LA VIVIENDA EN HISPANOAMÉRICA
El caso de Santa Fe
Luis María Calvo


1. INTRODUCCIÓN

Este trabajo es sólo un avance de una investigación más amplia y sistemática sobre el tema de la vivienda y la ciudad de Santa Fe durante el dominio hispánico, cuyo objetivo final es el de estudiar el tejido urbano colonial y su resultante morfológica a partir de las relaciones establecidas entre los hechos arquitectónicos singulares y sus formas de ocupación de los lotes.

Habiendo concluido la etapa de relevamiento de información en fuentes inéditas, la investigación se encuentra en una etapa que nos permite adelantar algunas conclusiones sobre la cuestión.

Entendemos que el estudio de la arquitectura doméstica es el camino necesario para comprender el tejido urbano que genera, el cual a su vez constituye el ámbito en que se desarrolla el proceso de la historia de un pueblo, tanto en su cotidianeidad como en sus acontecimientos más relevantes.

Sin duda se trata de un tema complejo en el que confluyen desde las condiciones geográficas, topográficas y climáticas, hasta las tecnológicas, económicas y operativo-productivas, y en donde también intervienen cuestiones de gusto, requerimientos, necesidades, aspiraciones personales o grupales establecidas por las costumbres, los usos y necesidades de determinados grupos, estamentos o clases sociales.

La determinación de los tiempos de estudio siempre puede resultar arbitraria. En nuestro caso proponemos como fecha inicial la de la fundación de la ciudad en 1573, y como tope el momento en que, a partir de la gran inmigración propiciada desde 1853, se produce una profundas transformación en los modos de producción, en los gustos, usos y costumbres, luego de que -aún producida la ruptura con la metrópoli- persistieran durante décadas modos e imágenes arquitectónicas procedentes de la tradición colonial.

Concluiremos con algunos avances respecto a las formas de producción arquitectónica, que resultan fundamentales ya que el abordar una temática como la de la vivienda implica incorporar al estudio modalidades de producción que -particularmente para nuestro período colonial- son en su generalidad no-profesionales, empíricas o populares, naturalmente relacionadas con la generación de soluciones tipificables.

Hemos querido complementar el presente trabajo con referencias sobre las formas de adquisición de las propiedades y no desestimamos mencionar algunos hechos anecdóticos que pueden transmitir reflejos de la vida cotidiana y de las relaciones suscitadas entre los pobladores de la ciudad.


2. LOS TIPOS DE VIVIENDA EN SANTA FE


Sobre la traza fundacional asignada por Garay, constituida en soporte bidimensional y apriorístico de la ciudad, los primeros pobladores comenzaron a construir sus viviendas y a gestar espacios domésticos cuya interrelación y su relación con otros tipos singulares (iglesias y cabildo) determinaron el paisaje urbano.

Las condiciones del medio posibilitaron y condicionaron las experiencias constructivas: las influencias del pasado peninsular y la nueva realidad indiana, los modos de vida, las formas de uso, los materiales y técnicas se materializaron arquitectónicamente mediante un proceso productivo empírico, popular y artesanal.

Aún cuando el producto de esa praxis ha desaparecido por la constante renovación urbana dejando tan sólo algunos "retazos" o fragmentos inconexos y descontextualizados, el estudio exhaustivo de la documentación permite relevar un corpus importantísimo de información. Estos datos, debidamente procesados, y la tipificación de la arquitectura doméstica a partir de determinadas constantes espaciales, aportan elementos suficientes como para intentar comprender el espacio urbano y arquitectónico generado desde la fundación de la ciudad hasta el momento en que la gran inmigración transformó la sociedad y sus modos de producción.

Como hemos dicho, el estado actual de nuestra investigación nos permite adelantar algunas conclusiones sobre los tipos de vivienda santafesina durante el dominio hispánico, que hemos de agrupar en dos series. Para caracterizarlos tomaremos como parámetro de referencia el de la forma de ocupación del lote, aspecto que nos permite analizar las relaciones establecidas entre lo construido y lo no-construido dentro del terreno y con su entorno, y como consecuencia, su necesaria incidencia en la definición del tejido e imagen urbanos.

En un segundo orden de importancia, entonces, atenderemos las cuestiones tecnológico-constructivas y siempre con vistas a su gravitación en términos espaciales.


Primera serie tipológica: Viviendas con patio a la calle.

Esta primera serie se caracteriza por contar con un primer patio o patio principal que se vincula directamente a la calle, aunque separado de esta por una pared o tapial. La investigación documental nos permite reconocer una progresiva complejización de la forma de ocupación del lote, en estrecha correlación tanto con el momento histórico como con la posición socio-económica de los propietarios.


