se muestra como un recuerdo de cosas vividas en la intimidad de nuestros desiertos(...) la tierra y la sociedad de la conquista argentina".

Prosa colorida, intención irónica, observación sagaz de tipos, costumbres y ambientes; oído atento a los usos del vocabulario indígena en el habla castellana y la entonación sentenciosa del refranero popular; aporte de giros marinos a tópicos de la llanura… son algunas de las contribuciones originales de Lizárraga a la literatura rioplatense.

Costumbre era en el campo argentino la caza del avestruz con galgos Describiéndola, fray Reginaldo escribe: "Cuando el galgo viene cerca, (las avestruces) levantan el ala que llevan caída y dejan caer la levantada; (así) viran a Otro bordo como carabela a la bolina, dejando al galgo burlado".

Ricardo Rojas cita una descripción inspirada en la vida de los pájaros: "Es providencia de Dios verlos nidos de los pájaros en los árboles: cuelganlos de una rama más o menos gruesa, como es el pájaro mayor o menor, y en contorno del nido engieren muchas espinas; no parecen sino erizos, y un agujero a una parte por donde el pájaro entra, o a dormir o a sus huevos, y esto con el instinto que les dió la naturaleza para librarse a sí y a sus hijuelos de las culebras." (O. Cit., I-173).

Estas páginas anticipan las observaciones bucólicas de Hudson, tres siglos despu6s, o, dice rojas, "una bella página de Sarmiento".

En lo atinente al "refranero de viandantes" señalado por Julio Caillet Bois, basten estos ejemplos: "de hombre y caballos de Tucumán, no hay que fiar"; "en Cañete, come pan y vete"; "un solo acto no hace hábito o 'un ánima sola, no canta ni llora". (Cf. H.L.A., I-57). El mismo autor anota algunas de las expresiones indígenas que Lizárraga asimila al castellano: "camote", "sabana", "hamaca", o bien "arriba" por "hanan" (norte) y "abajo" por "hurin" (sur).

Los indigenismos o americanismos que Ruy Díaz de Guzman y fray Reginaldo incorporan en sus obras, deben haber sido en la época (S. XVII) de uso corriente en el castellano naturalizado según el habla popular, a tal punto que el extremeño y el paraguayo los adoptan sin esfuerzo. En cambio, el lenguaje sentencioso que algunos traductores imponen por su gusto a las obras de franceses, ingleses -Carlos Aldao a los Robertson, Alfredo Santillán a Hudson, Antonio Aita a Cunnínghame Graham-, o alemanes: -. Eduardo Wernicke a Schmidel-, por ejemplo, son incursiones modernas en un criollismo intencional y no la evolución natural de un idioma que se adapta a las condiciones sociales y ambientales de un territorio.

Los cambios lexicales y estructurales que el castellano acusa desde fines del siglo XVI en el Río de la Plata, quedan historiados y pueden percibirse en la prosa de españoles naturalizados y criollos como Lizárraga, Ruidíaz, fray Pedro José Parras o Félix de Azara.

Fundándose en los cancioneros tradicionales recopilados por Carrizo, el padre Furlong piensa que el tono de más elevada inspiración de cierta poesía de los siglos XVII y XVIII, es probable "haya brotado de la guitarra de algún hombre de campo"; y agrega: "debieron ser abundantes los versificadores de otrora". (O. Cit., "Historia social y cultural…", 122).

En su Cancionero de Santa Fe, Agustín Zapata Gollán y colaboradores han recopilado centenares de coplas de diversa intención, cuyo origen puede hallarse muy arraigado en la memoria colectiva que las retiene y varia en tomo a un mismo núcleo fundante, por ejemplo:

"Cuando me pongo a cantar
No tengo cuando acabar;
Del pecho me nacen coplas
Como agua de manantial."

O bien este otro de intencionada locución:

"Cuatro son las tres Marías,
Cinco los cuatros elementos;
Ocho las Siete Cabrillas,
Nueve los diez mandamientos".

Los jesuítas y su literatura:
las historias del padre Lozano

Este castellano, nacido en Madrid en 1697, emprendió su noviciado en la Compañía de Jesús a los catorce años y, cumplidos los diecisiete, pidió se le enviara al Río de la Plata. Al cabo de tres meses de navegación, en Julio de 1714, desembarcó en Buenos Aires con un contingente de setenta y dos padres, algunos destinados a las misiones del Paraguay y otros, como él, a completar sus estudios y hacer sus primeros votos en Córdoba, donde se consagra a la teología, la filosofía y la retórica. En 1723 pasa a enseñar al colegio de Santa Fe y se le confían los primeros estudios de historia, a la par que el cuidado de la Congregación de Indios y Negros. Poco después el Provincial de la Compañía le designa Prefecto de la Iglesia y de la Salud, y más tarde el oficio de Resolutor de Casos de Conciencia. En ese tiempo traduce del italiano la "Historia de los indios Chiquitos" del padre Bandiera y ya en 1726 ha escrito su " Descripción Chorográfica del Gran Chaco Gualamba". En 1728 empieza a escribir su monumental "Historia de las revoluciones del Paraguay" y, empeñado en esa tarea, pasa a la Asunción. Joven, fuerte e inteligente -según lo describe el padre Furlong-, no se limita a estudiar y a escribir; también ejerce denodadamente el ministerio de confesar, predicar y enseñar. Vuelto a Santa Fe, donde se encuentra en 1730, hace la profesión solemne en la iglesia de la Inmaculada Concepción. Ya figura en el Catálogo como Historiographus Provinciae y se desempeña como profesor de Latinidad. Poco después, en reconocimiento de sus aptitudes intelectuales, es destinado de por vida a cumplir su misión de historiador de la Compañía, y pasa a residir en la hacienda de Santa Catalina o en el Colegio Máximo de Córdoba.

