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LAS ARTESANÍAS Y LOS ARTESANOS DEL RIO DE LA PLATA
J. Catalina Pistone
"Conceptualmente semejante a las folclóricas -o criollas- las artesanías aborígenes se dan en las comunidades de indígenas de nuestro país. En la actualidad muestran por lo general un acelerado proceso de transculturación, si bien mantienen vigentes varias técnicas ancestrales y, en los casos en que la situación social del grupo no es extremadamente carente de recursos materiales, manifiestan un gusto artístico sumamente atractivo en cuanto a formas, colorido y decoración". Tanto en las artesanías aborígenes como en las criollas es necesario distinguir entre "históricas" y "vigentes" (1) AlfareríaSe emplean como materias primas tierra arcillosa, agua y "anti- plásticos" naturales o agregados (pedazos de piezas rotas), para evitar que los objetos se partan durante la cocción. Esto se realiza tradicionalmente a fuego abierto -enterrando las piezas y cubriéndolas con estiércol-. La alfarería indígena prehispánica y actual ha sido bien estudiada por arqueólogos y etnólogos pues, en algunos casos, como lo manifiesta Antonio Serrano, para los diaguitas "puede decirse que la alfarería es la más definida expresión de su cultura material y en ella reposa la solución de los más serios problemas relacionados con aquel pueblo". Hubo alfarería en todas las tribus indígenas de nuestro territorio, salvo entre los pehuenches del siglo pasado, que tal vez la poseyeron primitivamente. Los patagones y los onas de Tierra del Fuego no la han tenido nunca. Para citar algunas diremos de la hermosa alfarería de los Juríes de Santiago del Estero, los famosos vasos decordos en negro sobre rojo de los omaguacas, los vasos antropomorfos de la cultura de la Candelaria (lules del alto Bermejo y Salado), las urnas funerarias, los platos, ollas y pipas para fumar, guaraníes, y la alfarería de los Comechingones realizada generalmente dentro de canastas usadas como molde cuyos rasgos han quedado grabados así como la red con que cubrían para darle mayor adherencia a la pasta. A principio de este siglo podían encontrarse alfareros populares en casi todas las provincias argentinas, pero la posterior difusión de los artículos de bazar, aluminio, hojalata, etc. marcó una importante pérdida de función para sus producciones; un mal entendido enfoque del "gusto turístico" hizo, por lo demás, que se copiaran modelos no tradicionales, dejando de lado herencias como magníficos vasos santamarinos o las bellas vasijas chiriguanas. Entre las actuales producciones deben citarse las piezas de alfarería negra y roja, procedentes del noroeste de Córdoba (Mina Clavero), las incisas de barro rojo de San Juan y la aún lozana alfarería de Río Hondo (Santiago del Estero). Asimismo las imágenes religiosas con" los "nacimientos" (pesebres) y las famosas ollitas y otros objetos de barro en pequeño que se fabrican para la fiesta de Santa Ana (26 de julio) en algunas localidades de Jujuy. Las alfarerías de los indios chaqueños, en particular toba, son muy apreciadas (2). Artesanías de Asta y HuesoDesde muy remotos tiempos, las cornamentas de los animales fueron trabajadas por industriosos artesanos. Por su reducido tamaño y su condición natural hueca, fueron destinadas a satisfacer exigencias prácticas y suntuarias. Las técnicas utilizadas para trabajar el asta también se usan para el hueso. Con ellos, en las distintas áreas de cultura tradicional del territorio argentino, se hacen chifles, chambaos, estribos, cucharas, mates, empuñaduras de cuchillos, cabo de rebenques, botones, etc. ImagineríaLa imaginería popular ocupa un destacado lugar en las manifestaciones históricas del arte criollo. No obstante aún quedan santeros herederos de una tradición que sembraron los imagineros españoles en el siglo XVI. Desde el punto de vista técnico las imágenes populares argentinas pueden clasificarse en tres grupos: imágenes de talla completa, imágenes de vestir e imágenes de talla y tela encolada. Se incluyen en el primero aquellas que talladas en madera o piedra, no necesitan de ningún aditamento posterior que las complete, como no sea el característico pintado y policromado. Las del segundo grupo son aquellas constituidas por un maniquí con cabeza, manos y pies tallados en madera o moldeadas en yeso o piedra; y el tercer grupo está formado por aquellas imágenes en que la vestidura de tela es reemplazada por paños encolados. Además de imágenes individuales de N. S. Jesucristo, la Sma. Virgen en sus numerosas advocaciones, los santos y los ángeles, tradicionales, construyeron retablos, figuras para pesebres, etc. Curiosos objetos de culto popular, con San Son, o San La Muerte tienen, en la provincia de Corrientes, y otras zonas del nordeste, sus especializados imagineros; en el último caso, avanzados miniaturistas (3). Fabricación de instrumentos musicalesLa fabricación de instrumentos musicales es también, entre nosotros, una artesanía tradicional. Desde el punto de vista