Para este trabajo nos hemos servido, principalmente, de la obra de Guillermo Furlong referente a Dobrizhoffer y los Abipones. En primer lugar está el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, Facultad de Filosofía y Letras (Buenos Aires), Año VI, Nro. 35 (enero-marzo de 1928), pp. 417-484, donde Furlong publicó, como artículo original "El P. Martín Dobrizhoffer S. J., filólogo e historiador (1718-1791)". De esta manera introduce de lleno en nuestra historiografía la figura del misionero germano, que hasta ese momento no estaba tan divulgada en el país. El hecho de que la "Historia de los Abipones" del misionero jesuita no hubiese sido vertida al castellano hasta nuestros días, existiendo solamente rarísimos ejemplares de las primeras ediciones en latín y alemán, obviamente dificultaba su consulta. Furlong acepta como probable la existencia de versiones castellanas e italianas, pero las cree desconocidas en nuestro país. En el siglo pasado, afirma, el Dr. Emilio H. Padilla tradujo parcialmente la obra. Lo mismo el educador francés Amadeo Jacques, a pedido de Mitre; pero siempre se trataba de versiones parciales.
Teniendo en cuenta todas estas dificultades para la difusión de una obra que juzgaba tan trascendente, Furlong publicó en la década del 30 Entre los Abipones del Chaco (Buenos Aires: Tall. Graf. San Pablo, 1938, 188 páginas), que es una suerte de síntesis de la "Historia. . ." de Dobrizhoffer y a la que agregó documentos relativos a otros jesuitas misioneros, sus contemporáneos, tales como los padres Domingo Muriel, José Brigniel, José Cardiel y otros.
Finalmente, entre 1967 y 1971, se publica completa la Historia de los Abipones, Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste (Santa Fe: Imprenta de la Universidad Nacional del Litoral), 3 Vols.
Esta última publicación contiene un estudio preliminar o noticia biográfica y bibliográfica sobre Dobrizhoffer, que viene a ser una segunda versión de los dos trabajos anteriores que Furlong había publicado. Efectúa ahora ampliaciones y rectificaciones menores, producto del paso del tiempo y la profundización de las investigaciones del insigne académico.
Por lo tanto, contamos hoy con una completa obra, con una traducción original del alemán realizada por Edmundo Wernicke, que como contenía algunas imperfecciones y lagunas, fue revisada por las profesoras Clara Vedoya de Guillén, Helga Nilda Goicochea y Ernesto Maeder, quien hace una advertencia preliminar sobre el origen y vicisitudes de esta última edición.
A mano tenemos un material completísimo, una obra monumental y exhaustiva para conocer la etnia abipona, tan presente en la historia santafesina cuando tratarnos la cuestión indígena.
Contiene notables observaciones de la naturaleza, la flora, la fauna y la geografía de nuestra región chaqueña. Incursiona también en temas históricos como para ubicar al lector extranjero y lejano, siendo notorio que escribió para lectores extranjeros, sus contemporáneos, que carecían de noticias sobre la vida cotidiana americana y sus habitantes de fines del siglo XVIII. Allí, en el gran escenario del Chaco Argentino, situó a los Abipones.
Y en este trabajo quisimos acotar la "Historia…" a nuestra provincia y seguir a los Abipones hasta su destino final.
1. El problema del indio en Santa Fe en el siglo XVIII
Entre los diversos autores no existen mayores discrepancias respecto a que el problema del aborigen se plantea desde el origen mismo de la Ciudad, pero adquiere contornos dramáticos sobre todo en el siglo XVIII, postrimerías de la dominación española.
La peor época para la existencia misma de la Ciudad se extiende entre 1710 y 1745, de tal manera que no sorprende que por 1725 se planteara seriamente la necesidad de un nuevo traslado, produciéndose la huida de numerosas familias (1).
Como bien lo sostiene un autor:
"Santa Fe, territorio vasto y poco conocido, estuvo bajo el control permanente de las autoridades españolas desde e. 1573 hasta 1810. Este control fije, sin embargo, bastante frágil e incierto. Durante los 240 años que duró la dominación española, la gran mayoría de las tierras que constituirían luego la provincia de Santa Fe, estuvieron en manos de las tribus indígenas que las habían habitado por siglos" (2).
El año 1710 puede señalarse como un hito del comienzo del problema, cuando los mocobíes y abipones abandonan sus correrías en la frontera salteña y comienzan a presionar sobre los contornos de la Ciudad.
La ayuda de Buenos Aires, a través del gobernador Bruno Mauricio de Zavala -quien casi perece a manos de los indígenas al atravesar el no Salado, a las puertas de Santa Fe-, fue decisiva para la subsistencia de la Ciudad. Hubo dispersión de pobladores, estancias abandonadas, éxodos hacia regiones más seguras, especialmente al Pago de los Arroyos, donde habría de consolidarse el poblamiento que dio origen a la ciudad de Rosario (3).
Esta época adquiere inusitada gravedad, si le agregamos la situación de penuria económica que informaba a toda la sociedad santafesina, que no escapaba al cuadro de miseria general de toda la región del litoral del Río de la Plata.
Así:
"La pobreza más espantosa fue en todo tiempo característica del coloniaje español del Río de la Plata: faltaba moneda circulante, colegios, faltaban materiales de construcción, faltaba todo"
Manuel Cervera al asegurar que:
"El pueblo estaba pobre, los edificios de cárcel y cabildo, iglesia matriz y parroquia de naturales en ruinas; la muchedumbre de los difuntos que se enterraban en las parroquias arrojaban pestíferos olores a la ciudad, especialmente en el verano; sin hospital, con el mal de San Lázaro que se extendía, la ciudad, llena de agua, con lagunas inmensas y calles con pantanos" (5).
La situación de las costumbres iba al compás de la pobreza generalizada y las autoridades religiosas, como el obispo Fajardo por 1718, señalaban que en Santa Fe había excesos de amancebamientos, juegos y alcoholismo.
Otro obispo, José de Peralta, por 1713, se queja que la miseria de la ciudad, que atribuye a la propia responsabilidad de sus habitantes, pero también al continuo ataque de los indios y, en general, se señalaba que la inseguridad general a raíz de estos acosos provocaba la decadencia de los valores culturales y cívicos (6).
Desde 1713 y hasta, más o menos, 1740, los indios casi tienen rodeada a la ciudad y la acosan permanentemente.