"… sucedió con el padre Lozano una cosa casi inaudita en aquellos tiempos de vida misional: fue destinado por toda su vida restante, casi exclusivamente, a los trabajos de investigación histórica, figurando en los catálogos de la Orden con el título único de Historiador de la Compañía de Jesús" - escribió su compañero, el padre Leonhardt. "En este ocupadisimo ocio pasó veintiséis años", dice Furlong, tiempo aplicado con intermitencias a redactar los cinco volúmenes de su "ópera magna": Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán, además de las "Cartas annuas", la "Historia de la Compañía de Jesús" y muchos otros escritos menores.

En la redacción de su historia, el P. Lozano toma como antecedentes las obras de Schmidel, Alvar Núñez, Pero Hernández, del Barco Centenera y Ruiz Diaz de Guzmán, todas enlazadas o relacionadas entre si por su asunto y su espíritu, considerándolas probadas en las noticias que toma de ellas, incluso de las más fantásticas, y hace suyas algunas pasiones de las banderías políticas que confrontaron a lo largo de los ríos y especialmente en la Asunción. Parece indudable que el P. Lozano tuvo ala vista "papeles manuscritos de aquel tiempo, sepultados en el olvido y casi comidos por las polillas" (como él mismo dice en el prólogo de su historia) o copias fieles de los archivos del Reino y de la Compañía, tanto en el Paraguay como en Córdoba y Santa Fe, lo cual no lo dispensa, según sus críticos, de haber seguido esas fuentes demasiado al pie de la letra, incurriendo también él en los errores de sus predecesores, que adoptó por ciertos, sin el menor sentido critico.

Invocando a Adán Quiroga en su monografía sobre los Calchines, el P. Furlong dice que, "después de espigar en las páginas de Lozano cuantos datos le pudieron ser útiles', (Quiroga) afirma que la "Conquista..." "nos ha legado un caudal inapreciable" y es "la única fuente en que podemos beber los contemporáneos, fuente inagotable y rica… etc". De Angelis, en cambio, sostiene que Lozano "compromete la dignidad de la Historia por la facilidad con que ha acogido las tradiciones vulgares, por más extrañas y absurdas que fueran'. A lo cual Furlong contesta, justificando a Lozano: "es un vicio de la época…" (Furlong: P. Lozano S.J., 108/109).

Esbozadas la justificación y la repulsa, cabe retomar aquí los criterios con que Ricardo Rojas aplicaba sus juicios valorativos sobre esos textos: 01.- "Si los exégetas de la Historia ven la vida argentina en la acción, yola analizo en el idioma yen las formas. 02.- "el documento (literario ante todo) es un "hecho" en si mismo, y a lo sumo un medio de penetrar en el alma de sus autores y de ver con sus ojos el mundo donde vivieron y murieron". Y también importa su corolario: "De ahí que Groussac se indigne cuando Schmidel se equivoca, o cuando Ruy Diaz exagera, mientras yo veo en aquel error o en esta falsía, nuevo signo de los hábitos mentales o de la posición moral de mis autores" (14).

Sus autores… son por diversas razones nuestros antepasados literarios. Al comienzo, como hemos expuesto, los escritores de la conquista, en su mayor parte españoles peninsulares "en tránsito" (Ramírez, del Barco, Alvar Núñez, Pero Hernández); después, los autores del asentamiento colonizador (Isabel de Guevara, Martínez de Irala, Lizárraga), y los nacidos en el Río de la Plata, criollos y mestizos, (Ruidíaz, Luis de Tejeda, Baltazar Maciel) valiéndose del castellano que las décadas de vida americana fueron aclimatando e hilando las fibras de sus palabras, hasta convertirlo en el barroco 'español del país'.