cuantitativo fue igualmente amplio el aporte indígena y europeo aunque este último prevaleció por las posibilidades sonoras que ofrecía. Para todo habitante de la Argentina la guitarra es una vivencia y un símbolo, y también son de arraigado uso popular, en dilatado ámbito, el bombo y el violín. Respecto de este instrumento, en Santa Fe tenemos antecedentes de un fabricante de violines. Francisco Parreño, pardo, que con sus instrumentos que eran comprados por el Gobernador D. Estanislao López, servía para rescatar cautivos, pues los indígenas eran muy aficionados a este tipo de instrumento musical (4). Respecto de la fabricación de los instrumentos musicales diremos que en las áreas de cultura aborigen vigente siguen fabricando muchos instrumentos de su antigua tradición. Los materiales empleados son caña, madera o arcilla para las flautas, troncos ahuecados y cueros para los membráfonos y, por transculturación, recipientes metálicos comercializados -latas de aceite por ej.- para cordófonos como el "violín toba piga" (N-bike). En cuanto a los instrumentos criollos sabemos que, en el pasado, hubo muchos y excelentes artesanos que los fabricaron. Actualmente quedan muy pocos fabricantes populares de guitarras, arpas y violines. Los ejecutantes rurales adquieren ya sus instrumentos en el comercio y la noble artesanía popular no ha podido competir con la producción en gran escala procedentes de las principales ciudades del país y del extranjero. (5) Artesanía de las plumasLas plumas se utilizaban para adornos, como las vinchas de los Tobas, piezas de fibras vegetales, especialmente realizadas con paja de trigo y chala en Quilino, Córdoba; también se confeccionan con ellas alfombritas y pequeños tapices en Santiago del Estero (6). Cestería o artesanía de las fibras vegetalesLa utilización de la fibra vegetal se remonta a tiempos prehistóricos. Es una artesanía que está relacionada tanto con pueblos de tradición pesquera como con recolectores y agricultores. Cuando la producción está constituida por canastos, cestas, o derivados, recibe el nombre de "cestería". La cestería es una artesanía muy difundida en nuestro territorio y que tiene importantes antecedentes arqueológicos, como las piezas diaguitas encontradas en Fiambalá (Catamarca), las que servían de moldes a la alfarería, la característica cestería de los yamanes y alacalufes (Tierra del Fuego) y especialmente de los huarpes, que constituyó su principal industria. Las técnicas empleadas, de acuerdo con una clasificación internacional, son las de coiled o "aduja" -cestas diaguitas, cestas actuales de Río Hondo, por ej.- la de paited (trenzado) o Weoved (tejido) -cestos, pantallas, etc. del litoral y noroeste argentino- y la conocida como Wicker-Work, que es la común de nuestros mimbreros. Los materiales usados son: mimbre, simbol, miquillo, chaguar, caña, palmera, caranday, etc. La cestería es una de las artesanías cuya producción se halla en vigencia, en un área más dilatada dentro del territorio argentino. Las fibras vegetales se utilizan, además, para confeccionar múltiples objetos funcionales, dentro de las comunidades aborígenes y criollas, o destinados a la comercialización como sombreros, bolsos, paneras, posafuentes, revestimiento de botellas, alfombras, tapices, hamacas, adornos, calzado, etc. (7). Artesanía de la maderaPocas son las referencias relacionadas con el trabajo artístico de la madera en América precolombina. En contraposición con lo que ocurre en el caso de la alfarería, la artesanía criolla de la madera es de origen español, salvo en el caso de máscaras, canoas, instrumentos musicales y adornos vigentes en la actualidad entre los grupos aborígenes de nuestro país. Debemos hacer distinción entre dos promociones de artesanos populares de la madera en nuestro territorio: en primer lugar los que se formaron durante el período hispánico, discípulos directos de los maestros artesanos europeos y de los misioneros; en segundo lugar los artesanos criollos propiamente dichos. De los primeros han quedado las grandes obras arquitectónicas religiosas, con sus altares, pulpitos, puertas y ventanas, confesionarios, escaños, etc., muchas veces dorados y policromados. De los segundos también hay muestras de participación en trabajos arquitectónicos, pero las principales manifestaciones de su arte radican en la confección de las piezas de madera para el recado, el mobiliario rural, los medios de transportes, los instrumentos musicales y la imaginería. Entre los tipos de objetos elaborados se destacan los estribos "baúl" (llamados "trompa e chancho" en Chile) o de madera combinada con asta, los arzones muchas veces "chapeados" de la montura, sin contar los platos, cucharas, fuentes, morteros, etc., que presentan tallados o afectan formas, fruto de una evidente preocupación estética. Los primeros maestros carpinterosCarpinteros más o menos duchos en el oficio hubo desde 1536, pero la historia no ha rescatado ninguno de sus nombres. Lo mismo ocurrió en Santa Fe cuando el Cabildo