Con este panorama de peligro coincide Dobrizhoffer. Narra cómo los abipones y mocobíes diariamente ingresaban intramuros y que hasta la plaza principal era escenario de encuentros con los indios. Los ciudadanos debían transitar armados aún para ir a la iglesia. Se multiplicaban las procesiones y rogativas para pedir la protección divina para la ciudad y no pasaba una semana sin que se registrase una matanza. El misionero mismo perdió a un cofrade alemán, asesinado mientras arreglaba el altar en la plaza delante del templo (7).
A partir de 1737, el gobernador de Santa Fe, Francisco de Echagüe y Andía encara una política realista con el aborigen, luego de continuos fracasos de expediciones y entradas militares tendientes a lograr la pacificación de la región, tan asolada.
Crueles enfrentamientos se entrecruzaban con paces y promesas; y al cabo de estas tratativas, comienza una época de relativa paz, que culmina con la fundación de reducciones que logran prosperar y permanecer, como la de San Javier (1743) con mocobíes y la de San Jerónimo del Rey (1748) con nuestros abipones (8).
Así se abre para Santa Fe un período de relativa calma y prosperidad, lograda esta precaria aunque tan necesaria pacificación, que se ve apuntalada por un acontecimiento de carácter económico: la erección del Puerto Preciso (1739), privilegio aduanero que aunque resistido por otras ciudades del Plata, tuvo consecuencias positivas para la ciudad. Esta protección real, que contribuyó a su progreso, subsistió hasta 1781 (9).
Y ". . . al fin la ciudad comenzó a reponerse desde que hubimos fundado las colonias de San Javier, San Jerónimo, Concepción. . .", alega el Misionero, coincidiendo con la opinión de la generalidad de los historiadores modernos (10).
2. Los Abipones. Origen de la etnia
Dobrizhoffer quiere ilustrar a sus lectores sobre el origen de este pueblo según la tradición oral de ellos mismos:
"En el siglo pasado (XVII), tuvieron su cuna en la costa norte del río que los españoles llaman Grande o Bermejo; y los abipones Iñaté, tal como lo atestiguan los libros y registros contemporáneos. Pero a comienzo de este siglo (XVIII). . . emigraron y ocuparon por fin el valle que en otro tiempo perteneció a los indios Calchaquíes, pueblo también de gigantes. A pesar de la oposición de los peninsulares, consideran como propio este territorio, que se extiende unas doscientas leguas… El cacique Ychamenaraiquin, tenido como principal de su pueblo, afirmaba una vez en la colonia de San Jerónimo, que ellos habían llegado a lomo de mula, cruzando grandes aguadas; y decía también que él había sabido esto por boca de sus antepasados" (11).
Sin embargo, el misionero descree establecer el verdadero origen de este pueblo, sosteniendo que es una cuestión polémica e indeterminada. Se limita a consignar esta tradición oral, afirmando que su hábitat está marcado en el norte por el río Bermejo, al sur el territorio de Santa Fe por el este 1c ríos Paraguay y Paraná; y por el oeste la provincia de Santiago del Estero (12).
Veamos ahora qué dicen sobre el tema los autores modernos. Canals Frau, al citar a los abipones como integrantes del grupo de los Guaycurúes, afirma que ésta es una familia lingüística de pueblos de origen patagónico, habitantes posteriormente de la parte meridional y oriental del Chaco. Se trata de los Mbayaes, Payaguaes, Mocobíes, Tobas, Pilagaes y los Abipones. Agrega que el antiguo hábitat de estos últimos parece haber sido las riberas septentrionales del Bermejo inferior. Sostiene que habiendo adoptado el caballo a principios del siglo XVII, comenzaron una vida de depredación y pillaje, que los llevó a destruir otras poblaciones indígenas primero y luego a atacar estancias y poblaciones españolas (13).
Susnik coincide en determinarlo como pueblo de origen patagónico, que presionado hacia el norte se establece en la ribera sur del Bermejo. Coincide también que el caballo, adoptado al principio del siglo XVII, significó un aumento de su belicosidad y espíritu expansionista. Y que a comienzos del siglo XVIII, los abipones:
"Reorientaron sus intereses hacia los establecimientos criollos en toda la extensión paranaense santafesina y parcialmente occidental… De esta manera, inicióse el proceso de pactación con los criollos en 1747, origen de la fundación de las famosas reducciones de San Jerónimo, San Fernando y Timbó del Rosario…" (14).
Ibarra Grasso cita a Canals Frau y afirma:
"Como prueba de la demostración de que los actuales chaqueños provienen del sur, presenta (Canals Frau) una serie de elementos culturales de los guaycurúes, en primer lugar el manto de pieles, que sería impropio si fuesen originarios de una zona cálida como el Chaco. Nosotros creemos que ese rasgo cultural, y otros como el mocasín que cita, han llegado a estas regiones desde las regiones árticas incluso, habiéndose desplazado sus portadores por la cordillera andina, y entrando así posteriormente en el Chaco y hasta la Patagonia" (15).
Otro autor sostiene que son un desprendimiento de los Arauco Chileno-peruano, Mapuche, cuya ruta migratoria pasa por los bosques andinos chilenos, para desbordar finalmente en la Patagonia. Pero agrega que desde el hábitat prehistórico salteño boliviano, algunos clanes guaycurúes 1 se desplazaron hacia las zonas boscosas orientales del gran Chaco (16).
Podemos sostener, en definitiva que según la tesis mayoritaria, los abipones son un pueblo patagónico desplazado hacia el norte, hasta la región del Bermejo inferior. Al transformarse en un pueblo ecuestre, el caballo, esa formidable arma guerrera, le permitió incursionar hacia el sur, asolando y presionando sobre las poblaciones santafesinas.
Esta situación requirió encarar, como se ha dicho, un proceso de pacificación. Y he aquí que surgen las reducciones de San Jerónimo para los abipones y San Javier para los mocobíes, ambos feroces pueblos guaycurúes.
3. Datos biográficos. Llegada al Río de la Plata
Martín Dobrizhoffer nació el 7 de setiembre de 1718. El lugar de su nacimiento no está dilucidado. Solamente sabemos que se trata de una localidad germana llamada Friedberg. Furlong, en sus primeros apuntes biográficos de 1928, lo tiene como natural de Austria, Posteriormente, en su prólogo a la edición de la "Historia…", afirma que es originario de Friedberg, Alemania Occidental. Según los catálogos de la Compañía de Jesús de l737y 1740, es de un Friedberg. Otro, de 1753, tiene a Dobrizhoffer como "civis bohemus Frybergensis". La mayoría de sus biógrafos, como sigue sosteniendo Furlong, lo hacían natural de Friburgo. La cuestión sigue a oscuras porque en Europa central hay cuatro Friedberg y dos Friburgo, todas ciudades germanas. Tenemos un Friedberg un poco al norte de Frankfurt, en el estado de Hessen, Alemania Occidental. Otro aledaño a Augsburgo, estado de Baviera, también Alemania Occidental. No olvidarse del Friedberg de Bohemia, al sur de Praga, actual República Checa, al que seguramente hacía referencia el catálogo de 1753. Y por si fuera poco, ¡otro Friedberg en Austria, al sur de Viena!. Más se complica la cuestión de su origen "friburguense" al haber un Friburgo en Suiza y otro al suroeste de Alemania. Tanta fue y es la incertidumbre de su naturaleza que no faltó autor que le adjudicara origen holandés. Quede el caso como curiosa anécdota.