Segunda serie tipológica: Viviendas construidas sobre la calle.

En una segunda serie englobamos aquellas viviendas que se caracterizan por una predominante ocupación de los frentes de los lotes, con formas de apropiación del terreno muy diferentes a lo largo del período estudiado.


2.1. Primera Serie: Viviendas con patio a la calle


La primera de las series que hemos reconocido comprende, al menos, tres tipos de vivienda con un común denominador: un patio a partir del cual se genera funcional y espacialmente toda la casa.

La particularidad es que ese patio antecede al cuerpo principal de la casa-habitación con un acceso directo desde la calle, definiendo un espacio interno, de uso doméstico, que actúa como elemento de transición entre lo público y lo privado.

Ese "primer patio", al cual se abren los locales de mayor importancia de la casa -salas y aposentos de mayor jerarquía-, nuclea los usos de "representación" familiar, y alcanza diversos grados de definición espacial según la situación social y económica de sus ocupantes.

Desde los tiempos de Santa Fe la Vieja, el tapial que lo separa de la calle y el cuerpo principal de la vivienda constituyen los límites materiales que definen visual y funcionalmente al primer patio. Límites que serán más o menos precisos de acuerdo a las características de lo construido, comenzando por las simples tiras de habitaciones a las que se han de añadir otras alas que terminan por conformar cuerpos en forma de L o de U.

A esta serie corresponden las viviendas de Juan González de Ataide (tira de habitaciones), de Narciso Javier de Echagüe y Andía (cuerpo, en L) y de Joaquín Maciel (cuerpo en U), que hemos descrito en un artículo publicado en la revista DANA Nº 20 (1). Los tres casos corresponden a familias de primer orden dentro de la estructura social santafesina, y la secuencia tipológica establecida tiene su correlato temporal. La vivienda de González de Ataide fue edificada en Santa Fe la Vieja en la primera mitad del siglo XVII, la de Echagüe y Andía es de mediados del siglo XVIII y la de Maciel es algo posterior.

Desde ya, la evolución y definición de nuevos tipos, no es excluyente de la persistencia de instancias tipológicas.


2.2. Segunda Serie: Viviendas a la calle


Esta serie de tipos engloba viviendas en las que básicamente podemos detectar dos situaciones muy diversas.

En primer lugar, aquellas casas conformadas por una tira de habitaciones construidas sobre el frente del lote, dejando en su parte posterior espacios abiertos, no construidos, sin jerarquías de uso con claras diferencias espaciales: traspatios, corrales, etc.. Se trata, en general, de viviendas corrientes que pueden pertenecer a pequeños comerciantes, mercaderes y artesanos.



Gráfico 1
Vivienda con patio a la calle
Casa de Juan de Silva -fines del siglo XVIII



Gráfico 2
Vivienda a la calle
Cuartos de alquiler de Manuel Maciel -medidos del siglo XVIII



En segundo lugar encontramos casos con un mayor grado de complejidad funcional y espacial que presentan una sucesión de patios en tomo a los cuales se estructura la vivienda. Se trata de casas principales que no pierden la introspección señalada en la primera serie tipológica, con la diferencia de que se accede al primer patio a través de un zaguán, abierto en medio o a un lado de locales con frente a la calle, destinados a usos comerciales. Estas tiendas, cuando no son explotadas por la familia propietaria, son fuente de recursos a través de alquileres y arrendamientos a mercaderes, comerciantes y artesanos. Las habitaciones de uso doméstico por lo contrario, se vuelcan a los patios y traspatios interiores, preservadas de toda interferencia a la vida familiar.

De todos modos, en ambas situaciones el común denominador con respecto al espacio público son las construcciones ubicadas directamente hacia la calle, que constituyen un elemento morfológico fundamental para la generación y definición espacial de las calles.

Esta serie tipológica no parece contar con ejemplos representativos en Santa Fe la Vieja, salvo algunos pocos casos en que se hace referencia a atiendas sobre la calle" o en esquina. A partir del traslado de la ciudad, en cambio, son más frecuentes las descripciones documentales que permiten identificar varios casos de viviendas con estas características: casas de D. Francisco Javier de Echagüe y Andía y de D. Pedro del Casal entre otras.


3. VIVIENDAS SUBURBANAS


Las Quintas

A partir de 1750, aproximadamente, detectamos un tipo de vivienda suburbana en terrenos que en la traza fundacional habían sido repartidos como manzanas enteras para el cultivo de frutales. Durante algunas décadas -en Santa Fe la Vieja- se las había poblado particularmente con viñas, pero al momento de la mudanza en su mayoría estaban desiertas. Durante un siglo no encontramos mayores referencias sobre las formas de ocupación de estas áreas marginales de la ciudad.