determinó los aranceles de Carpintería, en los años 1575 y 1576, ya que este oficio estaba difundido en la ciudad. De los posibles nombres rescatamos un tal "maestre Myguel, carpintero", que perteneció a la armada de Don Pedro de Mendoza, o "León, carpintero" de la escuadra de Sanabria. Igualmente debemos recordar las severas medidas dictadas por el Gobernador Jacinto de Lariz, el 1 ° de septiembre de 1651, en cuyo Auto ordenaba no expulsar al carpintero y herrero portugués "que trabaja en el traslado de Santa Fe", por no haber quien lo reemplace. Como dato curioso citaremos a Manuel Carballo, a quien los capitulares le rechazaron los títulos de Regidor y Depositario General (rematados el 13 de diciembre de 1771), por habérsele puesto impedimento, añadiendo que "fue carpintero". Naturalmente que las personas que tenían oficios manuales no podían ejercer cargos concejiles pues iban en desmedro de la función capitular. Los Padrones de 1816, 1817 y 1823 correspondiente a los Cuarteles No 2, 3 y 4 respectivamente, registran un total de 51 carpinteros, figurando maestros de ribera, calafates y artesanos de la madera. De ellos son 23 españoles, 7 de otras provincias, 5 paraguayos, 1 portugués, 9 pardos libres y 6 esclavos pardos. Hasta aquí los datos referidos a Santa Fe (8). En Buenos Aires aparece Pedro Ramírez en 1609, que hizo las puertas y ventanas del Cabildo y según parece era un artesano de valía, y sabemos -dice Guillermo Furlong- que se puso a su servicio el indio Felipe con la condición de que le enseñara el oficio de carpintero. Años más (arde aparece Pascual Ramírez "oficial carpintero", que labró la techumbre de la primitiva Catedral y cuya paga en 1618 fue preocupación del Cabildo en repetidas ocasiones (9). El más distinguido "maestro carpintero", a principios de siglo XVII, fue sin dudas Pascual Ramírez, que el Cabildo hizo venir "de la banda de arriba", es decir de Santa Fe. El construyó la Iglesia Mayor y el 18 de abril de 1618 le abonaron por el trabajo $ 600. Tres grandes maestros en Buenos Aires fueron Antonio Da Rocha, quien aparece en 1640. En 1643 hacía ya 27 años que Da Rocha moraba en / Buenos Aires y contaba a la sazón, 57 años de edad. Gracias a su inteligente labor tenía una casa, una chacra en que labraba mil quinientas cabezas de ganado mayor y 50 ovejas, dos esclavos chicos y grandes; tenía 5 hijos, y un caudal de 5.000 pesos y unas deudas que ascendían a 3.000. El otro era Yácome Ferreyra Feo, contemporáneo de Da Rocha y portugués. Decía en 1643 que era carpintero ensamblador, se había casado con una criolla, hija de padres castellanos, era dueño de unas casas y de tres esclavos y que "valdrá todo dos mil pesos". Ferreyra fue por dos décadas el carpintero de confianza del Cabildo. También era carpintero y lusitano un tal Domingo Fernández. En 1643 declaró haber nacido en Lisboa y que siendo de 22 años había llegado al puerto de Buenos Aires como grumete. Después de 2 años de residencia en Buenos Aires era aún soltero y sin caudal alguno (10). Carpinteros en las provinciasEn Comentes parece que escaseaban los carpinteros a principios del siglo XVII, ya que al quererse hacer las puertas de la Iglesia Matriz se ofreció el Carpintero Manuel Cabral, con tal de que le dieran un hombre "que entienda el oficio". En 1655 un tal Pedro de Moreira con dos indios se encargó de techar el edificio capitular. El campanario de la Iglesia Matriz de Corrientes lo trabajó Marcos Gómez Duran, en su propia estancia, y suponemos -dice Furlong- que con maderas de la misma y desde allí se trasladó a la ciudad y se armó, a mediados de 1664. A algunos de los primeros artesanos correntinos se le debe haber ocurrido techar con tejas de palma, menos pesadas y más económicas que las de barro cocido. Ya en 1594 era general su uso así en Asunción como en Corrientes, en Santa Fe y posiblemente en Buenos Aires. En dicho año, Hernandarias "hizo traer canaletas de palma para cubrir y aderezar la iglesia y convento de San Francisco" de la ciudad de Santa Fe. Todavía hoy existen en Corrientes algunas casas con tejas de palma (11). El Indio Juan QuismaEn la ciudad de Tucumán, en 1608, hizo su testamento el indio peruano Juan Quisma, y es fácil de advertir que no sólo era carpintero sino ensamblador y tallista, ya que el Cap. Andrés Juárez de Hinojosa le debía $ 20 "por la hechura de un sillón... sin guarniciones y hebillas... y también había hecho una carreta para Melián de Leguizamo y Guevara, y unas barras nuevas para Andrés de Medina, y una silla jineta para el herrero Diego, y una silla para Bernabé Ortíz",. . . etc. ... y así otros muchos objetos de carpintería, en particular sillas de montar, lo que parece haber constituido la especialidad de este indio (12). El trabajo de madera en casa de pudientes se jerarquizó con la fantasía de sus canes o zapatas, de sus dinteles y balaustres. En la vasta región del oeste y central del Virreinato eran comunes las mesas de algarrobo, las sillas trabajadas de tipo pata de cabra y los bargueños de talla