El español naturalizado y barroco, ya se escuchaba en las páginas de Lizárraga, y vuelve a oírse en la "Conquista…" del P. Lozano. Este, al presentar la expedición de Francisco de Mendoza desde la Sierra peruana al "gran Río de la Plata" (se refiere al Paraná), escribe:

"Pasaron esto, entrado marzo de 1545, y dieron luego con la fortaleza de Gaboto que domina aquellas hermosas playas, que aunque desamparadas (. . .) les causó indecible alegría ver aquellos vestigios de españoles, y se daban así mismo reciprocamente parabienes de haber sido los primeros que por tierras habían descubierto aquel famoso rio, aliviando la memoria de sus trabajos con las esperanzas de dar en alguna tierra próspera y opulenta, a que engañados por su propio deseo ascendian todos facilmente; que es poco lo que tienen que andar las prosperidades en nuestra aprensión para pasar de deseadas a creidas. A la verdad, los trabajos que padecieron, cuantos entonces hicieron esta salida, parecian dignos de mejor fortuna, porque no se puede facilmente espresar, cuanto les fatigo la desnudez, llegando apenas a tener con que cubrirse; los rigores del hambre fueron a veces tales que se vieron forzados a matar caballos para comerlos, con valer entonces cada uno quinientos y mas pesos, y los que rendidos del cansancio y las fatigas se morian, guardaban las carnes hechas tasajo para reparo de las necesidades…" (O. Cit., tomo 4, Págs. 55 y 56).

He citado con alguna generosidad al P. Lozano, para que el oído perciba la cadencia de los largos períodos y la morosa trabazón de las frases en los párrafos extensos, escritura se diría rumiada en los silencios imperturbables de los claustros cordobeses, trazando como volutas y roleos propios de la decoración barroca. "Describe a la manera de Dioscórides y de Plinio -dice Andrés Lamas, prologuista de la obra-; como describe Oviedo, el primojénito de la historia natural de América" (Cfr. tomo 1, Pág. LXI). Leamos su pavorosa descripción de las cataratas del Iguazú:

"Aumentan la admiración, las raras y espantosas figuras de aquellos peñascos; unos parecen serpientes, otros leones, aquellos se presentan como caballos, estos como gigantes, cuya preceridad es causa deque, retrocediendo el agua, se divide en otras infinitas canales, que encontrandose unas con otras, forman horrorosos remolinos y pozos profundisimos." (T. 1, Pág. 59).

Orígenes de la crítica: Félix de Azara

" …en vez de verdades cuenta novelas…"

Otro español, esta vez de Aragón. Otro militar. Otro andariego por estas tierras. Otro viaje circular que duró también sus veinte años. Félix de Azara, nacido en Barbuñales (1746), inició en Huesca estudios de filosofía, pero los desertó para graduarse en la Academia Militar de Barcelona, especializándose en topografía y geodesia en el Real Cuerpo de Ingenieros. Personajes de buena formación intelectual y científica; lector habitual, fié herido en acción de guerra y derivado a tareas técnicas. "El año de 1781 me embarqué de orden del Rey en Lisboa y arribé al Brasil, de donde pasé al Río de la Plata. Allí me encargó el gobierno muchas y grandes comisiones, que no es el caso especificar; bastando decir, que para desempeñarlas tuve que hacer (Subr. del autor) muchos y dilatados viajes, y que hice voluntariamente otros con el objeto de adquirir mayores conocimientos de aquellos vastos paises".

Azara piensa con claridad y escribe en un español terso, llano y preciso. A esta altura de la historia, las enseñanzas de Nebrija se han impuesto, la Real Academia Española de la Lengua cumple con la función de su lema: "Limpia, fija y da esplendor"; ya no existen en la escritura los tropiezos de la antigua ortografía ni queda lugar en la obra misma para los sobresaltos de la fantasía ni las ilusiones de los sueños. En contraste con los poetas y cronistas de la antigüedad rioplatense, él "procura no exagerar nada, sin pretender que las reflexiones que de ello deduzco se crean, no hallándose fundadas". Esta es la clave de su pensamiento y el principio metódico de su crítica, lúcida y severa. Es otra mentalidad, es el espíritu racionalista y neoclásico del XVIII, juzgando las exhuberancias del barroco español e hispanoamericano de los siglos XVI y XVII.

"No estaba ocioso cuando me hallaba en las poblaciones porque leí muchos papeles antiguos de los archivos de las ciudades de la Asunción, Corrientes, Santa Fe y Buenos Aires, y de los pueblos y parroquias, y consulté la tradición de los ancianos. Leí también algunas historias del país, que en bastantes cosas no estaban acordes con dichos papeles originales, y en todas hallé que sus autores no tuvieron bastantes conocimientos locales ni del número de naciones ni de indios, ni de su situación ni costumbres. Esto me ha determinado a escribir la historia del descubrimiento y conquista, corrigiéndola en cuanto he podido, de los yerros y equivocaciones que han cometido dichos escritores, algunas veces por ignorancia y otras con malicia".

