EL DESCUBRIMIENTO DE LAS PRINCIPALES ESPECIES VEGETALES
EN AMÉRICA DEL SUR
Ignacio Maciel Gollán

El continente sudamericano irrumpió bruscamente en la vida consciente del hombre europeo en 1498 como un mundo enteramente nuevo.

Cristóbal Colón, Almirante del mar Oceánico, había seguido la orilla del continente sudamericano, sus carabelas se habían deslizado a lo largo de la costa sembrada de islas donde el río Orinoco vertía en el mar sus aguas cargadas de detritos de la selva tropical, y habían recalado en la isla Trinidad y un año después el Capitán Alonso de Ojeda, cruzó el mar Caribe, siguió la costa y penetró en el lago Maracaibo en tierras Venezolanas.

No, fueron los filibusteros, con toda su furia homicida, los que abrieron el continente. Esto estaba reservado a hombres de otra hechura. Fue abierto simplemente por aquellos hombres que portaban las cajas de hojalata para guardar insectos, útiles para herborizar por los sextantes y las pinzas.

Fueron, pues, los exploradores naturales los que abrieron Sudamérica. Fue a estos hombres sedientos de conocimientos que, precisamente por ello se le estimaba "inofensivos", a los que se permitió entrar en el territorio vedado a otros. Con un entusiasmo que salvaba todos los obstáculos, que treparon a los Andes, descendieron por los ríos misteriosos, cruzaron los desiertos, y lucharon para abrirse por las enmarañadas selvas salpicadas de insectos. Volvieron a descubrir el caucho, estudiaron la quinina y la hoja de coca. Midieron la superficie terrestre, se arrastraron por la selva y coleccionaron plantas, estudiaron los animales, midieron las mareas y establecieron la meteorología en el continente.

La frondosa selva tropical dificulta el paso al hombre e impide la penetración de los rayos solares. En ese paisaje compuesto de grandes y frondosos árboles, lianas y matas, el hombre se abre paso a golpe de machete entre rugidos de las fieras o el canto de las aves.

El calor se hace insoportable, expuesto a las picaduras de los insectos y heridas causadas por las matas espinosas y cuidando de no dar con serpientes que tanto abundan, y en constante peligro de las numerosas tribus salvajes.

Fueron los naturalistas los que descubrieron en el siglo XVIII las riquezas que guardaba esta región, estudiando la fauna y la flora y que realizaron mediciones astronómicas.

Charles Maria de La Condamine y otros partieron con Godin, Bouguer y el Capitán Verguin, de la armada francesa, para levantar el mapa de la bahía de Panamá. Pues el célebre cartógrafo francés d'Anville les había pedido que le proporcionaran algunas nuevas correcciones para su nuevo mapa de Sudamérica; se dispersaron por las costas selváticas del istmo.

El sitio que ocupa la ciudad de Panamá había sido descubierto por Tello de Guzman en 1515 y derivó su nombre del istmo. Este era el nombre que daban los indios a toda la región por la presencia en ella de un árbol, de corteza lisa, de la familia de las esterculias, llamado "Panamá". Bastó un momento el español de mente geográfica para darse cuenta de las ventajas de que disfrutaría una ciudad que se fundara en la bahía de Panamá, para controlar la entrada del istmo. Por espacio de más de un siglo, fue el paso obligado para todo el oro y la plata procedentes del Perú y Bolivia, y también para todas las mercancías de las Filipinas y de las Islas de las Especias, del lejano Pacífico. Los piratas la asaltaron una y otra vez.

Sólo en la Audiencia de Quito podían los físicos de entonces completar sus proyectos: la medición de un arco del meridiano en el ecuador, y los experimentos sobre la fuerza de la gravedad en el mismo. La Condamine fue uno de los dirigentes de la expedición del ecuador. El 16 de mayo de 1735 cuando salió de la Rochelle, con los astrónomos y los cadeneros, los botánicos y los matemáticos, a bordo de un buque de guerra francés, empezó una nueva época en el progreso humano. El lugar fue Sudamérica; la fecha, noviembre de 1735; la puerta, Cartagena de Indias.

En el mes de marzo de 1743, había llegado la expedición a su capítulo final. La observación de La Condamine había sido hecha, el arco ha sido medido. Al completar su obra había finalmente medido esta base de comprobación y hallado que la longitud del arco medido directamente difería de la longitud deducida de los cálculos astronómicos en menos de sesenta centímetros. Así desapareció La Condamine sobre los Andes del Ecuador, cabalgando al lado de sus servidores con sus mulas cargadas con un telescopio de cinco metros y medio. Y descendió a la cuenca del Amazonas.

Para él la selva de América no era en modo alguno una tierra, sino que era un elemento cuyos habitantes eran árboles. Todo dependía en la selva del mundo verde del árbol. Y todo esto formó parte del nuevo espíritu del francés.

Luego atrajo su interés otra cosa nueva. Los indígenas le habían llevado un trozo de un extraño "tejido" que se estiraba, al que daban el nombre de cauchú. Era el hule. La Condamine fue su descubridor moderno. Este producto le fascinaba. Visitó las chozas de hojas en las selvas próximas, adonde los mulatos de Esmeralda estaban sangrando los árboles que producían el caucho. Hacían en los pálidos troncos incisiones de las que escurría la "leche" blanca y viscosa, que un día habría de crear imperios. Observó a los mulatos recogiendo la "leche" de las calabazas sujetas a los árboles, con "caucho" coagulado, y se asombró al ver como se solidificaba el látex. Habiendo visto a los negros verter el "jebe" coagulado en hojas de plátanos de dos varas de largo, recordó su cuadrante. Si este caucho resistió al agua, por qué no hacer con él una funda para conservar seco su instrumento? Y pronto hizo La Condamine, en la remota selva, una bolsa de caucho para su cuadrante. Sin saberlo fue el primer fabricante blanco de artículos de caucho.

No era, por supuesto, el primero que había visto el caucho. Este era conocido por todos los exploradores desde que Cortés vio a los aztecas jugar con pelotas macizas de caucho. Ni fue tampoco La Condamine el primero que mencionó el árbol del caucho. Pietro Martire d'Anghiera lo había citado ya en sus Décadas del Nuevo Mundo, y un cronista español, Juan de Torquemada, había hecho una "descripción reconocible" de uno de los árboles que producían látex y explicado los métodos utilizados para sangrar el árbol, citando sus numerosos usos. Pero el informe de Torquemada hecho a principios de la conquista, que debía haber despertado una viva curiosidad, cayó en oídos completamente sordos.

Los informes de La Condamine, sin embargo, llamaron la atención en Europa sobre el caucho. Suyos fueron los primeros experimentos científicos, suya la primera mención del heves; él fue el primero en lleva a Europa muestras de caucho.

Por otro lado. La Condamine continuó haciendo investigaciones sobre la planta que producía caucho. Había visto por primera vez crecer esta planta en la provincia de Esmeraldas, en la audiencia de Quito, y ahora veía los árboles del caucho a todo lo largo de la cuenca del Amazonas. La Condamine se maravillaba al observar la manera cómo "cuando estaba fresco, podía adoptar, por medio de moldes, cualquier forma que quisiera dársele, a capricho". Al descender por el río, fue recogiendo las siringas y las bombas que los indios hacían de caucho, y que, entre los omaguas, son un utensilio muy común". Llevó a Europa algunos de estos utensilios, junto con trozos de caucho coagulado, y así empezó la historia de ese producto que habría de cambiar la industria mundial.