artística, así como los arcenes, "secretaires", escritorios tallados muy finamente con incrustaciones de nácar. En cambio quienes no eran ricos y carecían de vajilla de metal, contaban con escudillas, fuentes, cucharones y yerberas de algarrobo. Era común también encontrar bateas, morteros y telares construidos con maderas del país, y las actividades ganaderas dieron lugar al uso de dicho material aplicado en un sinnúmero de objetos (13). Siguiendo con los carpinteros de provincias, en Santiago del Estero, en 1609, forman sociedad para llevar adelante una carpintería Diego Abad Chavero, vecino de Santiago, aunque residente en Tucumán, y Lorenzo Juárez de Ludueña. Diego de Solís se comprometió a hacer las casas de Pedro Fernández de Andrada, el 26 de octubre de 1610. En 1656 se hallaba el Hospital de Santiago del Estero en pésimas condiciones y se determinó hacer otro. Con un carpintero de nombre Domingo Enríquez, portugués, se contrató la obra y al año cumplió con su compromiso. Alonso de la Plaza en JujuyJujuy contaba a principios del siglo XVII con un buen carpintero, el maestro Alonso de la Plaza. Dijo en su testamento, el 21 de septiembre de 1612: "yo fui artífice de la Iglesia Mayor de esta ciudad y la hice con mis / manos". Se le adeudaban $ 20 por la hechura de la iglesia y $ 30 por la del pulpito. Había trabajado en 1610 los bancos del Cabildo, cuyos concejiles opinaron que eran "muy buenos". De la Plaza, según algunos, era no sólo carpintero sino herrero y constructor de casas. De la Plaza falleció en 1612. Ocho años después aparece otro carpintero. Diego de Solís (que lo vimos en Santiago del Estero), que se comprometió a hacer la techumbre de la iglesia en reconstrucción. Solís debía ir a los bosques con los indios auxiliares de trabajo, a cortar la madera menuda y gruesa que fuese necesaria para cubrir la iglesia y la sacristía. En 1624 se comprometió a fabricar la iglesia y capilla mayor de la Merced. Fr. Francisco Arias, franciscano, corrió con las obras de la iglesia de San Francisco de Jujuy, y un dintel de la puerta, que aún se conserva, lleva la leyenda: F. Frs. Arias Año 1682. Para finalizar este párrafo el P. Furlong dice: "Desconocemos el nombre del insigne artífice que, a fines del siglo XVII, trabajó la iglesia de San Francisco de Santa Fe, pero su magnífica labor ha llegado hasta nosotros en toda su prístina belleza" (14). Y a propósito de esta idea, nosotros podemos aportar que haciendo un estudio comparativo entre la iglesia de San Francisco y la Casa de los Aldao (de Santa Fe), no sería aventurado señalar que el mismo carpintero que realizó el contrato para edificar la casa de los Aldao, el 1° de diciembre de 1694, Cap. Juan de Vera, pudo ser quien dirigió la construcción de la mencionada iglesia, pues las zapatas, canes, ménsulas, los balaustres, son iguales unos y otros. Además en el contrato figura que el Cap. Juan de Vera debía cortar \a madera para la construcción y dejarla secar bajo una ramada construida al efecto. Es decir que él se comprometía no sólo a fabricar la casa sino que también asumía la tarea de carpintería. Grandes maestros en MontevideoEn Montevideo había muy buenos maestros tallistas; por ejemplo son conocidas las habilidades singulares del carpintero Pablo Guixeras quien fabricó en 1795 dos canapés y tres sillas para la Sala del Cabildo de esa ciudad. Este tallista adquirió las maderas de los maestros carpinteros Juan José Brid, Martín de Iriarte y Pablo Giben, y los clavos, chapas y planchuelas de los herreros Gerónimo Bacigaluz y Juan Almirón (15). Artesanos y artistasEn toda obra humana, por más modesta que sea -nos señala nuestro erudito santafesino P. Guillermo Furlong S. J.-, existe una manifestación estética y así la hallamos aún en las más sencillas rejas salteñas, en los más modestos artesonados de Santa Fe, en las más simples puertas cordobesas, en los bancos, sillas, escaños, arcos, petacas, bargueños, almofreses, canceles, etc., de factura menos pretenciosa que se exhiben en la promiscuidad de nuestros museos, especialmente en los de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Lujan. Si carpintero es aquel que, por oficio, labra la madera, ordinariamente común, y tallista es quien hace obras de talla, esto es, de escultura, especialmente en madera, es fácil comprender que una y otra labor se sobreponen en muchas cosas, no siendo fácil determinar cuándo el carpintero penetra en el campo de la talla y cuándo el tallista, que forzosamente ha de ser carpintero, conserva sus producciones en la esfera de aquélla. La dificultad se extrema debido a que los artesanos de otrora tenían alma de artista. Ni la máquina los reemplazaba a ellos, ni ellos tomaban las características de la máquina (16). No vamos a hablar de la fabricación de muebles en el Río de la Plata, pues se trata de un tema muy específico y seria largo enumerar los tres tipos que lo han caracterizado: uno, con centro de dispersión en el norte del Virreinato, un segundo que se desarrolló en el territorio