En la segunda mitad del siglo XVIII Santa FE todavía se desarrolla alrededor de la Plaza Mayor, centro donde converge la vida de la ciudad y se extiende hacia el sur en los barrios de San Francisco y Santo Domingo y al norte en el llamado de "Cantarranas", próximo al Puerto.

Más allá de lo que hoy es calle 4 de Enero, hacia el oeste, comenzaban los terrenos de "extramuros" que el Cabildo, administrador del ejido urbano o "tierras del común", concedía en merced a aquellos vecinos que se comprometían a poblarlos en un plazo determinado.

Es en esta época cuando aparecen las Quintas, con características propias no sólo en cuanto a la forma de ocupación del terreno sino también en lo que se refiere a su explotación y economía.

Las quintas ocupaban terrenos más amplios que los que eran habituales dentro de la traza urbana. Aunque sus frentes se implantaban -precisamente- sobre las manzanas periféricas de la misma, sus fondos -en cambio- se extendían por varios centenares de varas hacia el oeste, en tierras del ejido urbano concedidas por merced a sus peticionantes.

En ese contexto, las construcciones se organizaban sin responder a patrones de asentamiento preestablecidos, generando espacios muy diferentes en los que el común denominador estaba dado, naturalmente, por grandes superficies libres y por la explotación de la tierra con plantaciones de árboles frutales y algunos cultivos.

En esta oportunidad, en lugar de tipificarlas, hemos de mencionar algunas de las primeras quintas santafesinas que se ubicaban en la zona suroeste de la ciudad.

Quinta de Larramendi, luego de Gaviola y Pujato

A mediados del siglo XVIII esta Quinta perteneció a Juan José de Larramendi, y más tarde a Pedro de Bárbara Gaviola.

Precisamente, se conserva una carta de Gaviola fechada el 6 de julio de 1791, dos semanas antes de su fallecimiento, en que comunica y expone a un pariente los motivos de la compra:

"... para mi recreo, pues me dicen los médicos que me conviene la campaña, y por cuyo motivo me retiro a dicha quinta a vivir" (2)

Esta referencia permite reconocer el carácter casi rural de un sector ubicado no muy lejos de la Plaza Mayor. La quinta comprendía las manzanas actualmente delimitadas por las calles 4 de Enero (hacia la que daba su frente), Uruguay, Juan José Passo y sus fondos hasta Boulevard Dr. Zavalla: esa es al "campaña" a la que se refiere en su carta.

Estaba poblada de toda clase de árboles frutales: naranjos, higueras, limoneros, nogales, limas dulces, almendros, perales, manzanos, membrillos, granados, olivos, albarillos, duraznos y una sidra, además de vides y plantíos de algodón y alfalfa.

La parte edificada la constituía una casa principal con dos piezas de adobe, cubiertas de teja y enladrilladas, cada una de diez por cuatro varas; un almacén de "cuatro naves" de 17 varas de largo por 10 de ancho, y una casita compuesta de dos cuartos "que sirve para criados", y un horno de amasar.

Dentro del terreno también había un horno para cocer tejas, ladrillos y baldosas, con un galpón "que sirve para cortar y tender material", un pisadero de barro y otras instalaciones. Un extenso cerco de pared cerraba buena parte del solar en tanto que el resto estaba cercado de palo a pique de algarrobo y espinillo.

En 1793 esta quinta fue vendida a Don Quirce Pujato.

Quinta de Aldao

Con frente sobre la misma calle 4 de enero, siguiendo hacia el norte se encontraba la quinta de Juan Francisco Aldao y su mujer Leonor Candioti, con una cuadra de frente y seis de fondo, cercadas las tres primeras con pared y el resto con palo a pique, todo de espinillo.

En 1799 en esta quinta había una casa cubierta de buen enmaderado y teja, compuesta de sala, un aposento, una cochera y otros cuartos, rodeada en sus contornos por corredores con pilares de ladrillos. Ciento cuarenta árboles frutales "de muchas clases" poblaban buena parte del terreno, y el resto del fondo, tres cuadras, estaba cubierto por un alfalfar.

Quinta de Antonio Suárez

La siguiente propiedad hacia el norte era la quinta de Antonio Suárez y Da. Antonia Toledo, su mujer, que tuvo "sus árboles fructíferos, estanque de agua que sirve de beneficio al horno de cocer materiales".