A continuación, hace una breve relación del carácter de dichos autores, Schmidel escribió en alemán la historia de los hechos que había presenciado, estropeando, corrigiendo y trocando tanto los nombres de las personas, nos y lugares, que sólo los puede entender quien los conozca - dice-. "Quitado este defecto es la más exacta que tenemos, la más puntual …" A Alvar Núñez -"Alvear", escribe a veces- y a su confidente, Pero Hernández, los maltrata. "Esta obra -por los Comentarios- es a veces tan confusa, que no se entiende, y otras altera y cambia los nombres. Por supuesto que (el autor) no se queda corto en su apología. . ." De Martín del Barco Centenera afirma que "su empeño mayor es desacreditar a los principales y a los naturales, siguiendo en esto el genio característico de todo aventurero". En cuanto a La Argentina, la juzga "tan escasa de conocimientos locales, y tan llena de tormentas y batallas, de circunstancias inventadas por él, que creo no se debe consultar cuando pueda evitarse".

No trata con mayor complacencia a Ruiz Diaz de Guzmán. Luego de bocetar su biografía, escribe: "Lo dicho basta para que no lo tengamos por escrupuloso y para que no nos cause novedad si (Subr. del autor) vemos que en vez de verdades cuenta novelas". Al padre Lozano lo trata peor: "Su principal cuidado fué acopiar cuanto han escrito, llenos de acrimonia y de pasión contra los conquistadores Alvar Nuñez, Barco y Rui-Diaz; y aún no satisfecho con esto, aumenta, inventa y tergiversa los hechos". (Cf: "Historia del Paraguay y el Río de la Plata", I-Pág. 6 y Ss.).

No se si llamarlo error, aunque tal vez lo sea de una perspectiva equivocada: los defectos que Azara denuncia y condena en aquellos autores, son las notas definitorias del barroco, y cuando él acusa en Ruidíaz que "en vez de verdades cuenta novelas", está definiendo las reglas de un género y la libertad de fantasía que lo inspiran, a pesar de que el autor haya querido escribir Historia. Y cuando acusa los "escasos conocimientos locales" y las "circunstancias increíbles" de la Argentina de del Barco Centenera, define y excluye a la vez actitudes propias del barroco hispanoamericano. Lo mismo hace cuando enrostra al P. Lozano "acopiar cuanto han escrito, llenos de pasión y de acrimonia contra los conquistadores, Alvar Núñez, Barco y Rui-Diaz; y -escribe-, aún no satisfecho con esto, aumenta, inventa y tergiversa los hechos" (O. Cit., págs. 6 á 8).

En iguales o parecidos juicios sin perspectiva, incurrieron los seguidores y posteriores de Azara, con ánimo adverso e ignorante del modo de sentir y de obrar de los autores del siglo XVI y XVII rioplatense, que en España alentaban y honraban Lope de Vega, Cervantes, Tirso de Molina, Calderón, Quevedo o Gracián, esto es, el sentido de la vida, la libertad de fantasía (libre invención e imaginación), las pasiones momentáneas, las minucias, el "puro nervio", la exhuberancia, los caprichos, la carencia de sistema, el ímpetu, la falta de reglas, el sentido religioso, la interdependencia de efectos (panteísmo), lo ilimitado y desproporcionado, lo inagotable, la mágica sensación de irrealidad, el flitalismo a la antigua, la "ambigua malicia entre el descaro y la aceptación de las propias faltas", actitudes, tópicos y condiciones que en nuestros días se atribuyen al barroco, incluyendo en éste la vena irónica de la picaresca y el estilo sensual, sentimental, accesible a la comprensión de todos del primer romanticismo.(**)

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(**) Martín de Riquer y José Ma. Valverde: "Historia de la literatura universal", Vol, 5, 85 y Ss.) Federico Sainz de Robles: "Diccionario de literatura", I-124). Harnold Hauser: "Historia social de la literatura y el arte", II-603 y Ss.)
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No puede hablarse de literatura en sentido lato ni de ficción, cuando se les anteponen o aplican los rigores del investigador científico. El mundo que Azara nos presenta carece de misterio y de poesía. El quiere decimos las cosas como son o como han sido, no como pudieron ser, como se las imagina y se las siente. Por eso apenas encontramos en sus páginas una imagen conmovida o una sensación de extrañeza. A tal punto la racionalidad orienta la obra que, ya lo hemos dicho, inspirado en un afán semejante de estudio, Charles Darwin (Viaje de un naturalista), se manifiesta más condoroso y accesible a las picardías de sus rústicos informantes. Pero, buen observador y curioso insaciable, Azara expresa con naturalidad, en un estilo directo y preciso, el resultado de lo visto en sus viajes o de lo comprobado por él en los archivos. No escapa sin embargo su Descripción e historia del Paraguay y el Río de la Plata, a diversas lecturas posibles que la "ley de polisemia" habilita, así como a cierta intertextualidad con la literatura argentina anterior y posterior a su tiempo -su crítica es también interdependencia con las historias que, sobre el mismo tema y territorio, compusieron Ulrich Schmidel, del Barco Centenera, Ruíz Diaz de Guzmán, el padre Pedro Lozano y el padre Guevara, de la misma orden-, además de resultar en sí una obra interesante, clara y de buen ritmo, logrando en el género trashumante y en su modalidad, una prosa a la vez suelta y comunicativa. Valga una nota sobre los indios guaranís:

"Como si quisiera ocultar sus pueblos, todos estaban inmediatos y dentro de grandes bosques, o a lo largo de ríos donde hay siempre mucho bosque (…) Todos cultivaban calabaza, judías, maíz, maní, batatas y mandioca; comian la miel y frutas silvestres, y cazaban aves, monos, capibarás, etc. De esto subsistían agregando los de junto á rios, el pescado que pillan a flechazos y con anzuelo de palo duro, sirviéndose de canoas muy pequeñas. Schimidels cap. 13, se las da con demasiada ponderación largas 80 pies, y en el cap. 23, dice que los Mongolas criaban gallinas, gansos y ovejas: cosa que no creerá quien conozca la vida errante y descuidada de los indios silvestres, ni quien sepa que no las tienen hoy ni las hubo en América hasta que las llevaron de Europa. Rui Diaz libro I cap. 5, escribe que los Chiriguanás comieron la carne de sus enemigos mientras conquistaron; pero como esta conquista es una fábula, digo lo mismo de comer carne humana"(O. Cit., 1-52-Págs. 122/123.)

La enmienda, el comentario mordaz, hasta el disgusto, jalona sus lecturas de los ya nombrados Alvar Núñez, Pero Hernández, "Schimidels", del Barco Centenera, Ruidiaz y Pedro Lozano, al cotejarlos con la documentación del país y el testimonio de sus viejos habitantes. Se diría que su placer consiste en descubrirles errores más o menos tenues o gruesos desvíos de la verdad que él, investigador científico, percibe desandando las huellas de los andariegos y escribanos iniciales. Naturalista, historiador, etnógrafo, crítico sagaz de debilidades ajenas, sienta las bases de su rectificación -primer revisionismo de la historia- así como de su juicio moral y estético. En razón de sus comentarios, puede considerarse que Azara inaugura la crítica textual en el Río de la Plata y, por ende, en la Argentina. Pero carece del interés y la empatía de Ricardo Rojas en la lectura de emociones y sentimientos genuinos, aún si erróneos, de aquella gente cuyo peregrinar apenas imaginamos en una actitud de extrañeza cuando no de desapego.

Curioso manual de antiliteratura el suyo, que acusa falta allí donde lucen legítimos recursos imaginativos y emocionales de las artes de la palabra. Es como la versión anticipada del "desinteresado desdén" que Borges atribuía a Paul Groussac -escribí en un ensayo anterior sobre la misma materia (*)-; una preceptiva de la ojeriza a todo cuanto la literatura vindica en su libertad de creación y de expresión: la ambigüedad, el asombro, el misterio, los juegos de la fantasía, el arrojo utópico, el contrapunto de lo objetivo y lo intangible, la magia de los sentidos, los anacronismos, los "inventos del miedo" (Azara, 127).

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(*) "Legado de España a la literatura rioplatense", en "España y el Nuevo Mundo", Buenos Aires 1992, Academia Argentina de Letras, I-621 y Ss.
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Sin embargo, a pesar de la seca objetividad de su discurso, Azara escribe en un español servicial y 'moderno" (como puede entenderse esta palabra a fines del 5. XVIII) que no excluye la amenidad, la soltura y aún la belleza. Sabe eludir la cargazón de tecnicismos y en todo caso deja hablar a su mirada inquieta en la nerviosa escritura de la libreta de apuntes que llevaba siempre consigo, lo cual le permite trazar el rasgo vivaz con un fervor que trasciende la simple observación:

"Como son las ciudades las que engendran la corrupción de costumbres, allí es donde reina, entre otras pasiones, aquel aborrecimiento que los criollos o españoles nacidos en América profesan a todo europeo y a su metrópoli principalmente: de modo que es frecuente odiar la muger al marido y el hijo al padre. Se distinguen en este odio los quebrados de fortuna, los más inútiles, viciosos y holgazanes, y los que habiendo estado en Europa, regresan sin empleo y aburridos de las sugeciones y molestias de los pretendientes. Con poca reflexión conocerían sus muchas ventajas sobvre los europeos; pues su país les franquea libertad, igualdad, facilidad de ganar dinero de muchos modos, y aún de comer casi sin trabajo ni costo; pues los comestibles son buenos, muy baratos y abundantes. No les dan sujeción las leyes sin vigor dictadas de tan lejos, ni las contribuciones que son muy poca cosa, ni la precisión de servirse de esclavos y pardos a que están acostumbrados; lo único que alguna vez puede incomodarles, es la pasión o impertinencia de algún gefe" (O. Cit., I-3/196).

Y a veces hasta se sorprende y deja para el asombro de sus posteridades, la descripción de algún animal que podría incluirse en el bestiario de del Barco Centenera:

"Hay en Paraguay un gusano dedos pulgadas, cuya cabeza, de noche, parece una brasa de fuego rojo muy vivo, y que tiene además a lo largo de cada costado una fila de agujeros redondos por donde sale otra luz más apagada amarillaza." (O. Cit. 47/79).