de las misiones, y un tercero en la zona del litoral, con Buenos Aires como foco de irradiación. Artesanía de los metalesPor su abundancia y por sus prodigiosos trabajos salidos de las manos de los artífices prehispánicos, el oro y la plata desbordaron en América el plano de la realidad, para entrar en el mundo de la fantasía. Los maestros españoles y portugueses al afincarse en el nuevo continente cambiaron sustancial mente las formas y el sentido de las obras producidas y respecto de las más importantes de sus manifestaciones, la platería, establecieron las bases de lo que luego sería la platería criolla que, según las regiones, adquirieron estilos muy diversos y característicos. En el área rioplatense florecieron múltiples muestras de esta artesanía, tanto destina das a la liturgia, como al ajuar doméstico, y, especialmente, al apero del gaucho, donde alcanzaron su máxima originalidad: portezuela, copas y barbada de los llamados "frenos de candado", cabezadas y riendas de pura chapa de plata cincelada, cadenitas de plata intercaladas con lonjas de cueros, facones, rastras con monedas, chapas de plata, oro y cadenas, hebillas haciendo juego, cuchillos con vaina, empuñadura y puntera de plata, muchas veces con incrustaciones de oro, y hasta maneas de plata pura, estribos de plata potosina, son algunas de las muestras de esa riqueza pasada pero aún hoy revitalizable en algunas zonas del país. Dentro de las artesanías de los metales es importante también las del hierro, que han dejado en todo el territorio nacional preciosas rejas, veletas, cerrojos, llaves, bocallaves y elementos para el apero, como frenos, estribos y otros arreos (17). "Los artesanos de la platería bajaron desde el Perú y se fueron instalando en las poblaciones que conducían a la Gobernación del Tucumán. La fructífera corriente se proyectó hasta recién abiertas las puertas del puerto de Buenos Aires y a todo el litoral de los grandes ríos" (18). Para Márquez Miranda y Torre Revello el dato más antiguo sobre la platería en el Río de la Plata corresponde a 1572, año en que llegaron los plateros Francisco Ruiz y Francisco Carrasco, pero sabemos que con Pedro de Mendoza, en 1536, llegó a nuestras playas el platero Juan Velázquez natural de Utrera, y se sabe que, en 1553 envió metales extraídos de Ibituruzá, y muchos años antes había sido testigo en la información de los cambios de escudos en los barcos de Alvar Núñez Cabeza de Vaca y como pintor fue nombrado perito para copiar las armas que puso el Adelantado. Inmediatamente después aparece Juan López, que en 1567 ensayó las piedras del Guayrá; más tarde, en la armada de Juan Ortíz de Zarate se registran tres plateros: Francisco Ruiz, Francisco Carrasco y Melchor Alfonso. "El dato más antiguo con relación a plateros de Buenos Aires (fundada en junio de 1580), corresponde a uno de 1615, llamado Melchor Migues, pero ya en 1606 estaba radicado Francisco López "platero", quizás el primero en la ciudad, nos acota el P. Furlong S. J.". Coincide en el dato, el Dr. Vicente Sierra, quien dice que el honor de ser el primer platero de Buenos Aires parece corresponder a un tal Francisco López y más tarde aparecen Melchor Miguens, Miguel Pérez y los portugueses Bernardo Pereyra y Francisco de Acosta (19). Termina Torre Revello su magnífica monografía sobre plateros rioplatenses, recordando los méritos de tres de ellos: Juan Antonio Callejas y Sandoval, Manuel Pablo Núñez de Ibarra y José Boqui, maestros destacados de quienes se conservan piezas tales como una custodia que hizo Boqui para el convento de Santo Domingo, en la ciudad de Buenos Aires. Los plateros de Buenos Aires, reunidos en gremio, eligieron por Patrono a San Eloy y en 1788 el entonces Intendente General de Real Hacienda, Francisco de Paula Sanz, promulgó un bando por el que reglamentaba la organización del "gremio". Para ingresar a él debía reunir examen de competencia que consistía en realizar un trabajo sin la ayuda de nadie ni consejo de otra persona y luego era "sometido a severo examen general". Si era aceptada la labor se le extendía la correspondiente carta de aprobación con derecho a establecer tienda u obrador para trabajar para el público. Hay que señalar lo que dice un afamado platero de Buenos Aires, Juan Antonio Calleja y Sandoval, que eran no pocos los plateros clandestinos y éstos no ponían marca en las obras que hacían y vendían y hasta se valían de materiales de baja ley (20). A propósito de este detalle, podemos decir que hemos visto testamentos donde figuran dentro del patrimonio vajilla de plata en cantidad, pero no dicen quiénes eran sus autores. Tampoco poseen un sello distintivo ni señal definitoria del artesano realizador y si lo tuvieron no se mencionan las piezas señaladas hechas por autor alguno, salvo el caso de Narciso González Payba, maestro platero, quien cinceló la corona de la Virgen de la Capilla de India Muerta (de la Prov. de Santa Fe), en el año 1799 (21). Nombraremos algunos plateros que hemos rescatado a través de la documentación