Quinta de Tarragona

Llegando ya a lo que hoy es avenida General López hubo otra quinta, cuya memoria a quedado ligada a la historia santafesina del siglo XIX con el nombre de Aduana Vieja. Su terreno comprendía originariamente una cuadra de frente -sobre 4 de Enero- y seis de fondo -hasta Bvd. Zavalla-, entre Amenábar y Gral. López. Había sido otorgado en merced a José de Tarragona en 1770.

Este, cuando solicitó la merced, manifestó:

"Es uno de los adornos y beneficios de sus vecinos el que multipliquen las quintas y huertas, que en sus ejidos se fundan, así por el alivio que de sus frutos reciben, como del recreo y paseos que en ella logran, tan útiles y provechosos para la salud" (3).

Al poco tiempo, en la manzana que hoy ocupa la Legislatura Provincial, Tarragona construyó una vivienda de características sin precedentes en la arquitectura doméstica santafesina por su magnitud, resoluciones tipológicas y tecnológicas: "una finca sin igual en este pueblo" según manifestación del Tesorero de la Real Hacienda.

La casa completa llegó a contar con veintiocho habitaciones principales y trece de servicio en la parte del oeste "fuera de alguna piezas bajo las escalas, de firme, para tinajeras y otros destinos".


4. MODOS DE PRODUCCION ARQUITECTÓNICA
4.1. Santa Fe la Vieja y los tiempos fundacionales

La historia de la arquitectura del período hispánico santafesino una historia de arquitectura sin arquitectos, cuyas características son compartidas con la mayoría de las ciudades hispanoamericanas, particularmente las rioplatenses.

Ramón Gutiérrez reconoce dos etapas de esa arquitectura si arquitectos que tiene su origen en los inicios del dominio hispánico en Río de la Plata. En una primera instancia, que denomina de "arquitectura espontánea", la falta de antecedentes de asentamientos aborígenes susceptibles de ser reutilizados por los españoles, aún en la emergencia, obligare a los conquistadores a un aprendizaje pragmático que perfeccionare mediante el método de "ensayo-error", dejando abierto el camino para manifestación, en una segunda etapa, de una "arquitectura popular", igualmente anónima y carente de fundamentaciones teóricas.

En la transición entre ambas instancias encontramos que en los documentos aparecen algunos nombres de quienes participaron en este proceso: por citar un caso, en su testamento de 1606, Feliciano Rodríguez refiere haber construido una casa en el paraje de Miraflores, y otra en la ciudad; la mano de obra había sido la de los indios de su propia encomienda.

Pero una vez organizada la vida de la ciudad, a medida que avanza el siglo XVII y superada la emergencia fundacional, como bien lo destacó el Dr. Zapata Gollán, fueron los carpinteros quienes asumieron la tarea constructiva entre los artesanos que se instalan en Santa Fe, y practican, enseñan y transmiten su oficio (4).

Los carpinteros son quienes reciben los encargos para la construcción de edificios por cuanto son los más capacitados para controlar y ejecutar las diversas fases del proceso constructivo, desde la selección y corte de la madera para el ensamble de la estructura de la cubierta, pasando por el labrado de umbrales, aberturas y rejas, y el indispensable armado de les aparejos de "tapiales" (tablas que servían de enconfrado) para apisonar la tierra de los muros de tapia.

El 6 de agosto de 1646 el alférez Juan de Vargas Machuca, alcalde provincial de la Santa Hermandad, contrata a Juan Cabrera, carpintero.

Cabrera se obliga a entregar una casa de cuatro aguas para el mes de octubre venidero, cumpliendo con las siguientes condiciones:

- "de la hacer y armar de toda la madera necesaria, la cual dicha madera ha de labrar sin dejarla de la mano, con llaves, tirantes y canes sobrado y cumbrera y todo lo demás necesario".

- "y ha de asentar las puertas y corredores por las dos partes de este y poniente con doce horcones que el dicho Juan Cabrera irá a cortar al monte, y traerá algarrobo o espinillo que ha de labrar y asentar con todo lo necesario y canes".

- "de le hacer y que liará dos pares de puertas para dicha casa, las unas de dos batientes y el otro par de puertas de un batiente, labradas de formón los cuadros como una que está en la Sacristía de la Iglesia y Convento de Santo Domingo de esta ciudad que cae hacia dicha Iglesia".

En tanto su contratante, Vargas Machuca, además del pago del trabajo se compromete a:

- "darle para ir por dichos horcones tres indios pagados a su costa por tres días y una carreta y bueyes... más un indio a su costa para que le ayude (en la construcción) y más ha de traer del monto los palos que fueren y hubiere menester para umbrales y trasumbrales".

- "los umbrales y trasumbrales se han de aserrar con dos indios que para ello se obliga a darle el dicho Juan de Vargas".