En octubre de 1736, a los 18 años, ingresa en la Compañía de Jesús y en Trencin, ex Checoslovaquia, realiza su noviciado. Luego pasa a Viena, donde estudia lógica para ser posteriormente destinado a Linz, en la Alta Austria; allí enseña latín y griego. De allí pasa al colegio de Steyer. Por 1746 está en Gratz, Austria, estudiando teología, hasta que en 1747, sin estar aún ordenado sacerdote, pide y obtiene pasar a las misiones que los jesuitas tenían en América, cuando cuenta con 29 años (17).
Estando ya en América, los catálogos informan sobre su complexión física y, en general, sus características personales. Era de contextura buena e íntegra; su carácter "reservado, hombre de buen criterio, de buen espíritu, de buena índole… apto para enseñar y gobernar". Otro catálogo lo califica como "sanguíneo melancólico" y otro "colérico melancólico". Para Furlong todas estas descripciones de su carácter son importantes ya que, sostiene, hubo un relativo fracaso en su tarea de evangelizar a los abipones, a quienes no logró aquietar ni encarrilar en el cristianismo como, al parecer, otros misioneros contemporáneos. Esto sin dejar de señalar la enorme simpatía que Dobrizhoffer sintió por ellos.
Siguiendo con los catálogos, hay el que señala que su aptitud para el gobierno era "dudosa" oque su prudencia "poca". Furlong es del parecer que quizá sufría de altibajos, depresiones o desánimos, lo que conspiraba contra la tarea de misionar, más teniendo en cuenta que las constituciones de la Orden Jesuita exigen a los misioneros aptitudes casi similares a las requeridas para ser General de la Orden, lo que da cuenta de lo difícil y serio de la tarea.
La Reducción del Timbó, según Dobrizhoffer
El historiador Vicente Sierra cita un documento del Consejo de Indias dirigido al rey, donde se afirma que "universalmente, los alemanes son de complexión robusta, grandes trabajadores, celosos y muy dóciles para aprender lenguas extranjeras", condiciones que, al decir de Furlong, eran anuladas por misioneros que a veces eran de proceder impetuoso, faltos de ductilidad y carentes de noble humanismo (18).
El 20 de setiembre de 1748 Dobrizhoffer, junto con otros misioneros, zarpó & Lisboa y cuatro meses después llega a Buenos Aires, en enero & 1749. Desde ah, con sus compañeros, entre ellos el P. Florián Paucke, se dirigieron a la ciudad de Córdoba, donde nuestro misionero hizo su segundo noviciado.
Finalmente, a mediados de 1750, pasó a las misiones de los mocobíes, a su gran amigo el P. Paucke, donde se desempeñó hasta 1754.
Una idea de los sufrimientos y precariedades de toda clase que tuvieron que soportar estos misioneros, nos la da la narración de la patética de su llegada a la reducción de la Concepción, en Santiago del Estero, fundada en 1749, a la sazón recién atacada por otras parcialidades indígenas:
"Llegué al pueblo, y al momento me rodearon los indios alzados. El padre José Sánchez (Sánchez Labrador), salió a mi encuentro y se echó en mis brazos. Presentaba un aspecto lastimero; estaba todo desgreñado y tenía la sotana toda despedazada, de suerte que su visita me infundió tenor, y después me produjo tristeza y conmiseración. Su sotana o mantón era una especie de bolsa, despedazada y rota, y sin color alguno definido; la barba más negra que la pez, tupida y desgreñada. En sus ojos mismos aparecía cuánto había tenido que sufrir. 'Más tolerante sería mi vida en Algería, entre los moros que entre estos bárbaros que me rodean', exclamó no bien me saludó, y con gemidos de esta índole dióme el misionero la bienvenida" (19).
Y ya instalado en esta reducción abipona, llegó a dominar el idioma abipón, cuyo estudio prosiguió luego en la reducción de San Jerónimo del Rey, a cuyo cargo estuvo el P. José Brigniel, su maestro en el estudio del idioma. Nos narra cómo Brigniel poseyó la lengua abipona, sin libros ni elementos análogos. Cómo al oír alguna palabra nueva a los indios, o alguna frase novedosa, la anotaba cuidadosamente en un cuaderno llegando, de esta manera, a componer un diccionario que llegó a abarcar ciento cincuenta pliegos.
Posteriormente, en el camino de su labor misional en América, el P. Dobrizhoffer fue destinado a la reducción abipona de San Fernando, fundada en 1750 en la actual Resistencia, para pasar a las "tranquilas y encantadoras reducciones guaraníes, como fue la de Santa María la Mayor, en la costa del Uruguay', actual provincia de Misiones (20).
De esta manera, en 1763, cuando ya existían las reducciones abiponas de la Concepción, San Jerónimo del Rey y San Femando, se funda la de Timbó o la Herradura, treinta leguas al sur de la ciudad de Asunción, sobre la costa occidental del río paraguay, entre Formosa y Puerto Bermejo. Allí también misionó el P. Dobrizhoffer.
4. Una gran reducción: San Jerónimo del Rey
¿Qué era una reducción jesuítica al estilo de ese tiempo?. Transcribimos un concepto:
"Antón Sepp (quien actuó en las misiones del Siglo XVII), usa el término 'Reduktion', para reducción: en su recto sentido alterna el vocablo con las formas alemanas correspondientes a las españolas 'pueblo' y 'poblado, es decir el asentamiento, en ese caso una reducción jesuítica. Conviene recordar, pues hoy en día suele desconocerse, el verdadero significado de 'reducción' en aquellas misiones... El propósito que justificó dicho nombre era el de 'reducir' a los indios a la fe cristiana. Tomando ese verbo en su acepción de persuadir y atraer; expresando de otro modo, convertir. Teniendo en cuenta los diferentes significados de 'reducir' y 'reducción', cabe malentender aquí estas palabras al referirlas a conceptos como sujeción, sometimiento, limitación, disminución, separación, reducto. De hecho, la 'reducción 'que se distinguiría con claridad de la mera enseñanza de la doctrina, vino a ser sinónimo de misión" (21).