existente en el Archivo General de la Provincia de Santa Fe. Primeramente vemos en 1763 a Agustín Palacios encargado de la confección de "armas, tarjas, escudos y partesanas" con motivo de las honras de Carlos III, y es probable, dice el Dr. Clementino S. Paredes, que se haya hecho cargo de los arreglos del altar mayor de la iglesia Matriz (22). Agustín Zapata Gollán, en su trabajo "La vida en Santa Fe la Vieja a través de sus minas", menciona a Juan Nis de Ibiri quien atendía su taller de platero. Juan José Videla, maestro platero "buen conocedor del oficio", celebró contrato de enseñanza, en 1808, para que un hijo de Miguel González aprendiera con él el oficio de platero. Pedro Panelo y Bartolomé Cámara procedieron a tasar la plata labrada y el oro de los bienes de Francisco Antonio de Larramendi, en el año 1810. Revisando los Padrones de 1816, 1817 y 1823 (únicos que se conservan en el Archivo de Santa Fe) se deduce que toda la familia se dedicaba al mismo oficio que el padre. Eso explica la existencia de niños de 11 y 16 años empadronados con igual carácter que el jefe de familia. No vamos a detenemos más en citar nombres de plateros porque sería demasiado tedioso para todos. El mundo mágico y apasionante de un platero: Jorge MazónJorge Mazón, de Buenos Aires, hace 15 años que trabaja con metales. Dice que, desde chico, le gustaba jugar con los "fierritos", doblarlos, darles forma, encontrar posibles usos, buscar formas en aquel los oxidados fierros rechazados por la gente y arrojados en los basureros de las calles (23). Empezó trabajando el cobre, haciendo repujado. Tuvo dos excelentes profesores: Federico Garqui, un gran historiador y platero con quien trabajó y aprendió mucho en 3 años. El le enseñó el mágico mundo de los metales y se inició en metales finos. Ahora trabaja sólo con plata, pues es un metal noble y tiene gran ductilidad. Dice él mismo "la plata es poderosa, fuerte, se adapta con mucha facilidad a mis deseos. Cuando la sueldas, cuando la doblas y la armas, forma parte de mí, es mi vida misma. Con ella se logra brillo y puedes obtener varias tonalidades de acuerdo con tu gusto". La platería es una artesanía muy exigente. Si se quiere tener una pieza con identidad hay que poner mucho de uno en ella, hay que apasionarse con el metal y con la pieza. La platería necesita una infraestructura bastante importante para poder hacer y lograr ciertas piezas. Para mi trabajo -dice- he fabricado más de 500 cinceles, cada uno de diferente tamaño, forma y distintos puntos. En 1988 -dice- son 10 los plateros en Buenos Aires. Nuestro trabajo es mucho más difícil cada día. No se puede comparar el trabajo que realiza el platero con los de las grandes industrias. No se puede crear dos piezas iguales, ni siquiera con molde, siempre hay variaciones aún en el decorado. La mente de un artesano va más rápido que sus manos. Jorge Mazón nos afirma: me ha pasado en varias ocasiones: estoy trabajando en un pastillero, pero mi mente ya ve el decorado. Esto no sucederá jamás con la industria que producen piezas frías, sin vida. Por eso es necesaria la educación para saber diferenciar una pieza de un platero y otra de una industria. La educación artesanal es fundamental para lograr rescatar nuestra identidad. La artesanía del hierroComenzaremos por citar las más antiguas manifestaciones artesanales de hierro y forzosamente debemos empezar por Santa Fe. Las primeras fueron las de los oficios obligados para el normal desenvolvimiento de la vida comunitaria, tales como la carpintería, zapatería, herrería, sastrería, etc. y gracias a que el Cabildo de Santa Fe, considerado entidad comunal, debió tomar en varias oportunidades serias medidas por la disparidad de precios, realizando la tasación de los productos manufacturados e imponiendo los aranceles, por ello conocemos cuáles eran dichas artesanías. Así en las sesiones realizadas el 17 de enero de 1575 y en la del 22 de junio de 1576, se puso precio a varias obras artesanales. En la primera sesión se leyó una Presentación del Procurador de la Ciudad, Antonio Martín Martínez, en la que pedía, entre otras cosas, que hubiera control de pesos y medidas en la ciudad, que se pusiera precio al hierro, acero, papel, etc., y a las obras de herrería se puso precio a "una llave de arcabuz y vil con sus tomillos, (valor) seis varas de lienzo" y el lienzo era "la moneda de la tierra" -como se le llamaba- a falta de papel moneda y metálico. "Unas espuelas, cuatro varas de lienzo; un freno con sus tornillos y alacranes (roto), diez cuchillos, uno de diez cuñas, una de diez palmos de verga, uno de calzar una hacha, una vara de lienzo y de una azuela otra vara, unas tijeras, tres varas de lienzo; unos arnisezes (sic) y tachuelas para una silla jineta, cuatro varas de lienzo; hechura de una azuela nueva, vara y media"… Los herreros realizaron una labor más artística, tanto en las hechuras de puertas, verjas, cancelas, ventanas, veletas, como en la confección de los hierros para herrar animales. Aquí es donde