Descendiendo por el río, cuando vio a los indígenas utilizando "hojas o raíces que cuando se arrojan al agua tienen la propiedad de intoxicara los peces, "recogió la planta y así se convirtió en el europeo que descubrió el varvascu, o verbasco (Varbascum, familia Escropulariáceas) que contiene alcaloide conocido con el nombre de rotenona, muy empleado como insecticida. Luego descubrió, como tantos otros viajeros antes y después que él, que la mayoría de los indios usaban un veneno resinoso negro que ponían en la punta de las flechas que lanzaban con cerbatanas". No hay ningún peligro en comer la carne de los animales muertos por este medio, pues el veneno sólo es mortal cuando se absorbe por la sangre. El antídoto, es la sal, pero también es bastante segura el azúcar. Había oído decir esto a los indios, pero no creyendo, hizo experimentos con el veneno y con supuesto antídoto, el azúcar. Disparó a una gallina una flecha cuya punta había sido sumergida en curaré (loganiácea, género Strychos), sacó la flecha, administró unos cuantos segundos después azúcar al animal y este no dio el más leve indicio de sentirse mal.

Más abajo de una aldea llamado Manaos, en la orilla derecha del Amazonas, en el punto en que se le unen las obscuras aguas del río Negro, otro fenómeno atrajo su interés. Tanto los indios como los padres jesuitas le dijeron que ese río Negro estaba unido por un canal con las aguas blancas del Orinoco, que cruzaba Venezuela. Un fenómeno geográfico importante, ya que todo el valle del Amazonas estaría entonces unido al valle del Orinoco, por vías fluviales. La Condamine se convenció de la realidad de esta conexión.

Nunca tuvo Sudamérica un defensor más ardiente que La Condamine. Escribió sobre el caucho, hizo experimentos con muestras que había llevado consigo, le dio a conocer por primera vez a los hombres de ciencia de Europa; hizo experimentos con el veneno curare, el negro y viscoso agente activo de la muerte en el Amazonas. Experimentó con el uso de la sal y el azúcar como antídotos. No contento con el veneno había llevado consigo algunas plantas de las que se extraía y había descripto el proceso de fabricación.

El barón Alejandro von Humboldt y su compañero, el botánico Aimé Bompland (Amado Jacobo Goujad. Este nombre le fue dado por su padre, viéndolo tan ocupado en cultivar las plantas de su huerto. De Bonplant, se hizo después Bompland, que reemplazó su nombre familiar). En julio de 1799 tocaron por primera vez tierra en Camaná. Ciudad que se encuentra entre los ríos San Antonio y Manzanares, en la desembocadura del Orinoco.

Para Humboldt, era la realización de un sueño el simple hecho de estar en América. Se sentía fascinado por el problema planteado por La Condamine. La comunicación entre el Orinoco y el Amazonas y donde tenía lugar esta comunicación. Y Humboldt no olvidó su propósito principal, remontar el Orinoco hasta sus fuentes y descubrir el punto exacto en el que sus aguas entraban en contacto con las del río Negro. Pero tenía que esperar que pasara la época de lluvias hasta diciembre para ascender por el río. Se dedicaron, pues, a coleccionar aves, plantas e insectos de la región.

El cacao no se había conocido en Venezuela hasta que llegaron los españoles. Fue Humboldt el que describió su cultivo y su crecimiento.

Originalmente desarrollado por los incas con el nombre de kakua. Linneo había dado al árbol del cacao el nombre de Theobroma cacao. Originario de los países cálidos de América; en tierra firme se cultivaba desde mucho antes del descubrimiento, y la semilla se consideraba tan valiosa, que se utilizaba como moneda. Dícese que por un esclavo, en Nicaragua, no se daban más allá de un centenar de semillas. Sin embargo era una moneda comestible si perdía el valor adquisitivo, como tantas monedas de nuestro tiempo, por lo menos le quedaba éste, su valor nutricio, su valor como alimento, y no de un alimento cualquiera, sino de un manjar de los dioses o digno de los dioses, que éste es el significado del nombre Teobroma (Tereo-Dios, Bromo-alimento).

El chocolate, fue inventado por los mejicanos, incluso la palabra nos la dieron hecha, ya que chocolate deriva de "chocolatl" voz compuesta de "choco" cacao, y "latí", que no es leche sino agua. La semilla de cacao contiene una substancia estimulante, y cerca de la mitad de su peso es grasa, la manteca de cacao.

En cada aldea nueva encontraban algún fenómeno también nuevo. A mitad de camino por los llanos, en la aldea de Barbula, les hablaron del palo de vaca, como la vaca, daba una leche que podía beberse. El criado de Humboldt aseguró que él bebía esta leche todas las mañanas. Aún en este continente lleno de sorpresas, esto era ya excesivo. "Por consiguiente, me acerqué -dijo Humboldt-, a este palo de vaca con incredulidad".

El árbol en sí no era impresionante. Parecía un caimito, con sus bellas hojas de un color verde oscuro, brillante por encima y más oscuro por debajo. Estaba cubierto de profundas cicatrices oscuras, producidas por los cuchillos de los que lo habían "ordeñado", y Humboldt, para no ser engañado, pidió a su criado que hiciera una incisión en el árbol para ordeñarlo. Como la savia de los árboles es, a menudo, acida o venenosa, Bompland miró de soslayo a Humboldt mientras llenaba una calabaza con el líquido espeso y lechoso que salía de la hendidura, levantó la calabaza a la altura de sus ojos en una especie de brindis burlesco, y tomó primero un sorbo experimental, y luego un buen trago. Parecía leche. Tenía una cierta acidez, pero, aunque tenía una consistencia espesa, su sabor era perfectamente cremoso y agradable. Profundamente sorprendido, Bompland y Humboldt contemplaron esta maravilla de América. El árbol se describió y dibujó; resultó ser un Artocarpus, (Brosimum útile) árbol ya muy extendido en América ecuatorial. Era de la familia de las morenas, y aliado cercano del fisco eslastica, árbol que producía caucho.

Mucho más se sorprendieron cuando vieron las anguilas de una vara de largo en la región de Calaboso que producían sacudidas eléctricas lo bastante fuertes para matar hombres y caballos, que despertaron el interés de Humboldt estos tembladores donde la descarga que les lanzaban las anguilas a los caballos tenían fuerza suficiente para hacerlos arrodillarse. Humboldt, en la orilla, se aterró al ver esta manifestación de las fuerzas naturales.

El viaje por el Orinoco se aplazó durante unos cuantos días mientras Humboldt experimentaba con la anguila eléctrica, a la que dio el nombre de Electrophorus electricus.