Sentado el concepto, nos referiremos a la principal reducción abipona: la de San Jerónimo del Rey. Lo hacemos en primer lugar porque es el ámbito donde el P. Dobrizhoffer desarrolló con más exclusividad su tarea misionera; es la que más nombra en su Obra. Y luego porque se trata de la reducción abipona más estable, perdurable y apta para el estudio.
Su fundación data deliro. De octubre de 1748, originariamente en la margen izquierda del arroyo El Rey, actual ciudad de Avellaneda, en el departamento General Obligado de nuestra provincia. Se fundó con la presencia del Teniente de Gobernador de Santa Fe, Francisco de Echagüe y Andía, el rector del Colegio de los Jesuitas también de Santa Fe, p. Horbegozo y los PP. Cardiel y Nabalón, quienes debían desempeñarse como curas del nuevo pueblo.
Según el acta fundacional, aceptan integrar esta reducción las parcialidades de los caciques abipones Reregnaqui. Alaikin, Kuebachin e Ychoalay. Este último conocido también como José Banavídez y al que luego nos referiremos con más detalle, pertenecía a la parcialidad Rühnahe (22).
El mismo Dobrizhoffer hace una vívida narración del origen de San Jerónimo, con expresiones directas y realistas, contándonos que uno de los caciques puso como condición para reunirse que los adultos no fueran convertidos al catolicismo y sí los jóvenes:
"Nosotros que ya estamos viejos, decia el bárbaro, queremos vivir y sentir a nuestro modo. No queremos en absoluto cansar a nuestra cabeza aprendiendo cosas nuevas" (23).
El sitio de la nueva población fue elección de los abipones, en un lugar ubicado, de sur a norte, prácticamente en la mitad de la región que estos aborígenes consideraban como su territorio natural. Y lo hicieron, según el misionero, por ser zona agreste y dificultosa, con sus inundaciones, crecidas del Paraná, pantanos y otras contrariedades geográficas que permitirían una mejor protección contra los españoles, tradicionales enemigos de los abipones. Agrega, con desencanto, cómo los españoles en un principio y aún por temor, hicieron multitud de promesas materiales para la reducción, pero que llegado el momento, muy poco aportaron, debiendo los padres encargar- sede las herramientas, materiales y ganados necesarios para la fundación.
Casi trescientos abipones Rühkaes formaron al principio el pueblo, pero Dobrizhoffer no se hacia ilusiones:
Atraía a la mayoría no el deseo de la religión, sino la novedad. Para no pocos fueron imán y anzuelo la esperanza de regalos, el deseo de carne de vaca que cada día se distribuía, y la seguridad. La mayoría pedía a los padres comida y ropa, no enseñanza" (24).
El misionero narra una interesante polémica que se presentó entre los indígenas a la hora de formalizar la paz con las autoridades españolas, respecto de si se debía llegar a arreglos con todos o sólo con algunos españoles. En favor de la última posición se argumentaba, a lo espartano, que por ser el Abipón un pueblo guerrero por antonomasia, el tener españoles enemigos conservaría las virtudes militares. Que, además, permanecerían temidos por los españoles afirmando, al más puro estilo de un Maquiavelo, que "era más ventajoso ser temidos que amados por ellos' (25).
Sin embargo, la postura de la "paz total" fue defendida con elocuencia y triunfó en base a argumentos realistas, como ser que los abipones al final serían derrotados y que las aptitudes guerreras y de violencia podrían ser sostenidas en el contacto con la natural y las bestias.
Dobrizhoffer, al referirse a los españoles, no ahorra críticas para señalar la depravación de sus costumbres. Y cómo sería, que muchos blancos, siendo prisioneros de los abipones, se negaban regresar a sus ciudades, valorando en mucho la consideración y el buen trato que recibieron. Pero en las nuevas reducciones, cuando debieron adaptarse a la disciplina de los misioneros, se constituyeron en elementos de perturbación, y las infamias y fraudes que urdían:
"... Fueron tales que, salvo el bautismo que habían recibido siendo niños, nada conservaban de las costumbres cristianas. A menudo lograban que sus mismos amos bárbaros los detestasen y maldijeran por feroces, inmorales, llenos de bajezas y más faltos de pudor de lo que podría creerse. Lo mismo había que lamentar en los abipones cautivos que regresaron de las tierras españolas. Entre los cristianos aprendieron crímenes que ni de nombre habían oído entre los bárbaros..."(26).
Y en este ámbito, nada cómodo, le tocó a nuestro misionero desempeñarse.
5. El carácter de los abipones. Costumbres.
El conocimiento de Dios
En la caracterización de este pueblo seguiremos casi literalmente a Furlong (27). La nación estaba dividida en tres grandes Grupos: 1) los Rühkahés, pobladores de la llanura. 2) Los Nakaigetergehes, habitantes de los claros de los bosques y 3) los Yaaucanigas, una nación distinta, que se fue mezclando con los abipones hasta perder su idioma e identidad.
Los abipones llegaron a ser unos cinco mil y fueron disminuyendo a causa de las luchas entre parcialidades, guerras contra los españoles y las pestes.
Otra causa de disminución era la costumbre de las madres de matar a los recién nacidos, para que los hombres no se separaran de sus esposas, como acostumbraban, durante tres años a partir del nacimiento. El infanticidio era más común tratándose de un varón, porque las mujeres, llegadas a la mayoría, podían ser vendidas como esposas para aumentar los ingresos. Esto también provocaba abundancia de mujeres entre los abipones.
Los sistemas de mando y obediencia eran absolutamente laxos. No existía un cacique o caudillo general para todas las parcialidades. Los grupos constituían hordas con un jefe a cargo de cada agrupación. Tal jefe de parcialidad era una suerte de "capitán', término éste que tomaron del español y apreciaban usar.
Este capitán no es un mandatario, ni juez ni gendarme. Solamente se encarga de organizar la guerra y en caso de ataque es el que va al frente. Por lo tanto no se reverencia a ningún cacique. Tampoco existen pactos ni juramentos de fidelidad. Cada uno puede deambular y unirse al grupo que le plazca. Estos jefes o capitanes ni siquiera se distinguen por sus vestidos. En cuanto a la tierra, carecen del sentido de la propiedad.
Respecto del trato, el misionero no escatima elogios:
Tenían un temperamento varonil mezclado con la caballerosidad y bondad, a la par que se veía en ellos una alegría modesta".
Nada había en ellos, ni en sus cantos o palabras que oliera a impuro u obsceno o a vileza alguna. En sus reuniones ordinarias había paz y orden. Nada de griterías, riñas o palabras gruesas, aunque todo esto se desmerecía cuando se emborrachaban.