Aunque también aparecen personajes que a modo de contratistas proveyeron de mano de obra (consta que en la década del 1640 el capitán José Zervín, tenía por su cuenta indios y negros empleados en la construcción por encargo), durante el resto del siglo XVII, ya en la ciudad trasladada, la tradición maderera parece afianzarse dentro de un ámbito geográfico más amplio, vertebrado por el Paraná, en el que las ciudades ribereñas comparten un fluido y constante intercambio de experiencias quo se manifiestan en el carácter regional de nuestra arquitectura colonial.

Todavía a fines del siglo, el 1 de diciembre de 1694, el capitán Bartolomé Márquez contrata al capitán Juan de Vera, ambos vecinos moradores. En este caso la descripción de la casa es minuciosa en cuanto a medidas y detalles de terminación.

Podemos agregar a los nombres, los de Juan Gómez de Salinas que en 1665 aparece como "oficial de carpintería", y el de Antonio Coronel, que en 1677 figura como "oficial maestro de carpintería" con largos años de servicio en "obras públicas", representantes de una tradición maderera común a otras ciudades litoraleñas. Sabemos incluso de la actuación como carpintero de un santafesino, Pedro Domínguez de Obelar, en importantes obras del Paraguay.

Por otra parte, debemos señalar que la reiteración de modelos, modificados y adecuados según los requerimientos y posibilidades del medio y sus habitantes fue determinando algunos tipos de edificios, particularmente en la arquitectura doméstica.


4.2. El siglo XVIII


A principios del siglo XVIII, la inestabilidad en las fronteras santafesinas provoca un período crítico que repercute necesariamente en los procesos constructivos, interrumpiendo algunas obras en marcha y retardando nuevos emprendimientos (5).

Superada esta circunstancia, cuando se reactiva la producción arquitectónica puede notarse que los carpinteros, si bien todavía mantienen su vigencia en la tarea constructiva, han perdido el control de la obra completa debiendo circunscribirse a la resolución y ejecución de algunas de sus partes. Aún podremos encontrar trabajos destacables, especialmente en las cubiertas, pero la elaboración y aplicación de nuevos materiales (adobes y ladrillos de barro cocido) los desplazan de tareas fundamentales que pasan a desempeñar albañiles o alarifes.



Gráfico 3
El tejido urbano.

El plano de Santa Fe de 1824 delineado por Marcos Sastre denota la configuración del tejido urbano a partir de la interrelación de las diversas tipologías de arquitectura doméstica que podemos identificar, en conjunción con los grandes complejos conventuales del entorno de la Plaza Mayor.





Gráfico 4
Las quintas

En el plano de Santa Fe de 1789 se delinean las quintas que al suroeste de la ciudad avanzaban sobre el amanzamiento urbano.



Estos cambios, antes de que alcancen a generalizarse, se pueden detectar en las obras de mayor importancia, retomadas o iniciadas en la cuarta década del siglo.

En la producción arquitectónica del siglo XVIII santafesino encontramos protagonistas como el Maestre de Campo Manuel Maciel, propietario de hornos de cocer ladrillos y tejas, que tuvo a su cargo otras obras además de la Iglesia Matriz. Sus intervenciones en este sentido permiten reconocer un tipo particular de constructor que, perteneciendo a los grupos de poder, no encuentra menoscabo en la práctica arquitectónica. Entre otros, podríamos agregar los nombres de Gabriel de Lassaga, José Teodoro de Larramendi (5) y José de Tarragona.

Pero en la segunda mitad del siglo también encontramos maestros albañiles -en contados casos con alguna formación teórica, por lo común con conocimientos empíricos- comprometidos en la producción arquitectónica como medio de vida. Entre ellos, José López de Arretegui ha de tener directa intervención en algunas obras de la ciudad y en la fábrica del convento franciscano de San Carlos, en San Lorenzo; y el catalán Esteban Tast se vincula a los comienzos de la fábrica de un nuevo edificio del Cabildo.

En general, sin olvidar los cambios señalados entre los siglos XVII y XVIII, y aún en el período poscolonial, podemos reconocer un modo de producción artesanal, en donde las experiencias compartidas comunitariamente se materializan en prácticas constructivas y en soluciones espaciales y formales que se tipifican dentro una arquitectura popular expresada sin grandes contrastes, aportando un carácter homogéneo y unitario a la imagen urbana.


5. MODALIDADES DE TENENCIA: propietarios e inquilinos
5.1. Propietarios

Los primeros vecinos de la ciudad fueron los expedicionarios que acompañaron a Juan de Garay en la fundación de Santa Fe, pobladores de los solares repartidos por el fundador: un cuarto de manzana en los que cada uno edificó su casa y se estableció con su familia.