Iberoamérica polisémica e inagotable

Lo escrito en estas páginas es apenas una síntesis y un ligero repaso de los hitos más visibles y recurridos de estos siglos de cultura hispanoamericana. El suceso conmemorativo de los 500 años del Descubrimiento y la Conquista de América por España, dista mucho de sumar y ni qué decir de agotar los estudios y originales aportes sobre la inmensa documentación existente y no exhumada en los archivos de ambas orillas, y hasta parecería que la oportunidad única e irrepetible hasta un siglo más adelante, se hubiera diluido en unos fuegos de artificio, en rubores indecisos o en dudas anacrónicas sobre una de las gestas más espectaculares de la historia humana.

Llego así al final de mi disertación y ya no hay tiempo físico ni paciencia de público, para seguir adelante con la enumeración de autores y el juicio de las obras que, desde Azara a los días de la Emancipación o de la Organización Nacional, completarían un cuadro desde ya abigarrado de nombres, textos y materias en la continuidad de nuestros ciclos de cultura. Este fue el trabajo abnegado e incitante de Ricardo Rojas cuando, a comienzos del siglo, aceptó el desafío de crear la primera cátedra de literatura nacional. Por su mérito, fue también el primero en indagar, estudiar y ordenar con sentido orgánico la documentación y las obras esenciales de la literatura rioplatense. De su trabajo endito e inspirado nació la Historia de la literatura argentina, que inaugura la historiografía aplicada a las artes de la palabra en nuestro país.

"Nosotros escribimos en un idioma de trasplante, que España conquistadora legara a América ya formado, y que nosotros hemos renovado, pero no abandonado ni corrompido en nuestra literatura -escribió Rojas en la introducción de su Historia-. Los siglos XVI y XVII fueron para la metrópoli el período de su esplendor intelectual, y corresponde, por sincronismo, a sus fundaciones más duraderas -la lengua, la familia, las ciudades- en sus colonias del Nuevo Mundo" (O. Cit., Los gauchescos, I/31).

El idioma -medio esencial de expresión y comunicación-, la religión, las costumbres, fiestas y ce

lebraciones; los hábitos de mesa la música, todo, a poco que se escarbe en la superficie de las adopciones europeas posteriores a la Independencia Argentina, es de arraigo y linaje hispano; de esa hispanidad mestizada con ascendencia árabe y judía, y con descendencia criolla, indígena y negra.

A pesar de la agresiva política de extrañamiento cultural impuesta al país por los gobernantes liberales desde mediados del siglo XIX a pretexto de modernización y progreso, mediante la presión inmigratoria que revolucionó la pampa húmeda; de la impostación ecléctica en los gustos, la piqueta demoledora del albañil gringo, el enciclopedismo importado como ideal normalista, el afrancesamiento de las clases cultas y el nuevo orden refrendado en las provincias por las tropas delinca; a pesar de ese programa "civilizador" que, es cierto, ubicó a la Argentina en el octavo lugar entre las naciones pudientes, el país profundo, el de la hospitalidad, la hidalguía, el buen decir de raigambre castellana, la contemplación y el tiempo lento -en el Noroeste- o el ambiente de ásperas individualidades -en el litoral fluvial- siguieron siendo hispanoamericanos, esto es, el hombre, la cultura y la literatura argentinos en una misma resonancia de idioma e historia, a pesar de la fuerte influencia europea irradiada desde Buenos Aires por su élite intelectual.

En resumen: el idioma fue el protagonista, el medio perseverante que ligó y cohesionó la expresión argentina en el habla cotidiana y en el lenguaje escrito; en el modo de pensar las cosas, de ver el mundo y de actuar sobre el mundo. Hasta mediados de nuestro siglo casi no hubo autores del país que, como Victoria Ocampo o Borges, escribiesen con soltura indistinta en español e inglés o francés, y hasta se creía que escritores argentinos de ascendencia inglesa como Hudson, hablan redactado originalmente sus libros en español, para después traducirlos al inglés. En el curso de la historia rioplatense, idioma y cultura respondieron a tradiciones españolas adoptadas con naturalidad por la población argentina después de la Independencia: resistieron con firmeza la actitud antihispánica de la "ilustración" local y aún la avalancha del gringo en los tiempos inmigrantes. La influencia europea se impuso y prosperó como una cultura adventicia de las clases altas en Buenos Aires, pero las raíces seculares y populares fueron hispanoamericanas aún en Sicardi, en Julián Martel, en Lugones, en Mallea, en Mujica Láinez; ni qué decirlo en Marechal, en Discépolo, en Homero Manzi. . . y lo son todavía, sobre todo en el interior del país, con "nervios" gramaticales que se prolongan casi intactos desde tiempos de Azara, con una continuidad espiritual que puede remontarse hasta el siglo XVI.