Con los prisioneros y extraños que tomaban en las guerras eran sumamente considerados y aún haciéndolos esclavos, se abstenían de todo maltrato y vejación. Como prototipos de crueldad. Dobrizhoffer señala, una y otra vez, a los españoles que con ellos vivían y que, por lo demás, eran los más formidables enemigos de las autoridades españolas.
Señala como notable su tenacidad y resistencia a las privaciones. Estando dos o tres meses de expedición por tierras áridas y sufriendo toda clase de necesidades, no consideraban ésto como un sacrificio heroico. Eran capaces de hacer un viaje de trescientas leguas sin mostrar fatiga, sufriendo de mosquitos y aguantando el calor y la sed, todo sin quejarse.
Las mujeres eran muy trabajadoras. Aún ancianas de ochenta o noventa años, hacían de aguateras buscando agua en los arroyos. Se caracterizaban por ser muy recatadas y castas y aunque preparaban la chicha, jamás la bebían.
El casamiento se concertaba comprando a la mujer por unos caballos, cuentas de cristal o conchitas, manta de colores, lanza de punta o cosas parecidas.
Eran de destacar, también, sus relevantes condiciones físicas, aventajando a otros pueblos en estatura y vigor. No existían gordos ni vientres prominentes y a causa de la permanente actividad física, desconocían la gota, la hidropesía, cálculos, hernias y otras enfermedades que aquejaban a los europeos de esa época.
Comían en abundancia toda clase de carnes y aún frutas inmaduras, sin sufrir problemas de digestión. Era en general un pueblo asáz sufrido y resistente.
Desconocían la lascivia y aunque de temperamento ardiente, jamás se entregaban e excesos. Gustaban de la conversación y de los juegos, pero siempre dentro de los limites de la prudencia, afirmando el misionero que durante los siete años que vivió entre ellos, jamás vió ni oyó nada que mostrara petulancia u obscenidad y que esto valía también para los niños, que jamás profanaban el pudor.
Al matrimonio se lo consideraba conveniente a los treinta años y raramente se casaban con mujeres de veinte años. Las madres amamantaban a los niños durante tres años y por ese lapso no se someten al débito sexual, lo que provocaba el infanticidio ya comentado.
Apenas nacidos, los niños eran sumergidos en agua fría, desconociéndose los cuidados europeos, como ser cunas, almohadones, fajas, besos y mimos. Cuando las madres montaban, llevaban al niño junto con los cacharros, ollas y calabazas. Al crecer un poco, el niño es arrojado al agua para que aprenda a nadar.
Las ropas nunca eran ceñidas al cuerpo, sino sueltas y largas hasta los talones, lo que las hace muy convenientes para defenderse de las inclemencias sin dificultar la respiración ni circulación.
Son absolutamente vivaces y están en continuo movimiento, sea cazando, en correrías guerreras, nadando, escalando árboles en busca de miel y organizando carreras y juegos.
Prefieren la carne vacuna o felina asada, nunca hervida. Si carecen de ésta, pescan, cazan aves o comen raíces. Aprecian sobremanera la sal, pero no los condimentos. Comen cuantas veces les place y sin horario. Temen la falta de apetito y cuando éste no aparece, lo consideran indicio cierto de enfermedad. Son amigos del baño y lo practican diariamente en cualquier río o aguada que encuentren a mano.
Su carácter es carente de angustias por el futuro porque sólo les interesa el presente. Desprecian el peligro y al anunciarse la llegada de muchos enemigos, o piensan en oportuna higa o esperan el ataque con espectación y aún con cánticos. En general, tal es su desapego por las cosas materiales que nada les preocupa ni provoca amor o deseo capaz de desesperarlos.
Sienten sí un gran temor a la muerte, de manera tal que suprimen de su idioma las palabras que se relacionen o recuerden a un muerto. Esto complicaba tremendamente la lengua y su conocimiento, ya que los misioneros que componían vocabularios continuamente debían efectuar enmiendas (28).
Respecto del conocimiento de Dios entre los abipones, nuestro misionero se encontró ante una situación muy singular. El sostenía la tesis de que un hombre en uso de razón y moral natural, en algún momento de su vida llegaba al conocimiento de un ser sobrenatural o Dios. Era la posición que había defendido con ardor cuando enseñaba teología en Córdoba. Sin embargo, grande fue su sorpresa al comprobar que los abipones no tenían ninguna palabra para nombrar a la divinidad. Narra cómo en una conversación con un grupo de abipones quiso inducirlos al conocimiento de Dios mediante la contemplación de la naturaleza creada: una noche estrellada. Argumentó sobre la causa del orden de los astros y de cómo todo ello no podía venir del azar, interrogado al cacique Ychoalay:
¿Quién te parece que es el autor y moderador de estas cosas? …Padre mío, me respondió Ychoalay, mis abuelos y antepasados solían mirar la tierra en derredor, solícitos para ver si el campo ofrecía pastos o agua para los caballos. Pero nunca se atormentaban en absoluto pos saber quién rigiera el cielo, o fuera el arquitecto o rector de las estrellas" (29).
Esto respecto de Dios. No obstante el misionero comprobó que sí conocían al demonio, como autor del mal, a quien consideraban como su dios y curiosamente llamaban "el abuelo". Lo representaban en las Pléyades y cuando la constelación desaparecía en cierta época del año, decían que el demonio estaba enfermo.
Dobrizhoffer señala la dificultad que tenían para todo lo que fuera concepto abstracto, atribuyéndolo a lentitud para razonar, Sin embargo, afirma que mediante maestros habilidosos podían llegar a conocer las artes y las ciencias con plena capacidad, lo mismo que las verdades religiosas.
6. Ychoalay, el más prominente de los abipones
Hemos dicho que la reducción de San Jerónimo del Rey se fundó con la parcialidad abipona de los Rühkahes y que resultó la más importante y estable.
La figura más prominente de esta parcialidad fue Ychoalay, jefe abipón conocido también como José Benavídez (30). El misionero le hace grandes elogios estimando que fue la personalidad más singular entre los aborígenes.
Su contacto con los españoles lo hacía apto para las tratativas pacificadoras. En efecto, había trabajado para ellos como domador y guardián de campos, si bien nunca perdió las costumbres y el contacto con su pueblo. Manejaba bien la lengua castellana, que perfeccionó en una caravana de carros que integró con destino a Chile. El haber sido defraudado en su paga por un chileno, le creó una gran adversión hacia los españoles, lo que lo impulsó a volverse con los suyos y atacarlos en incursiones cotidianas, especialmente en los campos de Córdoba.