Con el tiempo, los solares -enteros o fraccionados- se traspasaron y enajenaron por herencias o ventas a sucesivos propietarios, a veces forasteros que adquirían con su matrimonio y casa la calidad de vecinos.

Son abundantes las escrituras de venta asentadas ante escribanos o cabildantes (en tiempos en que la ciudad carecía de notario). Podemos decir que se conservan sistemáticamente desde 1640. En esas escrituras, no siempre labradas en el momento de la venta, se asentaban las medidas del terreno, sus linderos y una descripción más o menos detallada de lo construido.

Otra manera habitual de adquirir derecho a un inmueble lo era por herencia o como parte del capital que la mujer entraba a su matrimonio, asentado en escrituras de cartas dotales.

Aún cuando era preocupación de los notarios asentar y conservar debidamente las escrituras, muchas veces ésta se perdían o traspapelaban. Es interesante señalar que los mayores inconvenientes parecen haber sido ocasionados por las invasiones soportadas por la ciudad en las primeras décadas de la emancipación:

- En 1824 D. Juan Alberto Basaldúa declara haber comprado una casa (M. 2 d2) en pública subasta y solicita producir sumaria información en razón de que por "las turbulencias acaecidas en esta ciudad ha padecido extravío el expediente de la materia" (6).

- En 1825 María Josefa Ledesma vende un terreno (M. 61) del que hubo merced, y dice "cuyo documento se ha perdido en los trastornos de las revoluciones" (7).

- En 1827 D. Antonio Coyto Barbosa pide testimonio de la compra que hizo de una casa (M. 35. b2) en razón de que el escribano no localiza la escritura "siendo notorio que las tropas porteñas han dispersado porción de papeles de aquellas escrituras que ciertamente faltan" (8).

- En 1828 Da. María Ignacia Puentes deja un sitio (M. 23. b1) a una de sus hijas, y dice: "del que ignoro sus linderos por haberse pedido la escritura en el trastorno general que sufrieron con los porteños" (9).

- En 1852 el teniente D. Manuel Arias vende una casa (M.50.c4) cuyas escrituras de propiedad (...) se le perdieron el año '40 cuando fueron derrotados con el General Lavalle en el Quebracho Herrado" (10).

En cuanto a las transacciones, algunas veces estuvieron acompañadas de altercados que habrán conmovido al corto vecindario:

En 1833 Da. Josefa Tarragona entabló pleito a Don Antonino Cabal sobre rescisión de un contrato. Habían tratado la venta de una casa (M. 18 d.2.2.), cuya escritura se otorgaría al completarse el pago; mientras tanto Da. Josefa mantenía alquiladas dos habitaciones a Fontán "el Santero". No hubo inconvenientes hasta que, según ella misma declara en el expediente que se formó: "comenzaron mis trabajos con este hombre terrible por sus maneras, volvió con la furia de un león porque había encontrado en la oficina orden de V.E. para que yo no pudiese vender la casa". En su furia, quitó al santero Fontán una onza que tenía para pagar el alquiler de tres meses, "desde aquella hora, sin convenio ni inteligencia alguna conmigo, se apoderó de las llaves y clavó en el acto la puerta que corresponde a mi habitación", pasando a ocupar esa casa por tiempo de cuatro años (11).

En las transacciones de compra y venta no siempre aparecían las verdaderas partes interesadas. En 1834 D. Juan Francisco Seguí compró una vivienda (M. 1 .a1) en nombre de José María Uzín, no obstante ser el real comprador. Más tarde Uzín declara que "si yo me avine a aparecer en el contrato fue únicamente por salvar al Dr. ciertos escrúpulos que para él amagaban las relaciones de amistad y de armonía con otra persona" (12).

En cuanto a los traspasos por herencia, se dio alguna vez un caso como el de la vivienda que el Dr. Pedro José del Casal legó a sus sobrinos, los menores María Francisca y Manuel Francisco Maciel. Del Casal murió "de achaque contagioso originado de calentura maligna" al igual que algunos de sus hermanos. El padre de los menores Maciel se presentó ante la justicia solicitando que la casa fuera destechada y picada para eliminar las posibilidades de contagio, temiendo que por habitar una casa lindera se transmitiese a través de las paredes divisorias que son "porosas" (13).


5.2. Inquilinos


Desde los primeros tiempos hubo casas destinadas para el alquiler, o tan sólo cuartos que se alquilaban. Estantes -mercaderes y tratantes- que abundaron cuando el intercambio comercial comenzó a intensificarse, solían alojarse en casa de los vecinos con quienes realizaban sus negocios y, en caso de prolongarse sus estadas, alquilaban cuartos para vivir, mercar o almacenar sus mercaderías.