El río Orinoco se extiende a lo largo de Venezuela y su principal tributario, el Apure, sirve de desagüe a la mayor parte de los llanos. Los capuchinos, los franciscanos y los padres jesuitas, controlaban el río. El prior de los capuchinos les proporcionó un guía por medio del cual podrían hallar el "canal" que conectaba el Orinoco con el Negro. El Orinoco extiende su sistema hidrográfico sobre más de 69.000 kilómetros cuadrados. Treinta y tres días después de salir de la misión de los capuchinos en el Apure, llegaron a la misión de San Antonio de Yavita existe la conexión entre el Orinoco y el Amazonas. El Casiquiare, un brazo del alto Orinoco que penetra en el territorio del Amazonas. Humboldt fijó la conexión en 2º ó 43" de latitud Norte. Mientras su compañero Bompland se fue al bosque y pronto se encontró ante una interminable variedad de plantas nuevas.

Ahora el mundo andino ofrecía nuevas cosas a su atención. Humboldt se convirtió en el primer arqueólogo de Sudamérica al describir las construcciones de los incas. Bompland deseaba enriquecer sus colecciones en Loja, pues tenía una importancia especial. Aquí, se encontraban los bosques de los que salió, por primera vez, la importante planta medicinal, la cinchona, cuya corteza producía la utilísima quinina. Mientras Bompland coleccionaba sus hojas y sus flores, Humboldt observaba a los "cazadores de corteza febrífuga" cuando salían de Loja y volvían algunos días después cargados con la corteza en bruto. Escuchó de los indígenas la leyenda sobre la manera cómo, en el año 1638, fue curada la esposa del Virrey de su fiebre palúdica por medio de la quinina. Según la leyenda, don Jerónimo Fernández de Cabrera, Bobadilla y Mendoza, conde de Chinchón, en una visita a Loja con su esposa, se sintió sumamente apenado al ver que ésta era atacada de repente por una recaída de la fiebre palúdica. El alcalde de Loja sugirió que se le administrara polvo de quinina, y este remedio, al que se acudió como última esperanza, logró que se recuperara inmediatamente la salud. La quinina se conocía desde siglos antes, según averiguó Humboldt, y la habían utilizado mucho los incas con el nombre de quinaquina. Existía una leyenda, según la cual, los indios se enteraron de la eficacia del árbol observando que los "leones se curaban de la fiebre intermitente royendo la corteza". Al principio, después de la dramática cura de la Condesa de Chinchón la quinina se conocía con el nombre de Pulvis contissae, polvo de la condesa; después se le dio el nombre de corteza de los jesuitas, por el cardenal Lugo.

Humboldt creía que el comercio de la quinina llegaría pronto a su fin, si no se realizaban plantaciones en otras partes y que impidan a los indios su destrucción. Y, en realidad, así sucedió medio siglo después, cuando Ricardo Spruce envió plantas a la India.

Humboldt y Bompland habían pasado tres años en Sudamérica explorando el territorio que forma los estados actuales de Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú. Había cruzado las montañas de Perú hasta Esmeralda, sobre el alto Orinoco, y San Carlos de Río Negro, en las fronteras de Brasil. Había navegado por el Caribe, había remontado el Magdalena hasta Bogotá y seguido el camino a lo largo de los Andes hasta Quito. El europeo más civilizado de su época, había viajado 1.000 leguas por tierra, 650 leguas por agua. Simón Bolívar que lo conocería en París dijo de él: El barón de Humboldt hizo más por la América que todos los conquistadores.

Carlos Roberto Darwin: El 27 de diciembre de 1831 zarpó de Devomport el Beagle, al mando del capitán Fitz-Roy. El objeto de la expedición era completar el estudio de las costas de la Patagonia y de Tierra del Fuego; levantar los planos de las costas de Chile, del Perú y de algunas islas del Pacífico. Carlos Darwin formaba parte de la expedición como naturalista.

Durante su larga excursión de cinco años, cruzó el mar en todas direcciones, atravesó países salvajes, vadeó ríos y torrentes, internóse en bosques vírgenes, subió a las más altas mesetas de los Andes, para estudiar la Naturaleza en todos sus aspectos.

Después de visitar las islas de Santiago y el Cabo Verde, pasa al Brasil, donde siente el ánimo sobrecogido de admiración ante el soberbio espectáculo de aquel país intertropical.

Recorre luego las pampas argentinas en compañía de los gauchos, expuestos a mil peligros. Y ve la llanura inmensa sin un árbol, y las costas desoladas de la Tierra de Fuego y de la Patagonia habitadas por salvajes. Atraviesa la cordillera de los Andes, contempla el Corcovado y el Aconcagua. En el Perú admira los restos de la civilización de los Incas.

El primer contacto de Darwin con Sudamérica, en Bahía. Tan pronto como desembarcó, se fue al bosque, completamente equipado con la red y la caja del entomólogo. Se emocionó al encontrarse por primera vez en una verdadera selva tropical. Luego el Beagle zarpó de Río de Janeiro para dirigirse hacia el sur y proseguir sus estudios topográficos.

En la mañana del 25 de julio encontró que el Beagle estaba anclado en el ancho y turbio Río de la Plata. A la izquierda estaba Argentina, tan llana como el mismo río, extendiéndose durante miles de kilómetros de pampas ondulantes; a la derecha estaba "La Banda Oriental". También ésta tenía sus pampas, pero a lo lejos se veían montañas, las mismas montañas que debió ver en 1515 Juan Díaz de Solís cuando exclamó: "Monte video" -"veo una montaña"- exclamación que quedó como nombre de la principal ciudad y capital del Uruguay.

Darwin pasó seis semanas en la Banda Oriental. Coleccionó aves, serpientes y gran variedad de flores. Despachó también las primeras cien páginas de su Diario de Viaje del Beagle.

El Beagle había efectuado una serie de sondeos desde el Río de la Plata hacia el sur, dejando a Darwin en Patagonia para que pudiera dedicarse a la botánica y a la geología mientras se proseguían los estudios cartográficos. Permaneció en Bahía Blanca, en la desembocadura del Río Negro donde recogió sus "monstruos extinguidos". Con un gaucho por guía, montó a caballo y se puso en camino a través de las pampas de la Patagonia hasta Buenos Aires para hacer un viaje de 640 kilómetros en septiembre de 1833. Disfrutaba el placer de poder estudiar los animales y las aves de las pampas sin ser interrumpido por el hombre. Ante él desfilaban ciervos, guanacos, avestruces, vizcachas, mofetas y armadillos.

Todo esto llamó la atención del joven naturalista y sus observaciones fueron de una exactitud poco común.

Después de cabalgar tanto tiempo por las interminables llanuras de aspecto anémico, llegaron a Buenos Aires.

Unos pocos días de reposo y luego, el 27 de septiembre, partió para otra expedición de 480 kilómetros por las orillas del Río de la Plata, remontó el Paraná hasta Santa Fe, cruzó a Paraná y regresó a Buenos Aires descendiendo por el río, que aprovechó para aumentar sus colecciones. Luego el Beagle leyó anclas el 7 de diciembre de 1833: volvían a la Tierra del Fuego.