Sus virtudes de mando y capacidad militar le atrajeron una buena entre los abipones; todos querían unírsele. Si bien a los españoles, siempre respetó los poblados santafesinos y las personas consagradas. A oponerse a que hiriesen a un franciscano, dijo:
"-¿Acaso no os avergüenza teñir vuestras lanzas en la sangre de éstos, que nunca fueron soldados de los españoles ni enemigos de los abipones, y que nunca llevaron otras amias más que una cuerda?" (31).
Supo también, en ocasiones de peligro, proteger a los jesuitas, Rechazó la hechicería, considerándola una mera forma de defraudar y perturbar el ánimo de sus parciales.
Algunos sacerdotes, como el padre Francisco Aguilar, afirmaban que tenía tantos vicios como virtudes, sosteniendo que era orgulloso en extremo no soportando que se hiciera alabanza de los méritos de algún otro jefe. Pero Dobrizhoffer sostenía que sus vicios estaban sepultados con creces por sus méritos, calificándolo de principal instrumento de paz entre los abipones:
"Siempre cultivó escrupulosamente la paz iniciada con los españoles, y veló diligentemente que ninguno de sus abipones la violara, aún con peligro de su cabeza" (32).
Más de seis capítulos del tomo III de su "Historia …" dedica el misionero a narrar y ponderar las hazañas de Ychoalay.
Con vívidas expresiones nos hace el retrato del más prominente de los abipones, sus méritos militares, virtudes domésticas, actitudes ante la religión yen general su figura, la de un hombre a quien le atribuye casi con exclusividad el nacimiento y conservación de la reducción de San Jerónimo.
No aceptó el bautismo que le ofrecieron los jesuitas en un primer momento. Prefirió sentirse seguro antes de recibirlo y previamente lograrla pacificación de su pueblo y consolidada la Reducción. Obtenido esto, fue bautizado en la iglesia de los Jesuitas de Santa Fe, con gran pompa, asistencia de mucha gente y el padrinazgo del gobernador.
7. La expulsión de los jesuitas y el postrer destino de San Jerónimo
Los ingentes esfuerzos de los jesuitas entre los guaycurúes, el más violento e indomable pueblo de nuestro litoral, se vieron bruscamente interrumpidos por la expulsión de la Orden en 1767. Mientras tanto, el padre Dobrizhoffer ya había abandonado las reducciones abiponas y la expulsión lo encuentra en una reducción de indios Itatines, llamada San Joaquín, pueblo pacífico y dulce, muy diferente de los abipones y otros guaycurúes.
El ostracismo lo halla en mal estado de salud y tanto fue así, que en marzo de 1768, cuando 150 jesuítas estaban prontos para embarcarse hacia Europa, el padre Dobrizhoffer quedó internado en el hospital de Buenos Aires, pudiéndose embarcar a fines de ese mes.
Quizá el dolor por la expulsión y partida se vió aliviado por la compañía de que gozó en el barco, puesto que sus compañeros de desgracia frieron los padres Brigniel, Burgés, Sánchez Labrador, Florián Paucke y otros destacados misioneros con quienes había compartido tantos años de misión.
Antes de partir, el nuestro y todos los misioneros trataron de apaciguar a los aborígenes para que no resistieran el decreto real de expulsión, decreto absolutamente incomprensible para éstos.
Ychoalay, José Benavídez, tomó la drástica decisión de ir a reclamar al gobernador Bucarelli por la expulsión. Antes, inclusive llegó a propugnar un levantamiento general de los indios contra los españoles, para resistir la orden.
Y en Buenos Aires:
"… Se encaminó hacia el palacio del Sr. Bucarelli, metiéndose por medio de las guardias de la fortaleza… con tanto desapego y gravedad como lo pudiera hacer un palaciego, y puesto en presencia del Sr. Bucarelli, sin perder tiempo en ceremonias, le dijo: 'Yo vengo a preguntarte, ¿por qué nos han sacado de los pueblos a los Padres?. Sorprendióse Su Excelencia con esta pregunta y como no sabía bien quién era Benavídez, se guardó muy bien de exasperarse con alguna respuesta descompasada, y así procuró satisfacerle con buen modo, diciendo que el Rey 1 había mandado. Mas como el indio le replicase que no era posible que el Rey lo hubiese mandado, sino estando muy engañado, dijo Bucarelli que eso no le tocaba a él examinarlo. Es así, contestó entonces el indio; pero a ti te toca luego y en pormenor informar a Su Majestad de la falta que hacen los Padres, y sabiendo esto el Rey no mandará que salgan. (33).
Mientras tanto, por 1769, llegó Dobrizhoffer a su "querida ciudad de Viena'. Allí se alojó en la Casa que la Compañía de Jesús tenía. Predicaba en la iglesia de Santa Teresa y atendía una Congregación de Obreros Jóvenes, fundada por los jesuitas.
Trató a la reina María Teresa, quien admirada de sus narraciones, lo indujo a escribir y publicar una Historia de sus aventuras entre los abipones en América. La escribió entre 1777 y 1782, logrando publicarla en 1784. Terminó sus días el 17 de julio de 1791 en el Hospital dala Misericordia de Viena, seguramente cargado de los recuerdos de sus azarosas correrías por las misiones americanas. Contaba con setenta y cuatro años.
Por su parte, la reducción de San Jerónimo, a partir de 1767 fue atendida por un sacerdote del clero regular, el maestro Francisco Reyes. Después se hicieron cargo de la misma los mercedarios y por 1798 los franciscanos del convento de San Lorenzo. Pero ya estamos en los albores de Mayo, con su secuela de derrumbes institucionales y crisis de las autoridades del Viejo Virreinato. La Revolución requirió de todas las energías para propagarla y como consecuencia se desatendieron las reducciones.
En 1814 se sublevan los pueblos mocobíes. Los abipones, aunque sin sacerdotes desde 1815, se conservaban fieles, pero no pudieron evitar que la Reducción fuera arrasada por los mocobíes, produciéndose un desbande general. Un grupo huyó a San Javier y otros pasaron a Santa Lucía, en la provincia de Corrientes (34).
En esta última provincia cometieron varias depredaciones, hasta concertar la paz con el gobierno correntino. Dirigieron, entonces, sus miras a las provincias de Santa Fe y Entre Ríos, La oportuna concertación de la paz entre el gobernador santafesino Estanislao López y los abipones a cuyo mando estaba el cacique Patricio Ríos, en 1824, logró la nueva reducción de esta etnia, ahora a diez leguas al oeste de Santa Fe, sobre el camino a Córdoba. Y he aquí el nacimiento de la reducción de San Jerónimo del Sauce, el postrer destino de la antigua reducción de Ychoalay (35).