Llamadas

01 - Ricardo Rojas: "Historia de la literatura argentina: Los coloniales" 1 y 2. Losada, Buenos Aires 1948.

02 - Alberto M. Salas: "Relación sumaria de cronistas, viajeros e historiadores hasta el siglo XIX". En: Roberto Levillier: "Historia Argentina". Plaza y Janés Ed., Buenos Aires 1968. T. II, Pág. 1698.

04- R. R., O. Cit, 107.

05- IX, Cit. por R. R., O. Cit. 118/119.

06- A. M. Salas, O. Cit. 1962.

07- Eduardo Madero: "Historia del puerto de Buenos Aires: Carta de Luis Ramirez. Puerto de San Salvador, a 10 de Julio de 1528". S/E Págs. 373/396. Agustín Zapata Gollán: "El Paraná y los primeros cronistas", en: "Obra completa" tomo 3. UNL. Santa Fe 1989, Pág. /17.

08- R. Rojas. O. Cit. 128.

09- del Barco Centenera, Martín: "La Argentina", en "Obras y documentos" (Notas y disertaciones de Pedro de Angelis). V. Colmegna Ed., Buenos Aires 1900. T. II, Canto II. Pág. 191, Der. y 192 Izqu.

10- Guillermo Furlong: "Historia social y cultural del Río de la Plata: El trasplante cultural: Arte". TEA, Buenos Aires 1969. Pag. 101 Izqu.

11 - Julio Caillet-Bois: "La literatura colonial", en: "Historia de la literatura Argentina" (Rafael Alberto Arrieta). Peuser Ed., Buenos Aires. 1958. T. 1. Pág. 107.

12- R. R. O. Cit. Pág. 223.

13- Cit. p/J. Caillet-Bois. id.

14- R. R., O. Cit., Págs. 237/38.

5. Cf. A.M. Salas, O. Cit.


Bibliografía Ad-Hoc

Academia Argentina de Letras: "España y el Nuevo Mundo: Un diálogo de quinientos años". Textos pertenecientes a miembros de la Institución. Prólogo de Federico Peltzer. Buenos Aires, 1992.

Canal Feijóo, Bernardo: "La época colonial: del Renacimiento al Barroco, en: "Historia de la literatura argentina" Centro Editor, Buenos Aires 1967, Vol, 1, págs. 121y Ss.

Chávez, Fermín y otros: "500 años de la lengua en tierra argentina". Secretaria de Cultura de la Nación, Buenos Aires 1992.

de Azara, Félix: "Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata". Ed. Bajel, Buenos Aires MCMXLIII.

de Gandía, Enrique: "El clérigo conquistador Martín González, apóstol de la leyenda negra en e1 Paraguay". Anticipo Anales tomo XV, 1986. Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. "Idioma de los argentinos, El". Suplemento diccionario de la Real Academia Española de la Lengua XXIa, edición, Buenos Aires 1993.

Furlong, Guillermo: Pedro Lozano S. J. y sus "Observaciones de Vargas" (1750). Librería del Plata. Buenos Aires MCMLIX.

Lozano, Pedro S. J.: "Descripción chorográfica del Gran Chaco Gualamba". Instituto de Antropología.

Tucumán 1941. "Historia de las revoluciones de la provincia del Paraguay" (1721-1735) Ed. Cabaut / C. Buenos Aires MCMV. "Historia de la conquista del Paraguay, Río de la Plata y Tucumán". Buenos Aires, Imprenta Popular, 1874 (5 vol.). Pagés Larraya, Antonio y otros: "5 siglos de literatura en la Argentina". Proyecto y coordinación Julio C. Diaz Usandivaras. Corregidor, Buenos Aires 1992.

Riquer, Martín y Valverde, José Ma.: "Historia universal de la literatura". Barcelona. Planeta 1984.

Víttori, José Luis: "Del Barco Centenera y la Argentina. Orígenes del realismo mágico en América". Ed. Colmegna, Santa Fe 1991. "Formación de la literatura santafesina en el ámbito del Río de la Plata", en "Nueva enciclopedia de la provincia de Santa Fe". Ed. Sudamérica-Santa Fe 1991. T. I, Págs. 273 y Ss.


Notas

(*) El autor de este estudio es miembro de la Academia Argentina de Letras y del Centro de Estudios Hispanoamericanos de Santa Fe.

UNO- En nuestro viaje por las culturas indígenas mesoamericanas, llegamos a Chichicastenango, en Guatemala, antiguo hábitat maya reducido por los dominicos fundadores de la misión de Santo Tomás Chuilá. Era día de feria y pudimos ver en la plaza un vasto despliegue de carpas bajo las cuales los indios ofrecían en venta los productos de su actividad rural y artesanal; escena colorida, vivaz y silenciosa, donde las miradas y los gestos reemplazaban el pregón de las voces.