Darwin resultó ser un excelente observador. Por primera vez, desde su descubrimiento por Magallanes en 1519, se conoció una historia étnica de los indígenas de la Tierra del Fuego. Cuatro tribus dominaban esos territorios: Los tehuelches, llamados patagones, los onas, los huases y los yahganes, todos lingüísticamente emparentados, estaban desparramados por las islas, las abras y los estrechos de la Tierra del Fuego. En la Bahía del Buen Suceso, el suelo era muy accidentado. Bosques espesos surgían del mar hasta alcanzar en las vertientes de las montañas una altura de 460 metros. Entonces le sucedían turberas en las que crecían minúsculas plantas andinas y aquí y allá helechos y líquenes de color gris, que terminaban solamente en la línea de las nieves perpetuas. Darwin saltó sobre árboles caídos, trepó a colinas muy escarpadas, y el conjunto de esta masa enmarañada le recordaba las selvas del Brasil por la enorme masa de vegetación.

En mayo de 1834 entró el Beagle en el estrecho de Magallanes por segunda vez y ancló en la bahía de Valparaíso el 23 de julio.

Todo Chile le parecía delicioso, especialmente después de la tristeza y el frío de la Tierra del Fuego.

Tan pronto como le fue posible, reunió su equipo y sus guías y empezó a caminar hacia el interior del montañoso país.

Así, pues, Darwin subió a los Andes a golpear las antiguas rocas geológicas con su martillo de geólogo, a coleccionar plantas, "disfrutando muchísimo, vagabundeando por esas enormes montañas. Desmontaba constantemente, recogía ejemplares geológicos y reflexionaba sobre todo lo que veía. Una vez más se dio cuenta de la inmensidad de las épocas geológicas, escuchando los torrentes que arrastraban incontables guijarros".

"Todas las razas de animales han pasado sobre la superficie del globo mientras que, noche y día, esas piedras continúan deslizándose hacia abajo siguiendo su curso".

Humboldt había empezado el estudio de su topografía. Fue Darwin el que dio a Sudamérica su primera exploración geológica completa de la ciencia moderna.

Las islas de los Galápagos (o Islas Encantadas), son bañadas por las aguas de la fría corriente de Humboldt.

El Beagle siguió esta corriente de Humboldt, desde Lima. Llegó al Archipiélago de los Galápagos el 15 de septiembre de 1835. Darwin al desembarcar en Chathan, vio sus esperanzas defraudadas; difícilmente hubiera podido encontrarse algo menos atractivo. Grandes extensiones accidentadas de lava basáltica negra que formaban enormes ondulaciones, se elevaban hasta una altura de unos 900 metros. En algunos puntos de la costa se extendían espesos manglares, en los arsenales crecían algunas plantas de vida corta y en el interior, en el suelo que parecía formado por cenizas, se veían algunas hierbas, "que parecían más propias de una flora ártica quede una ecuatorial". El calor, el silencio, el cielo sombrío, el litoral encerrado entre lavas, parecían una parte cultivada del infierno. Nadie hubiera creído, que en este desolado paisaje lunar nacería la teoría de la evolución. En ésta, rodeado por árboles sin hojas, por los esqueléticos y mal olientes arbustos llamados muyuyu y por cactus gigantescos, investigó la geología de las Islas Encantadas. Darwin se encontró frente a frente con los misterios más recónditos, con el origen de las cosas.

Las raíces de los manglares, arrastradas desde el continente por las mareas, flotaban en las aguas y algas y otras plantas marinas correosas se asieron a las rocas de la costa. Estas plantas encontraron refugio y elevaron al aire sus tallos. Las islas empezaron a cubrirse de un manto verdoso. Luego vino la fauna al encontrar las islas de los Galápagos libres de enemigos, se quedaron en ellas. Poco a poco el enigma de la vida empezaba a revelarse. Darwin se puso en marcha a través de los matorrales de arbustos espinosos en busca de algunas plantas. Rodeado de cactus, de lava cubierta de líquenes verdosos, de cráteres humeantes y de enormes reptiles, Darwin creyó verse arrastrado a las épocas antediluvianas.

Las islas Galápagos serían la obsesión de Darwin durante muchos años. De esta manera, y mediante tales incidentes imprevistos, se abrió al mundo Sudamericano no por medio de armas de fuego, o de los estragos de las conquistas o las revoluciones, sino por las lentas reflexiones de los hombres de ciencia que fueron a la vez exploradores.

Ricardo Spruce, inglés de Yorkshire, botánico y tocador de gaita.

Desde que leyó por primera vez el "Viaje del Beagle", de Carlos Darwin, había deseado hacer por la botánica de Sudamérica lo que Darwin había hecho por su zoología. Y en 1849 se cumplía el deseo de Spruce.

Spruce marcó un nuevo giro en la exploración en Sudamérica; por primera vez aparecía en ella el naturalista profesional.

La Condamine, que penetró Sudamérica, había inspirado a Humboldt; Humboldt había inspirado a Darwin; ahora Darwin estaba inspirando a Spruce.

El 12 de julio llegó el Britannia a Pará. En su barca de vela Tres de Jumbo, podía recordar todavía ese día maravilloso. Habían penetrado en la desembocadura del Amazonas y seguido sus amarillentas aguas durante kilómetros que llegaron al borde del bosque en las orillas del mayor río del mundo. Estos frondosos bosques eran una sólida falange de árboles uniformes, sin sombras, sin interrupción. El bosque llegaba hasta la orilla del río; en las amarillas aguas se veían las raíces de los altos árboles; grupos de palmeras alzaban sus frondas por encima del techo de la selva. Había una ceiba gigantesca; un Santa María; por todas partes gráciles palmeras. Las enredaderas trepaban por los árboles, suministrando la trama que unía a todo el organismo de la selva en un enorme tejido verde pardo. Luego, la desembocadura del río se perdió en un laberinto de canales, lagunas y enmarañadas vías de agua.

Unos cuantos kilómetros aguas arriba, en el delta del Pará se encuentra Santa María de Belén. Spruce desembarcó en el muelle sombreado por mangos y otros árboles tropicales. Debía coleccionar plantas y tenía abierta ante sí toda la naturaleza. Llenó sus prensas con todas las novedosas botánicas que veía. Comió plátanos, al natural, tal como los arrancaba de los grandes racimos, los comió también fritos en grasa y majados con azúcar. El plátano se lanza al aire con un grueso tallo, y su copa en forma de fuente cae hacia abajo en grandes penachos de hojas anchas hacia su mitad y afiladas en las puntas. Un mundo en el que crecen plantas como éstas, no puede ser viejo. Esta planta es una prueba segura de la vitalidad de la tierra.

El Tres de Jumbo penetró en un brazo de la gran corriente por el Amazonas le llevaba también a la inmortalidad botánica.

Cuando más avanzaba, más se convertía el Amazonas en el Paraná tinga, el rey de las aguas. A Ricardo Spruce se le aparecía el Amazonas como un árbol monstruoso. "Había árboles enormes -decía-, coronados con un follaje soberbio, cargados de fantásticos parásitos, abrumados de lianas cuyo diámetro variaba desde un hilo, hasta masas enormes parecidas a serpientes pitón, redondeadas, aplastadas, retorcidas con la regularidad de un cable... Imaginad cinco millones cuadrados de bosques... El mayor río del mundo corre a través de la selva más vasta... Abundaban mucho las orquídeas; y también los ciclantus gigantes con sus hojas bífidas enormemente anchas y en forma de abanico. Las lianas, que se tendían de un árbol a otro (sipos, en el lenguaje tupi). Abundaban la zarzaparrilla; el yurupari-pina, el anzuelo del diablo que podían herir gravemente.