En Santa Fe la Vieja, en 1648 Don Felipe de Argañaraz y Murguía tenía unas casas en que vivían "en arrendamiento el capitán Pedro de Giles y Pedro Vicente, mercader". Anteriormente habían pertenecido al Gobernador Hernandarias de Saavedra, por cuyo "mandato y orden se aderezaban y alquilaban".

Los mercedarios también tuvieron, dentro de solar de su convento, "ranchería y casas de vivienda (...) que algunas personas tuvieron por alquiler y préstamo".

El mismo Cabildo, en su solar, en la parte de la esquina de las actuales calles San Martín y 3 de Febrero, tuvo para beneficio de los Propios unos cuartos de alquiler. En 1701 los solicita en arrendamiento D. Tomás de Usedo y Beunza, quien se compromete a componerlos a su costa "así en retejar los que están maltratados como en hacer en ellos todo lo demás que fuere necesario para poder vivir yo, mi mujer y familia, como son ponerle una puerta y una ventana de que necesita".

Cuarenta años más tarde, Don Juan Ignacio Freyre de Andrade solicita alquilar los mismos cuartos "hallándome sin casa propia en que vivir".

Algunos de estos alquileres fueron objeto de graves problemas, a causa del mal uso dado a los cuartos arrendados.

En 1815 Da. Estefanía de Vera y Pintado se presenta ante la Justicia diciendo que Don José Antonio Teisera, vecino, había celebrado contrato de alquiler de una casa de su propiedad (M. 14.bs) "para ocuparla con su tienda de comercio y botica, pero posesionado de ella no solamente la ocupó con esos efectos sino que introdujo varios combustibles que por el mucho incendiarse no pueden ser permitidos dentro de la población, cuales fueron tres barriles de pólvora, cartuchos sueltos de lo mismo, una barrica de brea y cantidad grande de estopa. En efecto acaeció que en una de las noches pasadas se incendió con una vela dicha estopa de que resultó arruinarse enteramente el techo de una pieza, con deterioro de la otra que se halla contigua, cuya ruina hubiera sido mucho mayor y aún trascendente a la vecindad si la gente que acudió al incendio hubiera tenido noticia de la cantidad de pólvora que allí había, pues en tal caso nadie se atrevería a subir a los techos, ni aún permanecer en la inmediación". En estas circunstancias el mismo Teisera, deseando ocultar la pólvora "mantuvo las puertas sin permitir .6 la gente auxiliar entrase, hasta que tomando mucho cuerpo el incendio se vieron precisados los de afuera a romper una ventana, siendo ya por lo mismo irremediable la ruina" (14).


CONCLUSION


Para el caso de Santa Fe la Vieja ya hemos ensayado una lectura morfológica en trabajos anteriores os, pero para el resto del período hispánico y poscolonial preferimos dejar para otra oportunidad el procesamiento de la información que, como ya hemos adelantado, pretendemos que forme parte de un trabajo más amplio y sistemático. Sin embargo y a modo de reflexión, en este breve trabajo sobre el tema de la vivienda nos interesa detectar la relación existente entre la imagen urbana y la configuración de las casas desde la captación que hace un viajero en los primeros años de vida independiente, cuando todavía persisten modalidades espaciales y productivas del período hispánico.

Juan Parish Robertson en su carta XVII (16) nos describe a Santa Fe según la impresión recibida a su llegada, cruzando el histórico Paso del Salado. Una vez vadeado el río, encaminado por lo que hoy es Avda. Juan José Paso, Robertson entra a la ciudad desde el sur y la describe así:

"Llegué justamente después de la hora de la siesta, que durante el calor del verano se prolonga desde la una hasta las cinco. Se presentó a mis ojos una escena muy primitiva, cuando (...) recorrí las estrechas calles de la ciudad. Previamente he de decir que las puertas de las casas se abren directamente de las habitaciones principales a la calle, y donde no está así dispuesto, un corto, pero ancho zaguán que se entra por un portón conduce al patio, en cuyos costados están alineados los aposentos. Cada habitación tiene generalmente su puerta que da al patio.

"Todos los portones, todas las puertas en todos los patios, todas las salidas de todos los cuartos a la calle, estaban completamente abiertos, y los habitantes, hombres y mujeres, con todo el lujo del "deshabillé" sentados en las entradas de sus respectivas moradas...".

La referencia sobre estas primeras viviendas que ve, seguramente pertenecientes al barrio de Santo Domingo al sur, indica la predominancia de construcciones edificadas directamente sobre la calle, las mejores con un zaguán de comunicación al patio.