En un extremo de la feria, las ofrendas de incienso copal ahumaban con una nube espesa y balsámica la fachada de la iglesia de Santo Tomás hasta la altura de las torres. Cruzando el portal, la gran nave se extendía largamente hasta el enorme retablo poblado por las imágenes de los santos católicos que et siglo XVI español veneraba, desde la del patrono de la orden dominica. No había bancos, sólo el gran espacio abovedado y en el piso, unas fosas rectangulares pocos profundas, enmarcadas con piedras en las cuales resplandecían cientos de velas.

Un indiecito de doce años, Guillermo a quien el guía oficial nos había confiado, explicaba a su modo la escena. Detenidos en medio de la nave, junto a una vitrina donde se exhibía una talla en madera del Descendimiento, observamos en d extremo de una de las fosas a una joven pareja arrodillada y a un indio viejo que, vela en mano, hablaba en voz baja a las cabezas reclinadas, "El alcalde los está casando" -nos dijo el chico. Después, posesionado de su rol de guía sustituto, volviéndose hacia la vitrina, explicó.-" Este es Cristo Nuestro Señor, esta es la mamá de Cristo -y. volviéndose hacia el retablo con el brazo estirado en un amplio gesto abarcador.:-y esos son los dioses… "todavía le oigo decir: "los dioooses" con un énfasis respetuoso y profundo.

Así parece ser el culto sincrético de la descendencia maya, quinientos años después de evangelizados en la trabajosa tarea apostólica de los misioneros católicos: una amorosa actitud hacia Jesús y la Virgen María, a la par que una temerosa y ancestral consideración a sus deidades primitivas, esas que colman la cosmogonía maya desde las páginas del Popol-Vuh, mostrado por un alcalde indio en Chichicastenango al párroco de Santo Tomás Chuilá, padre Ximenez y traducido por éste al castellano en 1645.

La observación fue confirmada poco más tarde en el museo arqueológico de Chichicastenango. Parados frente a una ventana que daba a la selva, mientras el sacerdote director del museo nos exhibía algunas piezas cerámicas de gran interés, el chico señaló a lo lejos una humareda que se deshilachaba por encima de los árboles y dijo misteriosamente: "El culto de Pascual Abaj... ", mientras el padre, abstraído en lo suyo, hacía sonar bien fuerte el silbido de un cuenco de barro que acababa de llevar hasta la mitad de agua. "Este silbido se escuchaba a kilómetros de distancia en el silencio de la selva" -comentó.

DOS- El "Romance" de Miranda puede leerse completo y con ortografía actualizada, en la "Historia de la ciudad y la provincia de Santa Fe" de Manuel M. Cervera. 2a. edición Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe 1982. T. III. Págs. 190 y Ss. Antonio Pagés Larraya escribe un admirable comentario en su artículo "Identidad de la literatura argentina", señalando en perspectiva intertextual la resonancia de la entonación elegíaca en las letras rioplatenses a partir del "Romance" de Luis de Miranda. Arturo Berenguer Carisomo, en "Los poetas de la colonia", opina que la denominación paleográfica de "Romance no es adecuada a la índole del poema. "Se trata de 136 versos distribuidos en unas treinta y cuatro coplas de pie quebrado notoriamente influidas por las famosas de Jorge Manrique (Pag, 36). Cfr. "5 siglos de literatura en la Argentina).

TRES- Con referencia a las cartas, en el apéndice de la Historia de Manuel Cervera figuran una de Martín de Orue y tres de Juan de Garay (O. Cit. Apéndice LX, T. III, Págs. 271 y Ss.

CUATRO- En el artículo de Ricardo Saenz Hayer sobre Juan María Gutiérrez ("Historia de la literatura argentina, R. A. Arrieta), el autor coincide con este último en la observación de que "los poetas y escritores españoles que se aposentan en América, no sobresalen en las descripciones de la naturaleza, como si no vieran o no sintieran los maravillosos espectáculos que se presentaban a los ojos" (O. Cit., T. II, Pág. 21). Curiosa coincidencia en un error que algunos pasajes de ambas "Argentina" podría rectificar cumplidamente". "No corre el Paraguay tanto furioso, / Y es un río mayor que el de Sevilla, / De vista y parecer es muy gracioso, / Con ribera vistosa y linda orilla. / De frescas arboledas muy copioso,/ Y en partes prado verde á maravilla./ Tambien tiene en los valles mas cercanos / Lagunas, negadizos y pantanos" (Del Barco Centenera, O. Cit. Canto II, 4ta. octava-Der.-, Pág 192). "Preguntaron a los naturales la causa, y supieron procedían del grandioso río que por allí tiene su majestuoso curso, y distaría como cuatro o seis leguas. Gozóso con la nueva tan a medida de su deseo, se encaminaron presurosos hacia él, por un llano muy apacible, y desde una legua, registraron sus cristalinas y anchurosas corrientes, pobladas de islas, cuyo indeficiente verdor es deleitoso recreo a la vista, y lo seria más para quien venia fatigado de increíbles trabajos" (Pedro Lozano S. J. O. Cit. T. I, Pág. 54. Se refiere al Paraná).*




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