El Tres de Jumho siguió ascendiendo por el Amazonas. Mientras coleccionaba, encontró bandas de seringuiros, esto es, hombres que iban a la selva a recoger caucho. Spruce los observó mientras realizaban su trabajo. Los vio sangrar los heveas con una serie de cortes longitudinales, profundos en la corteza. De esas heridas fluía una leche blanca y viscosa que iba a parar a un cuenco colocado para recibirla. Embardunando paletas de madera con este líquido lechoso, se ahumaba el caucho para convertirlo en grandes bolas negras que eran enviadas a Pará.

El 8 de octubre de 1850 partió aguas arriba, en dirección a Manaos, pasaron el río Madeira. En este punto alcanzaban los árboles sus mayores alturas; las selvas, más vastas que las de ninguna otra parte del Amazonas reciben el nombre de caa-apóam: los grandes bosques.

Luego llegaron al río Negro. El cambio desde las aguas amarillas del Amazonas a las oscuras aguas del Negro fue muy abrupto. Su diario del río Negro empieza: "Hoy, viernes, 14 de noviembre de 1851, salí en mi batalâo con seis hombres por el río Negro...

Spruce había oído hablar del caapi o yagé -la bebida que hace a la gente valiente-; el vino de las almas; el hilo que une al bebedor con los muertos. Spruce observó a un viejo indio con una calabaza de caapi que tomó unos tragos. El indio se puso pálido como un muerto y todos los miembros empezaron a temblarle; luego fue asaltado por un paroxismo. Se levantó furioso. El caapi, la bebida que hace valientes a los hombres, había producido su electo. Spruce decidió probarlo por sí mismo, bebió una copa de caapi y su fuerte sabor amargo casi le produjo náuseas.

A la mañana siguiente el indígena le llevó a una palmera sobre la cual crecía una enredadera de grueso tronco-caapi. Por fortuna estaba en flor, con frutos pequeños y Spruce vio, sin sorprenderse, que perteneciera al orden de las malpigiáceas, una familia de enredaderas ornamentales trepadoras y del género banisteria. Inmediatamente le puso el nombre: Banisteria caapi o B. quitensis.

Pero su sorpresa aumentó "por el hecho de que no se sabía que existiera ningún otro narcótico-malpigiáceo, ni que estas plantas tuvieran propiedades medicinales de ninguna clase". Para estar seguro de que las propiedades farmaco-dinámica del caapi eran ciertas, recogió muestras de raíces, inició una serie de investigaciones que hicieron época. Sus deducciones resultaron correctas. El caapi es un narcótico que contiene alcaloides fenólicos que producen reacciones intensas en el sistema nervioso de los mamíferos, y cuando pueda controlarse, ocupará su puesto entre los elementos médicos del hombre.

El descubrimiento de que el caapi tenía propiedades fisiológicas reales, no imaginarias, dio una nueva dirección a la investigación. Por primera vez, el mundo verde del Amazonas (el mundo que había dado una farmacopea a la mitad de las tribus indias desde los comienzos de América) estaba recibiendo una base botánica positiva. Spruce recogió las plantas con las que se preparaba el rape niopo, y aunque procedía de una acacia, este rapé resultó ser también un narcótico. Observó a los indígenas preparar las semillas del niopo machacándolas, observó cómo mantenían el producto molido en el hueso de una pata de jaguar, cerrado en uno de sus extremos con resma y en el otro con un tapón de corcho. Después de verles poner un aparato en forma de "Y" en sus narices e inhalar el rapé, lo ensayó y halló que producía el efecto de un narcótico. Luego inició una investigación sobre cuestiones de medicina y magia. Vio que los médicos-hechiceros de las selvas no estaban animados únicamente por la ilusión o el fingimiento. El material médico que utilizaban tenía verdaderas propiedades medicinales. Los indios conocían la propiedad antiblenorrágica de la pimienta, el valor terapéutico de la yerba mate o guarana; conocían la narcosis parcial provocada por mitigar los dolores del parto de las mujeres, que lograban por medio de las flores del datura, que contiene el principio activo de la escopolamina. Los indios peruanos habían descubierto la hoja de coca y la utilizaban como soporífico. La coca de los incas era el ipadú de los brasileños. Spruce vio que lo cultivaban en los alrededores de las molokas y que existía también en estado silvestre. La ipecacuana, que Spruce había tomado a menudo para combatir la disentería, la conocían los brasileños desde hacía siglos. Como la quinina, había sido enviada a Europa en 1672, pero sólo en época reciente se ha preparado en solución el alcaloide hemético de la ipecacuana para inyectarlo contra la disentería.

El mes de julio de 1853 sorprendió a Spruce sitiado en Venezuela. Había descendido el Uaupés y llevado su bataláo aguas arriba por el río Negro, hasta San Carlos, la aldea venezolana que marcaba no sólo la frontera con el Brasil, sino también la región en la que el Casiquiare unía al Negro con el Orinoco. Spruce contempló cómo las oscuras aguas del Río Negro cedían a las amarillas del Orinoco; había llegado al lugar en que el color de los ríos marcaba el punto de unión del Amazonas y el Orinoco. Spruce continuó su asalto al mundo verde, pero los gérmenes del paludismo empezaban a disipar sus energías. Entonces, el espíritu valeroso de Spruce no pudo sostenerle más tiempo, fue abatido por el paludismo.

Había estado ausente cuatro años, había cubierto 6400 kilómetros de viaje fluvial. Las plantas coleccionadas ascendían a más de 20.000. Había hecho mapas desconocidos y aprendido los vocabularios de veintiuna lenguas indias.

Spruce se concedió a sí mismo cuatro meses para restablecerse de esos cuatro devastadores años pasados en el alto Orinoco. Poco a poco fue recuperando sus fuerzas y empezó a hacer planes para ascender por el Amazonas, hasta Perú; allá arriba, fuera del alcance de la locura del caucho, podría coleccionar en un nuevo reino vegetal. Zarpó el 14 de marzo de 1855.

La pequeña aldea peruana de Tarapoto, a una altitud de 450 metros, sirvió de hogar a Spruce durante los dos años siguientes. Spruce recibió del gobierno de Inglaterra, la comisión de procurar semillas y plantas del árbol de quinina para sembrarlos en la India.

Spruce reunió sus enseres, montó a caballo y salió con sus guias en dirección a Riobamba. Aquí empezó su asalto al problema botánico de la quinina. Hicieron construir una enorme almadía de dieciocho metros cuadrados, se embarcaron en ella con las semillas y las estacas, y, asistido por remeros indígenas, descendieron flotando la corriente hasta Guayaquil. Spruce había terminado su trabajo.