8. Algunas opiniones sobre los méritos de la "Historia de los Abipones"
Furlong dice que al pretender juzgar los méritos o deméritos de la "Historia ...", hay que comenzar refutando a Azara, quien calificó la obra como baladí y de poca sustancia, sosteniendo que:
"…El autor de este libro, de vuelta a su país hizo más que redactar con gran prolijidad cuando había oído en Buenos Aires o en la Asunción, pero sin haber penetrado nunca en lo interior, ni observado por sí mismo".
Azara se muestra como un crítico que jamás debió haber leído la Obra, puesto que es el único conocido que emite un juicio desfavorable.
Ricardo Rojas, luego de recordar lo que afirmó Dobrizhoffer, quien pide perdón a sus lectores, disculpándose por la pobreza de su estilo, dice:
"…No perdón, sino gratitud deben los historiadores argentinos a Dobrizhoffer, porque su libro es agradable de leer, como lo revela su éxito en varias lenguas, y por las abundantes noticias que contiene sobre los Abipones, y sobre toda la región chaqueña guaranítica".
El Dr. Luis M. Torres resume el veredicto de la ciencia a favor de Dobrizhoffer al decir:
"Como todos los que hemos tenido ocasión de ocuparnos de la etnografía del Chaco, particularmente del siglo XVIII, que con tanto acierto han tratado en éstos últimos tiempos Bogiani, Kersten y Nordenskjöl, la obra de Dobrizhoffer nos ha sido particularmente útil …"
Lafone Quevedo, afirma que la obra de Dobrizhoffer, en todo lo relativo a los Abipones, ocupa:
"… El primer lugar, por supuesto, en extensión e importancia… (Dobrizhoffer) ha consignado un admirable panegírico de estos nobles indios…"
Y Furlong remata su comentario diciendo, en resumen, que:
"… Cuantos han estudiado o leído, al menos, el libro de Dobrizhoffer, han convenido en que es el más ameno y sabroso de nuestros historiadores del siglo XVIII, así por la exactitud de su información como por el interés casi novelesco que ha sabido infundir en la corriente de su discurso. Comparadocon nuestros antiguos cronistas, es Dobrizhoffer muy superior a ellos, por haber sido siempre o casi siempre de primera mano y ex-visu cuanto estampé en las páginas de su libro, y por haber sabido recoger y conservar innumerables detalles que su curiosidad siempre despierta consideró de capital interés para los futuros investigadores. Tuvo gran calidad de interesarse por todo lo relativo a los indios abipones, y como hombre de genio fino y sutil, poseyó en algo grado el don de observar y de conocer a los hombres. La ciencia nos dirá que no hemos de tomar por definitivos sus asertos y por infalibles sus afirmaciones, pero es indudable que unas y otras reflejan viva y sinceramente la impresión del insigne historiador de los Abipones" (36).
9. Y otras sobre la labor misionera de la Orden en América
La expulsión frustró los esfuerzos de la Orden para reducir y pacificar a los pueblos del Chaco. Los 30 ó 40 años de presencia entre los guaycurúes quizá estaban por rendir sus frutos cuando debieron acatar el ostracismo. En el siglo anterior habíamos asistido a la gran labor misional entre los guaraníes. ¿Cuál fue el secreto de ese triunfo?.
Según Halperin Donghi (37) entre las claves del éxito está el esfuerzo misional que fue ejercido sobre una población indígena con hábitos de agricultura, como eran los guaraníes. De modo que cuando debieron actuar entre los pueblos cazadores del Chaco se enfrentaron con enormes dificultades.
El hecho que constituyeran una elite internacional que mostraba notable superioridad cultural sobre los funcionarios y los colonos de una región relegada del Imperio, como era el Río de la Plata.
La tenacidad y el celo religioso que conjugaban objetivos puramente misionales con un notable realismo económico. Mörner (38) señala que este realismo se refleja en el aspecto financiero: una instrucción establecía que los rectores de los colegios, debían tener conocimientos sólidos en cuestiones económicas y que los ingresos debían ser suficientes para garantizar la enseñanza.
Constituyeron, especialmente en el siglo XVII, un sólido escudo frente a la penetración portuguesa.
El Estado Jesuítico fue elogiado por autores adversarios del Catolicismo o indiferentes en materia religiosa tales como Voltaire, D'Alambert y Montesquieu. Estos autores, si bien consideraban a los jesuitas corno prototipos de la hipocresía, vieron en el Estado Jesuita la aptitud del intelecto europeo para crear una sociedad dentro de planes preconcebidos.
Chateaubriand encara el tema con una visión romántica, atribuyéndole importancia a los aspectos religiosos y estéticos, especialmente la educación de los indios mediante la música.
Los socialistas, en general, ven a este experimento como una interesante concreción de los ideales colectivistas.
El pensamiento tradicional conservador y nacionalista juzga a las misiones como una prueba de la política colonial humanitaria que España aplicó en América.
El geógrafo Félix Azara (1746-1811), a quien citamos como un crítico negativo de la obra de Dobrizhoffer, extiende sus críticas a la labor misional de los jesuitas.
A principios de siglo (1904), nuestro Leopoldo Lugones, tan brillante y contradictorio, escribió un ensayo histórico, "El Imperio Jesuítico" (39). La obra fue encargada por el gobierno nacional y con su proverbial maestría intenta condenar a las misiones. Lo hace desde una visión positivista y liberal de fines del siglo XIX, tan proclive en condenar a España. Denosta a quienes llamaron República al estado jesuítico afirmando que no merece tal nombre, sino el de Imperio, porque lo fue al uso del absolutismo español. Además de sus méritos literarios, este Ensayo es un paradigma de la posición positivista y antiespañola.
Sobre la vida cotidiana en las misiones hay dos posiciones extremas. Una sostiene que los indígenas fueron objeto de explotación y cruel esclavitud. Otra, contraria, afirma que llevaban una vida idílica, sin la menor preocupación por las necesidades materiales.
Para Mörner estos pueblos disfrutaron de condiciones más favorables que si hubiesen sido librados a su propia suerte. Los jesuitas controlaron el alcoholismo y las epidemias. Fueron los pioneros en medicina y ciencias naturales y, lo último pero lo menos importante, con sus crónicas posibilitaron el conocimiento de un pasado histórico que a no ser por ellas, se hubiera diluido en referencias orales:
"… Por su intensa educación, por el excepcional sentido religioso, activo y concreto, que inspiraba a sus miembros, por su cuidadosamente controlada disciplina casi militar, por su organización jerárquica y centralizada, los jesuitas estaban destinados -aún comparados con las otras órdenes- a desempeñar ese impresionante y único papel histórico" (40).