Ya cuando entra al casco más céntrico y cercano a la Plaza Mayor encuentra "una casa de mejor apariencia" en la que habría de alojarse. Como algunas de las que ha visto, tiene su amplio zaguán donde la familia se expande fuera de su propia intimidad:

"Después de doblar por dos o tres calles (...) llegamos a una casa de mejor apariencia que las que habíamos pasado. El postillón me dijo que ésa era la morada del señor Aldao, para quien yo tenía una carta de recomendación. Bajé del caballo y encontré a su familia, como todas las demás, sentada en el zaguán, con sus sandías, mate y cigarros...".

El relato de Robertson nada nos dice de los tapiales que ocultaban los patios y huertas, ni de los grandes espacios abiertos entre los que se desgranaban las construcciones cuanto más se alejaban de la Plaza. El interés de Robertson es otro, fundamentalmente el de recoger la viva impresión que le producen las costumbres de sus pobladores. La sencillez de hábitos en cuanto al uso del espacio es compartida por los diferentes estratos sociales, lo que contribuye a una lectura de le ciudad con un carácter homogéneo que no alcanzan a desarticular las distintas materializaciones de las casas ya que, aunque responden a las diversas posibilidades económicas de sus propietarios, se inscriben todas en formas de producción tradicionales que determinan una morfología en donde volúmenes, texturas, colores, relación de llenos y vacíos, prescinden todavía de recursos lingüísticos que han de generalizarse una vez modificada profundamente la estructura socio-cultural de origen hispánico.


CITAS

1) CALVO, Luis María. Tres tipos de viviendas santafesinas durante el dominio hispánico. En DANA, Documentos de Arquitectura Nacional y Americana Nº 20. Instituto Argentino de Investigaciones en Historia de la Arquitectura, 1985, págs. 21/26.

2) DEPARTAMENTO DE ESTUDIOS ETNOGRAFICOS Y COLONIALES (en adelante DEEC): EXPEDIENTES CIVILES (EC), tomo 52 expte. 48.

3) Loc. cit.: ESCRITURAS PUBLICAS (EP) t. 17, f. 60.

4) CALVO, Luis María. Carpinteros y alarifes de Santa Fe colonial. En; El Litoral, Sección Cultural, Santa Fe, sábado 6 de abril de 1992.

5) CALVO, Luis María. Constructores y maestros de obra en el siglo XVIU. En: El Litoral, Sección Cultural, Santa Fe, sábado 15 de junio de 1991.

6) DEEC: EC t. 18 16/19, expte. 235 "D. Alberto Basaldúa sobre la propiedad de una casa", fs. 4/25.

7) Loc. cit.: EP t. 25, f. 164v, Venta de María Josefa Ledesma a Laureano Martel, S. Fe 11.11. 1825.

8) Ibídem, fs. 3 12/13v, Presentación de D. Antonio Coyto Barbosa, 11.08.1827.

9) Idem, f. 336. Testamento de Da. María Ignacia Puentes, 28.01.1828.

10) Loc. cit.: EP t. 27, f. 382, Venta del Tte. D. Manuel Arias a D. Ramón Piedrabuena, Sta. Fe 26.06.1852.

11) Loc. cit.: EC t. 1836/36, expte. 342 "Da. Josefa Tarragona contra D. Antonio Cabal sobre rescisión de un contrato", fs. 1/5.

12) Loc. cit.: EC t. 1835/36, expte. 352 "Autos obrados por Da. María Candelaria Zeballos contra la parte del Dr. Don Juan Francisco Seguí sobre cumplimiento de un contrato de compra", 1836, fs. 366/4 18.

13) Loc. cit.: EC t. 38, expte. 432 "Testamentaría del Mtro. D. Pedro José del Casal, clérigo presbítero", fs. 714/46.

14) Loc. cit.: EC t. 58, expte. 226 "Da. Estefanía de Vera contra José Antonio Teisera sobre daños y perjuicios", año 1815, fs. 568/82).

15) CALVO, Luis María. Santa Fe la Vieja. La ocupación del territorio y la determinación del espacio en una ciudad hispanoamericana. Santa Fe, 1990; y Santa Fe y la ciudad hispanoamericana. Revista América No. 7. Santa Fe, Centro de Estudios Hispanoamericanos, 1991.

16) ROBERTSON J. P. y G. P. La Argentina en la época de la revolución. Cartas sobre el Paraguay: comprendiendo la relación de una residencia de cuatro años en esa República, bajo el gobierno del Dictador Francia. Trad. y prólogo de Carlos A., Aldao. Buenos Aires, Vaccaro, 1920, págs. 81/82.


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