Luego, al fin, abrumado por los dolores y por las fiebres continuas, tras de su estancia de dieciocho años en Sudamérica, Ricardo Spruce tomó un barco para Inglaterra. Desembarcó tranquilamente en Southampton. No había ningún comité de recepción. Entre sus dolencias, trabajó sobre los 30.000 ejemplares de plantas que había coleccionado, clasificó los veintiún vocabularios de los indios del Amazonas, ordenó los mapas que había hecho en el curso de sus 16.000 kilómetros de viajes fluviales, y cuidó la montaña de notas que habrían de convertirse en un libro que relatara minuciosamente sus viajes.

Alcides Dessalines D'Orbigny. El 15 de noviembre de 1825, el Museo de Historia Natural de París confió al joven sabio la misión de visitar, explorar y estudiar la fauna y flora de las regiones australes de la América del Sur. El 31 de julio de 1826 partió del puerto de Brest. Se detuvo en Tenerife, Río de Janeiro, Montevideo y llegó a Buenos Aires.

Ocho años, desde 1826, anduvo D'Orbigny por tierras del Brasil, Uruguay, Argentina, Chile, Perú y Bolivia. Los estudios de su Viaje comprenden 160 mamíferos, 860 pájaros, 115 reptiles, 166 peces, 980 moluscos, 5.000 insectos y crustáceos, 3.000 plantas, y aportan tesoros de conocimientos a la geología, la paleontología y la etnografía. Para ello, D'Orbigny había recorrido 3.100 kilómetros de Norte a Sur y 3.600 de Este a Oeste por tierras americanas, desconocidas e inhóspitas, expuesto a todos los peligros y desafiando todas las aventuras.

D'Orbigny sale de Buenos Aires, remonta el Paraná, pasa por Misiones, llega al Paraguay, se interna en las regiones que vio Azara; regresa a Buenos Aires y, dirigiéndose hacia la Patagonia, alcanza el Río Negro. Vuelve a Montevideo, observa a los charrúas y luego, por el Cabo de Hornos, parte a Chile, lo visita de Sur a Norte, entra al Perú, trepa los Andes, se interna por las mesetas bolivianas, recorre llanuras hasta el Brasil. Regresa a Perú y de allí a Francia. Ocho años de esfuerzos y penalidades, lleva consigo apuntes, documentos, dibujos, observaciones personales y un cúmulo de meditaciones.

"Me embarqué el 29 de julio en el puerto de Brest y ganamos alta mar. Desembarcamos en el muelle de Tenerife. Nada me faltaba para ser feliz... Estaba en América. El 24 de septiembre estaba en Río de Janeiro. Nos ofrecieron los deliciosos frutos americanos: ananás, bananas, naranjas Pasaron doce días que dediqué a investigaciones de historia natural por los alrededores de Río. Jamás olvidaré el interior de las selvas vírgenes brasileñas.

"El 30 de octubre en Montevideo. Esperaba ver altas cimas, pero cual fue mi sorpresa al encontrar un territorio completamente llano. Comencé entonces a dedicarme a la botánica: las bermudas o sisyrinchyum con flores de colores variados, verbenáceas, compuestas, etc. helechos licopodio.

"Las islas del Paraná, están cubiertas de sauces que adornan sus bordes y en su interior crecen dos especies de laureles, Laurel-miní, cuya corteza se aprovecha para curtir los cueros, y laurel blanco. Se encuentra también el ceibo, de hermosas flores púrpura. Los nativos pretenden que su tronco es arañado con frecuencia por las garras de los jaguares, que lo buscan, en razón de su escasa dureza, para afiliar sus armas. La mayor parte de esos sauces están cubiertos de lianas u otras plantas trepadores y los ya asfixiados yacen caídos; en sus intersticios prolifera infinidad de plantas acuáticas o ribereñas; en lo alto el timbó, se distingue por un follaje espeso, verde brillante y palmeras, sus manojos de hojas en abanico; el sangre-drago, que produce una resma, y el palo de leiche, llamado así porque destila, de las incisiones practicadas en su corteza, un licor lechoso que también produce resma, avanzando entre las islas cada vez árboles diferentes. Los bosques que cubren la tierra se distingue por una vegetación que se mezcla a las otras especies: la palmera dátil, que los guaraníes llaman pindo, cuyo tronco recto y delgado y el elegante penacho de hojas que adorna su cima. La palmera yatai que cubre los arenales. Su tronco es grueso y cubierto de antiguas marcas correspondientes a la inserción de las hojas, en la que arraigan con facilidad unos ficus que terminan por sofocar el árbol. En medio de esta vegetación nueva y de las más variadas, se veía el lapacho (tayí, para los guaraníes), gran árbol, cubierto de flores rojas, antes de tener una hoja; el follaje leve del curupaí con sus lindas hojas lanceoladas, envolviendo manojos de flores en plumeritos, cuyo perfume embalsamaba los aires. Este árbol, cuya corteza produce un tanino excelente, constituye un apreciable objeto de comercio en la comarca. El Ibahai (Fruta agria: ibá, fruta, y hai, agria en guaraní) árbol grande como el lapacho, pero de fruto amarillo como una manzana que gustan a la población, aunque me parecieron amargos en exceso, y además de considerar con disgusto sus enérgicas propiedades laxantes. Mil lianas de todas clases con flores de colores tan variados. Así era el cuadro que presentaban a mi vista los bosques de Itatí. Recorrí las chacras: campos de caña de azúcar, mandioca, algodón, batatas (yetí, para los guaraníes) y plantaciones de maíz y porotos.

"El cultivo del tabaco absorbe todo el tiempo a esa gente de campo y la planta constituye el objeto principal de su comercio.

"La segunda rama del comercio de la zona es la del producto de la caña de azúcar. En el campo se obtiene por fermentación aguardiente de caña de azúcar llamado caña; por esto se ve en cada casa un alambique de barro cocido, con un caño de fusil por tubo o refrigerador, por medio del cual cada finca produce con toda comodidad su provisión de aguardiente.

Ya estábamos en el territorio de la laguna Iberá. Un silencio hosco caía sobre los enormes pantanos, refugio de los ciervos y demás mamíferos que huyen del hombre. Era un bosque de más o menos un cuarto de legua de perímetro, rodeado de pantanos profundos que en el interior, debido a la profundidad del agua, estaba llenos de bambúes de cincuenta a ochenta pies de altura, cuyas ramas elegantes esgrimían unas espinas que inspiraban miedo de acercarse. El suelo se componía de pantanos profundos, por lo general cubiertos de juncos. La laguna Iberá cubre con sus esteros una superficie en más de doscientas leguas cuadradas. Su nombre: Iberá, voz compuesta por las palabras guaraníes i: agua, y bera: que reluce, que brilla: agua brillante, agua luminosa.

"Descendiendo por el Paraná, hallé una planta que es tal vez, una de las más hermosas de América. Es conocida por los guaraníes con el nombre de yrupe, (palabra compuesta de y: agua, y de rupe: plato grande o tapa de cesta redonda) de hojas redondas, flotando en la superficie de las aguas, de un tamaño de uno a dos metros con grandes flores de más de un pie, de color tanto violáceo, como rosado o blanco, y exhalando un perfume delicioso. Esas flores producen una especie de fruto esférico, que, en su madurez, está lleno de granos redondos muy harinosos, lo que hace que a esa planta se le denomine maíz del agua por los españoles del país, quienes según parece, recogen tales granos y los tuestan para comerlos.