demostraron mayor inventiva, ya que aunaron la creación artística y la significación artesanal. El primer Registro de Marcas de Ganado de la República Argentina se formó en Santa Fe y se halla en el primer libro de las Actas Capitulares (1575-1585). Estas marcas de ganado nos interesan desde el punto de vista artesanal, porque "constituyen el equivalente argentino de los signos neolíticos del viejo continente", ya que se trata de un arte esquemático y de parecido significado. El arte neolítico europeo está grabado en las paredes rocosas, en cambio el argentino lo fue sobre el animal vivo por medio de una marca de hierro. Su dueño al darlo a conocer ante la autoridad capitular para demostrar el derecho de propiedad de sus animales, no sabía que con él dejaba una muestra de creatividad (24). No nos detendremos en citar las muestras de hierro para herrar que figuran en las actas capitulares desde 1576 a 1584, porque sería extender mucho este trabajo. Los herreros no fueron menos numerosos en Buenos Aires que otros artesanos. Los hubo a fines del siglo XVI, esto es, los maeses Antonio, Miguel y Juan, portugueses, y al inglés Ricardo Lemon. A principio del siglo XVII eran también portugueses y flamencos los que más prestigio adquirieron. Eran herreros portugueses Miguel Rodríguez, Antonio del Pino e Isidro Cebrián y flamencos, Conrado Alejandro y Lucas Alejandro, quienes se hallaban en Buenos Aires en 1606. Había muy buenos cerrajeros como Silvestre González que en noviembre de 1610 había solicitado el pago por 250 puntas de garrochas para los toros de la fiesta de San Martín de Tour y otros elementos. Como el tener llaves bien trabajadas era otrora una afición bastante generalizada, como se colige por las llaves antiguas, pues las había labradas y sin labrar cuyo costo variaba desde 1 peso hasta dos y medio. En Tucumán entre 1595 y 1612 hallamos al herrero Alonso de la Plaza y en 1609 a Lucas Alejandro, ya citado en Buenos Aires. Recordemos al indio peruano Domingo Quisma que era carpintero y herrero quien al morir dejó un yunque, unas tenazas y un martillo pequeño que pertenecía a otro herrero, Lázaro de Morales. Los correntinos se alegraron grandemente cuando en 1592 un vecino dijo haber hallado unas piedras que decían ser de hierro y en 1592 solicitaban algo referente a al industria de la fragua. En Córdoba había herreros ya en 1574 en que trabajaron -dice Furlong- un lote nada regular de marcas de ganado, cada una con sus rasgos característicos (25). Bronceros y caldererosA los herreros cabe agregar los cinco bronceros existentes en Buenos Aires en 1788: Jaime Rosler, Tomás Valla, José Cabral, Juan Crisostómo Baez y Esteban Pico, y los que se habían especializado en cerrajería como el lusitano Antonio José Nuñez, y el francés José Pablo Atuñé. Este era "de oficio cerrajero y maquinista, poseía dos esclavos y toda la herramienta propia de su trabajo". Entre los caldereros hallamos a Tomás Benet, José Videla y Francisco Ricardo; entre los hojalateros a Juan Orrego, José Petricholi, genovés y Vicente Misereti; entre los estañeros a Bartolomé Zambonino, Bartolomé Pipe, Antonio Babanole y José Rosa; a Vicente Misereti también se le considera farolero. En Santa Fe sólo encontramos a Pedro Márquez, farolero y hojalatero, quien el 22 de mayo y 28 de junio de 1816 presentó las cuentas de los útiles trabajados para el Parque de Artillería: "cartuchos y cananas, cartuchos para cañón, mecheros, faroles de vatería, linterna secreta, cruce tas para tiros y jarro grande para beber". Sumó la primera cuenta $ 242 y la segunda $ 187.4 reales. Los recibos fueron autorizados por el Gobernador Mariano Vera. Las cancelas nacen a mediados del siglo XVIII, inspiradas en las sevillanas contemporáneas, pero con mayor fantasía ornamental que las españolas. Su uso, en América, se remonta al siglo XVI, pudiéndose citaren las Casas Reales y Audiencia de Panamá, en el Palacio de los Virreyes de México, en la Universidad de San Carlos en Guatemala, en el Palacio de Torre Tagle, en Lima, etc. Por lo que a la Argentina se refiere, fue muy frecuente, casi típico, en la arquitectura salteña, según las variantes y ricos ejemplos en la entrada antigua del Monasterio de San Bernardo, en las fachadas de las casas de Atienza, de Zorrilla, de Costas, de Saravia y muchas más. Otro tanto sucede en Santa Fe donde hay que destacar la hermosa cancela de la casa de Estanislao López, llamada de "tipo colombino" (por la silueta de Cristóbal Colón que preside el arco superior), y las de la casa de los Crespo (esquina de 9 de Julio y Gral. López), demolida en la década de 1950. Respecto de las rejas, el P. Guillermo Furlong S. J. hace una subdivisión cronológica-estilística, muy interesante, y la divide en dos épocas:
Las VeletasDos son las veletas que corresponden a la Catedral de Córdoba, la una puesta en una de las cuatro agujas que circundan la majestuosa cúpula. Es modesta y de estilo helénico. Otras veletas cordobesas: la de la casa de Pueyrredón, la de la casa del Obispo Mercadillo, la de la antigua Capilla del Colegio Monserrat, la de la iglesia de las Teresas y otras más. En Santa Fe recordamos la veleta de los P. Jesuitas, que se halla en el centro de la Cúpula y tiene la particularidad de tener clavados o puestos los puntos cardinales debajo, como lo tienen las brújulas. Merecen citarse otras dos veletas santafesinas de sencilla factura existentes en la vieja Catedral, que representa un gallito; y la más complicada y artística que se halla en la Iglesia de Santo Domingo. En cuanto a los símbolos de las veletas podemos decir que algunas entrañan un doble simbolismo: el gallo símbolo de la vigilancia y emblema de la palabra de los predicadores, y el perro, símbolo igualmente de vigilancia, al propio tiempo que de la valentía en defender los intereses del amo (27). Las campanasPocas campanas vinieron de España, pues las que se conservan fueron vaciadas en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe, o en los pueblos misioneros guaraníes. En los últimos decenios del siglo XVIII fue Buenos Aires el gran centro campanero. Allí se fundió la campana grande, nombrada San Carlos, que aún se halla en la torre de esa Iglesia. Según Mons. Cabrera, "a fines de 1598" se implantó "un taller de fundición de campanas y de almireces" (almirez: mortero grande metálico que sirve para machacar semillas) en Soto, y a cuyo efecto se hacía venir del Puerto de Buenos Aires "una pieza de artillería". En el Perú existían fundiciones de campanas, en época anterior a la implantación en Córdoba (1581). Fue un jujeño el primer fundidor de campanas, aunque en el decurso del año 1619 se hallaba en Jujuy el Jesuita Lope de Mendoza, y en 1639 era campanero un tal Juan Dávila. La campana que hizo Dávila fue para los padres franciscanos. La costeó don Pedro Martín Baquero y la campana, como la mayoría de ellas, está dedicada a Santa Bárbara. Córdoba debió de tener fundición de campanas muy a principios del siglo XVII. En la Estancia de Santa Catalina, que fue de los jesuitas, hay una enorme campana hendida y fuera de uso, que lleva la fecha: 1690. Las campanas santafesinasEn el Museo de Lujan (de Buenos Aires) se conserva una campana que perteneció al Cabildo de Santa Pe (28). Alejandro Damianovich que estudió este tema, dice que fue fundida, según algunos historiadores, en las misiones jesuíticas. Hacia 1773 pasó a ser campana del Cabildo de Santa Fe, luego de la expulsión de los jesuitas en el Río de la Plata. En cambio el P. Furlong sostiene que fue fabricada en Santa Fe. Tiene grabada la leyenda "Cabildo de Santa Fe" y el nombre de Pedro Urraco, cabildante en ese año. ¿Pudo ser su fundidor? No lo sabemos. Pero si nos atenemos a que cada artesano, cosa que no era común, ponía su nombre en la pieza artesanal, bien pudo ser Urraco su autor. Esto se contrapone a que los Cabildantes no podían ejercer oficios mecánicos o manuales, lo que nos pone ante la duda del por qué Urraco colocó su nombre. La campana pesa 6 Kg. y mide 61 cm. de circunsferencia en su base. Su color es de tonalidad rosada. Después del saqueo de 1816 por las tropas de Buenos Aires a cargo de Juan José Viamonte, fue llevada a la iglesia de la Ensenada, donde estuvo hasta 1882, en que fue reemplazada, pasando a poder de Roque Carranza, que la donó al Museo de Lujan (Bs. As.), en 1930. En 1973 regresó a Santa Fe en préstamo, como adhesión al IV Centenario de su fundación. El regreso fue demorado alentando su reintegro definitivo a esta ciudad. Finalmente, volvió al Museo, pero el Gobierno de Santa Fe labró un acta en la que dejó constancia de la intención de gestionar su devolución. En 1986 fue declarada de interés provincial la restitución de esta importante obra artesanal y hoy se halla en Santa Fe. Podrá ponerse en dudas que esta pieza fue fundida en Santa Fe, pero consta, en cambio, que lo fue la "carachosa" (así llamada por las imperfecciones que tenía. Caracha significa cubierto de vesículas y pústulas), esta campana aún suena en la torre de San Francisco. Siendo Padre Guardián Fr. Dionisio de Irigoyen en 1785 se autorizó a Francisco Javier de la Rosa, vulgarmente llamado el Ermitaño, a instalar en el mismo convento -dice Furlong- el homo y los moldes. Según tengo entendido, Francisco Javier de la Rosa fundió dicha campana en un hoyo practicado en la tierra. Otra obra suya es una de las campanas que está en un flanco de la actual Basílica de Guadalupe (29). Es ciertamente notable, afirma Furlong, el grado de perfección a que llegaron los fundidores de campanas entre nosotros, así como en el decurso del siglo XVIII y como en la centuria anterior. Más de la mitad de las grandes campanas, que todavía hoy cantan con su lengua de hierro, ya notas de alegría, ya de dolor, llevan fechas tan antiguas como la de Humahuaca, en cuyo borde se lee que ella fue fundida "Siendo cura y vicario el licenciado Pedro de Abreu, siendo cacique principal D. P. Socompa. Año de 1641". El tejido tradicional de la Argentina
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