Pero el advenimiento de los Borbones produjo una afirmación del poderío regio y los jesuitas más que víctimas de corrientes secularizadoras o intrigas de la Masonería, fueron víctimas del regalismo. El conde de Aranda, ministro de Carlos III y responsable de la expulsión lo dice con vívida expresión:
"Preví el peligro de fiar provincias enteras a un cuerpo de regulares con superior fuera del Reino… (por) hallarse estas provincias o misiones separadas en sustancia de la Monarquía, porque ni se enseñaba en ellas la lengua castellana al indio, como las leyes lo ordenaban; ni se permitía a los españoles la contratación; ni las Audiencias Reales ejercían allí su autoridad …"(41).
Sin embargo Santa Fe no perdió la nostalgia por los Padres y conservó los recuerdos por casi los 100 años de ausencia, hasta lograrse la reapertura del Colegio a principios de 1860.
A la partida de los jesuitas siguió la decadencia de las misiones y las reducciones del Chaco y Santa Fe. Esta decadencia no debería achacarse a los deméritos de las otras órdenes que debieron encargarse de la labor misional. Como ya lo dijimos, ya estábamos en los albores de Mayo y el viejo Imperio hacía agua. No sabemos ni podemos preveer si los jesuitas hubiesen logrado, con su tenacidad, consolidar las reducciones guaycurúes. Quizá por sus méritos y preparación cultural no se hubieran resistido a intervenir en la vorágine de la Revolución. Y así, en esa tarea como en la misional, como bien se ha dicho, resultarían más víctimas de sus triunfos que de sus fracasos. Pero quede como uno de los triunfos la labor de nuestro Dobrizhoffer entre los Abipones de nuestro Chaco.
Notas
1) Federico G. Cervera. "Reseña Histórica del Periodo Hispánico" Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe". Tomo III. Santa Fe. Imprenta Oficial, 1970. (p. 23).
2) Ezequiel Gallo. La Pampa Gringa. Buenos Aires. Editorial Sudamericana. 1983. (p. 22).
3) Alejandro A. Damianovich. Breve Historia de Santa Fe. Santa Fe. Distribuidora Litar SA 1987 (pp. 34-35).
4) Juan Alvarez en Ezequiel Gallo, op. cit. (pág. 54).
5) Ibid. (p. 23).
6) Manuel M. Cervera. Poblaciones y Curatos. Santa Fe. Tall. Graf. Castellví Hnos. 1939 (pp. 198-199).
7) Manía Dobrizhoffer. Historia de los Abipones. Tomo III. Santa Fe. Imprenta de la Universidad Nacional del Litoral. 1971. (p. 22).
8) Manuel M. Cervera, op. cit. (p. 232).
9) Alejandro A. Damianovich, op. cit. (p. 37).
10) Martín Dobrizhoffer, op. cit. Tomo 1 (p. 102).
11) Ibid. Tomo II (p. 9).
12) Id. (p. 16).
13) SalvadorCanals Frau. Poblaciones Indígenas de la Argentina, Buenos Aires. Hyspamerica. 1986 (pp. 298-299).
14) Branislava Susnik. Dimensiones Migratorias y Pautas Culturales de los Pueblos del Gran Chaco y su Periferia. Resistencia. Instituto de Historia. Facultad de humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste. 1972 (pp. 15-16).
15) Dick Edgar Ibarra Grasso. Argentina Indígena y Prehistoria Americana. Buenos Aires. Tipográfica Editora Argentina. 1967 (p. 306)
16) Ramón Tissera. "El Jinete Guaycurú, conquistador del Chaco'. Todo Es historia. Nro. 93. Buenos Aires. Feb. 1975.
17) Guillermo Furlong. "Noticia Biográfica y Bibliográfica del padre Martín Dobrizlioffer' en Martín Dobrizhoffer op. cit. Tomo 1 (pp. 19 et seq,).
18) Ibid.
19) Id. (p. 25).
20) Id. (p. 29).
21) Antonio de Zubiaurre. Nota de traducción de "Una accidentada travesía hasta el río Uruguay". Humboldt 82. Bonn. 1984 (p. 29).
22) Federico G. Cervera. "Las Reducciones Indígenas en el Periodo Independiente". Historia de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe. Tomo III. Santa Fe. Imprenta Oficial. 1970 (p. 98).
23) Martín Dobrizhoffer, op. cit. Tomo III (p. 120).
24) Ibid. (p. 124).
25) Id. (p. 126). Maquiavelo dice: "Se presenta aquí la cuestión de saber si vale más ser temido que amado. Se responde que seria menester ser uno y otro juntamente; pero como es difícil serlo a un mismo tiempo, el partido más seguro es ser temido que amado, cuando se esta en la necesidad de carecer de uno u otro de ambos beneficios". El Príncipe. Cap. XVII (425-426).
26) Id. (p. 126).
27) Guillermo Furlong. Entre los Abipones del Chaco. Buenos Aires. Tall. Graf. San Pablo. 1938, 188 páginas.
28) Martín Dobrizhoffer, op. cit. Tomo II (pp. 52-59-66-184).
29) Ibídem (p. 69-70).
30) Resulta significativo que el apellido Benavídez haya permanecido en la reducción de San Jerónimo del Sauce basta nuestros tiempos.
31) Martín Dobrizhoffer, op.cit. Tomo II (p.136).
32) Idem (pp. 137-138).
33) Guillermo Furlong. Entre los Abipones del Chaco cit (pp. 171-172).
34) Manuel Roselli. Historia de Reconquista. Buenos Aires. Tall. Graf. del Ministerio de Cult. y Educ. de la Nación. 1981.1ra. parte (p. 58).
35) Federico G. Cervera op. cit. (pp. 99-100).
36) Guillermo Furlong. "Noticia Biográfica y Bibliográfica del padre Martín Dobrizhoffer" en Martín Dobrizhoffer, op. cit. Tomo I (pp. 70 et seq.).
37) Tulio Halperin Donghi. Presentación de la Edición Castellana de Magnus Mörner Actividades Política y Económicas de los Jesuitas en el Río deis Plata. Buenos Aires. Hyspamérica. 1986 (p. 11).
38) Mörner, op. cii. (p. 114).
39) Leopoldo Lugones. El Imperio Jesuítico (Ensayo Histórico) México D. F. Aguilar. 1962.
40) Mörner, op. cit fr. 120).
41) Ib. (p. 141). El libro de Mörner, en general, ha sido utilizado para todo este acápite. Nº 9.