"Las principales familias de plantas de que se compone la vegetación: La palmera yatai cubre extensiones inmensas y señala el suelo apto para el cultivo. Su fruto engorda a los animales y produce, por fermentación, un buen aguardiente. Su pepita proporciona asimismo un aceite de coco muy bueno, la palmera pindo que teme a los rayos del sol; por eso crece en medio de los grandes bosques tupidos. La palmera corondai, crece en medio de los pantanos. Su tronco sirve para construir techados y vigas; con sus hojas se hacen sombreros de paja. Las caraguatás de los guaraníes. Una de sus especies, le reserva, en el cáliz de sus hojas, un agua saludable al viajero. Otra un ananá comestible y de muy buen sabor. La flor del aire de silvestres: la suculenta guayaba: la iba poro, cuyo fruto retoña sobre el de tronco del árbol; la ñangapiri, de fruta roja, la cereza del país. El añil de del flores rosadas, la púdica sensitiva, la vergonzosa de los españoles. La yerba del Paraguay o mate cuyo comercio es uno de los más lucrativos. La iba C0 poro de fruto negro de sabor algo agrio y agradable. El ñangapiri es una OS frutita roja comestible. La iba viyu azucarado y dulce. La tutia, de frutita roja. La ibapoñi, higuera que produce higuillos. El algarrobo, o ibope tan a útil a los habitantes.

"En Carmen Patagones, por la ruta del río Colorado; el principal propósito de ese viaje era visitar un lugar de superstición que los indios habían hecho célebre; un árbol reverenciado por las hordas salvajes y ¡a conocido, en el país, con el nombre de Arbol de Gualicho o del dios del mal. Objeto del culto de los salvajes. Como toda la travesía al Río Colorado carece por completo de agua, los viajeros se han visto obligados a suplirla cavando receptáculos donde el agua se deposita durante las lluvias. Después de dos leguas de marcha, por llanuras cada vez más cubiertas de zarzales, vi finalmente en el horizonte al árbol de Gualicho, que aislado, como perdido en medio del desierto, domina todos los alrededores. Puesto que ese territorio fue más a menudo recorrido por los puelches, fueron ellos que perpetuaron el nombre de su genio del mal, dándosele a ese árbol, al que atribuyen el mismo poder. Es el dios de ese camino, que es menester conquistar para recorrer el espacio sin malos encuentros y sin accidentes. Es un árbol achaparrado, tortuoso, todo espinoso, de copa ancha y redonda, tronco grueso y nudoso, un algarrobo. Las ramas del algarrobo sagrado están cubiertas de ofrendas de los salvajes; se ven colgadas: allí, una manta, poncho, cintas de lanas, hilos de color, ropas más destruidas por el tiempo. Ningún indio pasa sin dejar alguna cosa. Esqueletos de caballos degollados en honor del dios del lugar.

"El suelo de la Patagonia es árido al extremo; pero, hacia el norte, en las pampas, se cubre de hierbas; más al norte todavía, de bosques tupidos; y pasa, finalmente, a la vegetación tan exuberante que adorna al Brasil.

"La vegetación de las llanuras, cuya fisonomía es triste y monótona al extremo ... Nada de árboles ... por eso el único que hay, es el del Gualichu, es reverenciado por los viajeros salvajes -.. Nada de plantas altas; en su lugar, zarzales espinosos, achaparrados, casi todos desprovistos de hojas o con hojas muy pequeñas. Apenas, en la primavera, algunas gramíneas o plantitas. Me impresionó cuando ascendí la meseta de los Andes bolivianos la semejanza con la Patagonia; el mismo aspecto general, la misma aridez presentan. Hallé las mismas plantas y los mismos animales. Las llanuras áridas de la Patagonia se caracterizan por las plantas compuestas del género Chuquiraga. Cuando después de haber atravesado esos terrenos áridos, se llega a las orillas del Río Negro, de inmediato, todo cambia... la superficie de las orillas, que recibe algo de humedad del río, presenta, en seguida, una naturaleza distinta. Las llanuras están cubiertas de gramíneas y de numerosos ciperáceos mezclados a muchas otras plantas siempre verdes; y las múltiples islas del río reciben en todas partes sombra de esbeltos sauces que la naturaleza sola hace crecer.

"Recogí, durante mi estadía en la Patagonia, 117 especies de plantas.

"En mi estadía en La Paz (Bolivia) mis visitas al mercado me permitieron obtener ideas exactas de las provisiones de los alrededores, frutas de todas las regiones; variedad de papas deliciosas, de raíces de oxalis (oca), de quínoa y de chuño, excelentes bananas (plátanos), de ananás (piñas), de aguacates (papayo), chirimoyas y de otras frutas. Hay, en efecto, pocos países en el mundo que, en un radio de seis a diez leguas, tengan tantos productos tan variados. Las colinas cubiertas de magníficas viñas que dan un vino del mejor. Los campos de caña de azúcar y del cacao.

"Todo es pintoresco, los bosques vírgenes de las montañas de Yungas, donde el color es tan variado como el follaje de los árboles. La vegetación estaba sobre todo adornada de magníficos helechos fosforescentes, cuyos penachos, caían como sombrilla alrededor de su copa.

"En la provincia de Yungas en lengua aymará con valles muy cálidos y muy húmedos, favorables al cultivo de la coca. La coca, o mejor dicho Cuca, de acuerdo a la pronunciación de los indios. Es (Brythrxylo peruvianum) pequeño arbusto que llega a tener tres o cuatro metros de alto. Célebre en la época de los Incas, estaba entonces reservada para la familia real o sus protegidos. Cuando la hoja se endurece, se le cuece, lo que se llama mita. Se hacen cosecha 304 al año. Se la seca al sol y se termina al secado en depósitos. Los indios la llevan siempre en unas bolsitas (chuspa) que tienen colgadas al lado izquierdo. En ciertas provincias, los indígenas queman los tallos de la quínos, formando con su ceniza panecillos que llaman lliota, o toman cal, que gustan, de tanto en tanto, mientras mastican la coca. La manera de masticar la coca se llama acullicar, y consiste en formar una bola de hojas y mantenerla en uno de los lados de la boca, para exprimir el jugo, a medida que se humedece, y arrojarlo cuando ya no tiene sabor.

"La naturaleza salvaje es todavía más rica. Muchas especies de quinina, el Matico, especie de piperácea, cuyas hojas se considera que curan de inmediato las heridas. El Vejuco, especie de aristoloquia, como específico contra la mordedura de serpientes, y muchas otras plantas, ya sea como drogas, sea como sustancias tintóreas.

"Las palmeras están muy extendidas y son muy vanadas: sus diversos follajes presentan los más graciosos contrates y prestan al mismo tiempo los más grandes servicios a la sociedad. Forman algunos bosques inmensos como el cucich (Qrbignya phalerata, Mart.) el totai, el motacu (Maximiliana princeps) el carondai (Copernicia cerifera). Las hojas sirven para cubrir las cabañas de los indígenas; o tejas hechas con troncos del corondai; con las hojas hacen tejidos para sombreros.

"La naturaleza salvaje es todavía más rica. Las partes altas de las montañas, que están al mismo mvel de la zona de las nubes, están cubiertas de muchas especies de quinina. Los árboles de enormes dimensiones proporcionan madera de diversidad de colores.

"En el departamento de Cochabamba el gusto por la chicha, especie de licor fermentado, hecho de maíz, constituye un artículo de primera necesidad y un gran placer. Para satisfacer ese gusto, hace falta maíz triturado; pero los aficionados a la chicha creen que el maíz masticado es infinitamente mejor. Y los propietarios de haciendas tienen derecho a exigir de sus indios, de acuerdo a lo convenido, uno o dos quintales de maíz mascado por año, para hacer la chicha. A ese efecto, los pobres indígenas están obligados a emplear días enteros a esa tarea. Toman un puñado de maíz, metérselo a la boca, triturarlo y mezclarlo con saliva. Lo escupen y lo colocan sobre un cuero, hasta obtener la cantidad exigida por el propietario. Se somete a una cocción, luego se vierte en recipientes hasta que fermente.

"En la provincia de Chiquitos los bosques son notables la multiplicidad de las maderas de construcción y la riqueza de sus colores. Los lapachos y los más hermosos cedros pueden proporcionar maderas para armazones de gran tamaño, y el cuchi, el laurel, etc., maderas amarillas, rojas, violetas, los materiales más adecuados para la ebanistería y el enchapado de muebles, y el teñido de las telas. Las palmeras con sus diversos follajes prestan grandes servicios. Las hojas del matacu, del sumuqué y del totai sirven para cubrirlas cabañas o tejas hechas con troncos de carondai, con las hojas hacen tejidos para sombreros. La dureza de la madera de la chonta hacen puntas de flecha, fabrican sus arcos y útiles de labranza. El marayahu da una fruta agradable; el motacu aceite de su coco. La palmera real (Mauricia vinifera) proporciona por fermentación un licor muy agradable, en tanto que el totai (coco totai) da un pan muy agradable, un licor y su corazón puede comerse crudo o cocido.

"Entre las demás plantas salvajes, una acacia de tintura negra; un iris tintura roja, el lapacho el mejor jabón, el copal que queman como incienso e infinidad de frutos."

D'Orbigny, pudo realizar con bastante comodidad los viajes por esos ríos. Las piraguas que lo llevaban, hecha con un solo tronco ahuecado, tienen por lo general de nueve a doce metros de largo, por uno o dos de ancho. El número de remeros varía de acuerdo ala longitud del bote. De esta manera viajó en la provincia de Moxos. Los indios no tienen otra indumentaria que una larga camisa sin mangas, hecha con la corteza de la higuera Bibosi. Se detuvo en un sitio poblado de higueras, y todos los indios se dispersaron para hacer su cosecha. Eligen los árboles nuevos, sin nudo, 1o derriban, lo despojan de sus ramas y marcan en el tronco la longitud necesaria para cada camisa: la corteza debe ser enroscada en sí misma con el objeto de evitar las costuras. Hacen una incisión circular del largo buscado, practican una hendidura longitudinal, introducen debajo de 1a corteza un trozo de madera cortada en bisel y la despegan de la parte leñosa sin romperla. Una vez desprendida, la pliegan desde la punta de través, de modo que se separe la parte exterior, dura, de la interior, blanca, espesa la única que utilizan. Armados con una maza cuadrada y marcada con profundas estrías transversales, golpeaban sucesivamente para separar 1as fibras de la corteza. La estiran y la lavaron en el agua, la extienden, la dobla en dos, hacen un corte para pasar la cabeza y coserla en los costados.

Itira es el nombre de la planta que da la tintura violeta que los indios utilizan para colorear sus camisas de corteza.

De Moxos viaja a Cochabamba, remontando el Mamoré hasta el país de los yuracarés, donde atraído por tantas cosas nuevas, los días le parecían cortos para las investigaciones de historia natural. Haber llegado así a donde ningún otro alcanzara. Viajó a Potosí, La Paz. Viajó por mar de Arica a Lima, por la costa del Perú, regresando a Europa por Valparaíso y el cabo de Hornos.

Guillermo E. Hudson. Sus padres emigraron a la Argentina en 1833 y se establecieron en Quilmes, en un campo chico llamado "Los Veinticinco Ombúes" situado en la margen izquierda del arroyo Conchita. Poseía los veinticinco ombúes que le dieron el nombre Estos ombúes, en los que jugó de chico y que toda su vida recuerda el árbol de su infancia, cuyo nombre usa como título para su libro de cuentos sudamericanos. En su vejez escribe. Será el Árbol Hermos un roble, o un cedro, un olmo inglés o nortemaricano? Hudson anota al margen: probablemente un ombú.

Antes de que otros árboles hubieran sido plantados, el primitivo y gigantesco ombú prestaba valiosos servicios; servía al viajero como gigantesco mojón y guía en las grandes y monótonas llanuras; brindaba fresca sombra al jinete y a su cabalgadura en verano, y con mucha frecuencia el curandero empleaba sus hojas para curar los males al paciente que necesitaba un activo remedio.

Más adelante recuerda cuando tenía nueve años de edad, un día encontró cierta flor que le producía extraordinaria fascinación, y del instante en que la descubrió se convirtió en una de mis flores sagradas. Le llevó una a su madre, "pero me desilusionó mucho al ver que ella la miró sólo como una flor cualquiera. Era extraño que mi madre, que siempre veía lo que pasaba en mi mente y que amaba todas las cosas bellas, especialmente las flores, no se hubiera dado cuenta lo que yo había encontrado en ella.

"Año más tarde, después que murió mi madre, y cuando yo era casi un hombre y vivía en Chacamuso, un botánico me la describió.

"Viviendo en Inglaterra, desde entonces mi deseo de encontrar su tumba y plantar en ella la flor que llevaba su nombre. (Denothera odorata)."

Hudson se crió en las pampas argentinas y fue un notable naturalista.

Muchas y muy hermosas descripciones nos ha dejado en sus libros, relatando sobre plantas, animales, personas y leyendas. "Allá lejos y hace tiempo" describe las plantas, insectos, aves, reptiles. Sus libros están llenos de observaciones valiosas. "Días de ocio en la Patagonia", resalta sus andanzas en las pampas. "Llanura de Patagonia. El naturalista en el Plata, entre otros.

A los treinta y tres años partirá de la tierra en que nació, no obstante su gran afecto por la tierra natal a Inglaterra el 12 de abril de 1874.

Muere en 1922 en Inglaterra, su lápida con la inscripción que eligieron sus amigos. "Amó los pájaros, los lugares verdes, el viento en los matorrales, y vio el brillo de la aureola de Dios".

(En el siglo XVIII el continente Sudamericano fue desnudado ante los ojos del mundo y fueron los naturalistas los que los exploraron). Pero los trabajos de La Condamine, Humboldt, Bompland, Darwin, Spruce, D'Orbigny y Hudson, constituyeron sólo el comienzo. Después hubo un verdadero desfile de sabios que continuaron sus observaciones en el campo natural.


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